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por el libro todo: anda donde de ella se habla, y anda también donde para nada se la mienta. El alma de la mujer circula por las páginas todas de este libro de un hombre que debió de haberla querido con religioso querer, de un hombre que llegó sin duda á lo más hondo de la convivencia con ella. Es de una delicadeza grandísima cuanto nos dice de aquellas señoras «que sostienen noviazgos, sin esperanza de casamiento, desde la infancia á la vejez;» es de una virilidad tierna lo que nos cuenta de las mujeres que fueron el oscuro sostén de la familia. Pocos hombres han debido de com. prender y de sentir más hondamente el heroísmo doméstico, el callado sacrificio de todos los instantes de una mujer recogida y amadora; pocos hombres han debido de sentir más á lo vivo, junto á sí, en los senderos de la vida, el quedo paso espiritual del alma femenina que casi siempre nos acompaña en ellos, Habla de ellas con la sobriedad serena y viril de un hombre que las respeta; sin baboserias. No es el idólatra que mantiene al ídolo preso en el altar, mientras lo sahuma de barato incienso; es el compañero de vida, en todo el más sencillo y hondo sentido de la compañía. Los feministas de profesión me apestan; los que se pican de conocer los escondrijos y recovecos de la psicología femenina me parecen insoportables tenorios; raro es el pintor de mujeres que me agrada. La sexualidad les estropea la vista y el corazón, y ni ven bien ni sienten mejor.

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Tengo que acabar, y acabo diciendo que La mujer gaditana es la obra de un hombre bueno, cuya bondad era hermosura y era verdad.

El estudio preliminar que á manera de prólogo-que es como lo titula-pone á la obra D. Luis Marco, discípulo del autor, así como el soneto In memoriam que lo precede, son delicada ofrenda de piedad realmente filial, El Dr. Marco es, además de hombre cultísimo y muy laborioso-uno de los más meritorios y más incansables obreros de nuestra cultura,-poeta muy distinguido. Sus Sonctos y poesias varias es de los contados libros de versos que merecen ser conocidos, y lo es por ser sus composiciones de las que tienen, como vulgarmente se dice, miga; composiciones nutridas de pensamientos y sobrias de forina. Y este hombre en quien se aunan y robustecen y vivifican el científico, el pensador y el poeta, es quien ha puesto digna introducción á la obra póstuma de D. Federico Rubio.

Ahora sólo falta que, como indica D. Luis Marco, publiquen los discípulos y admiradores de D. Federico, con el consentimiento de su familia, las Memorias de niñes y juventud que dejó escritas. Están en la obligación de hacerlo..

MIGUEL DE UNAMUNO.

P

ASCUA FLORIDA; novela por D. Gregorio Martínez Sierra, con ilustraciones de Apeles Mestres, 1902.

Les aseguro que analizar á los noveladores que como Martínez Sierra cimentan su obra sobre pensamientos amables y sonrientes, es labor bastante difícil. Cuando Bourger, denunciando los abusos de la óptica, aplicaba á los últimos de la escuela francesa, á esos que alguien llamó atomistas de la luz, esta sangrienta frase: «el análisis espectral los ensoberbece; y el autor de Emaux et Camées declamaba contra la intrusión de la osteología y miología en la pintura, y Sainte-Beuve, ridiculizando la poética de anatomistas y fisiologistas, hacía de la crítica una ciencia natural, el oficio de maldi

ciente gozaba de una popularidad bastante aceptable. Hoy los cánones de la iglesia literaria exigen otra actitud. Es necesario dar, ante todo, la sensación y seguir el tono del hierofanta que suele ser:

Un viejo rimador embrutecido
por el horrendo abuso de la prosa.

