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pensiones, eran para cuantos eclesiásticos seculares y regulares se habian opuesto con decision al sistema constitucional. El clero adquirió un influjo ilimitado en todos los negocios judiciales, administrativos y políti cos; se puso á la cabeza de la sociedad, y enlazado con Fernando, convirtió en instrumentos poderosos el confesonario y el púlpito: por medio del primero penetraba los secretos de las familias, y por medio del otro sembraba la discordia en las mismas, estableciendo como obligacion sagrada que el hijo delatase al padre, la mujer al marido, el hermano á su hermano, el amigo á su amigo, si profesaban ideas liberales, si leian libros prohibidos y asistian á las lógias masónicas.

Al propio tiempo el clero y los frailes de la capital rodeaban á Fernando y le abrumaban á fiestas, á elogios y presentes: atribuíanse esclusivamente el triunfo de lo que llamaban el altar y el trono la familia real asistia casi diariamente á las ceremonias del culto, llevando colgadas del cuello estampas, medallas y escapularios. «Por lo comun (dice Quin, cuyas espresiones suavizamos) seguia á estas fiestas un magnífico banquete, al que invitaba el rey á los individuos del clero y á los frailes, y en el que S. M. se abandonaba á la alegría. Rara vez terminaban tales asambleas sin que el prior pidiese algun destino determinado para su sobrino ó para sus protejidos, que se le concedia al momento sin que los ministros tuvieran noticia de él. Los frailes eran tan fértiles en recursos, que el prior del convento de Atocha pidió y obtuvo permiso para crear cierto número de condes y marqueses: la venta de aquellos títulos honorificos, produjo al convento sumas muy bonitas» (1).

No hay para qué decir que los frailes se resarcieron con admirable presteza de las pérdidas ocasionadas en los seis años, y reedificaron rápidamente los conventos destruidos por los franceses, para lo cual escitaron la supersticion, recurriendo á profecías y supuestos milagros: los diezmos se pagaban con creces, y á los seis meses de la vuelta de Fernando pasaban de 6,000 los individuos que se habian consagrado al estado eclesiástico.

«Más que los ministros (dice un historiador) era la camarilla de palacio quien dirijia los negocios (2). poder formidable é invisible que tanto dió que hablar.» Al principio las venganzas salian del gabinete del infante D. Antonio, hombre ignorante, asociado del nuncio Gravina, de Ostolaza, confesor de D. Cárlos (personaje de cuya historia y aventuras no queremos ocuparnos), de Escoiquiz y del duque del Infantado: pero luego se levantó el poder terrible de la camarilla, que fué árbitra de los lestinos y los tesoros de España. Eran miembros de ella el tal Ostolaza, que con ser delator de sus compañeros de Córtes, lo mejor que tenia era u vida pública (3); el duque de Alagon, el palaciego que á cosas más

(4) Regnum meum non est ex hoc mundo, abia dicho el Divino Maestro.

(2) Historia del reinado de doña Isabel II, a citada. Tomo I.

(3) El fiscal de la Inquisicion de Sevilla le calificó de «muy voluptuoso:» el que quic

ra ver un estracto de la causa que se le formó por los desórdenes á que se entregó en un colegio de niñas, no tiene más que leer El defensor de afijidos y desesperados, núms. 9, 40 y 44. Madrid. Imprenta que fue de Garcia, 4820.

repugnantes se prestaba por complacer á Fernando: Ramirez de Arellano; Ugarte, esportillero ascendido del Rastro á palacio (1); Collado, alias Chamorro, aguador de la fuente del Berro, que introducido en la servidumbre del príncipe de Astúrias le cayó en gracia por su lenguaje truhanesco y «su cómica garrulidad» segun calificacion de un historiador; que fué su confidente en la conspiracion del Escorial, su espía de los demás criados y de la cocina, su confidente íntimo en Valencey y su amigo en el trono, desde el cual daba Fernando sendas carcajadas con las gracias y libertades de Chamorro, en aquella reunion á cuyo frente fué luego á colocarse el bailio ruso Tattischeff, representante del Emperador de Rusia; allí entre el humo de los cigarros y la risa que escitaba el gracejo de los concurrentes, se trataban los negocios de Estado (2).

