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sentimiento en las ciencias sociales, no le impiden admitir un dominio propio para el sentimiento y la fe. Interpretando su idea, quizá puede decirse que el Sr. Pareto, estimando legítimos fe y sentimiento en el hombre, como manifestaciones naturales de la estructura psicológica del hombre mismo, es indispensable que éste los domine y dirija, y no se apoye en ellos, cuando trata de averiguar cómo son real y positivamente las cosas, aunque estas cosas sean los fenómenos sociales, ó la propia alma del investigador.

Pero se ocurre ahora una pregunta: el Sr. Pareto, tan prevenido contra la acción perturbadora del sentimiento personal, en el juicio de las ideas sociales, ¿se ha sabido mantener firme en su criterio científico al exponer y analizar los Sistemas socialistas? Una cosa puede asegurarse, y es que el autor se esfuerza constantemente por ser imparcial, por presentar las doctrinas, si no tal como son, por lo menos tal como las ve. El Sr. Pareto, luego de haber expuesto el criterio científico de su trabajo, expone algunas ideas generales ó principios de «fisiología social» que revelan cuál es el punto de vista fundamental de su propia doctrina acerca de la distribución de las riquezas, las jerarquías sociales, etc., etc., y acerca del nacimiento de las ideas socialistas.

E inmediatamente pasa el autor á la materia propia de su importante obra: dos capítulos destina el Sr. Pareto á prepararla; el primero, relativo á los principios generales de organización social, en el cual desenvuelve todavía su criterio doctrinal; y el segundo, referente á los sistemas socialistas en general; capítulo éste indispensable, porque, para exponer histórica y doctrinalmente los sistemas socialistas, era necesario saber qué debe entenderse por sistema socialista, cosa en verdad no tan fácil como al pronto pudiera creerse.

El Sr. Pareto estima que el criterio más preciso para caracterizar los sistemas sociales en general, es el de atender á los límites dentro de los cuales «admiten la propiedad privada,» y añade luego que los sistemas socialistas pueden caracterizarse por el hecho de que no admiten más que un mínimun de propiedad privada. »

Para terminar, he aquí los sistemas socialistas de que el Sr. Pareto habla:

- Sistemas reales, es decir, de realidad positiva: «sistemas que han existido ó que se cree que han existido,» v. gr.: Esparta, Islas Lepari, manifestaciones en Nueva Zelanda, Java, China, Antiguo Perú, Jesuitas del Paraguay, etc.

Sistemas religiosos: comunidades religiosas, los pitagóricos, el budismo, comunidades religiosas socialistas en los Estados Unidos.

Sistemas teóricos: que divide en religiosos, metafísicos y científicos, comprendiendo entre ellos todas las concepciones doctrinales de carácter socialista y comunista, v. gr.: Platón, Campanella, los sistemas que llama metafísico-éticos, los mixtos-Owem, el saint-simonismo, Comte, etc.; y por último, los sistemas científicos Moro, Fourier, Proudhon, y por último, la Economía marxista, á la cual dedica dos de los más importantes capítulos del libro, examinando en uno la teoría del valor y en el otro la doctrina del materialismo histórico y la de la lucha de clases.

ADOLFO POSADA.

I

DRAMMI DEI FANCIULLI. Studi di psicologia sociale e criminale, per Lino Ferriani, con prefazione di G. Bovio: Como, 1902. -Un vol. de xxvп-312 págs., 4 liras.

Prescindiendo por el momento del valor intrínseco de este libro, de lo que podría denominarse su mérito científico, tengo por cosa de gran oportunidad é interés llamar sobre él la atención.

Ante todo, debo llamar la de nuestros funcionarios judiciales, y en general la de cuantos intervienen en la administración de justicia (fiscales, abogados y demás). Corre entre ellos como muy válida la especie, por una parte, de lo innecesario que es para el desempeño de sus respectivos cargos cualquier otro estudio y conocimiento que no sea el conocimiento escueto de las disposiciones legales, ya que su misión, según dicen, se debe limitar á juzgar, no de legibus, sino secundum leges; y por otra parte, se halla también no menos extendida la idea de una cierta incompatibilidad, á la vez que de materia y asunto, de holgura de tiempo, entre la actividad del pensador y la del legista práctico,

