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1833.

Orden del rey á don Carlos.

zo ayer Campuzano de orden tuya, el que me enseñó el oficio de Zea á Córdoba para que yo dijese si queria embarcarme ó no: á la cual te respondo que mi salida en estas circunstancias me sería muy indecorosa por las razones que espuse en mi anterior: insisto pues en mi peticion de que se examinen todos mis pasos; si soy reo debe castigárseme; pero sino he maquinado contra el trono, ni contra tu persona, ni contra las leyes de nuestra España, como estoy seguro en mi conciencia, exijo que asi se declare, para que en ningun tiempo pueda decirse que huyo de este reino como un criminal, que se sustrae por la fuga del rigor de la justicia. Me alegraré que goces con tu muger é hijas de la mas completa salud: nosotros todos estamos buenos, gracias á Dios, y te deseamos los mas felices dias de Cristina, como á ella igualmente, á quien me harás el gusto de decírselo; y te aseguro que cuanto mas me alejas de tí, ó te ves forzado á hacerlo, mas y mas te quiero, y soy el mismo hermano que he sido para contigo en nuestra niñez, en Valencey, en Cádiz y siempre, que te quiere de corazon.— M. Carlos."

Apremiado el infante el 18 de Agosto para que se embarcase contestó al ministro plenipotenciario que le comunicaba la orden: "que estaba resuelto á verificarlo en Lisboa cuando la reconquistase don Miguel." Entonces, tomando Fernando el tono de rey, escribió en estos términos:

"Infante don Carlos: mi muy amado hermano. En 6 de Mayo os dí licencia para que pasáseis á los estados Pontificios; razones de muy alta política hacian necesario este viaje. Entonces dijísteis estar resuelto á cumplir mi voluntad, y me lo habeis repetido despues; mas á pesar de vuestras protestas de sumision habeis puesto su

cesivamente dificultades, alegando siempre otras nuevas al paso que yo daba mis órdenes para superarlas, y evadiendo de uno en otro pretesto el cumplimiento de mis mandatos. - Dejé de escribiros, como os lo anuncié, para terminar disensiones no convenientes á mi autoridad soberana, y prolongadas como un medio para eludirla. Desde entonces os hice entender mis intenciones, sobre los nuevos obstáculos, por conducto de mi enviado en Portugal. Mis reales órdenes repetidas, en especial las de 15 de Julio y 11 y 18 del presente allanaron todos los impedimentos espuestos para embarcaros. El buque, de cualquiera bandera que fuera, el puerto en pais libre ú ocupado por las tropas del duque de Braganza, aun el de Vigo en España, todo se dejó á vuestra eleccion; las diligencias, los preparativos y los gastos, todos quedaron á mi cargo.-Tantas franquicias y tan repetidas manifestaciones de mi voluntad solo han producido la respuesta de que os embarcareis en Lisboa (donde podeis hacerlo desde el momento) luego que haya sido reconquistada por las tropas del rey don Miguel. Yo no puedo tolerar que el cumplimiento de mis mandatos se haga depender de sucesos futuros, agenos de las causas que los dictaron; que mis órdenes se sometan á condiciones arbitrarias por quien está obligado á obedecerlas. Os mando pues que elijais inmediatamente alguno de los medios de embarque que se os han propuesto de mi orden; comunicando, para evitar nuevas dilaciones, vuestra resolucion á mi enviado don Luis Fernandez de Córdoba, y en ausencia suya á don Antonio Caballero, que tienen las instrucciones necesarias para llevarla á ejecucion. Yo miraré cualquiera escusa ó dificultad con que demoréis vuestra eleccion ó vuestro viaje como una pertinacia en resistir á mi vo

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Lisboa,

luntad, y mostraré, como lo juzgue conveniente, que un infante de España no es libre para desobedecer á su rey.-Ruego á Dios os conserve en su santa guarda. -Yo el rey."