"A poco tiempo de llegar á Madrid (dice Lardizabal, ministro de Fernando desde 1814 á 1815 y hombre que se distinguia por su ódio al sistema constitucional) le hicieron desconfiar de sus ministros y no hacer caso de los tribunales, ni de ningun hombre de fundamento de los que pueden y deben aconsejarle. Dá audiencia diariamente y en ella le habla quien quiere, sin escepcion de personas. Esto es público; pero lo peor es que por las noches en secreto, dá entrada y escucha á las gentes de peor nota y más malignas, que desacreditan y ponen más negros que la pez, en concepto de S. M., á los que le han sido y le son más leales, y á los que mejor le han servido; y de aquí resulta que dando crédito á tales sugetos, S. M., sin más consejo, pone de su propio puño decretos y toma providencias, no solo sin contar con los ministros, sino contra lo que ellos le informan. Esto me sucedió á mí muchas veces y á los demás ministros de mi tiempo, y así ha habido tantas mutaciones de ministros, lo cual no se hace sin gran perjuicio de los negócios y del buen gobierno. Ministro ha habido de veinte dias ó poco más, y los hubo de cuarenta y ocho horas. ¡Pero qué ministros! >>

En esta parte tenia razon Lardizabal: en seis años contó Fernando más de treinta ministros; de pronto desaparecian de la escena los que parecían más sólidamente arraigados y sostenidos por la camarilla, y se presentaban hombres oscuros, cuya elevacion era un enigma: por ejemplo, D. Juan Lozano de Torres, vendedor de chocolate en Cádiz, que sin haber estudiado derecho, pasó de un empleo subalterno de hacienda á jefe de la magistratura y de los negocios eclesiásticos, y fué uno de los que más se sostuvieron en el ministerio de Gracia y Justicia. Pero lo más original era la manera en uso entonces para cambiar de ministros. Echevarri, que habia prestado grandes servicios á la reaccion, fué á despachar con Fernando, que cuando le hubo dado cuenta de los negocios, le entretuvo hablando y paseando con él por el cuarto hasta las doce de la noche, hora en que le despidió con sumo cariño, despues de haberle regalado una porcion de cigarros habanos. Fuése Echevarri á su casa lleno de orgullo por la confianza, el afecto y el regalo del amo; tras de él llamó un

(1) Llamábanle Antonio I, Emperador de España.

(2) Fernando abolió en gran parte las ceremonias de la etiqueta; no se chanceaba ni divertia con los cortesanos, pero se mostraba

alegre y decidor con los criados, á quienes trataba con suma familiaridad, consintiendo que se tomasen en su presencia las mayores libertades. Quin. Obra citada.

secretario, que le intimó la supresion del ministerio de policía y la órden de salir desterrado á Daimiel en el término de pocas horas. Otro tanto con diferencia de detalles y con la circunstancia de que a veces habia presidio en Ceuta por diez años, les sucedió á Vallejo, y á Ballesteros, y á Macanaz, y á Casa Irujo, y á Ofalia, y á Lardizabal, y á los de la misma camarilla; á Escoiquiz, á Ostolaza, á Calomarde, á los cómplices en el Escorial y en Valencey y en Madrid. Amezaga pertenecia á la servidumbre de Fernando: dicen que Napoleon le ganó para que vigilára en Valencey al príncipe; pero su amo le dispensaba con intermitencia su estimacion, y en una carta ya citada, decia que poseia toda su confianza habiéndola merecido justamente por su escelente conducta en todos los asuntos: si alguna vez escitó el enojo de Fernando, debe creerse que volvió á su gracia, puesto que le dió gracias por sus servicios y se despidió de él con mucho cariño al entrar en España: vínose tambien Amezaga, lleno de ilusiones en el favor de que gozaba en Madrid; pero al llegar al Ebro le prendieron de órden del rey, le encerraron en un calabozo de Zaragoza y le formaron causa. Amezaga habia sido testigo de la conducta del príncipe en el destierro, y su confidente íntimo; poseia sus secretos, y en pago de ellos, mereció una certificacion estendida por su secretario de cámara, declarando que habia faltado á la fidelidad de vasallo; la Audiencia condenó á Amezaga á muerte, é impetrada en vano la clemencia del trono, el desgraciado se suicidó en la cárcel con una navaja de afeitar (1).

