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Ponferrada, y de allí á Lugo, donde unidas con la de Galicia intentaron constituir una general que representára todas las provincias del Norte. Sin embargo, Astúrias no se prestó á este plan, ya por rivalidad con la de Galicia, ya porque columbrase y prefiriese una central y suprema.

Reconocian todos los hombres pensadores la necesidad de un nuevo poder, identificado con la revolucion, y que representára la autoridad soberana. Cuestionábase sobre la forma y organizacion que sería mas conveniente darle: halagaba á algunos un régimen federativo que no aniquilara la accion de cada localidad, que podria ser mas directa y activa, y por tanto mas eficaz en la clase de lucha que se habia comenzado; preferian otros la reunion de las antiguas Córtes del reino, como representacion mas nacional, y como institucion ya conocida por muchos siglos y respetable en España; y opinaban otros por una Junta central suprema, compuesta de individuos y representantes de las que ya existian en las provincias. Sobre no carecer de inconvenientes los dos primeros sistemas en circunstancias como las de entonces, presentábase el tercero como el mas hacedero y fácil. El bailío don Antonio Valdés, que presidia las tres juntas de Castilla, Leon y Galicia, consiguió persuadirlas á la adopcion de éste último, conviniendo en concurrir con el nombramiento de diputados á formas una central con las demás del reino. Prevaleció en las mas esta misma idea:

Astúrias, Valencia, Badajoz, Granada y otras dieron pasos en este sentido, y Murcia puede decirse que se habia adelantado á todas, escitándolas en una circular que les dirigió á formar un cuerpo y á elegir un Consejo que gobernara á nombre de Fernando VII. Y hasta Sevilla, no obstante el sentimiento que debia naturalmente causarle descender de la especie de supremacía que desde su instalacion habia ejercido, se adhirió al fin al comun dictámen nombrando individuos de su seno que la representaran en una junta única y central.

La dilacion ocasionada por las anteriores diferencias solo habia venido bien al Consejo, que á su sombra continuaba apoderado de la autoridad, con la esperanza de conservarla tanto mas tiempo cuanto la junta tardara en reunirse. Sus providencias no eran ciertamente para atraerse las voluntades de los hombres ilustrados, ni tampoco las de los comprometidos en la insurreccion popular; puesto que à vueltas de tal cual tibia medida en favor de la causa de la independencia, perseguia y aun procesaba á los que tenian papeles de las juntas, coartaba la imprenta, como quien se asustaba de la propagacion de toda idea liberal, y reducia á dos veces por semana la publicacion de la Gaceta, recientemente hecha diaria. Fiaba sobre todo en la proteccion de los generales, que por los motivos que después diremos habian concurrido por este tiempo á Madrid, y

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principalmente en la del general Cuesta, antiguo gobernador del Consejo, nada aficionado al elemento popular, y ya indispuesto por esto mismo con las juntas de Leon y Galicia. Atrevióse en efecto Cuesta á proponer á Castaños dividir el gobierno de la nacion en civil y militar, confiando la parte civil y gubernativa al Consejo, y reservando la militar para ellos dos en union con el duque del Infantado. Columbró Castaños el fin que podia envolver la proposicion, y no se dejó ni seducir ni fascinar de ella. No fué Cuesta mas feliz en otra proposicion, que hizo en consejo de generales que se celebró en Madrid en aquellos dias (5 de setiembre), para que se nombrara un comandante en gefe: en ninguno de los otros encontró eco su indicacion. Amohinado Cuesta con estos dos desaires, salió de Madrid, y descargó su despecho contra la junta de Leon, de que anteriormente, como indicamos ya, se hallaba resentido, haciendo arrestar á sus dos vocales el presidente don Antonio Valdés y el vizconde de Quintanilla, en camino ya para representarla en la Central. Como rebeldes á su autoridad quiso tratarlos, y los hizo conducir y encerrar en el alcázar de Segovia: no bien quisto ya del pueblo el general Cuesta, acabóle de indignar con esta tropelía.

