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Estas líneas son un boceto de la época que atravesamos, digno de conservarse.

Y lo mejor... digo, no, lo peor es que nadie está contento; que los que mas alegría esperimentaron en los momentos del triunfo, esperando de la Revolucion aire para respirar, luz para ver, bienestar para vivir, vuelven ahora los ojos á todas partes, como quien dice:

-No creo haberme equivocado, esto parece la libertad... pero cualquiera diria que no lo era.

Yo, lector, soy ó me tengo al ménos por un hombre de bien: nunca he hecho daño á nadie, he respetado la ley, he cumplido con mis deberes para conmigo mismo, para con la familia, para con la sociedad; y aunque el deseo de hacer el bien en torno mio me ha llevado á desear, y lo que es mas, á ocupar algunas posiciones importantes, he llegado á ellas, pero sin que me sucediera lo que á César.

Llegué, vi... y me retiré á mi casa.

En ella vivo entre libros y periódicos, Dios me ha dado los goces de la familia, carezco de necesidades, la suerte me proporciona lo preciso y no quiero mal á nadie.

Pero me pasa lo que á Vds., lo que á todo el mundo; vemos la llaga y vemos el dedo, pero en vez de estar el dedo sobre la llaga, la llaga está sobre el dedo

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Como vivo retirado del mundo, suelo darme buena vida en lo que cabe, y por las tardes no hay quien me quite mi paseo higiénico.

Salgo de mi casita, enciendo mi cigarro en la puerta, y ya se sabe, todos los dias se me apaga al llegar á la plaza de las Córtes.

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Para encenderlo, entro en el jardinillo que rodea á la estátua de Cervantes, y allí en un banco me siento á descansar. No hay nada que me inspire tanto como el Congreso.

-Hé ahí, esclamo, la fragua en donde los grandes herreros del siglo fabrican las máquinas del Estado. Cuidado que Hlevan años trabajando, pero ó yo no entiendo jota ó los operarios machacan en hierro frio. Todavía no han producido una máquina que haga marchar el tren como Dios manda.

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Ya se vé, los herreros se ocupan de sus cosas, siempre están echándose en cara lo que hicieron ó dejaron de hacer, murmuran del maestro y no es estraño que se hallen atrasados en mecánica. ¡Cómo ha de ser, paciencia!

Este ú otro discurso parecido pronuncio yo para mi gaban, y al levantarme dirijo una triste mirada á la estátua de Cervantes.

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Buena falta nos haces, le digo; con tu libro mataste la andante caballería; ahora en vez de pintarnos á un loco y á un tonto, nos pintarias á un tonto y á un listo. Sancho seria el protagonista, y Rinconete su escudero. ¡ Vaya! vamos al Dos de Mayo..!

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Y continuando mi paseo, hago mi segunda estacion, sentándome en los bancos que rodean la verja de aquel monumento que recuerda el heroismo de los españoles.

Debia ser un lugar de peregrinacion diaria para nosotros; por mi parte declaro que aquel sarcófago, aquellas cenizas de los mártires de la independencia, me consuelan y me dan esperanza.

Son tonterias, dirán Vds., pero yo soy muy español y amo las glorias de mi patria. No recuerdo que despues de los sacrificios de aquel dia, pidiera alguno de los héroes un desti

nito en premio de su amor á la libertad. ¡Qué gentes aquellas! Derramaban su sangre sin mas deseo que salvar á su patria del yugo estranjero. Actos como aquellos darian aliento á los hombres de hoy para pedir lo menos una canongía.

Pero en fin, vamos á mi cuento.

Hace dos ó tres tardes que la casualidad puso á mi lado en el banco del Dos de Mayo á un hombre ya de edad, pequeño de estatura, de ojos vivos, ocultos detrás de unos espejuelos, de buen año, y vestido con pulcritud, aunque en abierta oposicion con la moda.

Al sentarme no calculé bien la distancia, tropecé con él, y le dije el consabido:

-Usted dispense.

