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voluntarios se hallaban en un estado tal de desmoralización y de abatimiento que el contagio cundió hasta los mismos navarros. No se abatió sin embargo el espíritu de Zumalacárregi en presencia de aquella flaqueza de sus reclutas, y resuelto á hacer de elios soldados disciplinados y aguerridos levantó su abatido ánimo armando aquellos de los suyos que no lo estaban con quinientos fusiles que le facilitaron las diputaciones de Vizcaya y Guipúzcoa, y repartiendo entre la totalidad de sus fuerzas el abundante repuesto de cartuchos que de aquéllas recibió. Consecuencia de semejantes pruebas de la firmeza y del don de mando que residía en Zumalacárregui, fué que las juntas decretaron investirlo con el carácter de general en jefe de las fuerzas de las tres provincias hermanas, mando que reunido al que ya ejercía sobre los contingentes de Navarra, daban á Zumalacárregui el empleo efectivo de generalísimo de la insurrección.

Como antes dejamos expuesto, admitida que fué á Sarsfield la dimisión del mando del ejército de operaciones y nombrado virrey de Navarra, reemplazóle en el cargo que dejaba, el teniente general don Jerónimo Valdés, caudillo procedente del ejército de Ultramar, cuyos jefes y oficiales regresaron á la Península después de la definitiva pérdida de nuestro continente colonial, siendo este general hombre que gozaba de grande autoridad y prestigio en el ejército y entre las influencias de la situación imperante. La circunstancia de haber las facciones de las tres provincias vascongadas buscado refugio en Navarra, ahuyentadas por la persecución de las columnas de la reina, infundió á Valdés la confianza de que en breve lograría pacificar el país, haciéndoselo así entender al gobierno, y en su consecuencia, deseoso de que sus vaticinios tomasen el carácter de hechos consumados, dispuso que el barón del Solar de Espinosa al frente de una columna marchase á castigar la audacia de los cabecillas Verástegui, Goñi y Gándara, que habían vuelto á hacer excursiones en el territorio vascongado. En la primera quincena de diciembre avistó el barón las fuerzas carlistas que mandadas por La Torre ocupaban á Guernica, y no tardó en trabarse entre ambos contendientes el primer desgraciado encuentro que empañó los triunfos hasta entonces alcanzados sobre los carlistas por las tropas de la reina. En vano los soldados del barón se condujeron con bizarría igual á la que animaba á su jefe; los carlistas habían en pocos días adelantado en disciplina y sostuvieron con denuedo y empeño un combate del que salieron ganosos, causando al barón más de cien bajas, la mayor parte prisioneros. Mas no queriendo el último darse por vencido, intentó nuevamente apoderarse de Guernica, designio que no logró, viéndose obligado á retirarse nuevamente rechazado con pérdida de muertos y heridos.

Sabedor Valdés del desastre corrió al frente de tres mil soldados en persecución de los carlistas, pero no le esperaron éstos, cediendo el paso á Valdés, que entró en la población sin obstáculo el 26 del antedicho mes, habiendo arrollado en las inmediaciones de Durango á un batallón insurrecto que pretendió detener su marcha.

No quiso por su parte permanecer ocioso el nuevo virrey de Navarra Sarsfield y al frente de las fuerzas que pudo reunir salió de Pamplona en busca de Zumalacárregui á quien avistó en Dicastillo; pero el jefe carlista,

sin eludir el combate, supo tomar posiciones ventajosas en las que no juzgó Sarsfield debía atacar á su enemigo, y sin tampoco volverle la espalda, maniobró el general de la reina á efecto de atraer á Zumalacárregui á otro terreno. Gran conocedor de la topografía del país, y tan resuelto como precavido, el jefe navarro comprendió el juego de su adversario, y mostrándose maestro en el arte de eludir encuentros que pudieran serle adversos y en el de provocar al enemigo cuando podía hacerlo con ventaja, trajo á Sarsfield en su seguimiento y sin dejarlo descansar de la Solana á la Ribera en marchas y contramarchas sin resultado, lo que bastó para hacer comprender á Sarsfield cuánto aquella guerra tenía de local y de desventajosa para quien con insuficientes fuerzas no podía contrarrestar á la vez á la movilidad del enemigo en armas, y á la mala voluntad de la población ganada en su gran mayoría á la causa de la insurrección.

