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Hubay; en el teatro municipal de Duseldorf, Don Quijote, música de Rauchenecker, y en Zurich, Hadlaub, de George Haerer; y con un éxito más discutible, en el teatro Rossini de Venecia, Sirena, que es una ópera en dos actos, de Baci.

También se ha ejecutado por primera vez en el teatro Constanzi de Roma un poema sinfónico con coros del Abate Perossi, Moisés. En Varsovia se van á dar unas audiciones de esta obra, dirigidas por el autor.

OBRAS NUEVAS.

Alberto Franchetti trabaja en la conclusión de su nueva ópera Edipo, letra de Fontana, que la ha com

puesto con episodios tomados sin modificación alguna de las comedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides.

EL «PARSIFAL » EN AMÉRICA.

Couried, el director de la Ópera metropolitana de New York, se propone representar íntegramente y con la mayor fidelidad en aquel teatro el Parsifal, de Wagner, porque supone que la ley americana de propiedad de autores no ampara la prohibición de presentar aquella ópera en cualquier teatro que no sea el de Baireuth, y está dispuesto hasta á sufrir la subsiguiente persecución, que seguramente no le ha de faltar.

En cambio, en el gran anfiteatro de la Sorbona de París, con motivo del centenario de Edgard Quinet, se cantó la Oda á la alegría, de Beethoven, cambiando el texto, por un himno que al efecto compuso Maurice Bouchor, y, sin embargo, á nadie se le ha ocurrido protestar de esta herejía artistica, como dirían los celosos herederos del autor de El oro del Rhin cuando de las obras de éste se trata.

TEATRILLO

por LUIS y AGUSTÍN MILLARES CUBAS

Llámanlo Teatrillo sus autores: si á la extensión se refieren, bien está ei nombre; mas si hemos de juzgar una obra sin consideraciones cuantitativas, por su fondo espiritual, es preciso convenir en que no le cuadra muy bien al último libro de los Millares Cubas el diminutivo con que lo intitulan. Forman la obra cinco poemas teatralmente informados por ideas hondas, á las veces transcendentales, que al encarnar en seres vivos les da un cierto carácter de abstracción simbólica llena de insinuaciones vagas. Y he dicho poemas, porque pienso que eso son: poesía objetiva puramente sin fondo dramático-choque ó conflicto de caracteres y pasiones,—é informados teatralmente, es decir, tan sólo teatrales en el estricto y limitado aparato formal de la expresión dialogada. Es género literario éste muy conforme con el espíritu filosófico-idealista de nuestro tiempo; pero reciente, flamante, matiz de la producción estética desconocida hasta ahora, esfera de actividad inteligente que nace, nunca remozamiento de técnica vieja, ni grado progresivo en la evolución teatral, ni transmutación de valores. adquiridos. Mæterlinck lo llamó teatro estático, y también teatro para ma rionetas; denominaciones no muy exactas en su primera parte, ya que teatro es cifra que supone una tradicional concreción; representativas y bellas en su parte segunda; estático, en oposicion á dinámico, de acción incoativa; para marionetas, por cuanto las personas que en él intervienen son simples signos exteriores y aun apariencias de almas, muñecos arrastrados por hilos invisibles de leyes ignotas.

He citado á Mæterlinck, porque veo en él una suerte de paternidad espiritual de los jóvenes autores cuyo es el libro de que hablo. La vaguedad ensoñadora, el fondo crepuscular, las frases cabalísticas y lejanas, llenas de oculto sentido, lo mismo son en el uno que en los otros; pero hay en éstos cierta determinación en el tiempo y espacio, palpitación caliente de realidad humana que falta no pocas veces en el poeta flamenco.

Viva la vida es un canto sonoro y vibrante al amor que llega vencedor de la muerte, cuando el sol, padre en los cielos, con el arco de flechas dora

das, destierra las tinieblas y hace resucitar á los valles con tibieza de caricias. Y, sin embargo, en el silencio lóbrego de la noche hay lucideces: la muerte, que es misterio, revela el misterio de la vida. «Mi adorada Gretchen,» decía la carta..... pero los hombres aman la luz que puebla la tierra con su triunfo, vibra en el sol y luce destellos en las cornetas.

Las almas tienen misteriosas afinidades y parentescos; están sujetas á una mecánica fatal de leyes, incógnitas para los teóricos y dogmáticos, claras sencillamente para los seres humildes y pobres de espíritu, los ciegos, los niños, los moribundos. «Vete, tu hermana te espera, vete,» es frase que sin cesar repite á Lázaro su madre agónica; y ya de vuelta, el dulce presbítero, en el hospital de su capellanía, ve á Marta, la pobre tísica que se muere clamando por su hermano Jose María que ha visto. «No con estos ojos..... Hace un momento yo dormía..... Mejor que dormir era un reposo, un bienestar divino, como si no tuviera ya cuerpo, sino alma, sólo un alma con grandes alas para flotar en los aires, y entonces le ví;» y muere en los brazos de Lázaro, que, cumpliendo el legado maternal, se dice hermano suyo; y es un tierno agonizar de voz suave, pura y lenta en que hay evocaciones. Se intitula el poema José Maria.

Espantajos son dos viejos tristes-Augusto y Luciano,-solitarios siempre, siempre unidos en simpática fusión de mutuo sacrificio fraternal; el espectáculo de su austeridad y despego infanzones, unido al extraño vagar de señores feudales, es medroso para las gentes del valle que huyen de ellos la infancia, el amor adolescente, fecundo, y la ancianidad; los tres grandes ciclos de la vida.-Pero los viejos esperan, esperan siempre sentados en un tronco á la orilla del sendero, cerca del bosque que el crepúsculo va poblando de lobregueces temerosas, de sombras milenarias, de ruidos insidiosos. ¿Qué esperan? Algo ó Alguien que dé jugo á su vida seca y que alegre el obscuro caserón de muros espesos. Los ciegos tienen intuiciones perspicaces de vidente: por eso Luciano, en la obscuridad silenciosa de la noche, siente llegar, con rumor de dicha quimérica, á la viuda del obrero y á los tres huerfanitos: Lucía, la morena; Rosilla, la rubia, que tienen sueño, y el último, dormido, Pablo, como su padre el otro Pablo, que trabajaba en la carretera y voló por los aires con la piedra rota.