Por lo demás..... Pascua Florida es un libro delicado, espiritual, escrito de modo «que el pensamiento y el estilo se igualan como los dos miembros de una ecuación, »

y

á través del que se adivina un sentimiento lleno de matices. Creo, con E. de Goncourt, que toda obra que no ha sido hecha por un artista ó por un pensador, no es nada. De que Martínez Sierra es artista dan buena fe todos sus libros, y muy especialmente Pascua Florida, novela en que el asunto se desarrolla ordenada, reposadamente, en la armoniosa serenidad de las alegrías y de los sufrimientos, y los personajes, seres mediocres arrancados á la vida, dan una fuerte impresión de verdad.

Estamos en Fuenclara un día en que el cielo tiene trazas de continuar echando nieve otros diez» y en el preciso momento en que D. Antonio, el profesor de instrucción primaria, exhorta á sus discípulos, una centena de rapazucos desarrapados y saltarines, para que se dejen de bolear nieve y vayan en busca del confortable hogar donde la carrasca se prende crepitando y las llamas dibujan fantásticas siluetas en las vigas ahumadas del techo. Habíase quedado el bueno del maestro mirando cómo el Arco se tragaba los muchachos, sin cuidarse poco ni mucho de la nieve que sobre su ya nevada cabeza caía, cuando el saludo alegre y cascabelero de Lucita, simpática vecina á quien profesaba gran cariño, «vino á sacarle de su abstracción.» Esperaban los dos: Lucita á su hermano Lorenzo, médico del lugar, que marchara de mañana á curar enfermos por los vericuetos de la serranía; y D. Antonio á su nieta Josefina, á quien él mismo «ponía en parangón con las alondrás, que no tienen más ciencia que la de cantar, y que volvía á Fuenclara, después de tres años de andar por el mundo, con el alma triste y el corazón herido. Un truhán, un bandido, «porque el crimen más negro que pueda cometer un hombre, es arrancar la paz á una criatura de Dios, que de paz vive,» se llevó á Josefina, aquel «rayo de sol con música dentro,» para hacerla desgraciada, y ahora volvía viuda, junto á su buen abuelo que de nuevo se disponía á ejercer la «tutela, por lo entrañable, casi maternal.»

Al llegar la diligencia, los vecinos de Fuenclara, en su afán de curiosear, discurren ante la casa del señor maestro, comentando y glosando, según sus menguados caletres les dictan, el suceso de la señorita Josefina, que esquivando indiscretas preguntas, entra en la escuela seguida de su abuelo. Y ya solos, Josefina llora al ver los muebles, la casa evocadora de su vida pasada y llena de amorosos recuerdos.

Lorenzo es «una excelente persona, rectisimo de voluntad, y aunque joven, austero de costumbres, pero un tanto influído por la filosofía de Nietzsche. No es extrafio, pues, que oponga alguna resistencia á tomar parte en el dolor de Josefina. Se trata, según él, de una mujer á quien el autor de Also Sprach Zarathustra incluiría en ese tercer sexo que no nos interesa. » Pero como, á despecho de sus teorías, Lorenzo tiene algo de soñador, un día, obedeciendo á continuos requerimientos de Lucita, que es confidente íntima de Josefina, cuélase de rondón en casa del maestro, y al poco rato

de conversar con su nieta, se ve envuelto por el sortilegio que emana de aquella mujer á quien poco antes despreciara.

Va pasando el invierno. Los chicuelos cantan villancicos aporreando tambores y zambombas. Llega el santo de Josefina y llega también lo que ustedes habrán ya presumido, pero que en la vida es inevitable: el momento en que ella y él se dicen palabras de esas que suenan alegremente porque son en las almas luz y resurgimiento. Termina la novela una mañana de primavera en que el sol sonríe sobre los campos florecidos, como una bendición de lo alto, y las áureas campanas envían al aire azul mensajes de paz y de bienaventuranza.

-¡Pascua florida!.... ¡y bien florida, gracias a Dios!

