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tiempo de Don Alfonso X se había ya ensanchado con la embajada que en nombre del rey llevó el Cid á la infanta Doña Urraca; con el destierro que Don Sancho decretó contra Rodrigo, inmediatamente revocado, aunque no sin que el monarca se allanase á ciertas condiciones que le impuso para seguir rindiéndole pleitesía y reconociéndole como á señor, y con la recomendación que el rey moribundo hizo á los nobles que le rodeaban para que intercediesen por el Cid cerca de Don Alfonso VI y le ganasen su gracia.

Y que este afán de los poetas populares en avalorar la figura del Cid continuó después de la versión que del Cerco de Zamora conocieron los autores de la General, es hecho del que quedan irrefragables testimonios en la historia de la literatura castellana, guardados en la serie de cantares cuyas últimas formas encarnaron en los romances del siglo XVI, pero cuyos elementos constitutivos tuvieron su elaboración en los siglos XIII, XIV y xv. Encontráronse aquellos poetas con que en el cantar que se utilizó para la citada crónica llegaba el Cid hasta la muerte del rey y con que después de ella no se le volvía á nombrar ni una sola vez, por lo cual no debieron de explicarse cómo Rodrigo Díaz, cuya fama iba adquiriendo carácter heroico y legendario, no solamente no fuese el primer personaje de aquellas épicas escenas que brindaban tan abundantes ocasiones para que un caballero del denuedo y de los arrestos del Cid hubiese realizado verdaderos prodigios de valor, sino que además pareciese que se eclipsaba en los momentos más culminantes, dejando pasar las mejores oportunidades para ostentar su condición gallarda y valerosa: describese el encuentro de ambas huestes, en el que murieron mil treinta caballeros de Don Sancho, y del Cid se guarda silencio incomprensible; muerto el rey, reúnense los nobles castellanos para deliberar sobre el modo de exigir reparación del agravio recibido, y no es el Cid, el consejero y vasallo predilecto del monarca, el que excita á los caballeros de Castilla á tomar venganza, sino el Conde Don García de Cabra; pregunta éste si hay entre los presentes alguno que quiera ir á retar á los zamoranos, y tampoco es el Cid quien se apresura á ofrecer sus armas y su vida, sino Don Diego Ordóñez..... Repetimos que tratándose del Cid, todo esto fué, sin duda, inexplicable para los poetas y juglares, los cuales para llenar este vacio, dedicáronse á la invención de múltiples episodios, unos para acrecentar la importancia del héroe y otros para disculpar la inacción en que se mostraba en las situaciones más

interesantes del Cantar del cerco. Algunos ejemplos bastarán para demostrar lo que decimos.

Cuando Don Sancho hace el reconocimiento de Zamora, la Crónica dice concisamente:

«Despues de aquello, caualgo el rey con todos los de su mesnada et »>fue andar en derredor de la çibdad........ et dixo a aquellos que andauan »con el: «agora ueet como es esta villa fuerte:...» etc. (1).

La musa popular sustituyó la mesnada por el Cid, según nos lo ha transmitido el romance que empieza:

Llegado es el Rey Don Sancho

Sobre Zamora, esa villa:
Muchas gentes trae consigo,
Que haberla mucho queria.
Caballero en un caballo,

Y el Cid en su compañía,
Andábala alrededor,

Y el Rey asi al Cid decía:

-Armada está sobre peña, etc. (2).

En otro romance, podemos ver la prueba de que se intentó dar al Cid mayor parte de la que tuvo en el asedio de la ciudad, si es que tuvo alguna, atribuyéndole nada menos que un cerco por él dirigido, independiente del que dirigía el rey, y en cuya comparación no quedaba en el mejor lugar el monarca castellano:

Apenas era el Rey muerto,
Zamora ya está cercada;
De un cabo la cerca el Rey,
Del otro el Cid la cercaba.
Del cabo que el Rey la cerca
Zamora no se da nada;
Del cabo que el Cid la aqueja,
Zamora ya se tomaba, etc. (3).

Probablemente, hubo también un romance ó cantar antiguo en el que se decía que dos caballeros zamoranos fueron un día al real de Don Sancho, y que en él propusieron que saliesen otros dos para li

(1) Crón. Gen., Cap. 830, pág. 506, 1.a col.

(2) Romancero General. (B. AA. E. Tom. x, n.° 768, pág. 500.) (3) Rom. Gen., loc. cit., n.o 773, pág. 503.

diar con ellos; salieron, en efecto, y verificada la lid, los castellanos quedaron vencidos por los de Zamora: la idea de este cantar la conocemos por un romance viejo, que es, á nuestro juicio, una refundición del primitivo, hecha con el propósito de explicar por qué el Cid, hallándose en la hueste, no había sido el campeón que recogiese el reto de dichos caballeros, pues en el que estos dirigen dicen así:

Non queremos ser tenidos,
Ni queremos ser honrados,
Ni Rey de nos faga cuenta,
Ni conde nos ponga al lado,
Si á los primeros encuentros
No los hemos derribado,
Y siquiera salgan tres,
Y siquiera salgan cuatro,
Y siquiera salgan cinco,
Salga siquiera el diablo,
Con tal que no salga el Cid,
Ni ese noble rey Don Sancho

Que lo habemos por señor

Y el Cid nos ha por hermanos (1).

Pero lo que más debió de intrigar á los poetas populares, es que no fuese el Cid el paladin que en nombre de Castilla se encargase de mantener el campo contra los de Zamora, como parecia natural que lo hubiera sido, tratándose de tan valiente caballero; y para explicarlo, de modo que el renombre y el valor del héroe no sufriesen

(1) Rom. Gen.: loc. cit., n.° 775, pág. 503.