Pruebas plenas dejamos dadas de que Fernando fué el primero y el más entusiasta de los afrancesados: por el tratado de Valencey se obligó á devolver los bienes, empleos y honores á los españoles que, no tan solemnemente como él, habian reconocido al rey José: á su paso por Tolosa ratificó esta obligacion: todos esperaban una amnistía el dia de San Fernando, ese fué el escojido para lanzar un anatema contra 12,000 españoles en masa por adictos á José I, condenando á destierro perpétuo á las mujeres que se habian espatriado con sus maridos: un año despues si alguno ensayó pasar el Pirineo, como D. Francisco Trota, fué condenado, solo por haber entrado en España, á cuatro años de presidio en Melilla. Tal fué el premio que obtuvieron los que despues de haberse puesto del lado del estranjero siguiendo el ejemplo y las órdenes de Fernando, insultaron á los liberales en su caida, haciendo gala de monarquismo como antes lo habian hecho de reformadores.

En el momento en que el príncipe ingrato hacía pedazos las leyes

(4) La suerte que cabia entonces á los favoritos en desgracia, era muy semejante á la que alcanzan en las cortes orientales. En España de 4814 á 1820, la caida de un ministro era casi siempre seguida de un destierro, muchas veces de su prision (que alguna hacía Fernando en persona), y otras de la confiscacion de bienes. Por este punto de comparacion entre los africanos y los españoles encontrado por Mr. Pradt, dijo que:

«El Africa empezaba en los Pirineos.» Y al escribir esta nota se nos vienen á la memoria aquellos versos de nuestro Romancero, que parecen hechos para uso de los privados de Fernando:

«Los que servis à los reyes
notad bien la historia mia;
catad que mucho se engaña
el hombre que en hombres fia. >>

que la nacion se habia dado, decia en una circular para fascinar á los americanos y tenerlos obedientes:

«S. M. ha ofrecido á sus amados vasallos unas leyes fundamentales, hechas de acuerdo con los procuradores de sus provincias de Europa y América; y de la próxima convocacion de las Córtes, compuestas de unos y otros, se ocupa una comision nombrada al intento. Aunque la convocatoria se hará sin tardanza, ha querido S. M. que preceda esta declaracion, en que ratifica lo que contiene su real decreto de 4 de este mes acerca de las sólidas bases sobre las cuales ha de fundarse la monarquia moderada, única conforme à las naturales inclinaciones de S. M. y que es el solo gobierno compatible con las luces del siglo, con las presentes costumbres y con la elevacion de alma y carácter noble de los españoles » (1).

Cualquier gobierno, conociendo que la hora de la emancipacion habia llegado para América, y prestándose á ella pausada y hábilmente, hubiera asegurado nuestra influencia, ya que el absolutismo habia hecho odiosa allí nuestra dominacion: al desatarse los lazos que nos tenian unidos con ultramar, fácilmente podrian estrecharse otros que durasen muchos siglos. Fernando procedió de distinto modo: por un lado envió al general Morillo con tropas insuficientes; por otro la Inquisicion de Méjico celebraba un auto de fé con un cura prisionero llamado Morelos, y á cada versículo cantado por los inquisidores, tocaban las espaldas del cura los familiares del Santo Oficio con manojos de varas en ademan de azotarle, cubriendo así de ignominia al gobierno español: poco despues quitaron la vida al infeliz Morelos.

Aquella Inquisicion envió á Madrid, bajo partida de registro, al obispo de Mechoacan, hombre instruido y tolerante: estendióse la fama de su ilustracion, llamóle Fernando, oyó la pintura exacta del verdadero estado de América, le agradó el plan que le propuso y le ofreció el ministerio de Gracia y Justicia, vacante hacia un año; pidió la causa del obispo, escribió de su puño sobreséase y dictó el nombramiento del ministro: al dia siguiente, el nombrado fué á tomar posesion, y se encontró con un decreto en que se le destituia por estar pendiente el fallo del Consejo supremo de la Inquisicion.

