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todavía á mostrarse hostil á la Francia, y la tentativa no produjo resultado.

Otro auxilio, mas legítimo, como que era español, y por lo mismo destinado á ser mas positivo y eficaz, fué el que se buscó con mejor éxito, y se logró con esfuerzos verdaderamente estraordinarios y maravillosos, hasta el punto de realizarse lo que parecia y era mirado casi como un imposible. Hablamos de la vuelta á España de aquel ejército de mas de catorce mil hombres, mandado por el marqués de la Romana, que el lector recordará haber sido enviado años atrás por Napoleon al Norte de Europa, arrancándole artificiosamente de su patria y alejándole de ella para sus ulteriores fines. Allá se hallaban aquellas lucidas tropas, interpuestas entre el mar y los ejércitos imperiales, en las apartadas islas y regiones de Langeland, la Fionia, la Jutlandia y la Finlandia, vigiladas por el mariscal Bernadotte, incomunicadas con su pátria, sin saber la insurreccion y las novedades que en ella habian ocurrido, y hasta separados y aislados entre sí unos de otros cuerpos. Solo habia llegado allá un despacho de Urquijo, como ministro del rey José, para que se reconociese y jurase á éste como rey de España. La notificacion de esta órden para su cumplimiento escitó vehementes sospechas y produjo profundo disgusto en aquellos buenos españoles; salieron gritos contra Napoleon de algunos cuerpos, subleváronse otros, que fueran desarmados, redoblóse la vigilancia, fué nece

sario obedecer, y el mismo marqués de la Romana juró reconocimiento al nuevo rey, si bien hubo quien tuvo prevision y valor para espresar que lo hacía á condicior de que José hubiera subido al trono español sin oposicion del pueblo. En una cosa estaban todos acordes, que era en esperar calladamente á que se les deparase ocasion y medios de sacudir aqueila opresion y volver á su querida España. No faltaba quien estudiara como proporcionárselos, aun reconociendo la dificultad y los riesgos de la empresa.

Habian ido á Londres é incorporádose con los diputados de Astúrias y Galicia los enviados por la junta de Sevilla, don Juan Ruiz de Apodaca y don Adrian Jácome. Discurriendo todos cómo avisar y cómo sacar de su especie de cautiverio la division española de Dinamarca, acordaron enviar en un buque inglés al oficial de marina don Rafael Lobo. Aunque el gobierno británico habia hecho aproximar con el propio objeto á las islas danesas una parte de su escuadra del Norte, Lobo no pudo desembarcar, y quizá hubiera sido estéril su espedicion, sin una coincidencia que pareció providencial. Con intento ya de escaparse atravesaba aquellas aguas el oficial de voluntarios de Cataluña don José Antonio Fábregues en un barco que ajustó á unos pescadores: al divisar buques ingleses, obligó sable en mano á los pescadores á hacer rumbo hacia ellos; forzados se vieron á obedecer al intrépido español, no sin que éste se viera en peligro de ser por uno de los dos

asesinado. Déjase comprender cuanta seria luego su alegría al encontrar en el buque á que logró arrimarse á su compatricio Lobo, y cuánta tambien la satisfaccion de éste al hallar quien le diera noticia y le pudiera servir de conducto seguro para corresponderse con los gefes españoles. Juntos, pues, discurrieron y acordaron el modo, aunque arriesgado siempre, teniendo que hacerlo Fábregues de noche y disfrazado, de ganar primero la costa de Langeland, donde estaba el gefe de su cuerpo, y después la isla de Fionia, donde se hallaba el marqués de la Romana. Salióle bien la peligrosa aventura, y merced á esta combinacion de casualidades, ardides y rasgos patrióticos se informó el ejército español de Dinamarca de lo que en España habia acontecido.