El ejemplo de Ferriani está ahí para probarles..... andando, que viven equivocados, y que los razonamientos que alegan para justificar su conducta corren parejas con los pretextos que siempre encuentran á mano los holgazanes y rutinarios para no trabajar, El autor del presente libro es un trabajador incansable en asuntos de sociología y psicología criminales, y no obstante esto, el puesto público que ocupa pertenece al número de aquéllos cuyo ejercicio estiman muchísimas personas como reñido con la labor propiamente científica. Hace ya muchos años que Ferriani desempeña la Fiscalía del Tribunal de Como; y desempeñándola tan bien como cualquier otro fiscal la suya, y sin desatenderla un instante, dispone de tiempo, de gusto y de aptitudes para emprender trabajos al parecer muy heterogéneos con los de «despachar causas,» y para dar al público bien á menudo productos intelectuales que á primera vista ningún parecido ofrecen con los comentarios de leyes y colecciones de jurisprudencia que suelen andar en las manos de quienes se apellidan á sí mismos «gente de toga» y «sacerdotes de la justicia.»

¿Cómo se explica esto? Muy bien, á mi juicio. No se trata de ninguna cosa extraordinaria. Todo depende de la disposición del espíritu, disposición que es, en buena parte, aunque no en todo, hija de esfuerzos voluntarios. La atención, lo mismo que otra potencia cualquiera, es educable. Hay quien está tropezando diaria ó constantemente con las cosas, y no se percata de que las tiene delante. Las ve, pero no las mira. Pasa por el lado de ellas sin sorprender nada que despierte su interés, Y á los funcionarios en general, sin excluir á los que intervienen en la administración de justicia, les pasa mucho de esto. No se encariñan con su empleo más que por los rendimientos económicos que les proporciona, y si no fuera por ellos lo abandonarian. Son gentes esclavas de la paga, y las cuales, aun siendo órganos de una profesión que dicen liberal, la ejercen de un modo completamente servil, sin haberle tomado el gusto y encariñadose con ella, sin poner en el mejor cumplimiento de la misma toda el alma. Y es claro que, de este modo, se hace una labor rutinaria, casi del todo maquinal; y haciéndola así, no sugiere nada digno de fijar la atención, ni se presentan casos nuevos materia de estudio, ni se encuentra motivo para consideraciones doctrinales y críticas.

Mas Ferriani no es de los que siguen este procedimiento. Lo que ha hecho es con

vertir el tribunal donde actúa en un observatorio é ir anotando, interpretando y clasificando, para ulterior elaboración científica, las mil manifestaciones de miseria individual y social que van desfilando por delante de él. Los muchos libros que hasta hoy lleva publicados (no menos de doce, algunos de ellos traducidos á diferentes idiomas) están llenos de datos. de documentos, de cuadros estadísticos; pues bien, la mayor parte de ellos proceden del material coleccionado en el ejercicio de la fiscalia.

Otra enseñanza podemos sacar de la obra de Ferriani, y esa enseñanza no debe servir sólo para los magistrados, jueces, fiscales y abogados; debe alcanzar á muchísimas más personas.

El fiscal de Como es de los que saben plantear el problema penal de una manera que yo tengo por muy acertada. Según él, esperar á que los gérmenes productores de los delitos se desarrollen, para tener luego el gusto de reprimir el daño cuando el daño está hecho y no tiene ya remedio ninguno, es una manifestación evidentísima de miopía intelectual, á la que se puede muy bien aplicar nuestro dicho: «después de la liebre ida, palos en la cama.» Para Ferriani, á lo que especialmente se deben dirigir las energías de los estudiosos es á evitar la formación de delincuentes, y, por lo tanto, á combatir las causas que coadyuven á engendrarlos; pues, una vez que se hayan llegado á producir, lo que contra ellos pueden las distintas formas de la represión es bien poco. Y la edad más favorable para esa formación es la primera edad, la infancia y la juventud; ellas deciden, en primer término, de la suerte del hombre. Aun cuando el elemento nativo, la «indoles ó «natural,» que suele decirse, entre por una gran parte en la constitución del carácter, y por lo tanto, en la determinación del factor fundamental de la futura conducta del hombre, es imposible negar que, en no escasa proporción, éste es como se le hace y obra conforme se le ha hecho.

