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la Crónica General, ni en el correspondiente de la del Cid (el xxxII), que son los primeros del reinado de Don Sancho, nos haya sido posible hallar asonancias; en uno y en otro, sin embargo, se trata exclusivamente de la partición y del descontento del rey, como si los compiladores hubiesen querido suplir con una especie de resumen el lugar que tenía en la gesta una materia de la que ya se habían ocupado en el capítulo anterior, y por eso, sin duda, dicen en éste: «finado el rey don >> Fernando el Magno que por amor que los fijos et sus gentes uisquie>>ssen en paz, les partiera los regnos, assi como los auemos ya contado >>assaz antes desto», etc.

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Mayores son las dificultades que se presentan cuando se trata de saber dónde terminaba el Cantar. No obstante, la conclusión tuvo que estar colocada en uno de estos tres momentos: ó en el de la muerte del rey y su sepelio en el monasterio de Oña, ó en el final del episodio de Zamora, ó en la jura en Santa Gadea.

Para conocer el grado de probabilidad que tienen cada una de estas tres hipótesis, es bueno recordar que el reto de Diego Ordóñez á la ciudad de Zamora y sus combates con los hijos de Arias Gonzalo son episodios completamente fabulosos (1). El cerco de Zamora se acabó

(1) Decimos esto porque en nuestros días no ha faltado quien defendiese que tales sucesos fueron absolutamente verídicos.

Con motivo de un párrafo de la Historia de España, de Lafuente, en el que se dice que la embajada que el Cid llevó á Doña Urraca y el desafio de Diego Ordóñez no tienen fundamento en ninguna crónica antigua y que deben ser contados en el número de los romances, el Sr. Fernández Duro sintió profunda indignación é intentó rebatir lo que en aquel libro se afirmaba. «¡Que el reto de Diego Ordó»>nez-exclama -no tiene fundamento en ninguna de las Crónicas antiguas! ¿Cuáles >>son esas Crónicas? ¿La de Lucas de Tuy, del Arzobispo Don Rodrigo y los Anales >>Compostelanos?» Y después de decir que sin duda omitieron tal relato porque «el >>reto y el duelo mismo constituian asunto tan frecuente, tan ordinario, tan trivial »>en aquel momento histórico, que lo anormal fuera que en tan pocas páginas..... >>>fueran los cronistas à dedicar espacio y tiempo á un hecho personal y sin conse»cuencias», pasa à sostener su opinión, aduciendo en apoyo de ella la Crónica General, la Crónica del Cid, la Summa de Varones ilustres, de Sedeño, donde se dice que la historia del reto se cuenta en la Crónica del Rey Don Fernando I y por Valerio en la Historia Escolástica de España, las obras De præconiis civitates Numantiæ y Tractatus de Hispanic impositione et impositionum, escritas por Juan Gil de Zamora, ayo de Sancho IV, donde se narran todas las circunstancias del cerco, la Historia de las fundaciones de Monasterios de San Benito, y la Historia de Cinco

con la muerte del rey y con la desbandada de los cercadores castellanos, que más bien que en ocuparse de vengar la ofensa y en lances de caballerías, necesitaban pensar en el porvenir de Castilla, para ellos no muy claro, estando llamado á reinar aquel á quien arrojaran de su trono. Bien al vivo se describen en la General tales momentos de confusión y de pánico: «se esparzieron luego-dice-todos los mas de la >>hueste, fuyendo todos a cada parte, desamparando todas sus cosas, >>et ouo y algunos dellos muertos et presos de sus malquerientes en >> aquella rebuelta et priessa de la muerte del rey» (1). Aquí terminaba, sin duda alguna, el Cantar primitivo del rey Don Sancho, por la sen

Reyes, de Sandoval, en las que aparece la relación del reto, etc. El Sr. Fernández Duro sostiene asimismo que el Cid se crió en Zamora con Doña Urraca y en casa de Arias Gonzalo; que Don Alfonso VI prestó juramento en la ermita de Santiago, de Zamora, sin perjuicio de prestarlo después en Santa Gadea; que en aquella ciudad se conserva parte de la fachada de la casa del Cid, y que existe el Campo de la Verdad, donde se libró el combate famoso, aunque hoy está convertido en una viña. Además, y como buen zamorano, se creyó en el deber de aducir cuantas pruebas encontró para demostrar, en primer término, que Vellido Dolfos no era de Zamora, sino gallego y, en segundo, que aquella ciudad no tuvo ninguna complicidad en su traición. (Fernández Durs: Romancero de Zamora, precedido de un estudio del cerco que puso á la ciudad Don Sancho el Fuerte, Madrid, 1880.)

(1) Crón. Gen., Cap. 838, pág. 512, 2.a col.- En la Crónica se dice tomado este pasaje de Don Rodrigo de Toledo, pero en su crónica latina no se halla nada que á tal pasaje se parezca.

