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á sus soldados. perdiendo con ellos todo su prestigio hasta el extremo de insubordinársele, negándose á batirse y pidiendo á gritos la vuelta á Navarra, de cuyas resultas bien se comprende que no pudieron los carlistas obtener las ventajas que les ofrecía la superioridad numérica que en aquella época alcanzaron.

Pensó Guergué en pedir refuerzos á don Carlos en relevo de la fuerza que componía la columna que había sacado de Navarra, y al mismo tiempo que recomendaba que dichos refuerzos se compusiesen de castellanos, ofreció que haría marchar al Norte 3,000 catalanes. Pero hombre de carácter vacilante y movedizo, abandonó aquel jefe esta idea, pues dejó á los catalanes en su país y sólo pensó en pedir á don Carlos con instancia y por varios conductos su más pronto relevo. Sin esperarlo emprendió su marcha á Navarra el 22 de octubre con las fuerzas que del Norte había sacado, menos las bajas naturales que había sufrido y la de 300 desertores, y aceleró cuanto pudo sus movimientos haciendo jornadas de once y doce leguas. Pasó otra vez por Barbastro, dejando en el país á su segundo Torres, en quien tenía ilimitada confianza. No correspondió á ella este jefe, pues en los mismos días en que recibía de su superior y amigo el mando de las fuerzas que quedaban en Cataluña, representaba á don Carlos contra Guergué. No tardó el que así se conducía en verse él mismo privado de la columna de Borges, que se le separó por conato de insubordinación, como hombre más deseoso de campar por sus respetos que solícito de obedecer, entregándose al saqueo á mansalva en los pueblos en que penetraba.

El 24 de octubre salió Guergué de Barbastro, llevándose en clase de detenidos al obispo y sus familiares. Mas sabedor de que venía á su encuentro el coronel Conrad con sus franceses, trató de evitarlo, sin haberlo conseguido, habiendo sido alcanzado y batido en Angueo.

En la confusión de la derrota el obispo y su servidumbre tuvieron la buena suerte de escapar. El fugitivo continuó su marcha por Bolea, y el 28 pasaba el río Aragón por Verdún, pernoctando el siguiente día en Oyate. Aquella misma noche hizo Guergué salir para el cuartel real á Santocildes en calidad de mensajero, mas encontró éste en su camino á Cordéu, enviado por Guergué como explorador, y noticioso de hallarse en Lumbier la división Méndez-Vigo, apresuróse Santocildes á expedir á su comitente el siguiente aviso:

«Aóiz 30 de noviembre á las diez de la mañana. Mi estimado general: acabo de llegar á este punto, donde he sabido que la columna de MéndezVigo pernoctó ayer en Lumbier; sírvale á V. de gobierno, mientras yo sigo para mi destino de etc.- Bernardo A. de Santocildes.»

Pero antes de que esta carta fuese expedida, Cordéu se había dejado sorprender por León Iriarte, quedando prisioneros de aquel jefe Santocildes y varios oficiales carlistas, los que fueron tratados por Méndez-Vigo, no sólo con humanidad, sino con señalada consideración. El suceso de Aóiz obligó á Guergué á mudar de dirección, y marchó en la del Baztán, entrando en Elizondo el día 3 de diciembre. Detúvose en este punto, en Riez, Muez y Arguiñano hasta el día 9, en cuyo día marchó al cuartel real llamado por don Carlos y dejando su tropa al mando del Royo.

Los oficiales prisioneros en Aóiz fueron conducidos á Pamplona, y desde dicho punto á Larraga. Llamóles allí Córdova á su presencia, conferenciando con Santocildes el general y el ministro de la Guerra, conde de Al modóvar, que acababa de llegar al ejército.

Pocos días después fué puesto en libertad el oficial carlista, quien después de conferenciar con don Carlos, fué por él comisionado, como más adelante veremos, cerca del general en jefe del ejército de la reina.

LIBRO CUARTO

PROLONGACIÓN Y EXACERBACIÓN DE LAS CONTIENDAS CIVILES HISTORIA DE LA GUERRA EN LOS DOS AÑOS 1835 Y 1836

CAPÍTULO PRIMERO

MINA EN CATALUÑA

Operaciones de Cabrera en el bajo Aragón y en Valencia.-Nogueras en campaña.Cabrera en Segorbe -Rubielos.- Estado y condiciones de la guerra en el Maestrazgo.-Gallarda defensa de Lucena.-Cerco de Alcañiz.-Régimen administrativo de Cabrera en los pueblos que domina.-Acción de Molina.-Las facciones castellana y gallega.-El tradicionalismo y la libertad.