El monólogo La del alba entraña un simbolismo claro. El Hombre, que no ha podido salvar sus Riquezas en el naufragio de la Vida, busca como. dulce lenitivo á su dolor un consuelo en la Muerte y tropieza con el Tra

bajo, que es redentor y hermano de la Dicha. El mar salmodia su inquietud laboriosa y el alba renace con reflejos de esperanza, cuando el Hombre arranca de entre la arena el rudo instrumento que le muestra el Destino.

La idea de muerte, que no alcanza satisfactoria explicación en los metafísicos, ha inspirado varios dramas á Mæterlinck. En ellos, el simbolo adquiere un terror trágico que suspende el ánimo. Es, ya la reina cruel y rapaz que arrebata al pequeño Tintagiles; ya la sombra invisible, la intrusa fatal que penetra en las casas donde hay enfermos. Los perros aullan huyendo á su paso, los cisnes amedrentados vuelan del estanque y las flores se abaten con pavura á un lado y otro holladas por un sér impalpable; lleva por compañía una música siniestra, el silbido de una guadaña que se afila. Esta misma idea aparece animando el último de los poemas-Pascua de Resurrección que componen el libro de los Millares Cubas; pero aquí no es la muerte misterio del más allá, remate y término de una vida consciente y productora que se sume en la nada, sino tránsito á una superior y más feliz existencia á la que el alma resucita triunfante tras las amarguras y dolores de la vida mortal. No es sér simbólico que roba; es bella mujer que conduce, mensajera divina de la luz. Su cortejo no es de temor; un rayo de luna la ilumina; parece que brota luz de su cuerpo, y recorre sin descanso el mundo para sentarse por breve rato junto á los que sufren, á los que gimen, á los que imploran y desesperan; busca á los desterrados del placer, á los leprosos, para anunciarles la luz, para decirles: Resucita, bermano.

Ignoro qué filosofía sea más cierta: si la del nebuloso poeta del Norte, ó la de nuestros autores meridionales; sólo sé que ésta es más consoladora.

RAMÓN PÉREZ DE AYALA.

L

A CONDITION DE LA FEMME DANS LES DIVERSES RACES ET CIVILISATIONS, por Ch. Letourneau.-Un volumen de 508 págs.: París, V. Giard y E. Brière, 1903.

El interesante volumen que acaba de publicar la Bibliothèque Sociologique Internationale que dirige M. Worms, es una obra póstuma del sabio profesor que fué de Sociología en la Escuela de Antropología de París. «Todos los amigos de la Sociología, dice M. Worms en el Prefacio de este libro, saben que este infatigable trabajador estudió desde su cátedra los principales fenómenos de la vida social: el matrimonio y la familia, la propiedad, la moral, el derecho, la religión, la política, la educación, Ja literatura, la guerra, la esclavitud, el comercio.» Acerca de cada uno de estos fenómenos sociales escribió libros importantes, documentados siempre, basados en rica erudición, á los cuales puede acudirse, si no para recoger los fundamentos de una sólida concepción sociológica general, á lo menos para obtener noticias abundantes acerca del desenvolvimiento real de las principales instituciones humanas en los diversos pueblos ó más bien á través de las diferentes razas.

Porque M. Letourneau fué, más que un sociólogo, un antropólogo y un etnógrafo: ó si se quiere, un sociólogo que refiere toda la estructura y desenvolvimiento de Ics fenómenos sociales á los influjos étnicos y antropológicos. De un carácter esencialmente positivo ó positivista, que no es lo mismo, su espíritu, hizo Letourneau siempre obra de construcción científica, en el sentido impropio que suele darse á esta palabra: construcción que pretende asentarse siempre en hechos conocidos, aunque sin darse cuenta en todas las ocasiones, de que esa construcción no suele pasar de una conjetura, fundada en interpretaciones hipotéticas de fenómenos más o menos admisibles y demostrados.

I.a doctrina sociológica, en su parte más característica, el método, resulta, á mi modo de ver, bien clara en el capítulo primero, artículo primero: «Del método comparativo en sociología de esta obra.» Estamos ante una concepción evolutiva basada en los supuestos de que parten las modernas investigaciones de las instituciones primitivas de la humanidad.

«La Sociología, escribe M. Letourneau, como las otras ciencias llamadas naturales, debe apoyarse en las observaciones, en el material considerable de hechos sociales, tomados de toda la historia evolutiva del género humano, sin prescindir de su infancia, es decir, de las edades que no tienen anales escritos, pero que no por eso han dejado de preparar las civilizaciones más avanzadas, al modo como nuestra infancia individual precede y prepara nuestra edad adulta. El período histórico, en el sentido ordinario de las palabras, no es más que una florescencia última, muy corta, comparada con la vida de barbarie, de salvajismo, y hasta de inconsciencia que antes de su explosión han pasado. En esta noche prehistórica es á donde es preciso ir á buscar los origenes de la constitución histórica» (pág. 2).

Pero ¿cómo? ¿cómo, si las fuentes directas nos faltan? He ahí lo característico del procedimiento de M. Letourneau, Este autor, como tantos otros sociólogos, desde M. Spencer, como cuantos han querido penetrar con alguna luz por los obscuros pro

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