Sarsfield no quiso prolongar su estéril campaña y regresó á Pamplona, confiando al brigadier Lorenzo y al coronel Oraá las fuerzas de que disponía.

DOCUMENTO NÚM. I

MANIFIESTO DE DON CARLOS

<<¡Cuán sensible ha sido á mi corazón la muerte de mi caro hermano! Gran satisfacción me cabía en medio de las aflictivas tribulaciones, mientras tenía el consuelo de saber que existía, porque su conservación me era la más apreciable. Pidamos todos á Dios le dé su santa gloria si aun no ha disfrutado de aquella eterna mansión.

>>No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religión, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesión y la singular obligación de defender los derechos imprescriptibles de mis hijos y todos mis amados sanguíneos, me esfuerzan á sostener y defender la corona de España del violento despojo que de ella me ha causado una sanción tan ilegal como destructora de la ley que legítimamente y sin alteración debe ser perpetua.

>>Desde el fatal instante en que murió mi caro hermano,-que santa gloria haya,-creí se habrían dictado en mi defensa las providencias oportunas para mi reconocimiento; y si hasta aquel momento habría sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora será el que no jure mis banderas, á los cuales, especialmente á los generales, gobernadores y demás autoridades civiles y militares, haré los debidos cargos cuando la misericordia de Dios, si así conviene, me lleve al seno de mi amada patria, y á la cabeza de los que me sean fieles. Encargo encarecidamente la unión, la paz y la perfecta caridad. No padezca yo el sentimiento de que los católicos españoles que me aman, maten, injurien, roben, ni cometan el más mínimo exceso.-El orden es el primer efecto de la justicia; el premio al bueno y sus sacrificios, y el castigo al malo y sus inicuos secuaces es para Dios y para la ley, y de esta suerte cumplen lo que repetidas veces he ordenado. -Abrantes, 1.° de octubre de 1833.-Carlos María Isidro de Borbón.>>

DOCUMENTO NÚM. II

SEGUNDO MANIFIESTO DE DON CARLOS

«Habiendo recibido ayer oficialmente la infausta noticia de haber sido Dios servido de llamar para sí el alma de mi muy caro y amado hermano el señor rey don Fernando VII (q. e. p. d.). Declaro: que por falta de hijo varón que le suceda en el trono de las Españas, soy su legítimo heredero y rey, consiguiente á lo que por escrito manifesté á mi muy caro y amado hermano, ya difunto, en la formal protesta que le dirigí con fecha 29 de abril del presente año; igualmente que á los consejos, diputados y autori. dades, con la del 12 de junio.-Lo participo al Consejo para que inmediatamente proceda á mi reconocimiento y expida las órdenes convenientes para que así se ejecute en todo mi reino.-Santarem 4 de octubre de 1833. -YO EL REY.-Al Duque presidente de mi Consejo. >>

«Conviniendo al interés de mis pueblos el que no se detenga el despacho de los negocios que ocurran... he venido en confirmar, por ahora, á todas y á cada una de las autoridades del reino, y mandar que continúen en el ejercicio de sus respectivos cargos.-Tendréislo entendido, etc., etc. Al Duque presidente del Consejo real.>>

DOCUMENTO NÚM. III

MANIFIESTO DE DON CARLOS AL EJÉRCITO

«Carlos V á los generales, oficiales, sargentos, cabos y soldados del ejército.

