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Reinosa y que hablando con Villalobos ó Merino podía ser nuestro paso menos peligroso y no quiso. Antes de llegar á Pancorbo encontramos cuatro soldados de caballería y un cabo que iban echando mueras á Carnicer. Éste seguía adelante montado en un macho y nosotros nos detuvimos á darles de beber. Al llegar al puente de Miranda de Ebro nos pidieron los pasaportes, y vistos, el centinela nos franqueó el paso hasta la caseta de carabineros, donde se nos pidieron segunda vez los pasaportes, diciéndonos no llevábamos autorización para pasar á provincias. Luego le preguntaron á Carnicer que qué tenía en la cara (pues con un parche y un pañuelo ocultaba un lunar), contestó que padecía una fluxión de muelas, á cuyo acto el oficial de carabineros le dijo sacando un oficio: Descúbrete, niño, la cara, has venido á dar en las manos de tu mayor enemigo; haciéndole al mismo tiempo una relación del oficio que decía sustancialmente estas palabras: «Por uno de los vados del Ebro ó puente de Miranda, deberá pasar Carnicer vestido de arriero con otro. Vigilancia, vigilancia, redoblar la vigilancia.» Acto continuo nos preguntaron si lo conocíamos; dijimos que no, pues se nos había unido en el camino; á pesar de eso fuímos conducidos al cepo: luego trajeron un corneta que había en guardias, llamado Morillo y le reconoció; en vista de lo cual fuímos conducidos á la presencia del comandante de armas, quien nos instó para que declarásemos conocer á Carnicer amenazándonos con la muerte, y contestamos siempre no conocerle. Fuímos conducidos al castillo y al día siguiente, ó á los dos días de fusilado Carnicer, me subieron al cuarto de banderas donde estaban los piquetes y religiosos franciscanos para auxiliarme y el gobernador me dijo que era inútil el negar, pues el compañero había declarado que era capitán de la otra época y que había estado en Ceuta por la causa del Royo, visto lo cual confesé ser cierto. Interrogándome qué graduación tenía en la actualidad, contesté que la misma que la época anterior. Seguidamente vino un escribano y diciéndome que declarase, porque el hombre en el artículo de la muerte debía ser verdadero, contesté que nada tenía que decir y que descubriría cuanto supiese después de tener indulto de la Reina Gobernadora, motivo por el cual suspendieron la ejecución, y subiendo acto continuo el corregidor me preguntó si declararía si venía el perdón, y contestándole que sí, dijo iba á solicitarlo y me volvieron al cepo junto á Salbo. A los pocos días nos condujeron á Burgos y en Bribiesca se nos notificó el perdón y se nos dijo podíamos declarar ampliamente, reduciéndose mi declaración á que Sebil y Manero eran encargados de llevar la pólvora á Ariño para la fabricación de cartuchos á cargo de José Masipe y un tal Blesa, ya difunto entonces, que hacía de confidente á donde se le mandaba. Esta declaración fué convenida con Salbo y citamos á dichos sujetos porque estaban comprometidos y avisados.

Fuímos conducidos á Burgos, donde permanecimos diez meses y días, en cuyo intermedio nos pidieron nuevas declaraciones que no variamos. Conducidos á Vitoria en unión de varios carlistas, venidos de la Coruña y el Ferrol, fuímos canjeados todos el 23 de enero de 1836. Esta misma relación hice á S. M. en Oñate á mi presentación después de canjeado. Y por ser la verdad la firmo en Pau á 8 de julio de 1844.-Francisco García.