En el capitulo XVIII, que trata De obsidione Zamorae, et Sancii Regis morte, se lee al final lo siguiente: «Castellani autem quorum constantia audaci consilio sem>>per fulsit, corpus Principis in sarcophago egregie locaverunt, et commercio lugu>>bri et resonis planctibus subsequentes, ad Oviense monasterium detulerunt, ubi >>expletis exequiis, sepulturæ honore regio tradiderunt».-(Chronica Hispaniæ: P. P. Toletanorum, T. III. Matriti, 1793.—Cap. XVIII, pág. 132). Y no se dice más. En la Estoria de los Godos, que Amador de los Rios creyó del mismo Arzobispo, y que no es más que una traducción castellana de su crónica, grandemente adulterada y, sin duda, posterior á Don Rodrigo, se dice que, muerto Don Sancho, «Cas>>tellanos et Nauarros fueron en cuyta, et dellos lidiauan et delos fuyen, et fueron >>muy mal hechos, et con grand duello leuaron lo a enterrar a Onna». (Doc. inéditos para la Historia de España: T. 88, pág. 120.)

Si es que los autores de la General no tuvieron una crónica latina de D. Rodrigo que variase en algo de la que conocemos, debieron de equivocar la cita, confundiéndola con una de Don Lucas de Tuy, en cuya obra hay un pasaje que se asemeja más al que consta en la General y que dice así: «Sed interempto Rege, tunc >>cirneres ex tanta exercituum audacia, tantaque laetitia, quanta dispersio, quan>>taque tristitia in illo tanto tamque nobili exercitu fuerit. Namque ut miles per >>castra circunsedebat percusus horribili sonitu, quasi amens efectus relicto fere >>omni stipendio arripuit fugam, et non ordinati, ut exercitus armis vigiliisque >>munitus solitus est incedere, sed noctibus diebusque laborando omnes in patriam »>rapiuntur». Chronicon mundi,--Schott, Hispania illustrata.—Francoforti, 1608. T. IV, pág. 99.)

cilla razón de que aquí se concluía la materia narrable. Sin embargo, la vida agitada del monarca, las continuas turbulencias de su reinado y, sobre todo, su trágica muerte, considerada quizá como un castigo del cielo, debieron de ser hechos que impresionasen vivamente al pueblo, y tema, por tanto, en que los juglares encontraron copiosa inspiración. El asesinato del rey, que sería cantado de mil maneras, correspondientes á otras tantas versiones; las conjeturas que sobre él se harian; las hablillas populares sobre si Vellido tenía ó no cómplices de su alevosa traición; las sospechas de que éstos pudieran ser sus hermanos Doña Urraca y Don Alfonso, ya que por Don Sancho habían sido maltraídos; las disputas acerca de lo que estaban obligados á hacer los castellanos con los de Zamora y si, siendo el agravio colectivo, era ó no era posible someterle à juicio de Dios; la creencia, acaso muy extendida por entonces en Castilla, de que á Don Alfonso, antes de reconocerle como rey, convendría haberle pedido juramento de no tener participación en la muerte de su hermano; he aquí una serie de ideas que no es arriesgado suponer que fuesen por algun tiempo el asunto de todas las conversaciones, ideas que, apenas iniciadas, y corriendo de boca en boca, adquirirían bien pronto el valor de hechos verdaderos (por virtud de esa invencible inclinación del pueblo á explicarse los sucesos por la hipótesis más absurdas), y serían, por último, convertidas en gestas por los juglares. Tal creemos que fué el origen del Cantar del cerco de Zamora (1), cantar que, desde luego, es posterior al de Don Sancho, ya que las invenciones y fábulas que forman todas sus escenas necesitarían un período de incubación más ó menos largo para encarnar en el relato que las gentes acabaron por creer verídico. Es muy posible que no se hiciese de una vez, sino en narraciones sucesivas, pero todas ellas, derivando como derivaban del hecho de la muerte de Don Sancho, fueron bien pronto á incorporarse á la gesta de este

(1) El Sr. Menéndez y Pelayo sospecha que existió este cantar. Hablando del Poema del Cid, dice: «La unidad innegable de pensamiento que en el poema brilla, >impide retrotraer el principio de su acción mucho más allá del segundo destierro >>del Campeador. No es la Crónica rimada de todas sus hazañas, sino el cantar de »gesta de su vejez. Encontramos, pues, muy verosimil la hipótesis de un poema in>>termedio que pudiéramos decir poema del cerco de Zamora, y cuyo término natu>ral sería la jura en Santa Gadea y el primer destierro del Cid.» Loc. cit., págs. XXI у хх11.

Véase también sobre esta materia L'épopée castillane à travers la littérature espagnole, por Ramón Menéndez Pidal (trad. de H. Mérinée), Paris, 1910; págs. 57 y siguientes.

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rey, y no vacilamos en afirmar que en las refundiciones que tal gesta experimentó, hasta quedar en la forma en que la conocieron los compiladores de la General, fué absorbida por el Cantar del cerco, pues más de la mitad de la historia del reinado de Don Sancho la ocupan en la Crónica los capítulos destinados á aquel asunto.

