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Antes, pensé, no comprendía que estaba viviendo. Hice, pues, de la vida un palpitante descubrimiento.»>

Ha muerto el hombre antiguo; Michel nace á una vida nueva, que ha de ser consciente y refinada, voluptuosa. Al antiguo cerebro educado en un funcionamiento mecánico y abstruso, sin base humana, obra de biblioteca ó archivo, sustituye una mentalidad robusta y natural, sin prejuicios dogmáticos. Michel siente la joie de vivre, y esta íntima voluptuosidad determina en él un nuevo temperamento. Todo lo bello, con belleza sana, le es caro y atractivo, la frescura de los niños y de los mancebos. Su mujer le conduce infantes árabes. Refiriéndose á uno de ellos, Michel exclama: La salud de aquel cuerpo pequeño era bella. En su convalecencia tiene un retroceso. Esputa sangre de nuevo. «Estaba horriblemente conmovido-dicen sus recuerdos.Temblaba, tenía miedo y sentía cólera. Cosa rara: los primeros esputos no me habían hecho tanto efecto. ¿De dónde provenía mi horror, mi miedo? Es que comenzaba á amar á la vida.» Y repentinamente poseído de algo que es impetuoso en él, grita con rabia: Yo quiero vivir, yo quiero vivir.»

Sabido es que la doctrina de Nietzsche, en vez de ser una filosofía del corazón ó de la razón, es, del mismo modo que la de Schopenhauer, una filosofía de la voluntad. La primacía del querer y del poder sobre el sentir y el pensar; tal es su dogma y su fundamento.

Michel, que no ha leído á Nietzsche, va á parar á su doctrina, no por pura especulación científica, sino humanamente, fisiológicamente pudiera decirse. En él los raciocinios son impulsos, casi movimientos reflejos. Consagra una continua adoración á cierta deidad metafisica que es la voluntad de vivir. Quiere vivir, y vive. Su inclinación á lo robusto, á lo fuerte, va en rápida evolución ascendente y determina su estética. Lo bello, que entraña siempre atracción y delectación de los sentidos, es, para él, todo lo que denota resolución y fuerza, salud. «La presencia de su salud me curaba-dice refiriéndose á un niño; y más tarde, añade: «Una mañana tuve una curiosa revelación sobre mí mismo. Moktir, el único protegido de mi mujer que no me irritaba (quizás porque fuese bello), estaba solo conmigo en mi cuarto. Hasta entonces yo le amaba de una manera tranquila; pero su mirada sombría y brillante me intrigaba. Una curiosidad, que no atinaba á explicarme, me hacía espiar sus menores gestos. Yo estaba de pie cerca del fuego, con los codos encima de la chimenea, delante de un libro, y parecía absorbido; pero podía ver en el espejo los movimientos del niño, que estaba á mi espalda. Moktir me creía sumido en la lectura. Le ví acercarse sin ruido á una mesa en que Marcelina había colocado cerca de su labor dos cuchillitos, apoderarse de ellos furtivamente, y de un golpe colarlos en su bolsillo. Mi corazón palpitó con fuerza un instante; pero ni los más prudentes razonamientos consiguieron despertar en mí el menor sentimiento de disgusto. Antes al contrario, creo que una intensa alegría se había apoderado de mí..... A partir de aquel día, Moktir fué mi preferido. Otro día «cogí mi mano izquierda con mi mano derecha; quise llevarla á mi cabeza, y lo hice. ¿Para qué? Para asegurarme de que vivía y encontrarlo admirable. Toqué mi frente, mis párpados. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.»

Como consecuencia de este culto á la vida, imponíase un profundo desprecio a vano saber de épocas y pueblos muertos, que es saber inútil; y Michel, después de abandonar á Biskra, ya en Siracusa, se percata de que algo había desaparecido, ó cuando menos modificado en él. «La historia del pasado tomaba á mis ojos aquella inmovilidad, aquella fijeza terrorífica de las sombras nocturnas en Biskra: la inmovi

lidad de la muerte..... Desde entonces quise descubrir en mi el sér auténtico, el hombre viejo de que habla el Evangelio, y desprecié el sér secundario, intelectual, que la instrucción había dibujado encima. Y me comparé á los palimpsestos: gustaba de la alegría del sabio, que bajo escrituras recientes descubre en un mismo pergamino un texto muy antiguo infinitamente más preciado. ¿Cuál era el texto oculto? Para descubrirlo ¿no hacía falta borrar desde luego los textos recientes....? Mi solo esfuerzo, esfuerzo constante, era desterrar ó suprimir sistemáticamente todo lo que pertenecie se á mi primera moral. »

Todas estas ideas le conducen á un fetichismo de la fuerza física. Adora la virilidad, que es manifestación del poder, y hacia ella van sus impulsos. Robustece su cuerpo aún débil; rinde culto à la carne como los espartanos, y llega á encontrarse armonioso, sensual, casi bello.

