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Este estadista y los hombres que apoyaban su política, daban atendible importancia á no enajenar de la causa de la reina las simpatías del clero ilustrado y de las clases conservadoras, para las que era generalmente antipático el recuerdo de los excesos que tanto habían contribuído al descrédito de la segunda época del régimen constitucional. Pero para no enajenar las simpatías de aquellas clases, bastaba no inclinarse demasiado hacia las exigencias del partido liberal avanzado, al que para resistir con éxito era condición precisa no darle el pretexto de cubrir sus exageradas pretensiones, con los justos motivos de queja á que daba lugar la negación de los sanos principios de gobierno y la resistencia á las importantes y necesarias reformas que de suyo traía consigo el restablecimiento de un gobierno sentado en principios conformes á las exigencias del derecho público europeo.

No habrían necesitado Cea Bermúdez y su coadjutor don Javier de Burgos encerrarse en la negación absoluta á toda clase de reformas en el orden constitutivo, para haber conjurado el peligro que tanto los ofuscaba de verse arrastrados á consentir que prevaleciera el régimen de la constitución de 1812, debiendo haber sido la mejor defensa contra semejante eventualidad la de conceder lo que en aquel régimen había de legítimo y necesario, con lo cual habría el gobierno cobrado fuerzas para descartar lo que de exagerado y de prematuro hallaba en lo que miraba como exigencias peligrosas; pero el sistema negativo de Cea Bermúdez, sistema que no tuvo la reina gobernadora resolución bastante para no haberlo consentido un solo día después del en que falleció Fernando VII, falseó el porvenir de prosperidades que hubiera podido alcanzar el reinado de Isabel II, si los estadistas á quienes cupo la misión de establecer un pacto duradero entre la dinastía y el país no hubiesen, colocándose del lado de una resistencia insostenible, irritado el partido liberal de todos matices contra el despotismo ilustrado de Cea Bermúdez; error que en un orden modificado veremos repitieron los moderados cuando llamados al poder en las personas de sus genuinos representantes, Martínez de la Rosa, Garelly y Moscoso de Altamira, se dejaron ganar por un temor pueril y rechazaron y descartaron, si no en absoluto, en proporciones exageradas, las tenues concesiones que habrían valido al partido conservador la fuerza moral que hiciera fecunda su dominación y salvado los sacudimientos y revoluciones que más tarde gastaron la popularidad de la reina gobernadora y acarrearon la peligrosa rastra de desafección que debía cincuenta años después acortar prematuramente el reinado de su hija doña Isabel. Cea pudo haber llegado sin peligro hasta el Estatuto real, y Martínez de la Rosa y los moderados prevenir la derrota á que los condujo el restablecimiento por medios revolucionarios de la constitución de 1812 si, menos llevados del más exagerado doctrinarismo, hubiesen sabido inspirarse de los principios que dentro de la misma escuela conservadora produjeron en aquella época instituciones que han durado y que todavía se conservan en Portugal, en Bélgica y en Holanda.

Los actos por medio de los cuales Fernando VII y su ministro Cea creyeron consolidar el trono de doña Isabel apoyándose casi exclusivamente en los elementos tradicionales del país, sólo componían la mitad del ci

miento de robustez y de prestigio sobre el que podía fundarse el triunfo y la estabilidad de la sucesión directa. Una nación tan trabajada, tan abatida como lo estaba España por efecto de los malos gobiernos que la habían regido en los dos últimos reinados, necesitaba buscar su regeneración en reformas beneficiosas para todos los grandes intereses sociales que aun conservaban vida y se agitaban en el país.

Lejos de obedecer al elevado pensamiento de conservar los no gastados resortes del antiguo régimen, allegando otros elementos nuevos á los ya gastados, Cea comprometió en gran manera los intereses de la causa representada por María Cristina, dando, apenas hubo cerrado el rey los ojos, el manifiesto y la circular al cuerpo diplomático como programa de la nueva situación, acto que vino á ser el punto de partida de la política de la gobernadora y la llevó por los derroteros que sucesivamente debían conducir al motín soldadesco de la Granja, al ostracismo de María Cristina, al pronunciamiento de julio de 1854 y finalmente al gran sacudimiento de 1868, sucesos que por distantes que aparezcan en el orden cronológico, moralmente proceden de un mismo origen, el de la relajación del vínculo de confianza entre la dinastía y la nación, objetivo que encerraba toda la moralidad de la fecunda alianza concebida por la lealtad y el patriotismo de los buenos españoles, que se lisonjearon de estrechar para siempre en un lazo indisoluble el recuerdo de los incontestables servicios prestados por María Cristina á la causa de la libertad y la imperecedera memoria de los cruentos sacrificios hechos por la nación para salvar la corona de doña Isabel II.