Pero la cuestión vuelve á presentarse aquí: ¿dónde terminaba el Cantar de Zamora? ¿Terminaba con el último combate, librado entre Diego Ordóñez y Rodrigo Arias, ó con la jura en Santa Gadea, que, dados los antecedentes, parece su término obligado?

Si examinamos con un poco de atención las últimas palabras del capítulo 844 de la General, en el que se describe el citado combate, veremos que tiene todas las trazas de ser el final de una gesta escrita para ser cantada en pueblos de distintos reinos y rivales entre sí, cual si con ello hubieran buscado los juglares una fórmula para no herir los sentimientos de los unos ni de los otros, puesto que les importaba captarse la benevolencia de su auditorio. En efecto; describiendo aquella lid, dicese que Rodrigo Arias, cuando se vió herido de muerte, tomando la espada á dos manos, dió tan formidable golpe al caballo de Don Diego, que le partió la mitad de la cabeza, y que el animal, con el dolor de la herida, comenzó á ir á una parte y á otra hasta que sacó del cerco á su jinete; como según las condiciones establecidas, no se consentía pasar la línea que marcaba los límites del campo, Don Diego había perdido su derecho; pero, en cambio, cuando esto pasaba, caía muerto Rodrigo Arias. ¿Quién era el vencedor y quién el vencido? La duda no era fácil de resolver, porque si bien era cierto que Don Diego había salido fuera del cerco, también lo era que había matado á su rival, y por eso, cuando aquél pretende volver á la palestra y lidiar con los dos campeones que aún restaban, dice la Crónica que «non quisieron los fieles, nin touieron por bien de judgar si eran vençudos los çambranos o si non; ET ASSI FINCO ESTE PLEYTO SIN JUDGAR» (1), con lo cual unos y otros quedaban en situación honrosa y ni leoneses ni castellanos podían considerarse ofendidos. Aquí, á nuestro juicio, concluía el cantar del Cerco de Zamora, y entendemos que la escena de la jura en Santa Gadea pertenece à una gesta bastante posterior á la de aquél. He aquí en lo que fundamos esta opinión. Leyendo el capítulo 845 de la General y los LXXV al LXXIX de la Crónica del Cid, se

(1) Crón. Gen., Cap. 844, pág. 518, 2.a col.

advierte que Rodrigo Díaz, que tan escasa intervención tiene en los incidentes del cerco, según hemos de ver, es en aquellos capítulos el personaje principal; á ningún noble castellano, ni leonés, ni navarro, ni asturiano, ni gallego, de los que al decir del Cantar asistieron á la jura, se menciona más que al Cid; él es quien se niega á besar la mano al rey y á reconocerle vasallaje hasta que jure que «non auie el ninguna culpa en la muerte del rey don Sancho»; él, quien rompe el taimado y temeroso silencio que los demás guardaban delante del nuevo monarca (1); él, quien se atreve á llevar la palabra en nombre de todos, poniendo en autos á Don Alfonso VI de las sospechas que sobre él recaían; él, quien hasta tres veces le toma juramento en Burgos y tres veces le hace mudar la color, conminándole con correr la suerte de su hermano si no jura verdad; él, quien al escuchar que el rey, enojado por la insistencia de Rodrigo, le dice que, al cabo, le besará la mano, replica con altivez que eso será si le hace merced, «ca en otra tierra sueldo dan al fijodalgo» (2); él, en fin, es el personaje de quien se halla enamorado el poeta autor de la fábula, la cual está escrita más bien que para referir un hecho, para pintar un carácter, y corresponde á un cantar cuyo protagonista no es ciertamente Don Alfonso VI ni cuya materia es la historia ó la gesta de un reinado ó de un suceso de él, sino el mismo Cid. Por eso nos inclinamos á pensar que la jura en Santa Gadea no figuró en el primitivo Cantar de Zamora, sino que es un cantar de los de Mio Cid y quizá de los que figuraban en la parte perdida del Poema, ya que tan á maravilla prepara y explica la causa del destierro (3).

Y este es el momento oportuno de que digamos algo de la intervención del Cid en la gesta de Don Sancho II, cuestión que, como queda indicado, es, en nuestro sentir, de gran importancia para juzgar de las transformaciones que aquélla hubo de experimentar.

(1) «Sennor, quantos omnes uos aqui uedes, pero que ninguno non uos lo dize, >>todos an sospecha que por uuestro conseio fue muerto el rey don Sancho; et por >ende uos digo que si uos non saluaredes ende, assi como es derecho, que yo nun»qua uos bese la mano.» (Crón. Gen., Cap. 845, pág. 519, 1.a col.)

(2) Crónica particular del Cid, Cap. LXXIX, fol. 49 v. Debe advertirse que estas palabras no aparecen en la Crónica General, por lo cual es de presumir que fuesen añadidas al Cantar después de la fecha en que aquella fué escrita.

(3) Para que el lector pueda juzgar de lo que hemos dicho acerca de este punto, insertaremos al final y á continuación del Cantar de Don Sancho II, el episodio de la jura en Santa Gadea.

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