El nombramiento de Mina para el mando superior de Cataluña llegó á noticia de este general cuando se hallaba en Pau, y apenas súpose en Navarra que el gobierno acudía de nuevo á la espada del popular caudillo de 1808 apresuróse el Ayuntamiento de Pamplona á pedir á la reina que fuese nuevamente conferido á Mina el mando del ejército del Norte, no sin protestar al mismo tiempo en cuant apreciaba los merecimientos del general que se hallaba á su frente, pero haciento resaltar la larga experiencia, conocimiento del país y prestigio que reunía en su persona el general Mina.

Preocupábase éste al entrar en España por Perpiñán de la situación á que los recientes pronunciamientos habían traído la política. Aunque amigo del orden y del acatamiento debido á la autoridad, Mina simpatizaba cordialmente con el sentimiento liberal que había producido la última explosión contra el gabinete Toreno, y se le resistía verse en el caso de emplear medidas coercitivas contra los junteros si éstos no acataban los mandatos del gobierno. El grito general que clamaba por Cortes Constituyentes hablaba muy alto en el pecho del general que hasta el último día se mantuvo fiel al gobierno constitucional sitiado en Cádiz.

Pero Mendizábal sacó á Mina de su perplejidad, dándole instrucciones por las que le recomendaba obtuviese por medios conciliatorios la obediencia que de parte de los pronunciados reclamaba el interés de la causa pública. Afortunadamente la Junta de Barcelona no se mostró sorda á la voz de Mendizábal y se disolvió trocando sus individuos las funciones de gobierno independiente, que habían ejercido, por las más modestas de miembros de la Diputación provincial y de la Junta de armamento y defensa.

Al hacerse cargo del mando, dirigió Mina una proclama-manifiesto á los catalanes, recordándoles que en época anterior supo vencer á los facciosos, que bajo otro nombre eran ahora los mismos enemigos de enton

ces; exhortaba á los pueblos á no prestar auxilio á los carlistas, y á los liberales á que no escaseasen los sacrificios exigidos por el interés de la libertad, terminando por asegurarles, que las Cortes, en unión de la Corona, iban á sentar las bases de la felicidad de la nación

Después de haber hablado en estos términos quiso Mina corroborar sus palabras con hechos, saliendo inmediatamente á campaña para lo cual tenía que dejar entregada la ciudad y los fuertes á la custodia de la milicia nacional; pero antes de su partida vióse obligado, no sin repugnancia y cediendo en ello á las vivas reclamaciones del comercio y de los mayores contribuyentes, á declarar en estado de sitio todo el territorio de las cuatro provincias catalanas. Los severísimos términos en que se hallaba concebido el bando dispositivo de las condiciones del estado de sitio, documento que se halla inserto en el número I de los documentos de referencia, no mereció la completa aprobación de los amigos de Mina en la corte, circunstancia muy de notar atendida la importancia que daba el general á la ortodoxia de su partido. Quedó mandando en Barcelona en calidad de segundo cabo el general don Antonio María Álvarez.

En Cataluña como en Navarra debía experimentar el general Mina el desengaño de que su ardor, su patriotismo, su larga experiencia de la guerra, no bastaban á superar las dificultades de una lucha que presentaba condiciones muy diferentes de aquellas que en 1823 había logrado dominar, hasta la entrada del ejército francés. El general perseguía sin descanso á los carlistas, pero no lograba darles alcance, y lo más que consiguió fué proteger á los pueblos en la medida que se lo permitían las fuerzas con que operaba y reanimar el espíritu de los partidarios de la reina.

Dejando de ocuparnos por un momento de los sucesos de Cataluña á fin de llevar de frente, según el método que hemos adoptado, de no separar la relación de los hechos comprendidos dentro de una misma época, deben fijar nuestra atención las operaciones que tenían lugar en el Maestrazgo y en el antiguo reino de Valencia. Había don Carlos revocado su decreto de Iturmendi por el que fraccionó el mando de las facciones de Aragón, mando que volvió á reasumir Cabrera con beneplácito de los demás jefes carlistas. Favoreció grandemente á la jefatura del adalid del Maestrazgo la circunstancia de que en el otoño de aquel año hubiese disminuído la actividad de la persecución por parte de las tropas de la reina, cuyo número seguramente no correspondía á las necesidades de aquella guerra, y de ello se aprovechó Cabrera para organizar sus huestes y dar instrucción militar á sus reclutas, sirviéndole también de poderoso auxiliar el descontento que en los pueblos ocasionaban los movimientos revolucionarios y las persecuciones contra los tachados de opiniones carlistas, pero que no habían hecho armas y vivían sumisos, hasta que viéndose ser blanco de malos tratamientos, ya que ellos mismos no fuesen á reunirse á las facciones, fomentaban la prepotencia de éstas y su aumento.