Aunque el principal objeto de nuestro estudio debe limitarse á narrar los hechos que constituyen la historia del reinado de aquella poco afor tunada princesa, es tan íntima la conexión y enlace que existen entre la situación en que Fernando VII dejaba á España y la que para su viuda creaba la lucha abierta entre los partidarios de su hija y los de su cuñado, hechos que debían conducir á la elaboración y establecimiento del moderno derecho patrio, que no cabe abordar el reinado de la hija, sin dar nos cuenta de qué manera el del padre había traído la nación al estado cuyas causas y efectos están todavía pesando sobre los destinos del nieto del monarca, cuyo fallecimiento acaecido en la tarde del 29 de setiembre de 1833 inaugura la época á cuya historia vamos á dar principio.

LIBRO PRIMERO

REGENCIA DE DOÑA MARIA CRISTINA.-ESTALLA LA GUERRA CIVIL

CAPÍTULO PRIMERO

ESTADO DE LA NACIÓN AL FALLECIMIENTO DE FERNANDO VII

La gobernadora ratifica los poderes del ministerio Cea.-La oposición liberal.-El testamento dei rey.-Oposición realista contra el gabinete.-El manifiesto del 4 de octubre.-Insurrección de Talavera y de Vizcaya.-Desarrollo de la insurrección.— Movimientos en Álava.-Situación del gobierno y sus actos.-Ampliación de la amnistía y desarme de los realistas.-Crece la oposición á Cea Bermúdez.-Insurrección de Navarra; fusilamiento del general don Santos Ladrón.-Don Tomás Zumalacárregui.

La primera, la más importante y decisiva cuestión que hacía surgir el fallecimiento de Fernando VII, acaecido en la tarde del día 29 de setiembre de 1833, debía necesariamente ser la de poner de manifiesto cuál sería el criterio que la reina gobernadora aplicase á dirimir el conflicto en que se hallaban las dos influencias que se disputaban el predominio de la nueva situación.

Por lo que queda dicho en nuestra introduccion á la historia del reinado, cuyas vicisitudes van á ocuparnos, dejamos suficientemente expuesto que la mente de Cea Bermúdez, en un todo conforme á la del difunto rey, rechazaba todo cambio en las instituciones, al paso que un numeroso é influyente partido, compuesto de los elementos templados del realismo y de la parte más moderada de los antiguos constitucionales, hacía de la adopción de reformas en sentido liberal la condición de los sacrificios que estaban prontos á imponerse en defensa de los derechos de la hija del rey difunto.

Suficientemente hemos dado á comprender que, aunque no tenían. participación en las esferas del gobierno los hombres de opiniones avanzadas, el dualismo estallado en la corte desde la promulgación de la Pragmática, constituía á los liberales de todos los matices en tácitos aliados de la causa representada por la reina gobernadora.

Entre este elemento liberal ocupaban muy principal papel los emigrados que el decreto de amnistía había restituído al seno de la madre patria, y cuyas exigencias en pro de significativas reformas daban acrecentado impulso á los contrarios del sistema Cea, contra el que también era sabido militaba la influencia todavía poderosa de la infanta doña María Carlota, Fácil es de comprender, por lo que queda expuesto, cuál era el estado

en que al fallecimiento de Fernando VII iba á encontrarse su viuda. Tenía enfrente un partido organizado civil y militarmente y pronto á alzar bandera de rebelión contra la sucesión directa; estado de cosas que hacía más difícil la vacilación, las dudas y la desconfianza en que la política del ministro Cea, fuertemente patrocinada por el monarca que acababa de fallecer, había tenido al partido liberal, en el que únicamente podía la reina fundar razonables esperanzas de, con su ayuda, superar la enemiga del clero y de los absolutistas, de muy atrás resueltos á apelar á las armas para entronizar á don Carlos.

Aunque el crítico estado de la salud del rey debía hacer temer de un día á otro su próximo fin, nada hacía prever en los últimos días del mes de setiembre que la vida del enfermo se extinguiese súbitamente.

Al amanecer del día 29 de dicho mes no preveían los médicos una agravación instantánea, cuando repentinamente fueron llamados á la real cámara. Acababa Fernando de comer con bastante buen apetito y vióse repentinamente atacado de un desvanecimiento, con carácter de síncope, cuya gravedad no vacilaron los facultativos en calificar en preludio del próximo fin del enfermo, el que en efecto expiró á las cuatro de la tarde del mismo día.