Es la de Martínez Sierra una novela honrada, plácida, que por sus cuatro costados respira sanidad, y que yo (¡Dios me libre de meterme en clasificaciones!) recomiendo á los aficionados á estas altas fiestas espirituales.

que lo

Habrá quien arguya que la vida no es así. Bueno; pues si no lo es, conviene sea. Omnia inmunda inmundis, munda mundis. Todo es impuro para los impuros y puro para los puros. ¡Feliz quien pueda decir con el poeta:

Je crois á la Vertu, serenité de l'âme

Qui fait douce la vie au longe de mauvais jours;
Elle est le phare où veille une suprême flamme
Sur le flot ravisseur des dieux et des amours!

PEDRO GONZÁLEZ-BLANCO.

B

ASES PARA UN NUEVO DERECHO PENAL, por Pedro
Dorado.

A los catorce años de labor científica, contados desde la aparición de su Antropologia criminal en Italia, llega Dorado á ordenar este librito, en el cual, con prodigiosa sobriedad, encierra su interpretación del movimiento penal moderno, razón por la cual es verdaderamente tanto como la visión de la actual reforma punitiva á través de un temperamento científico privilegiado.

Dorado afirma aquí, una vez más, la grande y moral idea de reducir el Derecho penal á un caso de la ley universal de tutela que se manifiesta en el mundo.

No puede preverse con toda exactitud lo futuro» dice. Pero del fracaso del sistema penal corriente y de las reformas que encuentra en los países más cultos, él ve surgir el nuevo Derecho penal tutelar encomendado á la ciencia de los que llama «médicos penales ó «sociales,» confirmando así el dicho de Novicow, según el cual un día el nombre de sociólogo indicaría una profesión práctica, tal como hoy la de ingeniero. Todo el libro está escrito con un extraordinario conocimiento del asunto. Se siente, de veras, que un continente nuevo va á surgir de los mares. Los puntos más altos ya emergieron, y á través de las aguas se divisa la tierra que habrá de ser levantada por un postrer movimiento.

En vano se buscaría en el libro nada que le desviara del carácter estrictamente cien tífico que tiene. Nada hay en él de sentimentalismo.

Esta cuerda, que se encuentra con frecuencia en una obra preferida por el mismo Dorado (la de Vargha), no está en su lira. Cuestión de temple.

Me parece que es Ferrero quien hace notar que las ideas nuevas no penetran en los países germanos sino por un tránsito mixto de germano y eslavo.

Este es el caso de Vargha, que recuerda muchas veces el iluminismo ruso, la emoción ardiente de Tolstoi, de Solówieff, del país de las estepas donde crecen las hierbas locas de cien sectas extraordinarias, mientras Dorado, con su dureza y sequedad, muchas veces ingrata, corresponde á la seca y dura tierra castellana donde nació y donde vive.

Volviendo á su último libro diremos, en conclusión, que nada como él ha sido escrito entre nosotros en su género, y que cualquiera literatura extranjera puede envidiárnosle.

Recogido en su lugar,

la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo rio,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en amor y letras;

ejerciendo noblemente sus oficios de pensador y maestro, Dorado es una de nuestras glorias intelectuales más puras, más dignas de ser honradas con la admiración y el ejemplo.

CONSTANCIO BERNALDO DE QUIRÓS.

C

UENTOS EN PAPEL DE OFICIO, por Nicolás de Leyva:
-Madrid, tipolitografía de F. Rodríguez Ojeda, 1903.

La atmósfera social está saturada de anarquismo, y no hay papel, ni comedia, ni libro, en que no se advierta como la humedad en las hojas higrométricas, la influencia del medio ambiente. En el teatro no se ve un drama de los llamados de ideas, que no pretenda probar lo absurdo de cualquiera de los grandes principios que durante siglos han servido de sostén á la sociedad; los mismos derrcteros sigue la novela trascendental, y pisando sus huellas van la crónica y el cuento periodístico. El espíritu de los nuevos tiempos no encaja bien en los moldes que nos han legado la historia y la tradición, y los golpea deseando romperlos.

