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don Antonio Caballero y Góngora; los dos primeros como negociadores, y el último destinado á persuadir con su influjo pastoral y con su palabra. Autorizóseles plenamente á nombre del Real Acuerdo y de la junta, para que pudieran celebrar cualesquiera convenios y tratados á que obligára la necesidad de restablecer la quietud pública, sin embarazarse en cosa alguna: prometióseles que todo lo que hicieran dirigido á conseguir dichos objetos sería aprobado sin limitacion.

Terminóse esta sesion á las dos de la mañana, é inmediatamente despues siguieron el regente hácia Honda, y los comisionados á Zipaquirá, lugar distante diez leguas de la capital. En los dias siguientes se ocupó la junta en dar várias disposiciones, á fin de promover el alistamiento de milicias y en preparar algunos medios de defensa. Mas como se juzgaba imposible resistir por la fuerza, se dedicó tambien á excogitar otros arbitrios. Pareciéronle excelentes el de rebajar, como lo hizo, el precio del tabaco y aguardiente, el de suprimir el derecho de armada de barlovento, y que la alcabala se pagase como ántes al dos por ciento; el de quitar las formalidades de guias y tornaguias; en fin, el de suspender la cobranza del donativo de uno y dos pesos por cabeza, que se habia mandado pedir como auxilio que se daba al rey en la guerra que hacia entónces á la Gran Bretaña. Este bando, que se creyó de vital importancia para calmar las quejas y efervescencia de los pueblos de casi todo el Nuevo Reino, se publicó en Santafé á las seis de la tarde (mayo 14); él produjo bastante alegría en sus moradores, é hizo revivir un poco la opinion en favor del gobierno del rey se mandó circular tambien para su observancia en todas las provincias, ménos en las de la costa, á las que el virey Flóres extendió poco despues las mismas gracias, á pesar de que habian sido improbadas por el regente visitador.

Mientras que ocurrian tales sucesos en Santafé, la revolucion del Socorro hacía progresos, comunicándose tambien á otros lugares, cuyas poblaciones se levantaban para quitar los pechos y tributos que les eran odiosos, y perseguir á los recaudadores y administradores. Era tanto el influjo que tenian entónces los Socorreños ó sus opiniones, que dos ó tres bastaban para conmover un pueblo de dos ó tres mil habitantes. Hasta en el mismo Zipaquirá y á vista de los comisionados cundió la rebelion. El diez y seis de mayo hubo allí un motin en que robaron

el estanco de tabacos y várias casas de los vecinos, entre ellas la del administrador, que arruinaron. Calmóse por la persuasion del arzobispo y por los esfuerzos de los comisionados, á quienes auxiliaron ocho Socorreños.

Aunque la generalidad de los moradores de los distritos capitulares del Socorro, Sangil, Vélez, Tunja y otros estaban altamente decididos á poner cima á su empresa de abolir los pechos y contribuciones, no pensaban de la misma manera todos los llamados capitanes generales, Plata, Rosillo, Monsalve y Berbeo. El primero queria complacer al gobierno y al pueblo; así no fomentaba la revolucion, y contrariándola en diferentes ocasiones debilitaba su impetuosidad. Se puede afirmar que mas bien sirvió á la causa del rey, como lo justificára despues, y que hizo traicion á la confianza que en él depositaron sus compatriotas. Rosillo y Monsalve desempeñaron sus capitanías con mas actividad, dando algunos pasos que los comprometieron con el partido real, á pesar del carácter tímido que tenia el primero. Berbeo, sí, abrazó la revolucion con el mayor empeño, dictando cuantas providencias juzgaba oportunas para darle impulso, las que indicaban un alma elevada y enérgica. El por sí solo, ó acompañado con Rosillo y Monsalve, dió las órdenes para la expedicion contra Puente-Real; él dirigió circulares á los pueblos, asignándoles los hombres armados que debian remitirle para la invasion que meditaba contra Santafé; él dispuso, para los preparativos, de las rentas reales, de los diezmos, propios y otros caudales públicos; él, en fin, se hizo nombrar generalísimo de los comuneros: cuidó de que en su lugar quedára el doctor don Ramon Ramírez, y bajo el pretexto de venir á Chiquinquirá á tratar con el oidor Osorio, salió del Socorro. En el camino halló las tropas que habia exigido á los diferentes pueblos, y poniéndose á su cabeza se dirigió á la capital por Moniquirá, Ráquira, Lenguasaque y Enemocon. De paso acabó de conmover el corregimiento de Tunja, y en todas partes fué recibido con grandes aplausos. El veinte y cuatro de mayo comenzaron á llegar sus tropas al pueblo de Enemocon, once leguas y média distante de Santafé.