-No hay de qué, caballero, me contestó con mucha finura.

-Hace un tiempo magnífico, añadí.

-¡Escelente!

-Se presenta una buena cosecha.

-Falta hace, murmuró.

-Lo peor es, proseguí yo, obedeciendo á la influencia de la política, que si se arma la guerra civil, la cosecha se la llevará el diablo, los labradores se harán soldados, y habrá hambre y...

-Calle usted por Dios, repuso mi hombre; cuando se piensa que en un país con tantos elementos para ser feliz como España, la pícara política, los partidos, no nos dejan vivir, Yo he pasado la mayor parte de mi vida en el extranjero.

-¡Sí... eh?

-En ninguna nacion sucede lo que aquí. Ya ve Vd. si la

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Francia ha pasado por grandes convulsiones; el 93 la guillotina, despues la tiranía con corona de laurel, luego el Imperio, luego la restauracion, luego un cambio de dinastía, luego la República, luego el golpe de Estado, luego otra vez el Imperio; pues bien, ni la riqueza pública, ni los intereses materiales del país, ni la administracion se han resentido. Pero, qué mas; ahí tiene Vd. los Estados-Unidos: al dia siguiente de terminar una guerra civil espantosa, todos se han metido en sus casas, han arreglado sus cuentas atrasadas, han recuperado el tiempo perdido, y ya están como si tal cosa, mientras que aquí...

-Aquí la fatalidad nos persigue.

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-Yo bien sé la causa de todo lo que ha sucedido, de todo lo que sucede y de todo lo que sucederá.

-¡Es posible!

Si señor.

-¡Hombre! eso me parece demasiado.

-Pues lo repito... y si no, vamos á ver: si Vd. tuviera una heredad muy buena y esa heredad no le produjera mas que disgustos, já quién atribuiria Vd. la causa?

-Toma... á la suerte... á la...

-No señor, á los mayordomos de. Vd., que ó por incuria ỏ por codicia ó por ineptitud no sabrían sacar de ella el partido necesario. Créame Vd., amigo; si España está como se encuentra la culpa es de sus administradores, de los que la han gobernado.

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-¿Y quién puede asegurar eso?

-Yo.

-¿Por la historia? La historia dice lo que mejor le parece; los sucesos contemporáneos son los mas dificiles de esclare

cer: la política es como el sol, para verle hay que ponerse lejos de él, á la sombra.

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Tengo yo un medio poderoso de interrogar á los que han gobernado á España, de oirles decir la verdad, de obli-. garles á que me revelen los misterios de sus actos.

-¿Qué me cuenta Vd.... de todos los ministros?

-De todos, no: solo de los que han muerto; pero de los que viven puedo saber lo mismo por otro método.

-Esplíquese Vd. porque con sus palabras ha escitado Vd.. mi curiosidad.

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—¿Sabe Vd. que es el espiritismo?

—Já...... já...... já.

-No se ria Vd., conteste. ¿Sabe Vd. lo que es?

-Si señor, es un medio de ponerse en contacto con los espíritus, de oir su revelaciones; pero yo no creo. N

-Corriente, no crea Vd., ¿pero quiere Vd. convencerse? Véngase Vd. conmigo esta noche á mi casa, soy medium, es decir tengo la facultad de evocarlo..

Si eso fuera cierto, qué gran libro podria hacerse con tando la vida y milagros de todos los que han sido ministros en España!

-Ya lo creo, seria un libro de gran enseñanza para el país, y si Vd. quiere podemos escribirle entre los dos, en una forma amena é instructiva.

-¿De qué modo?

-Consultando á los espíritus de los que han muerto, bus-cando datos de los que existen. ¡Ah! Con mi buena memoria el auxilio de los espíritus, me comprometo á dar á Vd. la explicacion de todos los misterios, los datos más preciosos de la vida íntima y de la vida pública de todos los gobernantes

y

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