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Y debo advertir en honor á la verdad que mis observaciones en este punto no son de agena cosecha ni recogidas de ningún libro de los innumerables que se han escrito comentando al Quijote, la mayoría, justo es decirlo, por autores que se han copiado unos á otros sin estudiar en su verdadera fuente el tipo moral de los naturales de esta región, sino hechas sobre el terreno en 24 años de permanencia en ella, durante cuyo tiempo la he recorrido muchas veces de un extremo á otro tratando de cerca en poblaciones grandes y chicas á toda clase de gentes, hidalgos y plebeyos, ricos y pobres, intelectuales y analfabetos, y esto de intento y con el Quijote en la mano, sacando por resultado de análisis tan detenido que la Mancha nueva tiene de cosmopolita cuando poco tanto como la casi totalidad de las demás comarcas asentadas sobre las extensas mesetas de las dos Castillas y que en parecida y semejante proporción se da en ella lo quijotesco y pancesco, lo serio y lo cómico, lo sublime y lo ridículo, lo ideal y lo real, sin dejar de reconocer por eso que el alma de aquella leyenda vive aún, á pesar de la transforma. ción que traen los siglos, en no pocos descendientes de Alonso Quijano y de Sancho el socarrón.

Visitando hoy mismo los pueblos situados en la zona que sirvió de teatro á las imaginarias excursiones del Ingenioso Hidalgo, Argamasilla de Alba, Montiel, Alcázar de San Juan, Criptana, Herencia, Puertolápiche, Almodóvar, El Toboso, así como pudieran hacerse descripciones de cosas y lugares de exacto parecido á las que vió y describió aquel poderoso ingenio, tales como la casa solariega de D. Diego de Miranda, verdadero modelo de muchas de las que hoy habitan los ricos labradores manchegos, los célebres molinos de viento que aún coronan pequeñas alturas en las cercanías de Alcázar, Campo de Criptana y Mota del Cuervo, prados en las riberas del Guadiana, subiendo á Ruidera, donde aún parece oirse el ruid de los batanes que tanto miedo y espanto puso en el ánimo de Sancho, lagunas de Ruidera y Cueva de Montesinos, de igual modo podrían hacerse retratos morales que en nada desmintieran los magistralmente trazados por tan sabia pluma, entre ellos el del citado D. Diego de Miranda, uno de los que han sobrevivido en este país, uno de los que no ha gastado el tiempo ni en el más insignificante de sus hermosos perfiles. La vida de aquel hogar de costumbres patriarcales, las ideas, los sentimientos religiosos, la hidalguía y caballerosidad, la educación, las ocupaciones y recreos, la cortesía sin fingimiento, todo lo que constituye en una palabra nota saliente en cuanto dicen y hacen D. Diego, D.a Cristina y D. Lorenzo, al recib'r y hospedar en su casa á los famosos caballero y escudero, todo se refleja hoy al vivo sin perceptibles modificaciones en muchos hogares de la Mancha, especialmente en los de

acaudalados labradores donde se rinde todavía verdadero culto á tan altos ideales que fueron como los principios constitutivos de los antiguos hogares castellanos.

Mucho más podría extenderme en este orden de reflexiones sobre el estado social de la Mancha contemporánea, pero la índole del presente trabajo no consiente más holgura. Como resumen de lo expuesto quiero reproducir aquí el siguiente juicio sintético que en el discurso pronunciado con ocasión de los Juegos florales que se celebraron en Ciudad Real en 1897 mantenidos por D. Alberto Bosch, emití acerca del carácter y tipo moral manchego: «Aún viven 6 vegetan aquí en este Priorato, creación por tanto extremo honrosa del malogrado Alfonso xu y de aquel eminente hombre de Estado é insigne estadista (cuya cobarde y alevosa muerte llora en estos momentos la nación entera) (1), pasando entre los rendidos homenajes de sus habitantes los días de su augusta ancianidad, los sagrados girones de aquellas instituciones político-religiosas, de aquellas preclaras Ordenes Militares-á que tengo la señaladísima honra de pertenecer que llevaban por divisa en su luciente escudo, al lado de motes reveladores del valor y del heroismo, los emblemas de la caballerosidad y la hidalguía. Y aunque estatuas mudas de tan llorada grandeza, déjase sentir todavía su vital aliento en los actos, en las costumbres, en las creencias, en los sentimientos de este generoso pueblo, siendo de ver y admirar como todo manchego, estudiado en su trato social, aparece cortés sin artificio, hidalgo por sangre, noble por cuna, caballero por herencia, cristiano por convicción, atento y comedido por crianza, y valiente y esforzado por complexión y temperamento».

CAPÍTULO IV

La villa y el castillo de Alarcos.--Breve reseña histórica de esta población á la hora de fundarse Villa Real por Alfonso el Sabio.

-Moros y Judios en la Mancha.