DOCUMENTO NÚM. IV

PARTE DE NOGUERAS INTERCEPTADO POR LOS CARLISTAS

Comandancia general del Bajo Aragón.-Excmo. Sr.-En los campos de Alloza he dado alcance á la facción reunida de Cabrera, Quiles y Torner, en número de 400 á 450 infantes y algunos caballos: el día más á propósito para concluir la facción ha sido éste; pero no es creible que Cabrera ni los suyos sean hombres, jamás he visto más decisión, valor ni serenidad; no es posible que las tropas de Napoleón hayan nunca hecho ni podido hacer una retirada por un llano de cuatro horas con tanto orden. Lejos de obtener ninguna ventaja de las que creía, no he observado sino el desmayo de la tropa que tengo el honor de mandar, en vista de la resistencia que han opuesto un puñado de hombres, dignos de defender mejor causa. Si á Cabrera no se le corta el vuelo, este cabecilla dará mu. cho quehacer á la causa de la libertad: debe el gobierno tomar medidas fuertes y enérgicas para destruirle, pues de lo contrario, aquél con el prestigio y arrojado valor tiene alucinada su gente y llena de confianza así como los pueblos. Tenemos que lamentar la pérdida del bravo coronel Zabala que ha dejado su honor bien puesto y el de las armas. Mandaré á V. E. el parte circunstanciado de la victoria en este día para que haga de él los usos que estime convenientes.

Dios guarde á V. E. muchos años.—Alloza 23 de abril de 1835.—Excelentísimo Señor.-Agustín Nogueras.-Excmo Sr. Capitán general de este reino.

CAPÍTULO IV

LAS AMEZCUAS

Segundo mando del general don Jerónimo Valdés.- Consecuencias militares de su campaña.- Consecuencias políticas de la misma. -Evacuación del Baztán.-Derrota de Descarga.-Abandono de los puntos fortificados.

La aceptada dimisión del general Mina, el estado cada día más crítico de la guerra del Norte y la notoria debilidad de la situación en que se encontraba el ministerio, combatido á la vez por el sentimiento de pronunciada reacción liberal, que se había generalizado en el país, y al que prestaban incesante y agresivo eco las oposiciones en ambos Estamentos, eran circunstancias que encarecían para los ministros las esperanzas, bastante fundadas, en el patriotismo y en las dotes militares generalmente atribuídas al caudillo de quien se esperaba diese cumplida la obra de pacificación en la que se habían estrellado cuatro de los más acreditados generales que contaba el ejército español.

Como con la salida de Valdés para tomar el manto del ejército del Norte y con su llegada al teatro de la guerra, coincidió el decadente estado con que hemos dicho se hallaban las facciones del Bajo Aragón antes

de que las vigorizara el generalato de Cabrera; esta circunstancia y la noticia del fusilamiento de Carnicer considerado como hecho que traería la pacificación de las comarcas del Ebro, robustecieron la opinión de que Valdés iba á hacer una brillante campaña.

Queda anteriormente expuesto que tuvo éxito el espontáneo improvisado movimiento del general Córdova en auxilio de Maestu, y de qué manera salvó el peligro en que llegó á verse y la atrevida marcha que efectuó penetrando en los valles de Arana y de las Amezcuas, corriéndose seguidamente en dirección de Santa Cruz, de Cabredo, de Genevilla y de Aguilar, entregando á su paso á las llamas los molinos, fábricas y almacenes que en aquel territorio poseía el enemigo, cuyo campamento atrincherado de Urbizo tuvo también el general Córdova la buena suerte de destruir, sin que Zumalacárregui ni los jefes bajo sus órdenes pudiesen impedir, ni por el momento vengar tampoco, el daño que les infería el general de la reina. Después de aquel feliz episodio de guerra, marchó Córdova á Vitoria escoltando un gran convoy, y esperó las órdenes del general en jefe que se hallaba en Logroño y á quien se había unido Aldama con catorce batallones y la brillante división de caballería que mandaba en la Ribera el brigadier don Narciso López. Reconcentrado que hubo sus fuerzas Valdés en la capital de la Rioja, el 16 de abril salió para la Guardia, pero antes de internarse, cual era su propósito, en el corazón del país vascongado, quiso precaver la eventualidad de excursiones del enemigo á sus espaldas, y dispuso que la caballería de López y algunas brigadas de artillería guardasen la línea del Ebro.