>>Llamado por Dios para ocupar el trono español, para defender su santa causa y hacer felices á mis pueblos, me esmeraré y desvelaré hasta conseguirlo, ayudado de los conocimientos y consejos de las personas de mayor instrucción y probidad, que siempre tendré á mi lado. No lo dudéis, estos son mis deseos y única ambición. Quiero también llegar á tan dichoso término con una paz inalterable y sin que mi real ánimo, pacífico de suyo, se vea violentado á castigar sin disimulo á los que, desobedientes á mis paternales avisos, continúen obcecados y seducidos oponiendo resistencia á la legitimidad de mis derechos. No permita el Señor ponerme en tan apurado caso. Le pido, por el contrario, os inspire y llame á la conservación del honor adquirido juntamente con la lealtad y valor inseparables del carácter nacional uniéndoos á vuestro rey en la frontera de España, ó á las divisiones ó partidas que en muchas y diversas partes se han pronunciado en mi favor, á cuyos jefes, oficiales y sargentos concedo el ascenso inmediato y el correspondiente sueldo á las mujeres é hijos de los que perecieren en tan justa lucha, y un grado á los que de vosotros se presentasen en el término de un mes que señalo contado desde esta fecha, sin perjuicio de los demás á que vuestros esfuerzos y sacrificios os hagan acreedores en lo sucesivo; y á mis soldados las distinciones y minoraciones de sus empeños en el servicio que acordaré tan luego como la paz y circunstancias lo permitan.

>>Castello-Branco, 4 de noviembre de 1833. YO EL REY.>>

CAPÍTULO III

ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO CARLISTA

Primeros triunfos de Zumalacárregui.—Capitulación de Orbaiceta.-Acción de Huesa. Espartero en Vizcaya.-Estado y vicisitudes de las facciones.

No por haberse retirado Sarsfield á Pamplona juzgó el caudillo navarro deber dejar de precaverse contra las operaciones que pudieran emprender Lorenzo y Oraá, y preparándose á hacerles frente escogió la posición que más ventajosa juzgó al efecto, situando su fuerza en el valle de la Borunda, en las inmediaciones de Nazar y Asarta. Al frente de sus batallones y á efecto de inspirarles á la vez confianza en sí mismos inculcándoles todo el vigor de la disciplina, mandó dar lectura del siguiente bando: «Don Carlos V, por la gracia de Dios rey de las Españas, y en su nombre don Tomás Zumalacárregui, comandante general de Navarra y jefe de las tropas de Guipúzcoa y Vizcaya: Hago saber á todos y á cada uno de los individuos de este ejército, que deseando cortar los abusos que acostumbra á haber, llegado el caso de un combate, se dictan los artículos siguientes:

>>1. Todo voluntario, cabo ó sargento, que volviese la espalda al enemigo sin expresa orden recibida al efecto, será privado en el acto de la vida.

>2. Todo voluntario, cabo ó sargento, que en el acto del combate profiera las cobardes y alarmantes voces: que nos cortan... que viene la caballería... que no tenemos municiones ú otras de esta especie, sufrirá irremisiblemente la pena de muerte.

>3.o Todo voluntario, sargento y oficial que cuando le mandase su jefe acometer á la bayoneta no obedezca, será pasado por las armas.

>4.° El oficial que teniendo orden de defender un puesto lo abandonase ó no hiciese la defensa posible, sufrirá irremisiblemente la pena de muerte.

>5. Asimismo será juzgado en consejo de guerra, y se le aplicará la misma pena, á todo jefe que dejase impunes los delitos que expresan los dos primeros artículos.

>El presente bando se publicará al frente de los batallones.-Cuartel general de Nazar, 28 de diciembre de 1833.

>>El comandante general, Zumalacárregui.»