Estando en Ráquira recibió un oficio de los comisionados Basco y Galaviz, en que le decian que se adelantára á conferenciar con ellos, pues tenian facultades amplias del Real Acuerdo y junta superior, para oir sus peticiones y cimentar la tran

quilidad pública sobre basas sólidas. Berbeo se adelantó á Enemocon, que dista dos leguas y média de Zipaquirá, y llamó desde allí con autoridad á los comisionados para que fueran á verle. En esta primera conferencia (mayo 27) dió á conocer que sus deseos y los de todas sus gentes eran marchar á Santafé para conmoverla y tratar directamente con la junta, indicando que contaban en la capital con numerosos partidarios que los llamaban: empero la instruccion principal de los comisionados y del arzobispo era impedir esta irrupcion que habria sido funesta.

Hubo un incidente que aumentó los temores de los comisionados y de la capital. Fué que Berbeo habia destacado con cien hombres á los capitanes Nicolas Vesga y José Antonio Galan, á fin de que ocupasen á Facatativá, é interceptáran los auxilios y comunicaciones del gobierno que vinieran de Cartagena. Ellos consiguieron revolucionar aquel y otros pueblos inmediatos: fuertes con el auxilio de sus habitantes, bloquearon por aquella parte á Santafé, y batieron algunas milicias que se enviaban contra ellos. Galan siguió de allí con el designio de amotinar los corregimientos de Mariquita y Neiva, como lo consiguió en gran parte, haciendo que huyera de Honda á Cartagena el regente Piñérez.

Despues de aquella conferencia, Berbeo movió su campo al llano del Mortiño, cerca de Zipaquirá, donde reunió de diez y ocho á veinte mil hombres. En esta villa siguieron las conferencias en ellas sufrieron los comisionados y el arzobispo algunas humillaciones y muchas penas, para conseguir que los amotinados desistieran de su viaje á la capital, como todos ellos lo deseaban. Al fin obtuvieron que Berbeo y sus principales consejeros, que eran los capitanes de Tunja, así como los demas, prometieran que allí mismo presentarian los artículos de sus capitulaciones; pero exigieron como soberanos, que fueran á su campo el cabildo secular de Santafé, el contador mayor, regente del tribunal de cuentas, don Francisco Vergara, don Jorge Lozano, marques de San Jorge, y los abogados don Francisco Santamaría y don Francisco Vélez. Era el objeto de tal llamamiento el que los regidores y estos individuos propusieran en favor del comun de la capital lo que fuera útil y conveniente. El Real Acuerdo los mandó ir inmediatamente, y tuvieron los cuatro individuos arriba mencionados que aceptar el nombra

miento de capitanes por Santafé que les hicieron Berbeo y socios, aceptacion que fué muy celebrada por los comuneros.

Este suceso y la discordia que se iba introduciendo en el campo de los facciosos, del que se desertaron cuatro mil hombres de Tunja y Sogamoso, influyeron en que se aproximára el desenlace de aquel pesado drama. Redactaron, pues, bajo la direccion de los capitanes de Tunja, y con el conocimiento de los de Santafé y de los otros jefes de los comuneros, treinta y cinco artículos de capitulaciones, en forma de una representacion que dirigia Berbeo al Real Acuerdo, en su nombre y en el de la mayor parte de los pueblos del reino, prestando voz y caucion por los restantes, con quienes estaba de inteligencia. Las demandas que contenia esta pieza, en cuya formacion habian intervenido mas diestras plumas y mayores talentos que los de Berbeo, se creyeron exorbitantes por el Acuerdo y junta superior (junio 6). En consecuencia las devolvió á los comisionados, encargándoles procurasen, usando de mucha suavidad y delicadeza, el que se modificáran.

