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A esta edad empezaban á balbucear algunas palabras.
A los ocho años ya podian explicarse.

A los doce los chicos más precoces, leian y escribian.

<<Un mocito, dice Antonio Flores, despues de recordar que la palabra jóven era contrabando en aquellos tiempos, un mocito de quince á diez y seis años, se levantaba al ser de dia, besaba la mano á sus señores padres, se santiguaba en su presencia, rezaba de rodillas las oraciones de la mañana y se ponia á repasar una fábula que habia estudiado el dia anterior y que debia decir de memoria antes del desayuno.

>Mas tarde servia de devanadera por espacio de dos horas á su señora madre, para el hilo de las calcetas de su señor padre; tenia dos horas de juegos lícitos con sus hermanos y á falta de estos consigo propio; salia á paseo con su señor padre los domingos y dias de fiesta, al anochecer rezaba el rosario de rodillas, y poco despues se iba á dormir.»

Sobre poco más o menos así vivia en Badajoz por el año de 1782 enmedio de una modesta y honrada familia un mocito de quince años, á quien despues veremos hecho un buen mozo, más tarde un mozo de provecho, y al fin y al cabo un mozo aprovechado.

Manuel, que así se llamaba, era el hijo segundo de aquella familia y todavía habia detrás de él algunos otros de ambos

sexos.

Una arruinada casa solariega en Castuera y algunas tierras, producian al jefe de aquella numerosa familia los medios de vivir, pero no sin bastante estrechez.

Y eso que D. José de Godoy descendia de maestrantes de Santiago y Calatrava, y doña María Antonia Alvarez de Fa

ria, era oriunda de Portugal y pertenecia á una de las familias más ilustres del vecino reino.

Pero ni entonces ni ahora las ejecutorias hacian el caldo gordo, como suele decirse, y la familia que he presentado á mis lectores vivia con tal modestia, que hubiera sido fácil confundirla con la pobreza.

La casa en que vivian los dos esposos y sus hijos era de su propiedad, eso sí; pero no habia mayorazgo, ni capellanía, ni nada, razon por la cual D. José y doña María Antonia, teniendo que elegir para sus hijos entre la milicia de Dios, la del Rey y la del diablo, únicos caminos que por entonces se abrian á la juventud, optaron por la segunda.

Diego y Manuel fueron, pues, destinados desde los primeros años de su vida á la carrera militar.

Su padre no quiso que abandonasen su casa y á su vista recibieron los jóvenes una educacion superficial, pero apropósito para la profesion á que les destinaban.

Diego tenia tres ó cuatro años más que su hermano, pero este era más listo que aquel.

Tambien le aventajaba en belleza, aunque los dos eran hermosos como dos soles.

Miento; como dos lunas, que los dos eran de una blancura nívea.

El cútis de Manuel parecia de nácar.

Así es, que todos los vecinos y los amigos de sus padres se embelesaban contemplándole, y no faltaba quien le augurase buena suerte.

-Este muchacho, decia una solterona muy remilgada que visitaba con frecuencia á la familia de Godoy, ha de tener mucho partido con las mujeres; sobre todo cuando vista

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el uniforme con la bandolera, porque Vds. le harán Guardia de Corps. En cuanto alguna dama de la reina le vea, capaz es de pedir para él la walona... ¡Dios le bendiga y le preserve de las viruelas!

Estas salutaciones las repetia muy á menudo la buena

señora.

V.

Dotado de viva imaginacion, Manuel aprovechó más que su hermano la enseñanza que recibia.

Aunque con la ligereza de la mariposa, libó todas las flores de la ciencia que por entonces se llamaba moderna, y que ahora se ha hecho antigua.

Las matemáticas y las humanidades fueron muy de su agrado.

Travieso era el muchacho como pocos, pero de buena indole; sus travesuras eran el encanto de sus papás.

Simpático en extremo, debia á las simpatías que despertaba el desarrollo prematuro de pasiones fatales.

Sucede, y acaso mis lectores habrán fijado su atencion en este hecho, que los niños verdaderamente hermosos son objeto de continuas ovaciones.

Como es lícito, aun á la pudorosa doncella de quince abriles besar á un niño, pudorosas doncellas, mujeres hechas y derechas, en una palabra, todas las hijas de Eva contemplan al infantito, se recrean en su belleza, le besuquean, y ¿qué sucede?

El niño se hace hombre, recuerda las impresiones de la infancia, se mira al espejo, se cree un D. Juan Tenorio, y al cabo de algun tiempo puede exclamar como el héroe de Zorrilla:

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