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ciosa escalinata, cubierta con una marquesa de vidrios de colores.

El vestíbulo y las habitaciones que atravesé eran suntuosas. Al fin llegué á un gabinete en el que una jóven de diez y seis á diez y siete años, hermosa como un ángel, hacia labor cerca del general. Este se levantó al verme, y despues de abrazarme

P

-«Estrecha la mano de mi hija Inés, me dijo, señalando á la jóven; á ella, no á mí, es á quien debes la vida.»

La jóven entre ruborizada y espansiva estrechó mi mano con efusion.

--«No ha comprendido Vd., me dijo, las palabras de mi padre; yo se las esplicaré.»

Y entonces me contó que su padre al ver al militar que iba á matarme, pensó en ella, que tenia entonces seis años. Fué pues el ángel de mi guarda.

-¿Y por eso solo le apreciaba á Vd. tanto el general? -No señor. «Gil, me dijo, ya has oido la revelacion de mi hija; escucha ahora la mia. Cuando te conocí era yo capitan, me dominaba el vicio del juego y partia mi sueldo entre mis acreedores y mi familia.

«Mi esposa y mi hija vivian en la mayor miseria. Cuando entré en tu casa con mis soldados, un criado de tus padres me indicó por señas, mostrándome una moneda, que si le perdonaba la vida me llevaria á un parage en donde habia un tesoro.

<Fuí con él á la huerta, y al pié de un árbol cavó un hoyo del cual sacó un cinto lleno de onzas, mas de mil; guardé el cinto, puse en libertad al criado, pero al verle correr le mataron mis soldados.

«Al confiarte al cuidado del cura de tu pueblo, le aseguré bajo el mayor secreto que al cabo de diez años volveria á buscarte para remunerarle y labrar tu ventura.

<<Con la cantidad que te usurpé me propuse enriquecerme, y concebí un proyecto que voy á realizar. La suerte me protegió, ascendí como ves en mi carrera, y al perder á mi esposa hace dos años, mi capital se habia quintuplicado.

<Toda mi fortuna te pertenece, y mi único deseo es obtener tu perdon y llamarte mi hijo, uniéndote con el ángel á quien debes la vida.»

Dos meses despues Inés era mi esposa, y yo el mas feliz de los hombres.

Pero la felicidad dura poco en el mundo.

Murió el general un año despues, cuando su hija estaba á punto de ser madre, y esta no tardó en seguirle á la tumba. Nuestro hijo vivió algunos minutos, y el dolor mató á mi pobre esposa.

Solo y rico, busqué consuelo para mi afliccion.

Como á mis padres, ví en el insomnio á mi esposa y la veo desde entonces; no hay dia en que no conversemos.

Ella me inspiró una idea y á realizarla he consagrado toda mi vida.

Esa idea fué consagrar mi fortuna al bien de la humanidad. <<Hay muchos hombres, me decia yo, dotados de génio, que poseen facultades para hacer el bien de sus semejantes, para gobernarlos y dirigirlos. En su mayor parte mueren sin realizar sus deseos por carecer de medios, los buscaré, les ayudaré, y despertando en ellos la idea de la Providencia, les inspiraré el bien.».

En cuatro años, dejaron estas tentativas reducida mi fortuna á la décima parte; tenia infinitos enemigos y solo habia logrado criar cuervos para que sacasen los ojos á sus semejantes.

Desengañado huí de la vieja Europa, pasé una larga temporada en los Estados-Unidos; allí, reconocido como un po-, deroso medium, me consagré al espiritismo, y el trato con los espíritus me ha separado por completo de la sociedad, me ha hecho para con ella egoista, intransigente; me ha llevado á estudiar en las misteriosas conversaciones con los hombres influyentes de todos los tiempos y de todos los pueblos, la causa de los malés que aquejan á la humanidad; hé aquí por qué razon he asegurado á Vd. cuál era el verdadero origen de las desdichas de España; hé aquí tambien por qué razon vivo en la gloria, viviendo solo al parecer, y acompañado en realidad por el espíritu de las personas más queridas de mi corazon.

De esta manera terminó el bueno de D. Gil la relacion de su historia.

-Ahora que ya me conoce Vd., añadió, pase Vd. á mi hogar.

Abrió una puerta, atravesamos un corto y escuetò pasillo y penetramos en un pequeño gabinete.

III.

Pónganse Vds. en mi caso y figúrense cómo estaria yo en aquellos momentos.

A

pesar

de lo cuerdamente que hablaba D. Gil, parecíame un loco cuando se referia á los espíritus; pero revelaban sus

TOMO 1.

3

palabras tal conviccion, que despues de reflexionar sobre ellas, dudaba yo cuál de los dos era el que no tenia sano el juicio.

Entramos en el gabinete.

Era un cuadrilátero reducido.

En frente de la puerta habia una ventana y á la izquierda las vidrieras de una alcoba.

Sobre la ventana, las vidrieras y la puerta, habia colgaduras de damasco color de café.

El pavimento estaba cubierto con una mullida alfombra. Tres muebles constituian todo el adorno de aquella habitacion: una papelera antigua de roble con adornos de metal blanco, un velador y una silla.

D. Gil sacó de la alcoba otra silla para que me sentase.

-Sabe Vd., le dije de pronto obedeciendo á un secreto terror que se apoderó de mi alma; sabe Vd. que me siento con ánimos de renunciar al plan...

No me dejó acabar la frase.

-Esos ánimos se parecen bastante á los de los hombres que han causado las desdichas de España. Vd. se dice: «La obra que voy á emprender es árdua y no va á producirme resultados-positivos en seguida: abandonémosla.» Pues si usted la abandona, yo no.

Hace tiempo que la tengo empezada; hace tiempo que evoco á los espíritus de las celebridades de la política, que les obligo á hablar, á revelarme sus secretos más íntimos; hace tiempo que voy reuniendo datos preciosísimos, que voy descubriendo secretos importantes, que me voy convenciendo más y más de que el poder es una enfermedad que contagia á los hombres más sanos, bajo el punto de vista moral é

intelectual, y creo firmemente que la mejor enseñanza que puede ofrecerse al pueblo, es la historia verdadera de los hombres que le han gobernado, para que sepa elegir á los que deban gobernarle en lo sucesivo.

-¿Pero de qué manera llevar á cabo esa obra gigantesca?

-¿Teme Vd. no poder darle cima?

-Me parece una obra de romanos.
-Pues debe ser una obra de españoles.

-Hé aquí por qué razon siento deseos de dejarla para

mañana.

-El mañana ha llegado ya á ser hoy. Ahora ó nunca puede hallar el país la verdadera via del progreso, la que conduce al bien mostrando el mal, la que evita el peligro señalándole.

—¿Pero Vd. cree que es fácil hallar la verdadera fisonomía moral de los ministros que ha habido en España? -Sí.

-¿Consultando á su espíritu?

-Ciertamente.

-Yo he oido hablar bastante del espiritismo, y no tengo gran fé en esa creencia. Entre los espíritus sérios los hay tambien embaucadores, bromistas, trapaceros, y si tropezamos con alguno de esos...

-Usted ha dicho que no tiene fé, y eso basta. Pero yo sí la tengo, y Vd. llegará á tenerla.

-Es que ha de saber Vd. que me dá miedo la idea de que puedo llegar á creer en el espiritismo.

-¡Miedo de lo infinito!

-Soy un pobre mortal.

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