Al despuntar el siguiente día 29, ordenaba el jefe carlista las disposiciones conducentes á recibir á pie firme al enemigo, y era tal el ánimo que el veterano caudillo logró inspirar á su gente, que al dar éstos vista á las columnas de la reina, lejos de flaquear mostraron su impaciencia de venir á las manos, y respondieron con gritos de entusiasmo á la viril alocución con que su denodado jefe quiso dar mayor impulso al denuedo de sus soldados. «Navarros,-les dijo,-ved ahí la horda revolucionaria que recorre nuestros hogares y los asola. Vuestros padres, hijos y hermanos, al sufrir tantas vejaciones, no les atormenta el dolor, porque vive en

su corazón la firme esperanza de que han de llevar el castigo de su maldad. Si hoy no los escarmentáis, la vergüenza debe cubrir vuestro rostro al presentaros delante de una amada esposa, de un querido padre ó de vuestros tiernos hijos. Navarros, hoy es preciso que reverdezcan los laureles que en tantas victorias habéis recogido. Sea el sepulcro de los impíos este suelo ya regado con su sangre. Vale más no existir, que existir llevando escrito en la frente el baldón de cobardía. Todos los navarros han preferido la muerte á la ignominia. ¿Seremos nosotros menos? Nuestra patria, madre de tantos valientes, espera la libertad de vuestras bayonetas. No merecéis ser navarros si hoy no se la dais. ¡Viva Carlos V!»

Cuando una guerra civil llega á tener jefes del temple de Zumalacárregui, acaba siempre por formar soldados merecedores de este nombre, los que una vez que llegan á verse organizados, las guerras civiles se prolongan y acaban como debía concluir en Vergara la de que nos ocupamos, por una transacción honrosa.

También Lorenzo y Oraá quisieron arengar á sus batallones, y á su frente acometieron con empuje y valentía las posiciones que defendieron los carlistas hasta agotar sus últimas municiones, terminando la lucha por cargas á la bayoneta en las que la ventaja quedó por los cristinos, los que, aun á costa de pérdidas sensibles, se hicieron dueños de las posiciones que habían ocupado los carlistas. Pasaron éstos el rio Arquijas, retirándose á sus guaridas en dirección de Otero.

Aunque literalmente vencido Zumalacárregui, consideró, no sin falta de razón, que había obtenido un triunfo moral, no sólo en razón á las pérdidas que hizo sufrir á las tropas de la reina, sino principalmente á causa de haber adquirido la confianza de poder contar con combatientes disciplinados y obedientes á sus órdenes.

Interin Zumalacárregui daba descanso á sus tropas en las Amezcuas, Lorenzo y Oraá emprendieron un movimiento en dirección de Puente la Reina, cuyo punto trató el primero de fortificar á fin de cortar á los carlistas el libre paso del rio Arga.

Dirigiéronse éstos entonces al valle de Ayezcoa, penetrando en Roncesvalles, donde procuró hábilmente Zumalacárregui atraer á su partido los habitantes de aquellas comarcas, hasta entonces más inclinados á favor de la causa de la reina que á la de su competidor. Y no fueron por entonces insensibles aquellos montañeses á las artes del jefe carlista, pues le entregaron sin resistencia el armamento que poseían y que fué de gran precio para los navarros; docilidad que Zumalacárregui supo recompensar prescribiendo á sus soldados no molestar en manera alguna á los habitantes, é imponiendo severas penas á los que infringiesen esta orden.

Llenado que hubo el jefe carlista su objeto, tomó el camino de Lumbier, movimiento que habiendo hecho creer á Oraá que Aragón podía ser invadido, abandonó á Puente la Reina, los Arcos y Estella, no sin dejar estas poblaciones fortificadas al dirigirse en seguimiento del enemigo. Prevenido éste á tiempo, merced al excelente espionaje que tan cumplidamente servía la causa de don Carlos, supo deslizar á tiempo parte de sus fuerzas hacia Sangüesa, y el resto de ella, conducida por Zumalacárregui, marchó á Nagore; movimientos que indujeron á Oraá á dirigirse

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