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Compréndese fácilmente que ante costumbres tan rígidas y tan familiares, creciese y se desarrollase el príncipe de Asturias, poco menos que en el Limbo.

Tomó de su padre la aficion á la caza, y heredó de él la castidad.

Esta quizá fué una desgracia para el marido de María Luisa.

Respecto de Cárlos III, cuéntase que en un momento de espansion dijo al prior del Escorial:

-Gracias a Dios, padre mio, no he conocido nunca más mujer que la que Dios me dió. A esta la amé y la estimé como dada por Dios, y despues que ella murió me parece que no he faltado á la castidad, aun en cosa leve, con pleno conocimiento.

¡Su viudez duró veintiun años!

II.

El palacio, en aquella época, ofrecia á la nacion el modelo de las virtudes domésticas.

En ellas adquirió, como he dicho, Cárlos IV, la bondad, la honradez, las dotes de su alma; pero no heredó de su padre ni el carácter, ni el tacto para conocer á los hombres y conservarlos, ni siquiera la dignidad que le constituia en ei jefe de la familia; y aquellas cualidades supeditadas á estos. defectos, fueron la causa de todas sus desdichas al ocupar el trono.

Muchos puntos de contacto existian entre los soberanos. de Francia y de España en aquellos tiempos. Cárlos IV y Luis XVI parecian cortados por tron.

el mismo pa

Maria Luisa y María Antonieta solo se diferenciaban en que la segunda era la encarnacion del orgullo, y la primera el orgullo de la encarnacion. Las dos fueron muy amigas y mantuvieron una correspondencia muy animada.

Aunque en los tiempos de Cárlos III no habia política tal como la conocemos hoy, habia envidias y ambiciones, que aunque vienen á ser lo mismo, todavia no lo parecian.

El famoso Grimaldi, ministro de Cárlos III, designó á don José Moñino, despues conde de Floridablanca, para que le reemplazase en el mando.

El mal efecto que habia producido en el país el Pacto de familia, y el desgraciado éxito de la expedicion de los españoles contra los argelinos, obligaron á Grimaldi, autor de ambos sucesos, á retirarse con sus honores.

Un reducido partido personal, capitaneado por el conde de Aranda, antiguo ministro de Cárlos III, esperó recoger el poder de las manos de Grimaldi.

Pero Moñino, que habia nacido para ser ministro de Cárlos III, obtuvo el favor del monarca, y el partido aragonés, que así se llamaba por ser su jefe de Aragon, no tuvo más remedio que devorar su derrota, no sin hacer una sorda oposicion á su rival.

Gracias á esto, concibió el ministro favorito un odio irreconciliable hácia la grandeza de España que formaba en las filas de sus enemigos, odio que dió por resultado la derogacion de muchos de sus privilegios.

Cárlos III no era un hombre vulgar.

Las intrigas de sus cortesanos en contra de Floridablanca, se estrellaron en su carácter enérgico, en su firme rectitud.

El conde de Aranda y los 8 suyos tuvieron que vivir de esperanzas, y buscaron la amistad del príncipe de Asturias.

-Este será rey, se dijeron, y cultivando su voluntad la ganaremos en el dia oportuno.

Más tarde, cuando ofrezca el retrato completo del ilustre conde de Floridablanca, conoceremos detalles de aquellas luchas nacidas de la envidia yola ambicion, luchas que llegaron hasta el crímen.

Este ministro, á pesar de las apreciaciones del príncipe de la Paz, contribuyó, de acuerdo con Cárlos III, á que su hijo heredase el trono de la nacion más próspera, más rica y más respetada del mundo...

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III.

Cárlos IV se habia enlazado con María Luisa, hija del gran duque de Parma, y esta mujer, en cuyo seno se agitaban todas las pasiones con una vehemencia italiana, le domínó desde el primer momento.

Es necesario que empecemos á conocer á María Luisa.

Nacida bajo el hermoso cielo italiano, educada en el recogimiento, en la más austera práctica de las virtudes, al sentir en su alma de niña lo que seria su alma de mujer, debió horrorizarse y buscar instintivamente en esa hipocresía que tan fácilmente se aprende en los palacios, el medio de ocultar con la modestia, con la sencillez, con el candor, la chispa ardiente que en el fondo de su corazon amenazaba tornarse en hoguera.

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Más hermosa que bella, y aquí por bella entiendo esa belleza que habla al alma, que inspira goces puros; más sensual

que sensible, el estudio que hizo desde niña para que nadie penetrara el misterio de su esencia, daba por resultado á su fisonomía un encanto indefinible.

Figuráos una Vénus con la expresion del ángel de la inocencia.

Al unirse con Cárlos, su mirada de águila escudriñỏ hasta los últimos pliegues del corazon de su marido, y le dominó y le amó.

Le amó con ese amor, que recuerda la historia de la zoologia, de una leona á un perrillo que entró en su jaula; con el amor del fuerte al débil.

Desde el primer momento se dijo María Luisa:

-Cárlos será lo que yo quiera que sea.

Pero su natural penetracion, su gran talento, le hicieron al mismo tiempo conocer que si podia manejar á su esposo, no era tan fácil hacer lo mismo con su suegro.

\. Si Cárlos III hubiera podido imaginar que andando el tiempo, aquella hija solicita que le daba el brazo para pasear por los jardines de la Granja, que formaba preciosos ramilletes de flores para ofrecérselos, que todos los dias al saludarle y al despedirse de él besaba su mano con filial respeto, que sacrificaba su personalidad, la de su marido y hasta la de sus hijos á las indicaciones más leves del monarca, en vez de decir al rey á su ministro como le dijo un dia;

-¡Felices años aguardan á los españoles bajo el reinado de mi hijo; él no sabrá adquirir más de lo que le deje, pero sí conservarlo, y le dejo lo bastante para que él y su esposa hagan la ventura de sus vasallos!

Si Cárlos III, repito, hubiera podido adivinar que el torrente tanto tiempo comprimido romperia sus diques, que la

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chispa tanto tiempo sofocada produciria un horroroso incendio; si hubiera podido soñar siquiera que María Luisa, manchando el tálamo nupcial, arrastraria en su caida á toda la nacion, y destruiria su obra sábia y laboriosamente edificada, hubiera sido capaz de desheredar á su hijo, de declarar á la nacion la triste alternativa en que se hallaba de ser ma padre ó ser mal rey, ó mucho me equivoco ó hubiera sido rey antes que padre.

IV.

El conde de Aranda, que al perder la gracia del monarca fué nombrado embajador en Francia, y que durante su estancia en Paris como embajador de España habia sido gran amigo de Voltaire y habia bebido en las fuentes de los enciclopedistas franceses, padres de la Revolucion de las revoluciones, era un hombre de mundo, y adivinó el secreto que con tanto cuidado encerraba en su alma la princesa de Asturias. Procuró descorrer el velo, y notó que la ilustre dama era más diplomática que él.

Pero María Luisa descubrió entonces que el conde de Aranda á pesar de la mala fama que tenia en palacio por su carácter violento, era por su ancha manga, un ministro mucho mejor que el anterior Floridablanca, sobre todo para la córte que vislumbraba cuando trocase su modesto título de princesa de Asturias por el de reina, y le permitió suponer que cuando fuese elevado al trono su marido, le abandonarian los negocios de Estado.

El conde de Aranda habló á sus amigos, y á partir de aquel instante comenzó á enseñorearse con su enemigo el ministro de Cárlos III.

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