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>>Podrá oponérsenos que el transporte á Puerto-Rico ó Filipinas de tanto carlista, gravaría el Tesoro público con gastos superiores á sus recursos actuales. Si faltasen medios pecuniarios para poner en ejecución este sistema, la cristiandad entera, horrorizada de tanto crimen, vendría en auxilio de nuestra pobreza. Lo decimos con entera confianza; una suscrición abierta en el extranjero á semejante objeto, produciría más oro que cuantos empréstitos han levantado nuestros diferentes gobiernos, desde que nos estamos despedazando unos á otros. La libertad, cuyo nombre invocamos y cuyo celestial influjo puede sólo darnos la victoria, se cubre de luto y rehuye nuestras adoraciones, cuando en vez de trofeos y de laureles cogidos peleando, le presentamos por ofrenda cadáveres inmolados sin riesgo, despojos sangrientos de indefensas víctimas, cuyo trágico fin acusa nuestra falta de verdadera energía y de humanidad.»

En honra sea dicho de la sensatez del pueblo de Madrid y de su milicia cívica, con cuya ira se había amenazado al director de El Español, la sentida y liberal protesta que acabamos de transcribir fué recibida con respetuoso asentimiento y señaló, aunque con menos animación de parte de los demás periódicos, la corriente á que dió lugar la polémica originada por aquel deplorable suceso.

A él vino á dar acrecentado interés la publicación de la siguiente representación, elevada á S. M. por el coronel don Manuel Fontiveros, viudo de la infortunada señora inmolada por Cabrera en venganza de la cruenta muerte dada á su madre.

«Señora: Sin convalecer del intenso dolor que devora mi corazón por el asesinato de mi inocente esposa, en virtud de disposición del cabecilla don Ramón Cabrera, y postrado en cama, de donde saldré para el sepulcro, eleva reverentemente á los pies del trono esta humilde representación, el coronel comandante retirado y de las armas de esta ciudad de Gandía, en el reino de Valencia, don Manuel Fontiveros, exponiendo: Que hallándome con igual destino en la villa de Chelva en el mes de setiembre último, fuí sitiado por Cabrera; pero habiéndome burlado de sus planes y esfuerzos para capturarme, iracundo y furioso arrebató cruelmente á mi esposa doña María Roqui, que se hallaba escondida en una casa, y fué delatada por los vecinos del pueblo, conduciéndola entre sus hordas, sufriendo una muerte civil, hasta el 20 de febrero último que la fusiló. Pero ¿acaso, señora, se ha inmolado esta víctima por el cabecilla Cabrera? No, señora, no. Mi inocente esposa ha sido asesinada por el despotismo más atroz en que hemos degenerado, de algunos hombres que, bajo la máscara de buenos españoles, no quieren más que la ruina del trono de Isabel II y la de los liberales honrados. Señora: á V. M. y á nosotros nos engañan. El trono de vuestra excelsa hija y los liberales estamos entre los fuegos de los facciosos, es decir, entre los carlistas y otros, que so color de amor al orden quieren extender su dominio desde el Oriente al Occidente, como si las facciones fuesen de su patrimonio y propiedad; y cuando la ley no rige, cuando no ejerce con desembarazo sus funciones, sin más ley que su capricho y arbitrariedad. Este, señora, es el caso en que desgraciadamente nos encontramos. La petición del brigadier Nogueras para que se fusilase á la madre de Cabrera que se hallaba presa y la concesión del señor general Mina,

son hechos que conducen á los horrores de una guerra nunca vista ni oída. Treinta víctimas han sido ya sacrificadas en represalia de la madre de Cabrera, habiendo sido la primera de ellas mi inocente esposa Han provocado una guerra que hasta los mismos árabes se habrían abstenido de emprender. Nuestra ilustración puede decirse que ha retrocedido por este hecho hasta más allá de aquellas naciones que aun carecen de sentimientos de humanidad y á las que repugnaría imitarnos. Los señores general Mina y brigadier Nogueras han empañado y echado tal borrón al brillo de sus antiguas glorias, desacreditando al partido liberal, que nunca podrá lavar esta mancha que refluye hasta el trono de vuestra excelsa hija si su gobierno lo tolerase.

>>La madre de Cabrera fué fusilada, ¿y por qué delito? Por los excesos que comete su hijo, dice el señor brigadier Nogueras. ¿Y dónde está la ley que señala que aquéllos son trascendentales y que paguen justos por pecadores? ¿Dónde está el proceso legalmente instruído contra la madre de Cabrera? ¿Dónde están los cargos que se le han hecho? ¿Quién tiene facultad para hollar nuestras sacrosantas leyes? ¿Quién era el dueño de la vida de la madre de Cabrera? ¿Dónde está la de que se castigue á una persona sin oirla? ¿Tiene la madre de Cabrera la culpa de haber concebido en su vientre á un monstruo? ¿Qué dirán las naciones cultas y principalmente nuestras aliadas? Se horrorizarán, se escandalizarán al ver que hay generales en España que matan mujeres inocentes por delitos que otro ha cometido, teniendo en el campo á los enemigos con quienes esgrimar la espada. ¡Qué horror! ¡Qué ignominia para la nación española! ¡Y qué oprobio para los militares españoles!