Por estas consideraciones, el asunto predilecto de nuestro autor, el que constituye la preocupación primordial de casi todos sus libros, es el estudio de la infancia y la juventud delincuentes, mártires, maltratadas ó abandonadas. La última de sus obras, aquélla á que se refiere la presente nota, no tiene tampoco otro contenido. Por supuesto, que en considerar el problema de esta suerte acompañan á Ferriani un emjambre muy numeroso de publicistas y legisladores. Es á éstas un lugar común el de que los niños y jóvenes de hoy son los hombres de mañana, por lo que es preciso poner sumo cuidado en su formación y educación. Y no á otra cosa sino al presentimiento de esta verdad, ó más bien á la clara percepción de la misma, es á lo que obedece el interés con que, desde hace ya algunos lustros, se viene mirando er los pueblos adelantados el tratamiento, el cuidado y la protección de la infancia, sobre todo de la más infeliz y necesitada (niños deficientes, anormales, miserables corporal & espiritualmente, huérfanos abandonados ó maltratados por sus padres, etc.), de aquélla que, sin la conveniente ayuda, será mañana, poco menos que irremisiblemente, un plantel fecundo de elementos negativos & perturbadores para lo que se llama el orden social. El movimiento protector puede decirse que está comenzando todavía; con todo, en pocos años ha adquirido unos vuelos que no hay inconveniente en calificar de extraordinarios.

¿Qué hacemos, mientras tanto, nosotros? Aquí viene la moraleja de la fábula, ó sea la lección que debemos tomar de la lectura de libros como el de Ferriani. Casi nada hacemos con el fin de prevenir los daños que trae consigo el descuido y desamparo de los menores. Si se exceptúa lo que se hace en Barcelona por aquella obra de patronato, de que el Sr. Albó y Martí es el alma, y además lo que hacen el Asilo Toribio

Durán de la misma población y la Escuela de réforma de Santa Rita en Carabanchel, todo ello de índole privada, quizá no haya en todo el país ninguna otra partida que merezca figurar en el haber de instituciones preventivas de la delincuencia. La acción oficial es, en este punto, enteramente nula. Y lo que de la particular existe es bien poca cosa, en relación con lo que haría falta para atajar en sus fuentes el mal que llamamos delito. El torrente de éste va engrosando cada vez más, y por el camino que vamos llegará día en que todo lo arrolle y en que sean tardíos cuantos diques quieran improvisarse para contenerlo.

Desde que se publican estadísticas criminales en España, se advierte en ellas un aumento, que podemos decir incesante, de las varias formas de la delincuencia. Los fiscales del Tribunal Supremo han hecho notar á menudo, en sus Memorias anuales de apertura del año judicial, la diferencia de más que representan las cifras del año en que ellos hablaban en relación con las de los años anteriores. Los periódicos, que en Setiembre último han parado su atención (acaso por primera vez) sobre el incremento de la criminalidad entre nosotros, pudieron haber hecho la misma observación siempre que un fiscal del Tribunal Supremo publicaba la correspondiente Memoria y siempre que veía la luz un volumen de estadística criminal; es decir, todos los años, á partir de 1883, que es la fecha desde la cual vienen apareciendo con regularidad tales documentos. Si antes hubiera empezado su publicación, es probable que antes se hubiese echado de ver el aumento de referencia.

De modo que á medida que el tiempo pasa, vamos empeorando; en lugar de avanzar, retrocedemos. Las armas que usamos para combatir contra el delito dan un resultado contraproducente, ó el ejército que tenemos puesto para que las use no sabe manejarlas. Hay, por lo tanto, que cambiar de rumbo. Y el que tenemos que seguir es precisamente el que por todas partes van emprendiendo legisladores, magistrados y publicistas; el mismo que hace bastante tiempo ha emprendido Ferriani, á saber, la observación y estudio de las causas que producen los delitos y de los medios más eficaces de luchar contra las mismas.

Dentro de este marco general entra el libro I drammi dei fanciulli, del propio modo que entran también casi todos los demás de nuestro autor. Los dramas de la infancia que en aquél analiza son los tres siguientes: el mercado de los niños, los suicidios de los niños y los mártires de la escuela. Cada uno de ellos forma la materia de una parte del libro, que por lo tanto se divide en tres. La más extensa de todas, con bastante, la mejor estudiada y la que mayor interés ofrece es la primera, esto es, la relativa al mercado de los niños, la cual se lee con el mismo anhelo, la misma dolorosa emoción y la misma temerosa curiosidad que la más triste historia. En esta parte, el autor, juntamente con otras cosas, va pasando reseña á las diferentes formas con que en Italia se ejerce el mercado de los niños, y que son las siguientes: Los niños se venden: 1.o, á vagabundos, para dedicarlos á la mendicidad; 2.o, á gentes que, bajo las apariencias de enseñarles un oficio, los utilizan para fines obscenos; 3.o, á dueños de tiendas talleres, los cuales emplean á los niños en trabajos superiores á sus fuerzas físicas; 4.o, á deshollinadores; 5.o, à educadores que se hacen cargo de los niños, llevados únicamente de la idea de lucro.