Pero ni esta ni otras maquinaciones alcanzaron á atajar el vuelo de la idea ya dominante de junta central. Iban ya concurriendo á Madrid diputados de las de provincias, y solo se dudaba cuál seria el punto mas

conveniente para su reunion. Repugnaban algunos que lo fuese la capital, por temor á la influencia siniestra del Consejo. La junta de Sevilla habia propuesto á Ciudad Real, y á esto se inclinaban muchos; pero la circunstancia de haberse reunido un buen número en Aranjuez resolvió la cuestion, acordándose tener las primeras sesiones en aquel real sitio. En efecto, despues de algunas conferencias preparatorias para el exámen de poderes y arreglo de ceremoniales, el 25 de setiembre de 1808 se instaló solemnemente en el palacio real de Aranjuez el nuevo gobierno nacional bajo la denominacion de Junta Suprema Central gubernativa del reino, compuesta de dos diputados nombrados por cada una de las de provincia (1). Fué elegido présidente

(1) Constituyeron la Central al tiempo de su formacion, los indivíduos y por las provincias siguientes:

Por Aragon: don Francisco de Palafox: don Lorenzo Calvo de Rozas.

Por Asturias: don Gaspar Melchor de Jovellanos; el marqués de Campo Sagrado.

Por Castilla la Vieja: don Lorenzo Bonifaz Quintano.

Por Cataluña: el marqués de Villel; el marqués de Sabasona.

Por Córdoba: el marqués de la Puebla; don Juan de Dios Rabé.

Por Extremrdura: don Martin de Garay; don Félix de Ovalle.

Por Granada: don Rodrigo Riquelme; don Luis Ginés de Funes y Salido.

Por Jaen: don Sebastian de Jócano; don Francisco de Paula Castanedo.

Por Mallorca é Islas adyacentes: don Tomás de Verí; don José

Zanglada de Togores.

Por Murcia: el conde de Floridablanca, presidente interino; el marqués de Villar.

Por Sevilla: el arzobispo de Laodicea; el conde de Tilly.

Por Toledo: don Pedro de Ribero; don José Garcia de la Torre. Por Valencia: el conde de Contamina.

Los de Leon, don Antonio Valdés, y vizconde de Quintanilla, se hallaban, como hemos dicho, arrestados por el general Cuesta en el alcázar de Segovia.- Concurrieron después á la junta, por Castilla la Vieja, don Francisco Javier Caro, catedrático de la Universidad de Salamanca: por Galicia el conde de Gimonde, y don Antonio Aballe: por Madrid, el conde de Altamira, y don Pedro de Silva, patriarca de las Indias; este falleció luego en Aranjuez y no fué reemplazado; por Navarra, don Miguel de Balanzá

el anciano y respetable conde de Floridablanca, que lo era por Murcia, y secretario don Martin de Garay, vocal de la de Extremadura. Personage de todos conocido y altamente reputado el primero, nada podriamos. decir aquí de él que no fuera repetir lo que en tantos lugares de nuestra historia queda consignado. El segundo era hombre de instruccion, práctica y manejo de negocios, y muy propio para aquel cargo. Pertenecian á la junta hombres ilustres y de esclarecida fama, tal como don Gaspar Melchor de Jovellanos, cuyo solo nombre nos dispensa de recordar á nuestros lectores todo lo que de é! hemos pregonado en nuestra obra, y es de notoriedad sabido. Era tambien vocal el antiguo ministro de Marina, bailío don Antonio Valdés. Los demás, aunque pertenecientes á las clases mas distinguidas del Estado, como altas dignidades de la Iglesia, de la magistratura y de la milicia, grandes de España, y títulos de Castilla, eran buenos repúblicos, pero sus nombres, en general poco conocidos de antes, habian comenzado á sonar con ventaja en la revolucion.

Fué generalmente recibida con aplauso la noticia de la instalacion de la Central, si se esceptuan algunas juntas que sentian ver mermadas su importancia y sus atribuciones, é intentaron, aunque en vano, conservarlas á costa de coartar y rebajar las de los diputados

y don Carlos de Amatria: por Valencia, el príncipe Pio, que falleció en Aranjuez, y fué reempla

zado después por el marqués de la Romana.

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