Al terminar la primera parte de la novela la lucha dramática está claramente definida. De un lado, siente Michel el amor á su mujer, Marcelina; amor que tiene visos de agradecimiento; de otro, un egoísmo monstruoso se ha despertado en él, y confusamente, sin darse cuenta cabal de ello, desde el fondo de su nuevo y apasionado temperamento busca ardientes pasiones, que satisfagan este raro egoismo.

En la segunda parte se desarrolla la lucha, y entre el amor lícito de la mujer fiel y la voluptuosidad desviada y repulsiva, que tiende redes en el bosque de Sodomadice Rachilde,- -vence esta última. Lo escabroso del asunto me impide narrarlo minuciosamente. Marcelina adquiere la tuberculosis en sus cuidados conyugales, y muere presa de ella. Michel, después de estirar con tesón los resortes de su voluntad, ve con angustia cómo van rompiéndose uno por uno, y cómo la temerosa abulia se apodera de él. En la última página del libro le vemos gozándose en su nefando vicio.

L'immoraliste, como obra literaria es un dechado. Su estilo sobrio, conciso, tiene un penetrante encanto: evoca intensamente la pasión y tiene colores en las descripciones.

Tal es la última novela de Gide, cuya publicación en Francia ha despertado gran nterés; una novela nietzschana y mercurial.

RAMÓN PÉREZ DE AYALA.

P

ROPOS LITTÉRAIRES, por Emile Faguet.

Emilio Faguet es uno de los hombres más laboricsos y sesudos de la vecina Francia. Dirige la Revista Latina, periódico de literatura comparada, cultiva sus folletones de arte dramático en Le Journal des Débats con rara asiduidad, y aún le queda tiempo para publicar sus libros de vez en cuando. Confieso que mis simpatías están con ese laborioso crítico que ha sabido sustraerse al prurito doctrinario que anima la tradición del criticismo francés. Júzgole hombre sereno y talentudo, de clara visión y propio criterio, que sigue su camino sin vacilaciones, confiado en su lastre, harto abundante quiza, de casticismo, y desdeñoso con toda suerte de exageraciones, que degeneran á la postre en limitación de espíritu. No ha inventado ningún sistema filosófico-crítico; por eso no es estrecho al juzgar ni muestra resabios y maneras de escolasticismo dogmático. Pero tampoco tiene odios enconados ni rencores habituales para con las generalizaciones científicas y sistemáticas; por eso no ha caído en cierto

orden de escepticismo burlón, de rutina, que hace muecas de payaso y tiene salidas funambulescas. Escéptico sí que lo es Faguet; mas su escepticismo no es retórico, bullanguero de relumbrón ó pose, sino más bien un escepticismo resignado, melancólico, algo candoroso quizá, el desencanto de las personas buenas que han vivido en un mundo malo, y este pesimismo lo expresa con atractiva ingenuidad.

«¿Me preguntáis-dice al principio de su prefacio-lo que opino acerca del papel moral y de la influencia moral de la crítica?»

«No creo ni en el papel moral de la crítica, ni en la influencia moral de la crítica, ya que, según he tenido muchas veces ocasión de decir, no creo que la crítica tenga influencia alguna.>

Y á continuación comprueba su aserto. Desde hace ya muchos años vienen triunfando en el teatro y en el libro, unos cuantos caballeros cuyas obras son decididamerte malas, según opinión unánime de la crítica; por el contrario, yacen sin venderse en las librerías y fracasadas en el foso de los teatros las producciones de ingenios notables, reconocidos como tales, aun por los más escrupulosos juzgadores. Esto es lamentable, pero es muy cierto y universal. Viene å ser, pues, el de la crítica Sermón Perdido; ya lo había dicho algunos años hace nuestro Clarín. Eso no obstante, confiado en la sagrada misión de su sacerdocio, continúa Faguet su panegírico, ya que en Propos littéraires, no se habla más que de autores celebrados. En él pueden gustarse notables artículos acerca de Anatolio France, Zola, Sully-Prudhomme, Loti, Gyp, Bourget, Paul Adan, Mæterlick, Tolstoi, Heine, etc., todos ellos escritos con ese estilo familiar y confianzudo de que se vale Faguet para apuntar ideas atrevidas y pensamientos agridulces.