Cuentos en papel de oficio reflejan ese mismo sentido de protesta contra el actual orden social. D. Nicolás de Leyva, periodista distinguido, ha encontrado asuntos para sus cuentos en las crónicas de los tribunales de justicia españoles. Mal parados quedan estos en las páginas escritas por el Sr. Leyva. Léanse El indicio y Pɔr matar una zorra, y en ambas narraciones se verá la inocencia perseguida á causa de la miopía de los ueces; en El juicio oral se pone en solfa á los tribunales de derecho; en Un buen ladrón queda en ridículo un juez, y en la Ultima pena toda una sala de magistrados.

El autor de Cuentos in papel de oficio narra bien, sabe dar interés á sus relatos, unque la conclusión no responda siempre à la curiosidad que todo lo demás del cuento

despierta (El 13013), y escribe con gracejo, huyendo como de la peste, de la deela mación y del énfasis. El primer amor de un reo es, de todos los cuentos de la colección, el que más me gusta.

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ZEDA.

C

HIRIGOTAS Y EPIGRAMAS, por Daniel Ortiz (Doys).—
Biblioteca festiva: Barcelona, 1902.

A estas Chirigotas les ha puesto prólogo Miguel de Unamuno, el cual entre otras cosas dice, hablando de que había leído los donaires de Ortiz en La Publicidad, de Barcelona, que ale divirtió á la vez el garbo, no exento á las veces de procacidad, con que—el autor-trataba de hombres y de sucesos.» Cierto que las Chirigotas de Ortiz no han perdido del todo el garbo de que habla Unamuno y que sin duda tuvieron en mayor escala cuando se publicaron en La Publicidad; mas cierto es también que distantes aquéllas de los hechos que las motivaron, no tienen ahora para el lector del libro la misma fuerza cómica que para los lectores del periódico. El chiste es de las cosas que más pronto se enfrían, y cuando no va dirigido contra flaquezas eternas de la humanidad, pierde toda ó casi toda su fuerza si han desaparecido las circunstancias que le dieron oportunidad. A mí, á pesar de lo que dice Unamuno, lo que más me divierte en las comedias de Aristófanes, no es ciertamente lo referente al giotón Calias ó á la fealdad de Filocles, ni á la charlatanería de Prosenides, ni á la cobardía de Cleónimo Todo aquello que de seguro haría desternillar de risa á los espectadores de Las Avis. pas, de La Paz ó de Las Aves, me deja frío. ¿Qué me importa á mí de Prosenides ni de Cleónimo? En cambio, al través de los siglos me mueven á risa las artimañas de Lysistrata y de sus amigas para que desistan de la guerra sus amantes y esposos ó la chifladura de Filocleón en Las Avispas.

De todos modos, aunque los chistes del Sr. Ortiz hayan perdido algo al ser trasplantados de las columnas del periódico á las páginas del libro, todavía conservan lo bastante para hacer desarrugar-á las veces-el ceño del lector.

ZEDA.

P

AISAJES, por Miguel de Unamuno.-Colección Calón, 1902.

Los paisajes que en este librito describe Unamuno son más bien subjetivos que objetivos; tienen más de poesía lírica que de poesía descriptiva; son motivos para expresar estados del alma, sueños de la fantasia, anhelos del espíritu. Algo de lo que en el artículo ó pasaje titulado La flecha, dice Unamuno de Fr. Luis de León, es aplicable á él mismo. Como pocos artistas-quizá como ninguno, si se exceptúa Galan-siente el actual rector de Salamanca la poesía del campo castellano, ó mejor dicho, del campo salmantino, monótono, melancólico y austero. Sin necesidad de versos, sabe Unamuno comunicar al espíritu del lector ese ritmo interno de las cosas, que no se encierra siempre en el acompasado conjunto de cierto número de sílabas, sino que el es piritu percibe merced á no sé qué combinaciones misteriosas semejantes á las que existen entre dos instrumentos diferentes que están en el mismo tono.

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