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El pueblo está ganado con dinero y lo inflamará contra el príncipe da la Paz, contra el rey mi marido y contra mí porque somos aliados de los franceses, y dicen que nosotros les hemos hecho venir.

»A la cabeza de todos los enemigos de los franceses está mi hijo, aunque aparente ahora lo contrario y quiera ganar al emperador, al gran duque y á los franceses para dar mejor y seguro su golpe.-LUISA.>>

IX.

Así escribia la que acababa de ser reina de España, la esde Cárlos IV.

posa

Habia perdido su corona, ignoraba el porvenir que le estaba reservado, estaba rodeada de enemigos implacables, la maledicencia se cebaba en su honra al verla caida y en medio de aquel gran cataclismo solo pensaba en su príncipe de la Paz, en su amante, y obligaba á su esposo á humillarse, y adulaba á los enemigos de su patria, y lo que es más horrible aun, acusaba á su hijo, le presentaba ante los usurpadores como un sér envilecido, como un hombre sin entrañas.

Horror causa este repugnante espectáculo, y no se concibe cómo las naciones resisten la dominacion de séres tan dignos de lástima como de desprecio.

por

Pero en medio de su desdicha, Godoy tenia quien velase él.

Napoleon gozaba leyendo las cartas de la reina.

La actitud de la familia destronada favorecia sus insidiosos planes.

-«Un pueblo que ha soportado reyes como estos, se decia, ha nacido para ser esclavo.»

Y sin embargo, aquel pueblo sufrido debia domar su horgullo, humillar su soberbia. Por de pronto proyectó reunir en Francia al rey destronado Ꭹ al rey invicto.

El príncipe de la Paz podia ayudarle mucho á la realizacion de este plan.

Arrancándole de las manos de sus enemigos ganaba por completo la voluntad de María Luisa y de su esposo.

A este fin exigió que le fuese entregado.

Aunque á duras penas se cumplió esta órden, y de prisionero en propia tierra cual era Godoy el 20 de Marzo por la noche todavía, fueron cambiadas sus cadenas, y al despuntar el alba del 21 se halló prisionero de la Francia, siendo trasladado al campamento del general Govet, en donde abrió los ojos á la luz del dia, como un muerto que habiendo salido del sepulcro se encontrase en un mundo nuevo: sin conocer á nadie, sin ninguno de los suyos, y entre gente extraña armada, semejante á una vision del Ariosto.

-¿Quién reina?» preguntaba á todo el mundo.

Los unos le decian que Cárlos IV, otros que el príncipe de Asturias, algunos que el emperador de los franceses, y los más sinceros respondian que no reinaba nadie.

Estos acertaban, ó mejor dicho, reinaba la anarquía.

Del príncipe Fernando le dijeron que habia salido once dias antes, que estaba ya en Vitoria, y que probablemente seguiria á Bayona, donde el emperador habia llegado hacia ya cinco dias.

Respecto á los reyes padres, le añadieron que corria la voz de que SS. MM. irian tambien á verse y entenderse con su

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amigo y aliado, y en cuanto á su persona, le aseguraron que el emperador, á quien Fernando habia hecho dueño de la suerte del príncipe de la Paz, habia mandado que le condujesen á Bayona.

Bastante entrada la mañana se presentó á Godoy un comisionado de la Junta de gobierno de Madrid, que habia sido secretario suyo, y con quien le ligaban lazos de la más sincera amistad. Este comisionado le entregó alguna ropa y unos cien mil reales en metálico.

Por San Miguel, que así se apellidaba su buen amigo, supo el príncipe de la Paz que todos sus bienes habian sido secuestrados, y que la misma incertidumbre que habia en el campamento sobre la suerte de España, reinaba en toda la península, por más que otra cosa quisieran aparentar los partidarios de la nueva córte.