Bastan estos recuerdos para juzgar lo que era el gobierno de Fernando en punto á los negocios que tenian relacion con el esterior, para que no cause maravilla que España, la nacion que más habia sufrido y más habia hecho para derrocar el imperio, fuera la única que no sacára ventaja alguna del congreso donde se distribuyeron los despojos; que el gobierno de Fernando, lejos de merecer consideraciones, fuese objeto de burla y menosprecio por parte de la Santa Alianza.

Más que estas pruebas de reprobacion recibió Fernando: Luis XVIII escribió á Cárlos IV manifestándole los recelos que le inspiraba España, donde la conducta impolítica de Fernando podia levantar alguna oleada

(1) Coleccion de decretos, tomo 4.° Barcelona. 4844.

popular é inundar quizás con su avenida la vecina Francia. El emperador de Rusia le decia:

«Me ha sido tanto más grato recibir de parte de V. M. este testimonio de amistad y de confianza, cuanto que el motivo que me habia impulsado á hacerle las indicaciones que creí deber dirijirle con entera franqueza, nacia del convencimiento íntimo de que el interés de la monarquía española y la gloria de vuestro reinado, señor, dependen esclusivamente de un conjunto de medidas de moderacion, á propósito para hacer olvidar lo pasado y consolidar lo futuro » (1).

Una mirada por el interior, dirá el caso que Fernando hacía de estos consejos. «La dinastía de los Borbones, dice Quin, trató de consolidar este sistema » (el de un poder sin freno); «todo cedia á los mandatos de los capitanes generales, especie de bajás, que reunian en su persona una autoridad ilimitada. » Godoy aumentó todavía su poder; « la Constitucion de 1812 puso dichoso fin á tantos abusos» (2). Con Fernando se aumentaron los males por las pasiones horribles de aquellos á quienes confió los destinos públicos; parecia que no habia más objeto ni más deberes que cumplir que « perseguir á los liberales, á los afrancesados, á los francmasones; en una palabra, á todos los ciudadanos apreciables é ilustrados.» Desde los ministros hasta el último subalterno de policía, los numerosos agentes de la autoridad no se ocupaban de otra cosa que de llenar de víctimas las prisiones y de buscar en los actos más inocentes, y aun en los más nobles rasgos de patriotismo, pretestos para venganzas. Tan vasta y sorda persecucion, recibió todavía mayor desarrollo y actividad por los nombramientos imprudentes de capitanes generales en personas conocidas por su carácter inmoral y sanguinario. Rivalizaban en celo para lograr el agrado de la faccion á quien servian y para hacerse notables en su carrera, el conde de Labisbal en Cádiz y Elío en Valencia.

O'Donnell turbó la tranquilidad de los gaditanos: forjó conspiraciones; puso los cañones en la plaza; estableció una guardia de caballería en el café de Apolo; hizo variar este título por el de « café del Rey,» y ocasionó la muerte del dueño del establecimiento; pobló las cárceles de ciudadanos pacíficos por la simple delacion de los frailes; encerró en una fortaleza á los que por efecto de dolencias no podian arrodillarse en la iglesia; plantó una horca perenne en el paseo de San Antonio, y obtuvo por evitar una catástrofe finjida, la gran cruz de Cárlos III.

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dias, y fuera remitida á los comisionados, que la enviarian á España por todos los medios. El objeto de este periódico seria ilustrar á los españoles, hacerles conocer nuestras disposiciones constitucionales y lanzarlos á la insurreccion y á la desercion. 2. La junta deberá ocuparse de los proyectos de espedicion de guerrillas, de su organizacion y de los medios de hacerlas entrar en España. El presidente de la junta sería acreditado cerca del ministro de Relaciones estranjeras. Todos los socorros dados á los españoles, á razon de 120,000 francos por mes, serán firmados y distribuidos por la junta.>>

(2) Obra citada.

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