Cabrera, con la sagacidad propia de su ardiente imaginación, no descuidó de sacar partido del estado de los ánimos y dirigió á los suyos la siguiente proclama:

«Voluntarios: Nuestros enemigos, que lo son también de la patria, nos daran el triunfo, porque ya veis cómo se aumentan nuestras filas desde

las asonadas de Madrid, Zaragoza, Barcelona, Murcia y otros puntos. Allí asesinan á la faz del día, se rebelan contra las autoridades, saquean las casas, entran en los templos y dentro del coro matan á los religiosos indefensos, como ha sucedido en Zaragoza; destierran á vuestros padres, esposas é hijos, fusilan sin formación de causa y se cometen todas esas iniquidades que publican cada día los periódicos de la revolución. Los que se llaman justos y benéficos obran así, sin que se castiguen tantos y tan atroces crímenes. Y aun se atreven á llamarnos á nosotros forajidos y facciosos Ellos sí que son forajidos y facciosos. Ellos sí que son facciosos porque cada día quieren un gobierno; ellos sí que son sanguinarios al publicar sus bandos y decretos, como los de Llauder, Nogueras, Álvarez, Lorenzo, Rodil y otros, dignos de los Herodes y Nerones No os fiéis de sus palabras, voluntarios; ya veis la suerte que han tenido los que se acogieron á varios indultos, que cuando más tranquilos vivían, fueron presos los mozos y casados que habían figurado entre nosotros como oficiales en el bajo Aragón y Maestrazgo, y con muy pocas excepciones fueron destinados á los cuerpos de la Habana, y los demás á los presidios de Cádiz, Cartagena y Alicante. ¿Y qué ha conseguido con esto la revolución? Aumentar nuestras filas, como veis sucede todos los días. Pronto tendremos un ejército si nuestros enemigos continúan así, y pronto nuestro soberano don Carlos V se sentará en el trono de sus mayores. Valor, pues, y constancia espera de vosotros quien nunca os abandonará y es vuestro compañero, Cabrera.»

El 23 de junio se encontraban los carlistas en Prat de Comte y no vacilaron en atacar la columna mandada por el brigadier Aspiroz Bien informado del movimiento de este jefe, preparáronle una emboscada, y acometiéndolo de improviso lograron introducir el desorden en sus filas. Pero el bizarro Aspiroz no se dejó amilanar y se hizo fuerte al abrigo de un caserío, actitud que impuso á Cabrera, quien acabó por retirarse, noticioso de la aproximación de fuerzas liberales mandadas por el coronel Montero.

Digna de respeto y elogio fué la conducta del pueblo de Asnara, cuyos nacionales reducidos al exiguo número de diez y seis combatientes, no vacilaron en defenderse despreciando las reiteradas intimaciones de rendirse, y aunque vieron tomada por el enemigo la iglesia hicieron los nacionales nuevo baluarte de su torre, alcanzando la gloria de no ser vencidos y de ver alejarse á los carlistas.

Por aquellos días propúsose Cabrera apoderarse de Cherta, y aunque no logró hacerse dueño de la población, no fué estéril su correría, habiendo sacado de la comarca trescientos reclutas que dirigió á su depósito de Beceite para que recibiesen instrucción y armamento. El grande objeto de la ambición de los carlistas era adquirir armas, pues gente les sobraba al paso que carecían de fusiles.

Lo sucedido en el pueblo de Zurita pone de relieve el carácter de ferocidad que la guerra había tomado en las provincias del Este. Guarnecían dicho punto ocho nacionales de la localidad y treinta y cuatro moviliza dos de Valencia. Defendiéronse todos ellos briosamente ínterin conservaron probabilidades de ser socorridos, y obligados por la necesidad, resig náronse á capitular mediante la oferta de que tendrían sus vidas salvas.

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