Poco despues de esta entrevista pasó á lo léjos del campamento el general Murat, y de su parte recibió una carta que para Godoy le habia entregado Cárlos IV. Iba esta carta abierta como el rey se la habia dado, sin querer cerrarla, y su tenor era á la letra como sigue:

«Incomparable amigo Manuel: ¡Cuánto hemos padecido estos dias viéndote sacrificado por esos impíos por ser nuestro único amigo! No hemos cesado de importunar al gran duque y al emperador, que son los que nos han sacado á tí y á nosotros. Mañana emprenderemos nuestro viaje al encuentro del emperador, y allí acabaremos, todo cuanto mejor podamos para tí, y que nos deje vivir juntos hasta la muerte, pues nosotros siempre seremos, siempre, tus invariables amigos, y nos sacrificaremos por tí como tú te has sacrificado por nosotros. >>

Ya ve el lector que el amor de los monarcas hácia su fa-
vorito no se entibiaba por nada.

X.

Poco despues se reunió con ellos en Bayona.

El emperador Napoleon los aguardaba, y quiso antes de
declarar á los reyes sus intenciones, sondear al príncipe de
la Paz.

Los reyes no habian llegado aun.

Al día siguiente de la llegada de Godoy á Bayona, se pa-
ró por la mañana delante de su puerta un coche del empe-
rador, y en él llegó un ayudante suyo con órden de que fue-
se á verle.

Obedeció este mandato.

Napoleon recibió con amabilidad al gran hombre caido,
le hizo sentar, y al ver la cicatriz de la herida que
habia su-
frido en la frente,

-¡Eso es cruel, exclamó, y es un ultraje aun más que á
vos, al soberano á quien servís!

Despues de una breve pausa, continuó:

-En fin, ya habeis recobrado vuestra libertad, y habreis
visto que no soy enemigo vuestro. Sabia mejor que nadie los
peligros que os amenazaban en una córte socavada por las
intrigas de Inglaterra, y he tratado de escudaros formándoos
un estado independiente, y haciendo que no sirviéseis por
más tiempo de pretesto á los planes que tenian los revolto-
sos para precipitar á Cárlos IV. No seré yo quien aumente
vestros pesares, pero no puedo ménos de deciros que me ha
afectado profundamente esa aprension de que habeis ado-

lecido siempre acerca de mi política, que en todas épocas ha sido de elevadas miras, y muy favorable para España; yo no podia decirlo todo, y habia llegado á persuadirme de que tendriais más confianza, constituyéndome garante, cual lo hice de los Estados y dominios de la monarquía española. Direis, sin embargo, que he pretendido la agregacion de tres provincias al imperio, pero como recordareis, yo en cambio daba á España seis, con el aumento de casi dos mi¬ llones de habitantes, y una capital como Lisboa. ¡Ah! De cuánta gloria hubiera sido para vos poneros de mi parte desde el primer instante, en vez de haber querido hacerme la guerra, y de haber dado á vuestros contrarios la ocasion que no tenian, ni hubieran tenido, de perderos. Y

-Señor, repuso el príncipe de la Paz; no sé cómo es→ presaros la gratitud que debo á V. M. por la benevolencia que se ha dignado usar conmigo, sin que las quejas que tenia de mí se lo hayan estorbado. Puesto que tan generoso sois, suspended todo fallo sobre mi conducta, y escuchad me. Mi regla ha sido siempre la verdad, y en la ocasion presente debe serlo más que nunca. La alianza con la Francia é interés recíproco ha sido en todas épocas mi sistema, no solo pór afecto, sino tambien por conviccion de que, bien correspondida y observada de ambos partes, preservaria á mi patria de los trastornos que han esperimentado otras na ciones. La conservacion del trono en la familia augusta que lo ocupa, y la de sus Estados, ha sido solo, y no era poco en tiempos como los que atravesamos, toda la ambicion de mi política. Señor, la integridad de España, la reunion de todas sus provincias bajo un solo soberano, habia costado muchos siglos de discordias y guerras intestinas; volver á

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