Ocupaban entonces los carlistas las cercanías de Mondragón y Oñate, y conforme al plan que Valdés se había trazado antes de su salida de Logroño, dispuso que una fuerte división mandada por Méndez Vigo y Gu rrea tomase á su cargo el impedir el paso de Zumalacárregui hacia el Baztán ó las Amezcuas, puntos por los cuales era lo más probable que tratase de efectuar aquél su retirada al verse atacado por fuerzas superiores. Prescribió Valdés al mismo tiempo al brigadier Jáuregui, que desde la parte de Guipúzcoa que ocupaba, se diese la mano con el general Oraá, encargado de la custodia del valle del Baztán.

Pero á la aproximación de Valdés, Zumalacárregui había dividido sus fuerzas, novedad que alterando los cálculos del general de la reina, hizo que retrocediese desde Peñacerrada á Vitoria, donde reunió al grueso de su ejército los siete batallones de que se componía la división del general Córdova, y modificó el plan de campaña que había formado antes de su anterior salida de Álava.

No es necesario detenerse en analizar este plan, que como no tardó en manifestarse, se reducía á marchar sobre el enemigo al frente de treinta y cuatro batallones, superioridad numérica que justificaba la suposición de que un general de la capacidad que se atribuía á Valdés, habría combinado algún sabio movimiento envolvente, pero lejos de haber tomado disposiciones propias á sacar partido de sus fuerzas, Valdés marchó en cuanto la índole del terreno lo permitía, como en columna cerrada en busca del enemigo, al frente de cuatro divisiones mandadas por los generales Córdova, Aldama, Seoane y don Froilán Méndez Vigo.

Confiado en la bondad de sus planes, no menos que en los medios de obtener los resultados que se había propuesto, preludió Valdés su entrada en operaciones dirigiendo al ejército una orden general del día y al pueblo vascongado una proclama, documentos que hallarán los lectores entre los documentos de referencia números I y II, y cuyo contenido confirma el objetivo ya consignado, respecto á la confianza que animaba al general de coronar con completo éxito la gloriosa obra de la pacificación.

Haciendo uso Valdés de las altas atribuciones con que la reina y su gobierno le habían investido, concedía el grado inmediato á los oficiales y sargentos que desde el principio de la guerra habían combatido en Navarra, á cuyas gracias añadió la distribución de condecoraciones y otorgamiento de premios á los individuos de la clase de tropa.

Al pueblo vascongado ofrecía indulgencia, paz y protección si le ayudaba para la pronta terminación de la guerra, amenazando con que haría pesar todo el rigor de ella sobre los que coadyuvasen á que aquélla se prolongara.

Seguidamente y sin haber dispuesto que los generales que mandaban las divisiones las condujesen con las precauciones y la distribución conveniente á operar en un territorio tan accidentado y tan conocido y dominado por el enemigo, Valdes se internó, por decirlo así, de sopetón en las Amezcuas, pernoctando en Contrasta el mismo día en que salió de Salvatierra.

A su aproximación evacuó Villareal las posiciones que ocupaba y evitando venir á las manos fué á reunirse á Zumalacárregui que se hallaba en Eulate. Dispuso éste entonces que Sarasa con los batallones vizcaí nos se dirigiese á racionar sus fuerzas á los puntos donde mejor pudiese hacerlo, pero sin dejar de estar bastante próximo para servirse de ellos Zumalacárregui según lo exigiesen las circunstancias.

Al señalar la situación de Segura como la más conveniente para la residencia de don Carlos, no había podido figurarse su entendido general que Valdés aglomeraría sobre un solo puesto tan crecido número de tropas, y vió con sorpresa igual á su satisfacción que su enemigo se adelantaba con precipitación en un país en el que tenía forzosamente que carecer de medios de subsistencia, y para sacar mejor partido de los errores en que veía próximo á caer á su adversario, llamó Zumalacárregui inmediatamente á sí los batallones que tenía acantonados en los valles de Ejea y de la Berueza, Reforzado con la llegada de estas tropas de refresco, aguardó tranquilamente en el puerto de Eulate al frente de diez batallones, el encuentro de los treinta y cuatro que venían en su busca, confiado, como otras veces lo había hecho con tanto éxito, en su conocimiento del terreno y en la decisión y la disciplina de sus soldados.

