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-¿Cree Vd. firmemente que España no es tan dichosa como debiera ser?

-Y tanto como lo creo.

-¿Y qué deber tienen los hombres que piensan?

-Un árabe, Abd-el-kader, ha dicho que los hombres que piensan deben ser como las bujías, que alumbran consumiéndose.

-Pues ha dicho muy bien. ¡Ah! ¡Si yo pudiera repetir á los hombres lo que oigo á los espíritus!

-Aunque eso fuera posible para nuestra proyectada obra, encontraríamos grandes dificultades. ¿Y los ministros que no han tenido espíritu? ¿Y los que lo tienen encerrado en el cuerpo para que no salga y hable de su amo, como hablan las criadas cuando las dejan salir solas?

-Todo es posible, y yo se lo probaré á Vd. si pierde el miedo que me ha tomado.

¡Miedo de Vd.! exclamé un tanto herido en mi amor propio. -Por eso y nada más desiste Vd. de su empeño.

-Mire Vd., soy español, y los españoles no necesitan más sino que se dude de su valor ó de su cordura, para ser va

lientes ó sensatos.

-Eso quiere decir...

-Que estoy dispuesto á oir á los espíritus, á verlos, á tocarlos, y lo que es mas aun, á registrar archivos y gacetas, á consultar amas de huéspedes, ayudas de cámara y prestamistas, á revolver cielo y tierra, con tal de poder decir á mi país: «Esos son los que te han gobernado.»

-Pues vamos desde luego á trazar el plan de esa obra, que será, si Dios quiere, una verdadera obra de caridad para los españoles.

-¿No hemos hablado ya?

-Eso no importa: hay entre los espíritus que me visitan á menudo, el de un laborioso é inteligente archivero que se distinguió en vida por su método. Sabe mucho y sabe esplicar lo que sabe.

-¿Va Vd. á evocarle?

—Sí; pero no habla... guia mi mano sobre el papel y escribo maquinalmente la respuesta que da á mis preguntas. -Eso será curioso.

-De este modo se convencerá Vd.

-Manos á la obra.

IV.

D. Gil se colocó cerca del velador, tomó un lápiz, fijó la diestra sobre un ancho pliego de inmaculado papel, y me dijo:

-Mucho silencio y oirá Vd. tres golpecitos en este velador.

Diez minutos pasaron.

D. Gil estaba inmóvil.

De pronto sonó un golpecito muy leve; yo me estremecí. Un segundo despues sonó otro golpecito: la sangre se helỏ en mis venas; pero oí el tercer golpe.

-Ya está dispuesto el espíritu á contestarme: voy á har cerle algunas preguntas, y despues leerá Vd. las respuestas en el papel.

Aconsejo á Vds. que no asistan á las sesiones espiritistas, sobre todo en invierno.

¡Se siente un frio tan glacial!...

-¿Cree Vd. firmemente que España no es tan dichosa como debiera ser?

-Y tanto como lo creo.

-¿Y qué deber tienen los hombres que piensan?

-Un árabe, Abd-el-kader, ha dicho que los hombres que piensan deben ser como las bujías, que alumbran consumiéndose.

-Pues ha dicho muy bien. ¡Ah! ¡Si yo pudiera repetir á los hombres lo que oigo á los espíritus!

-Aunque eso fuera posible para nuestra proyectada obra, encontraríamos grandes dificultades. ¿Y los ministros que no han tenido espíritu? ¿Y los que lo tienen encerrado en el cuerpo para que no salga y hable de su amo, como hablan las criadas cuando las dejan salir solas?

-Todo es posible, y yo se lo probaré á Vd. si pierde el miedo que me ha tomado.

-¡Miedo de Vd.! exclamé un tanto herido en mi amor propio. -Por eso y nada más desiste Vd. de su empeño.

-Mire Vd., soy español, y los españoles no necesitan más sino que se dude de su valor ó de su cordura, para ser valientes ó sensatos.

-Eso quiere decir...

-Que estoy dispuesto á oir á los espíritus, á verlos, á tocarlos, y lo que es mas aun, á registrar archivos y gacetas, á consultar amas de huéspedes, ayudas de cámara y prestamistas, á revolver cielo y tierra, con tal de poder decir á mi país: «Esos son los que te han gobernado.>>

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-Pues vamos desde luego á trazar el plan de esa obra, que será, si Dios quiere, una verdadera obra de caridad para los españoles.

-¿No hemos hablado ya?

-Eso no importa: hay entre los espíritus que me visitan á menudo, el de un laborioso é inteligente archivero que se distinguió en vida por su método. Sabe mucho y sabe esplicar lo que sabe.

-¿Va Vd. á evocarle?

-Sí; pero no habla... guia mi mano sobre el papel y escribo maquinalmente la respuesta que da á mis preguntas. -Eso será curioso.

-De este modo se convencerá Vd,

Manos á la obra.

IV.

D. Gil se colocó cerca del velador, tomó un lápiz, fijó la diestra sobre un ancho pliego de inmaculado papel, y me dijo:

-Mucho silencio y oirá Vd. tres golpecitos en este velador...

Diez minutos pasaron.

D. Gil estaba inmóvil.

De pronto sono un golpecito muy leve; yo me estremecí. Un segundo despues sonó otro golpecito: la sangre se helỏ en mis venas; pero oí el tercer golpe.

Ya está dispuesto el espíritu á contestarme: voy á hacerle algunas preguntas, y despues leerá Vd. las respuestas en el papel.

Aconsejo á Vds. que no asistan á las sesiones espiritistas, sobre todo en invierno.

¡Se siente un frio tan glacial!...

Al cabo de una hora se levantó jadeante D. Gil.

—Aquí están las respuestas, me dijo presentándome el papel en que su mano habia trazado los signos, impulsada por el espíritu invisible del metódico archivero.

Pero como las respuestas sin las preguntas no significan nada, ofreceré unas y otras á la consideracion de mis lectores.

-¿Estás dispuesto á complacerme? preguntó D. Gil. -Sí, respondió el espíritu en la forma indicada.

-Quiero tu ayuda para trazar el plan de una obra muy difícil, pues que se trata de conocer á fondo la historia y las ideas de los que han sido ministros en España en lo que va de siglo; ¿puedo contar con ella?

-Si.

-Pues traza las líneas del edificio que aspiro á levantar. -Divide la obra en cuatro partes, y cada parte en varios libros. Puedes llamar á la primera La España de pan y toros, trazar un cuadro retratando la córte de Cárlos IV y su época al comenzar el siglo; buscar á Manuel Godoy y estudiar su carácter, su juventud, su muerte; mírarle convertido, por sus amores con la reina, en favorito del monarca, en árbitro de los destinos de España; escudriñar los misterios de la familia real, las intrigas de los amigos del príncipe de Asturias, describir con todos sus detalles la conspiracion del Escorial, la abdicacion del rey en D. Fernando, la traidora invasion de los franceses, el 2 de Mayo, la guerra de la Independencia, el pasajero reinado de José Bonaparte, alias Pepe Botella, y terminar esa parte con las Córtes de Cádiz, bosquejando á sus hombres y esponiendo los venerandos principios de

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