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DISCURSO PRELIMINAR.

LA ciencia bibliográfica es en la region de los conocimientos humanos, lo que para el mundo físico la de la geografía. Así como sin esta en vano para nosotros habria formado la Omnipotencia mas terreno que aquel en que han llegado á fijarse nuestras plantas, ó á que se estiende nuestra vista, las distintas regiones del globo, sus climas, sus montañas, sus rios, sus principales pueblos y ciudades nos serian del todo estraños, y estúpidos habitantes de la tierra, ignoraríamos la grandeza y extension de la magnífica casa que debemos á la bondad de la Providencia; de la misma manera sin el conocimiento de la bibliografía errariamos á la ventura por los inmensos dominios de las ciencias, sujetos á continuos y peligrosos estravíos: no tendríamos noticia de mas obras que aquellas que

cayeran en nuestras manos; y al querer aumentar
nuestros conocimientos, ignoraríamos que guia elegir
en el confuso laberinto que dificulta las entradas del
reino del saber. Por esta razon la bibliografía ha sido
el primer estudio á que han consagrado sus afanes
cuántos han querido sobresalir en las letras. Al prin-
cipio fueron fáciles estos conocimientos: los pocos
medios habia
que
escribir hacian que fuesen es-
para
casos los libros; de suerte que bastaba una mediana
memoria para retener los principales que en todas
materias existian: pero despues que el arte de la im-
prenta ha facilitado las ediciones, y el deseo de la
gloria, ó el afan del lucro multiplicado los libros de
todas facultades con asombrosa profusion, que de dia
en dia se aumenta, abrumando nuestra mente mas
bien que instruyéndola, no le es dado á hombre nin-
guno por dilatada vida, infatigable aplicacion y exce-
lente memoria que posea,
abarcar este estudio y co-
nocer cuánto bueno, malo y mediano se ha escrito
sobre cada ramo del árbol fructífero de las ciencias.

Para obviar estos inconvenientes vieron bien pronto los literatos la necesidad de formar las obras que generalmente se designan con el nombre de Bibliotecas. Poco despues del descubrimiento de la imprenta no habia nacion de la Europa culta que no tuviese recogidos por los sabios de mas nota los nombres de sus escritores, y el catálogo de sus obras, en gruesos volúmenes, como puede verse en el prólogo que D. Nicolás Antonio puso á su famosa obra, en el cual trata de las utilidades de este género de diccionarios. La España, despues que Marineo Sículo en sus libros de Laudibus Hispaniæ y el sevillano Alfonso

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García de Matamoros, en su elegante obra latina sobre las academias y doctos varones de España, entresacaron algunas espigas de mies tan abundante, halló en Andrés Escoto un digno colector de sus glorias literarias. Al viajar este sabio flamenco por nuestra patria, no pudo menos de ver con lástima que una nacion que entónces aventajaba á todas en sabiduría y cultura, hiciese ignorar á la Europa cuántos sobresalientes profesores habia dado á las artes y ciencias, cuántos trabajos dignos de la estimacion universal legaba á la posteridad, y recogiendo materiales para suplir esta falta, hija de nuestra incuria, escribió una obra, que bajo el nombre de Andrés Peregrino imprimió en Francfort en 1608, siendo esta la primera Biblioteca española; pues, aunque la precedió en un año el Catálogo de claros escritores de España, publicado por Valerio Andrés Taxandro, ni puede este escrito aspirar á tal honor por no ser mas que una desnuda lista de los nombres de nuestros autores que han escrito en latin, en la cual se anotan algunas de sus obras del modo que pueden serlo por un viajante extranjero, ni casi puede considerarse como escrito de otro autor que Escoto, pues se hizo por un familiar suyo, bajo su direccion, acaso para que sirviese de índice alfabético á su obra: y si se publicó ántes, fué sin duda por ver si los españoles se animaban á aumentar el catálogo y á advertirle sus faltas.

Mas el trabajo de Escoto es defectuoso é incompleto, tanto porque omitió todos los escritores que habian usado en sus obras la lengua vulgar, como por que aun de los latinos ignoró muchos; no siendo posible que un extranjere tuviese suficientes conoci

mientos en nuestra literatura para que nada dejase que desear en materia tan vasta. Solo un español podia dar á esta empresa la perfeccion necesaria; y este empeño lo tomó sobre sí el incomparable D. Nicolás Antonio, quien disponiendo de otros medios y sabiendo aprovecharlos con una aplicacion y constancia infatigable, se hizo inmortal con una obra, admiracion de los sabios por su erudicion inmensa y su juiciosa crítica.

En el siglo pasado comenzó á promoverse un género de estudio que entonces podia considerarse como nuevo, y es el de la historia literaria. Los sabios marinos Rivet y Clemencet emprendieron la de Francia, que quedó incompleta; el juicioso Tiraboschi llevó á feliz término la de Italia; en España los dos hermanos Mohedanos comenzaron á publicar una de su patria con tan excesiva extension, que no bastando el trabajo de dos hombres para concluirla, quedó despues de publicados doce tomos, como era de temer, muy á sus principios; y en fin, un espulso jesuita español se atrevió á emprender una universal, y tuvo la gloria de conducirla á cabo no sin éxito.

Esta aficion hacia la historia literaria no podia menos de fomentar el estudio de la bibliografía; siendo cierto que las noticias de los autores, editores é impresores, el título de los libros, el número de sus ediciones, la pobreza é incorreccion de unas, el lujo y magnificencia de otras, manifestándonos como fiel barómetro el grado de ilustracion á que llegó cada siglo, sus inclinaciones y preferencias, son los documentos fidedignos en que se funda la historia literaria. Conociendo la dificultad de las bibliotecas generales,

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