Al amanecer del día 21, las divisiones de Valdés emprendieron su movimiento hacia las posiciones ocupadas por el enemigo. Antes que aquél hubiese significado el uso que haría de sus fuerzas, Zumalacárregui seguido de una pequeña escolta se había acercado á Contrasta, y reconocido que hubo la disposición de las fuerzas cristinas, ordenó que sus batallones. abandonaran el puerto de Eulate y emprendiesen sin dilación su marcha

en dirección de las Amezcuas; pero tuvo cuidado de situar dos de aqué llos en un bosque intermedio entre los dos valles, con objeto de embarazar la marcha de su enemigo. En vez, sin embargo, de tomar el camino que conduce á las Amezcuas, Valdés se dirigió con el grueso de su ejército á los puertos de Anorrache y Eulate, teniendo que atravesar un terreno largo y difícil, cuyas angostas veredas y barrancos, poco menos que impracticables, fatigaron por decirlo así inútilmente la aglomeración de fuerzas que el general de la reina se empeñó en conducir por parajes tan poco á propósito para moverlas. El territorio ocupado por Valdés se hallaba tan desprovisto de recursos que ni aun agua para beber encontraban los soldados, y apercibiéndose desde luego Zumalacárregui de las dificultades que iba á encontrar su adversario para salir del atolladero en que se había metido, limitóse á situar sus batallones en los puntos por donde creyó podía ser atacado y desde los que con mayor libertad pudiese disponer de sus fuerzas.

Mas no tardó en apercibirse por la inacción en que permanecía Valdés que éste había comprendido la falsa posición en que se hallaba y de la que procuraría salir encaminándose á las alturas de Artaza, desde donde el ataque le sería más fácil y más segura también la retirada á Estella. Con su certero ojo militar escogió Zumalacárregui cuatro de sus mejores batallones, con los que trepó resueltamente apoderándose del elevado puerto que dominaba la cordillera, campo de operaciones tan indiscretamente escogido por su contrario. Al llegar el caudillo navarro á la eminencia objeto de su movimiento tomaba el camino de Estella una de las divisiones de Valdés, contra la que rompieron los carlistas el fuego, trabándose un reñido combate sostenido con gran bizarría por ambas partes, pero extenuados de fatiga los soldados de la reina, por tres días de penosa marcha y dos noches de mal dormir, en aquellas frías y húmedas montañas, en las que se vieron privados de raciones, decayó su ánimo no obstante el valor con que sus jefes los animaban, y muy comprometida vióse la retaguardia del ejército cuya marcha detuvieron los carlistas; pero presentándose oportunamente el general Córdova al frente del batallón de ligeros de Aragón, que tan ruidoso papel había representado en Madrid el 18 de enero, bastó aquel refuerzo para detener el ímpetu de los carlistas. Mas en aquel momento llegó Zumalacárregui al frente de dos batallones, y sabedor de que el grueso del ejército cristino se retiraba en dirección de Estella, cayó sobre Córdova con toda la enérgica resolución que caracterizaba los movimientos de aquel temible caudillo. Vióse entonces grandemente comprometida la división que á las órdenes de Córdova protegía la retirada del ejército, no habiendo bastado la inteligencia, las acertadas medidas, ni el indómito valor desplegados por este general para remediar los efectos del mortífero fuego que desde las alturas recibían sus soldados y á cuyo rigor acabaron por ceder entrando en sus filas la confusión y el desorden. La oscuridad de la noche acrecentó los deplorables efectos de la casi dispersión que experimentaba la retaguardia, retardada en su marcha por el combate que había sostenido y separada en su consecuencia por dos leguas de distancia del grueso del ejército, que no en mejor orden se alojaba en Estella ya bien entrada la noche.

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