Hallábase en aquella hora Cea Bermúdez en la secretaría de Estado, de la que era su costumbre no retirarse hasta bien entrada la noche, cuando recibió la inesperada é infausta noticia. Preparado sin duda alguna para la eventualidad de momento tan supremo, puso Cea en ejecución lo que es también verosímil tuviese pensado, y mandó citar inmediatamente á palacio á las autoridades constituídas. á los generales Quesada, Martínez de San Martín, Freire y otras distinguidas personas, las que incontinenti acudieron al llamamiento. Reunido que húbose con ellas, condújolas el primer ministro á la cámara, donde la reina viuda, anegada en lágrimas, lamentaba su desgracia rodeada de sus inocentes hijas y de lo más íntimo y allegado de su servidumbre; y contrastando Cea con su ademán resuelto y levantado el cuadro de desolación que tenía ante sus ojos, dirigió al séquito allí reunido los siguientes palabras que da como auténticas un escritor contemporáneo: «Señores: S. M. ha muerto; su ilustre viuda, identificada con nosotros en sentimientos, española por cariño y deseando la felicidad de la monarquía, quiere saber de ustedes si puede contar con su lealtad y la de la guarnición para conservar el orden y cumplir lo mandado por el rey, como leales militares y buenos españoles.>>

No podía ser dudosa la respuesta de los interpelados, hallándose todos muy de antemano afiliados al partido realista templado, y varios de ellos procedentes de las filas liberales, durante la segunda época del régimen constitucional. Ni el ministro ni las autoridades militares perdieron un solo instante en asegurarse de la fidelidad de los cuerpos de la guarnición, cuyos sentimientos, reproducidos por medio de reverentes exposiciones al trono, confirmaron y dieron mayor fuerza á la solemne declaración de adhesión y de lealtad hecha por Cea y sus acompañantes en presencia de la reina viuda.

Hechos de tanta monta no pudieron menos de transpirar instantáneamente entre el vecindario de Madrid, dando lugar á que los campos aca

basen de dibujarse, y á que los futuros contendientes calculasen sus respectivas fuerzas, enumerando sus recursos y las alianzas con que creían poder contar. Para nadie era un secreto que los embajadores de Francia é Inglaterra apoyaban decididamente la causa de la reina, y aunque no debía significarse hasta más tarde cuál sería la actitud de las legaciones de Rusia, de Prusia, de Austria y de Nápoles, señalaba la opinión como contraria á la sucesión directa la influencia de aquellas potencias.

La ventaja que el partido carlista llevaba al partido liberal, por hallarse aquél organizado muy de antemano para el momento crítico, apresuróse á ponerla de su parte el último, concertándose á fin de aunar sus fuerzas, ofreciendo á la reina un apoyo capaz de balancear y aun de superar á las altivas aspiraciones de los carlistas. En la noche del mismo día en que Cea se presentaba á la reina viuda con ánimo de inspirarle confianza en su sistema y en los medios de hacerlo triunfar, celebróse una numerosa junta de hombres conocidos por sus opiniones reformistas, entre los que se hallaban los hermanos García Carrasco, Fuente Herrero, don Bartolomé Gallardo, Puigdullers, don Eugenio Aviraneta y otros sujetos de resolución y valía, cuyo entusiasmo y ardor creció al compás de las circunstancias. Tiénese por hecho averiguado que el don Eugenio, cuya inventiva y fecundidad en planes revolucionarios lo hicieron célebre, propuso á la reunión arrestar al primer ministro y cambiar á todo trance y de un golpe la situación por medio de una mudanza de ministerio. Este atrevido pensamiento halló contradictores que hicieron valer la inconveniencia de apesadumbrar á la reina viuda imponiéndole resoluciones violentas, cuando apenas había tenido tiempo de enfriarse el cadáver de su regio consorte. Mas, descartada que fué la atrevida resolución de Aviraneta, convinieron los congregados en un temperamento más modesto, sin que dejara de ser intencionado, toda vez que llevaba por objeto producir una fuerte excitación en el ánimo de los amigos de la reina.

Consistía el medio adoptado en la publicación de una Gaceta apócrifa, atribuyéndola á una junta carlista; impreso en el que se daba como efectuado el levantamiento de aquel partido, enumerando hechos en apoyo de la invención, la que, por otra parte, tenía algo de profética, toda vez que los primeros síntomas de la insurrección carlista vinieron á cruzarse con las precauciones y temores que agitaban el ánimo de los cristinos.

El preferente cuidado del gobierno, después de comunicar al ministro de España cerca de la corte de Portugal instrucciones terminantes para que apresurase la salida de aquel reino del infante don Carlos, segun lo tenía mandado con repetición su difunto hermano, fué el de buscar el testamento de Fernando VII; documento cuya necesidad había encarecido dos días antes del fallecimiento del rey el ministro de la Guerra, general Cruz, y que por miramientos hacia el estado de salud del monarca que había de testar no llegó á redactarse.

Pensó seriamente el gobierno en la mañana del 28, que debía pasar por cima de los escrúpulos y miramientos hasta entonces guardados, procediendo de manera que quedase el testamento reducido á acto auténtico dentro de las siguientes veinticuatro horas; propósito que no pudo reali

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