La inmensa extensión superficial del terreno comprendido entre Sierra Morena y los Montes de Toledo, saludado por los Arabes, como va dicho, con el nombre de Manxa, las condiciones del suelo, la virginidad del subsuelo, hoy en grandísima escala ya explotado, la enorme despoblación, en que á virtud de las revueltas de los tiempos se encontraba, sin brazos que atendieran á su cultivo, falta de que aún se resiente en nuestros días, la difi

(1) Cánovas del Castillo, asesinado el 9 de Agosto de dicho año en los baños de Santa Agueda. El 18 del mismo mes se verificaban los Juegos florales.

cultad de vías de comunicación, que junto con la situación anormal y angustiosa del reino de Toledo, impedía dar una organización robusta y vigorosa á los dispersos elementos, aquí reunidos después del glorioso triunfo de las Navas, y por último, la aproximación y vecindad de todo este país con los reinos de Andalucía, los primeros conquistados y los postreros perdidos por Arabes, Almoravides, Almohades y Berberiscos, son circunstancias de sobrado peso para explicar satisfactoriamente la permanencia de Moros y Judíos en la Mancha en el decurso del siglo XII. Almadén, Almodóvar, Alarcos, Calatrava, Alhambra, Almedina, Mestanza, Alcaráz y otros pueblos recuerdan en sus nombres y en su historia la dominación Agarena.

Difícil, más que difícil imposible, bosquejar siquiera la historia de estas gentes, condenadas á vivir de prestado y de limosna en ageno país á la hora de efectuarse la repoblación de la Mancha. La tradición oral y la tradición escrita han consignado, sin embargo, desde tiempo inmemorial como un hecho su instalación en la Villa de Alarcos y su venida desde este punto á Ciudad Real en el génesis de su fundación, circunstancia que nos obliga á decir algo de aquel lugar tan tristemente célebre en los fastos de nuestra historia patria.

Bórrese de Alarcos la aciaga fecha del 18 de Julio de 1195, (1) y su me moria hubiera pasado tan inadvertida á la posteridad como la de otras muchas villas y castillos, alzados en este suelo durante los azarosos tiempos de la Reconquista. Pero la triste fama lograda por la sangrienta derrota de las armas cristianas en los alrededores del maldecido cerro, ha dado ocasión para que la fantasía popular haga dél una especie de lugar legendario, con cuyo carácter se le mira todavía hoy entre los naturales de esta comarca. En la serie de 21 artículos de nutrida lectura, que bajo el epígrafe de Recuerdos históricos de la Mancha, vieron la luz pública por el año de 1889 en El Labriego de Ciudad Real, hablé del origen romano de esta población, no mencionada por Pomponio Mela, Estrabon ni el Itinerario de Antonino, pero sí por Tolomeo Alejandrino en su guía geográfica, quien la denomina Laccuris, situándola entre Biatia (Baeza) y Tuía (Toya) á los 10,40 grados de longitud y 38,30 de latitud; por el anónimo Ravenate con el nombre de Lacunis, trocada, en sentir del Sr. Cortés y López, la r por n, y últimamente por la inscripción sepulcral hallada en Malagón de «Publius Corn. Alar curius.» Posteriormente á la fecha en que se escribieron dichos artículos fueron practicadas algunas excavaciones en las ruinas del Castillo, descubriéndose un lienzo de muralla cuyos sillares denuncian evidentemente su cons

(1) Puede verse la colección de artículos que sobre la batalla de Alarcos (séptimo centenario) publiqué en el periódico El Manchego-1895,

trucción romana (1). El Arzobispo D. Rodrigo Giménez de Rada en su historia «de rebus hispanic» la llama Alarcuris; el P. Jara, que sin duda cono cía sólo de oídas los itinerarios romanos, la hace figurar como mansión entre Turres y Carcubium, (Calatrava y Caracuel) y por último Díaz Jurado y otros cronistas, que dejaron historias inéditas de Ciudad Real, atribuyen el origen de Alarcos á Alarico, rey de los visigodos, opinión destituída de todo fundamento. Las Crónicas árabes al describir la batalla ganada contra el maldito Alfonso le dan el nombre de Medina Alarca.

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Sea lo que quiera del orígen etimológico de la palabra-cuestión técnica de escaso interés para nosotros y de la antigüedad de la población, la historia de ésta nos es desconocida hasta los tiempos de Alfonso vi, y desde él hasta la repoblación general de la Mancha, en el primer tercio del siglo XIII, corre la misma suerte y pasa por iguales alternativas y fases, salvo lo de la memorable derrota, que las demás villas y castillos comarcanos. Acéptala dicho monarca en calidad de dote, entregada por el Emir de Sevilla Ebn Abed á su hija Zaida, cuando en 1083 la tomó por esposa; perdida más tarde en 1107, pasa á poder de los moros; recupérala en 1130 Alfonso vii y vuélvela á perder y es nuevamente reconquistada por el mismo en 1147, entregándola con otras villas y fortalezas á los Templarios (1150). Con paca fuerza éstos para hacer frente a las contínuas acometidas de las huestes Mahometanas, no pueden impedir que los Moros de Muradal se apoderen por sorpresa de Alarcos en 1158 y la reduzcan á escombros. Los Calatravos, que recogen la herencia renunciada por, aquéllos en dicho año, emprenden vigorosa campaña por todo el territorio, del que logran hacerse dueños en poco tiempo, siendo presumible que reconstruyeran, dada su excepcional importancia, la fortaleza de Alarcos. Nuestro Mariana refiere en su historia general de España que «el pueblo de Alarcos se edificó y pobló en los Oretanos (año de 1178), no obstante haber dicho antes que por el año de 1130 se había ganado á los Moros, contradicción que se explica entendiéndose por reedificación la de 1178. En la Bula de Gregorio vu expedida: en 4 de No-. viembre de 1187 confirmatoria de la 2.a regla de vivir, que acordó el Capítulo general del Cister para la Orden de Calatrava, se señalan fijados por Alfonso ix de León los términos de sus dominios y en ellos figura el Castillo de Alarcos.