RAMÓN PÉREZ DE AYALA.

E

L ALCOHOLISMO, por Constancio Bernaldo de Quirós: Barcelona; Gili, editor.

Bien observó quien dijo que cada necesidad satisfecha en el hombre era el paso primero dado en el camino de una nueva necesidad que se creaba. Las diversas civilizaciones, y por lo tanto la actual, se han reducido en síntesis á favorecer el alumbramiento de sucesivas necesidades y á facilitar la satisfacción de la mayoría de ellas por el progresivo desarrollo y amplificación de los medios. Así y todo, los obstáculos por vencer son á veces de tal magnitud y el deseo del hombre tan apremiante, que el desequilibrio no tarda en aparecer, insinuándose la flojera de la voluntad como augur alarmante de ver.cimiento é impotencia. Lo mismo que el cuerpo necesita nutrición, el ánimo decaído pide reparo, ayuda y fuerza á las emociones exaltantes ó á cuanto artificialmente pueda provocarlas. He ahí una de las causas más principales del gran mal del alcoholismo, cuyos efectos comienzan á producir seria inquietud en nuestra patria.

De ello trata en su afortunado resumen Bernaldo de Quirós, dedicando también algunos párrafos-como no podía menos de hacerlo quien como él tan activa parte tomó en las tareas del Laboratorio de Criminologia-al curioso fenómeno de la embriaguez psíquica estudiado por Salillas. Pasa además á examinar las consecuencias del vicio alcohólico en el individuo, en la familia y en la sociedad, poniendo al alcance

de las más medianas inteligencias pruebas prácticas de gravísimos males secundarios, y trata en un capítulo de los remedios posibles y empleados con éxito, sobre todo en otros pueblos.

Es un trabajo erudito y sintético que se suma á la serie larga y valiosísima de los publicados por Bernaldo Quirós, informándolo el mismo espíritu elevado y sereno que todos conocemos en el autor de Las nuevas teorias de la criminalidad, más apreciado y querido en el extranjero que en éste nuestro pais, donde, como es sabido y aunque hayamos de confesarlo con vergüenza y tristeza, tenemos desde antiguo la exclusiva de los viceversas.

L

J. M. LLANAS AGUILANIEDO.

OPE DE VEGA AND THE SPANISH DRAMA, being the Taylorian Lecture (1902), by James Fitzmaurice-Kelly.—Un folleto en 8.o de 63 págs.: London, R. Brimley Johnson, 1902.

Las conferencias dadas en 1902 en el Taylorian Institute, de Oxford, por el eminente hispanófilo M. Fitzmaurice-Kelly han sido publicadas en el folleto de que doy noticia.

Empieza su trabajo hablando de los orígenes del Teatro Español, del drama litúrgico y secular, tan enlazados en los comienzos de nuestra literatura dramática, y de los cuales han llegado á nosotros tan escasos é incompletos ejemplares. Estudia á los predecesores de Lope, y especialmente á la Encina y Torres Naharro, y relata la accidentada y romántica vida del gran dramaturgo.

Entra luego en el estudio crítico de la obra del poeta. Da éste, dice, la fórmula definitiva del Teatro Español, en cuanto esta fórmula puede atribuirse á un solo hombre. Es el improvisador más prodigioso y el autor más fecundo que puede concebirse; ha sido, si no el creador, el que ha acabado y perfeccionado el tipo del gracioso y, con Tirso, el autor dramático español que más caracteres ha creado. Piensa Fitzmaurice-Kelly, de acuerdo con la generalidad de los criticos, que la distinción no es rasgo característico de las literaturas modernas; pero que la española, sin salirse de esta regla general, no es tan tosca, tan poco pulida, como suele pensarse. Cita como pruebas de ello á Santillana, Fray Luis de León, Santa Teresa, á la que considera tan refinada como Madame de Sevigné, y al propio Lope, tan distinguido en el pensamiento y en la forma como Calderón sin su culteranismo.