>>La nación entera, señora, está en la expectación de que V. M. ponga remedio, castigando con mano fuerte á los causantes de tantos desastres. Los relevantes servicios pasados de los señores general Mina y brigadier Nogueras, ni los exceptúa de la pena impuesta por la ley á los que cometen delitos ni los santifica para poderlos cometer. Los súbditos de V. M se ven en el día sin garantías, sin haciendas; sus vidas y los objetos más queridos que son los hijos, los ven expuestos por la arbitrariedad de un general ó de otro cualquiera que reuna fuerzas y se le antoje erigirse en un déspota musulmán.

>Los papeles públicos y principalmente El Español del 1.o al 7 del mismo, pintan nuestra actual desventura y el porvenir desgraciado si V. M. con energía no pone remedio á tantos desastres.

>>Estas víctimas, señora, cuya sangre inocente aun humea en esas sierras, claman venganza, y desde el silencioso sepulcro en donde yacen, piden á sus esposos y familias que no perdonen á los causantes; y la imagen de mi inocente esposa con el rostro ensangrentado me persigue noche y día exclamando á voz en grito: ¡Justicia! ¡justicia! Por mi parte pido el castigo que merezcan por el asesinato á que ha dado lugar la petición del señor brigadier Nogueras y el cúmplase del señor general Mina. Por lo que

>A V. M. rendidamente suplico que así se verifique mediante la correspondiente formación de causa, para que no quedando impune tan atroz delito, ninguno se atreva á quebrantar nuestras sacrosantas leyes, asegu rando de este modo el crédito de la nación y del gobierno, la libertad y

las vidas de los que ahora las tienen pendientes de la arbitrariedad. Así lo espero de la recta administración de justicia.

»Gandía 16 de marzo de 1836.-Señora.-A. L. R. P. de V. M-El coronel de infantería, Manuel Fontiveros.»

La parte que había tomado el ya citado periódico en el triste asunto que presentó al público con los caracteres de un hecho que afectaba la honra del nombre español, le imponía el deber de ocuparse de la representación de Fontiveros, deber que cumplió en los términos que aparecen del siguiente artículo inserto en el número correspondiente al día 24 de

marzo

«La representación que dirige á S. M. el coronel Fontiveros, marido de una de las víctimas sacrificadas por el partidario Cabrera en holocausto del fusilamiento de su madre, es un documento que en todo país menos agitado que lo está el nuestro por la cruel guerra civil que le devora, produciría la más intensa y más universal sensación.

>>No exagera seguramente el infortunado viudo el horror del crimen que le ha arrebatado su inocente é indefensa mujer.

>>La satisfacción que pide, quizá la política impida dársela en toda la extensión que aquel desgraciado la solicita; porque por más vituperable que sea la conducta del primitivo autor de la serie de asesinatos que han causado la desgracia del señor Fontiveros, sería grande el embarazo y la dificultad que experimentaría el gobierno en reducir á juicio á los autores de las bárbaras represalias que no hemos cesado de lamentar. Aun suponiendo que tuviese fuerza para ordenarlo, ¿cree el justamente ofendido peticionario que en la exasperación en que el espíritu de partido tiene los ánimos, obtendría de un consejo de guerra la reparación de justicia que tan ardientemente reclama? Mucho dudamos que haya militares de alta graduación (como deberían ser los que juzgasen á los generales acusados) dispuestos á vengar como jueces la ofensa que como hombre y como marido recibió el señor Fontiveros.

>Mas ¿deberemos concluir del embarazo que la situación política en que nos hallamos, opone á la acción de la justicia que el honor de la causa liberal deba quedar empañado y que aquel desgraciado haya de renunciar á todo género de satisfacción? Triste y amargo sería el pensarlo. El gobierno debe y á él toca tomar en consideración la suerte del señor Fontiveros, y ofrecerle los consuelos y la reparación á que es acreedor un hombre que ha hecho á su país tan tremendo sacrificio. A la munificencia y á la magnanimidad de la augusta viuda que gobierna el reino, está reservado enjugar el llanto y la amargura del súbdito leal que tan lamentablemente enviudó en servicio de la causa de la reina. Otorgada que sea la reparación debida al coronel Fontiveros, todavía le quedan al gobierno deberes que cumplir. El sistema de represalias, puesto en uso con la madre de Cabrera, es un sistema bárbaro, odioso, repugnante, que deshonra al partido liberal y que ha provocado la indignación de todos los amigos de nuestra causa en el extranjero.

>Semejante sistema debe ser proscrito y condenado solemnemente por el gobierno y por las Cortes. Tiempo es de que la humanidad se haga oir por boca de la inmortal Cristina y que su augusto mandato ponga

término á las atroces prácticas que hacen degenerar nuestra guerra en guerra de caribes.