Existe una notabilisima variante de este romance que no está en el Romancero de Durán y que ha sido publicada por primera vez (que sepamos) por el ilustre escritor Sr. Bonilla y San Martin en sus Anales de la Literatura Española (años 1900-1904), Madrid, 1904, pág. 37). En ella se dice que Diego Ordóñez, el que retó ȧ Zamora (pues la acción se supone después de este hecho) cabalgaba un día, en compañía de su hijo Hernando «riberas de Duero arriba», y que iban diciendo que se matarian con los que quisiesen salir al campo. Oyólo Don Arias Gonzalo y armándose él y siete sobrinos suyos, salieron á combatir con ellos, pero fueron vencidos. La mayor parte de los versos son idénticos en ambos romances, la idea la misma, y únicamente se diferencian en los personajes que intervienen y en el resultado de la lucha.

Otra variante es la que presenta el fragmento que se halla en el Romancero, loc. cit., n.° 776, pág. 504, y otra, mucho más parecida á la encontrada por el Sr. Bonilla, es la que insertó el Sr. Fernández Duro en su Romancero de Zamora (loc. cit.) con el n.o 16, pág. 109, hasta el punto de que un romance parece ser la copia alterada del otro.

menoscabo alguno, inventaron toda una novela que los romances viejos han hecho llegar hasta nuestros días. Esta fábula comenzó á prepararse con un pasaje al que antes nos hemos referido y que ya halló cabida en la Crónica General: cuando el rey encomienda al Cid que lleve á doña Urraca la embajada acerca de sus pretensiones, le contesta así: «sennor pora otre serie tal mandaderia como esta grieue >>de leuar, mas pora mi es guisado, ca yo fuy criado en Çamora, do >> me mando criar uuestro padre con donna Vrraca en casa de don >> Arias Gonçalo...» etc. (1), diciéndose en el capítulo siguiente que doña Urraca, luego de consultada la voluntad del concejo, dió la siguiente contestación: «Çid, ya oydes uos lo que el mio leal conceio de >> Çamora me dize et lo otorgan todos. Pues yd et dezit a mio hermano >>que ante morre yo con los de Çamora et ellos comigo que nunqua le >> demos la villa por camio ni por auer» (2). La especie de haberse criado el Cid con doña Urraca, especie de la que no se halla la menor noticia ni en los capítulos anteriores de la General ni en ninguna otra de las fuentes antiguas, sirvió de base para que en las crónicas posteriores se presentase al Cid excusándose de desempeñar la misión (3), y aun para que la respuesta que doña Urraca le diera, fuese muy distinta de la que queda copiada: «Vos bien sabedes-leemos en la Cró»nica del Cid que le dijo la infanta--en como vos criastes comigo en >>esta villa de Çamora, do vos crio don Arias Gonçalo por mandado >>del rey mi padre, e vos me fuestes ayudador quando mi padre me la >> dio por mi heredamiento; e ruego vos que me ayudedes contra mi her»mano que me non quiera desheredar; si non, dezilde que antes morre >> con los de Çamora, y ellos comigo, que le yo de a Çamora por hauer >>ni por cambio» (4). Con lo cual ya tuvieron los juglares expedito el camino para dar por sentado que existió una promesa formal del Cid de no ir contra doña Urraca, idea que se ha conservado en el romance en que aquél, ante el cadáver de Don Sancho,

Viendo el caso desastrado
De tan notable desgracia,
Y viendo blandir no puede

(1) Crón. Gen.: cap. 831, pág. 506, 2.a col.

(2) Id.: cap. 832, pág. 508, 1.a col.

(3) Véase página 37.

(4) Crón. del Cid: cap. LVI, fol. 19 r., 1. y 2.a col.

Contra Zamora la lanza

Por el juramento fecho

Con que las manos se ata, etc. (1).

Y como si esto fuese poco, los poetas complicaron luego el juramento con la pasión amorosa, pues en otro romance se cuenta que doña Urraca, desde los muros de Zamora, recriminó á Rodrigo por el proceder que con ella seguía, recordándole el día que ella le calzó la espuela en Coimbra al tiempo de armarse caballero, y echándole en cara con amargo sentimiento que habiendo pensado en casarse con él, la olvidase por Jimena: contéstala el Cid:

-Si os parece mi señora
Bien podemos desviallo.-
Respondióle Doña Urraca
Con rostro muy sosegado:
-No lo mande Dios del cielo
que por mi se haga tal caso:
Mi ánimo penaria

Si yo fuese en discrepallo.-
Volvióse presto Rodrigo
Y dijo muy angustiado:
--Afuera, afuera los mios
Los de ȧ pié y los de á caballo,
Pues de aquella torre mocha

Una vira me han tirado.

No traía el asta el fierro,

El corazón me ha pasado;
Ya ningún remedio siento
Sino vivir más penado (2).

Después de esta escena, en la que se pinta al Cid como un jovenzuelo enamoradizo é impresionable, ya no es difícil explicarse por qué no podía tomar las armas contra la infanta, ni causa extrañeza el ver que cuando los caballeros castellanos se congregaron para deliberar sobre el reto de Zamora, dijese el Cid (á quien los poetas dieron como presente en el consejo):

(1) Rom. Gen.: loc. cit., n.o 783, pág. 508. Este romance nos parece de los más modernos, pero la idea hállase en otros que tienen más antiguo carácter, como vamos á ver.

(2) Rom. Gen.: loc. cit., n.° 774, pág. 503,

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