En efecto, la victoria naval de don Pedro habia producido abundante fruto. El general Villaflor, que mandaba las armas de la libertad, acercábase á Lisboa, y habiendo querido atajar sus progresos el general de los miguelistas Tellez Gordaon dióse una batalla el 23 de Julio al otro lado del Tajo junto á Casillis de Almada, y quedaron derrotados los esclavos y muerto en el campo su gefe Tellez Gordaon. Aquella misma noche desocuparon la capital del reino las autoridades del usurpador, y al dia siguiente entraron en Don Pedro en triunfo los soldados del duque de Braganza á libertar al pueblo de la prolongada é indigna servidumbre en que habia yacido. El ministerio español dió con este motivo instrucciones á los generales de las provincias vecinas á Portugal para que si se presentaba don Miguel con ánimo de refugiarse en España se le admitiese, pero no asi á dọn Carlos, á quien debia obligarse á darse á la vela. Ni aun los triunfos del duque de Braganza lograron abrir los ojos al secretario Zea. El 22 de Setiembre llegó á Portugal doña María de la Gloria, siendo recibida con el entusiasmo y alegría que debia inspirar la presencia de la que venia á sustituir el reinado de la libertad al de las cadenas. Ya desde el 15 de Agosto habíase presentado á don Pedro en el palacio de Ayuda lord Guillermo Russel en calidad de ministro plenipotenciario de la Gran Bretaña, y con la mision especial de reconocer el gobierno de doña María de la Gloria.

En 9 de Agosto habia aparecido el cólera en Huelva y de alli saltó á Sevilla, llenando de ter

El cólera en

ror á los habitantes, que espiraban apenas acome-
tidos: tanta era la vehemencia de la peste. Hu- España.
yendo de tan horrorosa plaga derramábanse las
gentes por los campos, y al paso que estendian el
mal morian mas facilmente privadas de auxilios y
de medicinas. Verdad es que estas eran inútiles,
y que al principio todos abandonaban á los enfer-
mos, recelosos del contagio que no existia, porque
el daño venia de la atmósfera, y por consiguiente
del aire que se respiraba. En aquellos momentos
España presentaba un cuadro negrísimo, amenaza-
da próximamente por la guerra civil y presa de
la peste que se disponia á diezmar el reino.

Alboroto en

1833.

En los ángulos mas opuestos de la monarquía saltaban chispas de rebelion, y lo que es peor la indisciplina levantaba su cabeza en el ejército. En el palacio mismo de los reyes atumultuóse la guardia real el 30 de Julio pidiendo los soldados la guardia real. cumplidos su licencia, y únicamente se apaciguaron con la promesa de que asi se haria. El baron de los Valles ya citado dice que aun en estos dias se negó don Carlos á mezclarse en las cosas de España, y á escribir las cartas que le aconsejaba para levantar el reino; y que solo consintió tácitamente al ver afligidas á las princesas en que la infanta doña Francisca le confiriese poderes por escrito que le autorizaban para dar á conocer á los realistas las intenciones de la familia y la confianza que en el baron tenian. Rasgo jesuítico que levanta la cubierta del pecho del infante, donde el fanatismo, la hipocresía y la ambicion salteaban el alma.

Asi mientras la esperanza de pasar al reinado de la teocracia deleitaba al clero, el pueblo creía que iban á romperse sus cadenas, y los ánimos se hallaban agitados y reinaban la zozobra y la inquietud que anuncian las grandes revoluciones.

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Muerte de Fernando.

Fernando, cuya existencia se apagaba rápidamente, habia llegado en primeros de Setiembre á un estado cadavérico, y parecíase á una bujía consumida, cuya luz no puede tardar á apagarse. Previsto el caso, y avisados reservadamente los capitanes generales, tomáronse varias providencias en todos los puntos del reino. El 27 de Setiembre los médicos dieron el parte siguiente:

"El dia 19 de Julio último empezó el rey nuestro señor á quejarse de un dolor en la cadera izquierda; y aunque desde entonces no ha podido S. M. andar con libertad, no ha habido necesidad de que haya guardado la cama dia alguno. Mas notando que la constitucion del rey va debilitándose por la inapetencia, y por las vigilias que hace mucho tiempo que padece, á pesar de ser muy poco el dolor, lo participamos á V. E. para su conocimiento."

Al dia siguiente ya no pudo levantarse del lecho Fernando, y el 29 anunciaron su fallecimiento de este modo:

"Ecxmo Sr. Desde que anunciamos á V. E. con fecha de ayer el estado en que se hallaba la salud del rey nuestro señor, no se habia observado en S. M. otra cosa notable que la continuacion de la debilidad de que hablamos á V. E. Esta mañana advertimos que se habia hinchado á S. M. la mano derecha, y aunque este síntoma se presentaba aislado, temerosos de que sobreviniese alguna congestion fatal en los pulmones ó en otra víscera de primer orden, le aplicamos un parche de cantáridas al pecho y dos á las estremidades inferiores, sin perjuicio de los que en los dias anteriores se le habian puesto en los mismos remos y en la nuca. Siempre en espectacion, permanecimos al lado de S. M. hasta verle comer, y nada de particular notamos, pues comió como lo habia

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