>>Que los militares que pelean bajo las banderas de la libertad, que los guardias nacionales que ayudan los esfuerzos y parten los trabajos de aquéllos sacien en el campo y con las armas en la mano su cnojo contra los enemigos de Isabel II, nada más legítimo ni más conforme al terrible derecho de la guerra. Pero que en el momento que cese el combate quede á salvo la vida de los que caigan prisioneros; que los habitantes pacíficos. y sumisos, cualquiera que sean sus secretas opiniones, encuentren protección y amparo en las autoridades, tolerancia y generosidad en los ciudadanos

>>Desgraciado el partido que se pone en contradicción consigo mismo. La moral y la lógica constituyen la ley suprema de los Estados. Nosotros hemos inscrito en nuestras banderas Libertad, Humanidad y Justicia. Si en vez de respetar los principios que ellas establecen, los desconocemos y violamos, habremos renunciado á nuestra fe, renegado nuestra creencia, inutilizado y perdido la fuerza moral que nuestras ideas representan; y sin ideas que le sirvan de símbolo y de creencias, ¿qué es un partido político? un bando sin prestigio, sin moralidad y sin convicción: una facción desordenada y próxima á disolverse ante el poder de todo adversario que fiel á su doctrina y consecuente á ella conserve de su parte la fuerza moral »

No fué seguramente estéril aquella sentida polémica, toda vez que dió impulso á las elocuentes y autorizadas palabras que resonaron en la tribuna española y cuyo efecto llegó á ser tan poderoso y moralizador que produjo un hecho memorable en nuestra historia.

El general Mina, quien no obstante el pretexto buscado para atenuar la odiosidad del acto que se quiso cohonestar atribuyendo á la inmolada anciana una inverosímil participación en un complot dirigido á poner á los carlistas en posesión de la ciudadela de Tortosa, imputación á la que nadie dió seriamente crédito, pues no descansaba en otra prueba que en la delación de un desertor ausente, no confirmada por otros testimonios ni declaración, el general Mina, decíamos, cuya nobleza de carácter se lastimaba de la intervención que en el universalmente reprobado hecho había tenido la desgracia de que le cupiese parte, motivó la dimisión que se apresuró á presentar al gobierno de la capitanía general del Principado y del mando del ejército de Cataluña, dimisión que fundaba en la honrosa consideración de que un puesto de tanta confianza no podía conservarse en un país libre contra los dictados de la opinión pública; ejemplo de eterna prez y que basta para enaltecer la memoria del esclarecido español que tuvo la entereza y abnegación de legarla como enseñanza y ejemplo á sus contemporáneos y á la posteridad.

CAPÍTULO III

LA LEGISLATURA DE 1835

El voto de confianza-Crisis política. - Proyecto de ley electoral. -Disolución del Estamento de procuradores.

Interrumpimos la reseña histórica de los actos de carácter legislativo que siguieron al advenimiento al poder del gabinete Mendizábal, para que no quedasen fuera del cuadro de los graves sucesos acaecidos en los seis últimos meses del antedicho año, los concernientes á la guerra en las provincias del Norte y del Este. Terminada la exposición de aquellos importantes hechos, procede ahora ocuparnos de lo perteneciente á los actos de gobierno propiamente dicho, posteriores á la reunión de las Cortes.

Aunque al hacer mérito de los trabajos de éstas, será la oportuna ocasión de hablar del decreto relativo á la supresión del clero regular, habiendo sido éste el único acto importante del ministerio Mendizábal, del que todavía no se ha hecho mención, procede consignar que el referido decreto expedido en 11 de octubre, prejuzgaba un asunto que era de la exclusiva competencia de las Cortes, decreto cuya legalidad fundó el ministro que lo promulgó, en la doble consideración de darle por fundamento el restablecimiento de la ley de las Cortes de 1820, y en el otorgamiento del voto de confianza que sin dificultad había obtenido de ambos Esta

mentos.

Grandes eran los compromisos que con la nación tenía contraídos Mendizábal, y la reunión de las Cortes convocadas, como antes queda dicho, para el 16 de noviembre constituía al ministro en el deber de justificar la confianza que en él había depositado la opinión, no menos que en el de obtener la sanción legislativa respecto á las trascendentales medidas que bajo su responsabilidad había adoptado y entre las que se hallaban algunas de carácter decididamente dictatorial.

El discurso puesto por Mendizábal en boca de la reina gobernadora al abrir la legislatura, acto que siempre es considerado como el programa del gabinete, lo era más señaladamente en aquella ocasión cuando las Cortes iban á legislar nada menos que sobre un cambio de régimen, pues no otra cosa significaba la ofrecida reforma del Estatuto Real por Cortes que debían ser elegidas en virtud de una nueva ley.

Pero el momento de las dificultades no había llegado todavía para el autor del programa del 14 de setiembre. No se había disipado aún la ilusión de las lisonjeras promesas anunciadas en aquel célebre documento, y á las que la confianza del partido progresista y la prudente expectativa de los moderados concedían una tácita espera que justificase el entusiasmo del primero y la reserva de los segundos.

Manifestaba la reina en su discurso el lleno de confianza que había depositado en sus nuevos ministros, y hablaban éstos por boca de S. M. en los términos más explícitos, respecto á lo que esperaban de la cooperación de los gabinetes signatarios del tratado de la cuádruple alianza y de los

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