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El Cronista de la orden, Rades de Andrada, dice que después de haber entrado (1191) el Arzobispo de Toledo D. Martín de Pisuerga, en cumpli

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Hallándose en Marzo de 1891 en Ciudad Real, el eminente Académico y sabio Arqueólogo, mi distinguido amigo, P. Fidel Fita, visitó estos sitios confirmando mi opinión acerca de la procedencia de dichos sillares, así como a de la época de la fundación de la Iglesia de Alarcos.

miento del mandato de Alfonso VIII, juntamente con los Caballeros de la Orden por los obispados de Córdoba y Jaén y haber hecho en ellos terribles estragos contra los Moros, regresaron por Calatrava donde repartieron la presa «y de allí, añade, el Arzobispo fué al Castillo de Alarcos, donde el rey estaba con más gente para si fuese necesaria. También entendía en hacer fortalecer y bastecer la Villa y Castillo..... Dió el Rey la tenencia de aquel Castillo de Alarcos á D. Diego López de Haro, señor de Vizcaya». (1) Otros historiadores ponen la estancia de D. Alfonso en Alarcos el año de 1193, citando como prueba la carta otorgada desde este sitio en 20 de Febrero, donando la Villa con todas sus pertenencias á la Orden de Calatrava; «facta carta apud Alarcos decimo Kalendas Martii, era 1231 (año de 1193);» pero no hay inconveniente en admitir que estuviera las dos veces.

Tanto la villa como el castillo fueron por fin tomados por las tropas de Aben Yussuf en la espantosa rota de Alarcos, (1195) que hizo imperecedero su nombre grabándolo en las páginas negras de la historia y quedando en poder de los Moros hasta que diez y siete años después los ejércitos coligados de Aragón y Castilla, á quienes se incorporó al llegar á Alarcos don Sancho de Navarra con el suyo, los recobraron, días antes del triunfo de las Navas, para no volverlos á perder jamás.

Precisaba hacer esta brevísima reseña de la historia de Alarcos, partiendo de su origen, al objeto del presente Capítulo, para que el lector pueda tener siquiera una idea general de las evoluciones y mudanzas, por que atravesó el lugar más célebre de todos estos contornos (2), y forme juicio aproximado á la vista de estos antecedentes de lo que nos resta por decir hasta la hora, en que de los desprendimientos de aquella población se formó Villa-Real, en los promedios del siglo xi. Por lo demás aunque ninguno de los hechos referidos, que sirven para avalorar la excepcional importancia, que por su posición topográfica y fortísima construcción tuvo Alarcos durante ese largo período, bien demostrada en el interés y empeño con que Moros y Cristianos solicitaban su conquista y en los heróicos esfuerzos empleados para sostenerla, nos suministra más que vagos é inseguros datos sobre lo que más nos interesaba saber, sobre la población y número de vecindario, que dentro

(1) Lafuente hablando de estas irrupciones de Alfonso VIII por las tierras de Andalucía, dice que causó con ellas grandes estragos á los moros de Úbeda, Jaén y Andújar ya en persona y acompañado de los Caballeros de Calatrava, ya ejecutándolas de orden suya el Arzobispo de Toledo D. Martin de Pisuerga, que hízose célebre capitaneando una do estas expediciones; que debía ser este prelado más dado á los activos afanes del guerrero que á las ocupaciones tranquilas del apostol». De lo que se deduce que habiendo sido varias estas correrías pudieron alcanzar del 1190 al 93, haciendo estada el rey en Alarcos, pues en el 1194 fué ya cuando avanzando con arrojo temerario por medio de los dominios musulmanes, llegó hasta Algeciras desde cuya ciudad dirigió el famoso reto, que tanta sangre cristiana haría derramar en Alarcos al año siguiente, al Emperador de Marruecos Aben Yussuf.

(2) Se celebra todavía en el santuario que corona el memorable cerro una función religiosa por voto de la cindad a la Virgon de Alarcos y una tradicional romería, á la que concurre grau muchedumbre de gentes, tanto de Ciudad Real como de los pueblos limítrofes, cuyo origen se remonta á los primitivos tiempos en que faé fundada Villa Real por Altonso el Sabio,

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