La gloria de Lope de Vega viene de su asombrosa fuerza creadora y de su arte para recoger todos los elementos existentes de la poesía española de su época y llevarlos á su teatro, que es el más rico y variado del mundo.

Habla luego de la crítica contemporánea, y termina diciendo que la historia literaria no ha puesto de relieve ninguna personalidad más interesante que Lope de Vega, grande inventor de una forma original, consumado experto en la creación dramática, sin igual en su propio país y sin superior en el mundo, con excepción hecha de Shakespeare.

J. U. S.

E

STUDIOS LITERARIOS, por el P. Restituto del Valle-Ruiz (Agustino). Prólogo de Juan Alcover: Barcelona, Juan Gili, editor, 1903.

Tan arraigada está en el gran público español la leyenda del literato bohemio, que son pocas las personas, un tanto aficionadas á la lectura, que no consideren poco menos que sinónimas disipación y vida literaria. Vivir ordenadamente, pagar al sastre y al casero, no andar de bureo una noche sí y otra también..... cosas son miradas por muchos como refractarias al arte de escribir. Estando tan generalizado este prejuicio, unido á otros del mismo fundamento, calcúlese las probabilidades que tendrá en contra para alcanzar renombre y fama el literato que vive vida religiosa y monástica. Esto es tan cierto, que de la gente que lee algo en España, es más conocido cualquier zascandil que disparata á diario en los periódicos, que un literato de tanta cultura, de tan sereno juicio y gusto aquilatado como el P. Blanco García.

Agustino también, y de claro talento y de instrucción sólida, es el P. Restituto del Valle-Ruiz, nombre que por las razones apuntadas quizás suene por primera vez ahora en los oídos de muchos de mis lectores. Y sin embargo, varios de los estudios literarios que el P. del Valle-Ruiz acaba de coleccionar en un elegante y excelentemente editado libro, han sido ya publicados y merecían por su mérito haber fijado la atención del público y la crítica.

Comprende la susodicha colección, que lleva al frente un prólogo escrito por el poeta balear D. Juan Alcover, diez y seis artículos, críticos todos ellos, á excepción de los tres últimos que el autor titula Solaces literarios. El P. del Valle-Ruiz analiza con suma penetración y con noble amplitud de criterio, no sólo las obras de grandes escritores de tiempos remotos como Raimundo Lulio y el Rabí Don Sem Tob, y los de otros que há poco nos abandonaron como D. José María Quadrado, Becquer, Zorrilla y Campoamor, sino los libros de algunos que viven, como Menéndez Pelayo, Núñez de Arce, P. Mir, Miguel Costa, Juan Alcover y Dicenta.

En todos estos meritísimos trabajos campean las dotes principales que debe reunir el crítico: penetración para distinguir lo bueno de lo malo, el oro del oropel; cultura para señalar en la obra de arte lo que pertenece al medio y lo que es privativo del autor criticado, y para descubrir las afinidades y diferencias que existen entre unos y otros escritores; imparcialidad, que no es indiferencia y que por consiguiente no excluye el entusiasmo ni la natural combinación del autor hacia sus ideales, y finalmente, el estilo terso, realzado por elegancias de dicción, por frases felices é imágenes que al propio tiempo que realzan la elocución sirven para dar mayor relieve al concepto.

«Tiene-dice su prologuista-el don de entusiasmarse sin perder la serenidad, y censurar sin agravio del ajeno decoro, y de reprobar tendencias que le repugnan sin hacer sospechosa su buena fe.» El P. del Valle es un alma sinceramente cristiana, y siendo esto así, en su crítica ha de entrar la religiosidad como norma para censurar ó para aplaudir; pero aun prescindiendo del valor estético de las creencias y sentimientos cristianos, ¿podrá nadie considerar como defecto en el crítico que este ajuste sus juicios á lo que crea norma suprema de belleza, verdad y bondad?

Entre todos los estudios literarios del P. Ruiz del Valle descuellan el discurso en honor de Raymundo Lulio, en el que se destaca con toda su grandeza la figura del doctor iluminado; y el artículo relativo á la Historia de las Ideas estéticas de Meném –

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