P. DORADO.

D

RAMAS RURALS, por Victor Catalá: Barcelona, 1902.

Viene al mundo este libro con bastantes años de retraso. Cuando el naturalismo se olvida y las corrientes van no sólo hacia un nuevo idealismo, sino hasta al misticismo, por reacción natural contra corrientes anteriores, se nos presenta una colección de cuentos inspirados en la realidad más minuciosa, en la vida del campo vista á la manera cruda y brutal de Zola. Lo que en él se impuso á fuerza de talento y de constancia, parece más repulsivo ó choca más cuando el que lo escribe no tiene la talla ni el arte del gran escritor francés. Nunca, come en este último caso, conviene tanto el ser muy sobrio en ciertos detalles repugnantes. Hay que cuidar, además, de no ser monótono por el empeño de no ver más que lo negro y terrible del mundo. Una nota vigorosa, repetida con discreción en un mismo libro, le da nervio, fuerza; cuando suena constantemente en un volumen de unas 300 páginas, fatiga primero y produce, al fin, un deseo más ó menos vago de protesta contra quien lo ha escrito. La realidad puede acercarse, á veces, mucho á eso que él nos pinta; pero la realidad no nos ofrece sólo ese montón de notas negras que se nos dan reunidas como fantasmas de una pesadilla. Eso hay que esparcirlo en diferentes volúmenes, y, aun entonces, cabe atenuarlo ó mejorarlo. Ya se ha dicho, con justicia, que esos Dramas rurales son más bien tragedias. Y se comprende: si un autor escribe un libro para referirnos casi exclusivamente lo que de espeluznante ha hallado en la vida del campo, su obra parecerá más que otra cosa una crónica del crimen y de la maldad rurales, no una serie de dramas en germen.

Prueba este libro, una vez más, cómo los grandes autores que crean escuelas influyen en otros escritores, no ya sólo en el estilo, ó en la manera de construir, sino hasta en la misma visión de la realidad. El campo ofrece, sin duda, infinidad de dramas vivos que no siempre aprovecha la literatura tanto como pudiera; pero esa especie de exacerbación en el amor de los pormenores desagradables que se nota en Victor Catalá no me parece a mí natural, espontáneo, sino bebido á grandes y continuados sorbos en la escuela naturalista francesa. La primera materia de los Dramas rurals será tan catalana como se quiera, estará inspirada en hechos de los que se refieren en las conversaciones de los pueblos; pero quien ha escrito este libro no se hubiera atrevido con todas las cosas que se atreve ahora si ajenas osadías no le hubieran alentado á ello. Repetidas veces se ha afirmado ya en la prensa que Victor Catalá es un seudónimo bajo el cual se oculta una mujer. Pues bien: considerados sólo esos cuentos en su aspecto exterior podrán parecer muy masculinos; pero ahondando en ellos, leyendo entre lineas para hallar un alma que se oculta, no me parece dificil descubrir la procedencia femenina. El vigor buscado deliberadamente, por superposición de efectos fuertes, y flaqueando á pesar de todo; una observación minuciosa y casi pueril á veces, que no suele ocurrirsele á un hombre; bastantes palabras malsonantes de las que éstos no se atreven á escribir con todas las letras, por lo mismo que suelen decirlas en la conversación y aprecian toda su fuerza, y saben cuándo han de callárselas; todo esto y algo más revela á una mujer de educación masculina, endurecida, virilizada casi por la libre atmósfera del campo. Dice ella bien en el prólogo que su libro no es para las señoritas de la ciudad: debiera añadir que no es tampoco para toda clase de hombres, sino sólo para los que ciegamente adoren la exageración de la fuerza, y ante su vista caigan en éxtasis prescindiendo de todos los defectos que tras ella puedan esconderse. Estos defectos los tiene Victor Catalá: á lo mejor destruye ella mis

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