Ya los comisionados habian conseguido por sus persuasiones y las del arzobispo que se variasen algun tanto hasta la décimacuarta. Mas en tal estado fué tan grande el alboroto que formaron los comuneros atropados en la plaza, y tanta la vocería ➡ « de que su ánimo era pasar á la capital porque se les engañaba, gritando todos:-¡ Guerra, guerra á Santafé!»>-que aun sus mismos capitanes tuvieron mucha dificultad en calmarlos. Consiguiólo el arzobispo (junio 7), ofreciéndoles la aprobacion inmediata que dieron los comisionados á las capitulaciones. En seguida se enviaron á Santafé acompañando al conductor dos capitanes que le asoció Berbeo, para que sin pérdida de momento se aprobáran y confirmáran por el Real Acuerdo y junta superior. Reunida esta á las once de la noche del mismo dia siete, las aprobó en todas sus partes, y las mandó cumplir y ejecutar, jurando sus miembros sobre los santos Evangelios que así lo harian inviolablemente.

Sin embargo, en la misma sesion todos los vocales de la junta extendieron y firmaron una protesta secreta, de que habian aprobado y confirmado tan monstruosas capitulaciones, á fin de evitar mayores males, pues no tenian medios para defender la real autoridad que estaba á su cargo; pero que dichas capitulaciones eran nulas como arrancadas por la fuerza,

Los puntos principales que en ellas se estipulaban eran: la expulsion del regente Piñérez y la abolicion de sus empleos; la supresion perpétua del derecho de armada de barlovento; la de los estancos de naipes y de tabacos; la del papel sellado de mas de dos reales el pliego, y de la alcabala en los comestibles: que se quitáran las formalidades de guias y tornaguias, y en lo demas quedára reducida la alcabala al dos por ciento; que se rebajáran las médias anatas, los derechos de escribanos, tributos de Indios, limosnas de bulas de Cruzada y el precio de la sal; que los curas no obligasen á los indígenas á hacer fiestas de iglesia contra su voluntad; que las tierras ó resguardos se dieran á los Indios en toda propiedad; que se aboliesen los derechos de peaje denominados de camellon y otras pensiones de algunos puentes; que no se cobrára la capitacion, que con el título de donativo habia pedido el rey; que se derogase la obligacion de imponer y redimir los censos en las cajas reales; que no hubiera jueces de residencia; que los empleos se dieran á los Americanos, y solo por su falta á los Españoles europeos; que se confirmasen los destinos de los capitanes generales y de los subalternos elegidos por el comun de los pueblos; que dichos oficiales tuvieran la obligacion de instruir á sus compañías todos los dias de fiesta en el ejercicio militar, para que pudieran sostener estas mismas capitulaciones: en fin, que hubiera una completa amnistía por lo pasado, y que las capitulaciones se juráran sobre los santos Evangelios.

Cuando se recibieron aquellas, aprobadas, confirmadas y juradas, hubo en Zipaquirá una misa muy solemne en la que ofició el arzobispo. En ella, descubierto el Santisimo Sacramento, los comisionados juraron, á nombre del rey, del Real Acuerdo y junta superior, lo mismo que al suyo propio, « guardar las capitulaciones propuestas por Berbeo á nombre de los pueblos, y confirmadas por el Real Acuerdo y junta de tribunales, y de no ir contra ellas en tiempo alguno. » Este juramento se prestó delante de todos los jefes y capitanes de los pueblos y de una gran concurrencia. Despues se cantó el Te Deum, y hubo mucha alegría de una y otra parte; pues el gobierno español temia sobremanera que el ejército revolucionario viniera á Santafé, de cuya invasion hubiéranse originado grandes males y excesos. Los comuneros principiaron entónces á disolverse y á retirarse á sus casas muy contentos, llevando co

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