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Inflamados de amor patrio, así el caudillo como los oficiales, ya no pensaron sino en concertar los medios de venir á España, si bien teniendo el de la Romana que sobreponerse á los temores de la grave responsabilidad que sobre él recaería, si la empresa, difícil en sí, se desgraciaba, lo cual le hizo vacilar al pronto. Pero una vez resuelto y convenido con los ingleses el modo de ejecutar el embarco, sospechando por otra parte que los franceses se habian apercibido del proyecto, aceleróse la operacion, apoderándose simultáneamente los de Langeland de toda la isla, y la Romana de la ciudad de Nyborg (9 de agosto), punto apropósito para embarcarse. Todo på

recia ir bien, però la deslealtad de un gefe, el segundo de la Romana, don Juan de Kindelan, que fingiendo estar dispuesto á partir dió conocimiento de todo al general Bernadotte, fué causa de que los regimientos de Algarbe, Astúrias y Guadalajara, junto con algunas partidas sueltas, fueran sorprendidos, envueltos y desarmados, los unos por las tropas francesas, por las danesas los otros, siendo entre todos cinco mil ciento sesenta hombres los que por tan lamentable causa no pudieron embarcarse y se quedaron en el Norte (1).

Los nueve mil restantes lograron reunirse todos en Langeland, no sin gravísimos riesgos y dificultades, que especialmente algunos cuerpos tuvieron que vencer á fuerza de resolucion, de valor y de intrepidez. Allí, despues de haber despreciado los halagos, exhortaciones y ardides de todas especies que empleo Bernadotte para ver de detenerlos en su plan de evasion, ejecutaron aquellos buenos españoles una de esas tiernas y magníficas escenas que solo el verdadero y acendrado patriotismo inspira á los hombres en momentos solemnes y en situaciones críticas y de gran peligro:

(1) El capitan Costa, del regimiento de Algarbe, viéndose de aquella manera vendido, afectóse tanto que prefirió poner término á su vida disparandose un pistoletazo. No paró en esto la traicion de Kindelan: delató tambien al capitan de artillería Guerrero, que se hallaba con una comision de confianza en el Sleswic: lleno de

indignacion el bravo capitan, acusó de traidor y alevoso á su denunciador delante del general Bernadotte: por fortuna suya el mariscal francés, prendado del enérgico arranque del capitan español, fué con él tan generoso que no solo le facilitó la fuga, sino que secretamente le proporcionó dinero para que la ejocutára.

escena no menos sublime que las mas celebradas de su índole y naturaleza en la antigüedad (1). Clavadas sus banderas en el suelo, y formando en derredor de ellas un círculo, hincados de rodillas y trasluciéndose en los semblantes la efusion que embargaba los corazones, allí juraron todos: ¡grandioso é interesante espectáculo! no abandonarlas sino con la vida, menospreciar seductoras ofertas, ser fieles á su patria y hacer todo género de sacrificios para volver á ella. En cumplimiento de este propósito, el 13 (agosto) se embarcaron para Gotemburgo, puerto de Suecia, nacion entonces amiga, y al poco tiempo se dieron á la vela para España. El 9 de octubre, despues de una navegacion trabajosa, saludaron llenos de júbilo la playa de Santander, y con no poca alegría vió tambien la nacion regresar á su seno en tales circunstancias aquellos denodados guerreros y buenos patricios, que arrancados con engaño de España habian acreditado su valor y arrojo peleando y triunfando en las regiones septentrionales de Europa. El marqués de la Romara se habia ido á Lóndres; la caballería se internó para ser remontada, porque allá habia dejado los caballos por falta de trasportes y de tiempo, y de la infantería se formó una division denominada del Norte, que

(1) Toreno compara la heróica conducta de los españoles en el hecho que vamos á referir, à la de Jenofonte y sus griegos en la cèlebre retirada de los diez mil: pero él mismo reconoce que fué

al

mas meritorio el heroismo de nuestros españoles, porque se hallaban en condiciones en que el sacrificio era mas espontáneo y menos forzoso que el de aquellos.

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