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aldeas de los paises vecinos; y á no ser por la po lítica sagaz y prudente, que en otra época se hubiera tenido por en extremo rígida, aquella devoradora llama habria prendido en nuestros incautos pueblos, encendiendo en ellos una guerra civil, tan desastrosa, como la que despedazaba á los habitantes del lado allá del Pirineo. ¿Y por qué no se ha de atribuir á esta causa el espíritu ambiguo y meticuloso, que se descubre en las leyes administrativas del reinado de Cárlos IV, y la marcha incierta y recelosa del gobierno, que apenas osaba adelantar un paso en el camino, no solo trazado, sino abierto, y desembarazado de todo obstáculo, por el gran monarca del siglo XVIII ?

Mas cualquiera que fuese la causa, es indudable, que bajó el cetro de Cárlos IV no siguió la reforma su progreso natural; hasta que al fin ese impetu extranjero, á duras penas comprimido en España, empezó á dar nuevo impulso á las innovaciones en los primeros años del presente siglo.

En efecto, constituidas las cortes que tomaron sobre sí la grandiosa empresa de representar á la nacion huérfana y desamparada de sus reyes, á la vez que dirigian y alentaban la sangrienta lucha contra el dominador de Europa y usurpador del tro

no de Castilla, dirigieron su vista hacia la reforma de los ramos de la administracion del reino. Amamantados aquellos representantes con las máximas que se habian difundido en la última mitad de la anterior centuria, ansiaban aplicar á España las nuevas teorías; y llenos de sinceridad, pero no amaestrados por la experiencia, las pusieron en ejecucion, introduciendo profundas alteraciones, lo mismo en el órden político, que en el económico y administrativo.

Hundido el estado en la desastrosa reaccion de 1814, se retrocedió en aquellos tenebrosos dias, hasta canonizar los groseros errores que la ilustracion de Cárlos III habia disipado; y aunque en 1820 renació la época de 1812 con todas sus consecuencias, en 1823 volvió á sucumbir la nacion en el mismo abatimiento y absoluto olvido de los buenos principios de gobernacion.

Necesario es confesar, sin embargo, que en los diez años que duró este desacertado régimen, no fué tan reaccionario el retroceso en la parte administrativa, porque un ilustrado consejero de la corona, menos sometido que los demás al funesto influjo de la opinion dominante en el gobierno, templó mas de una vez sus efectos, y realizó en

algunas ocasiones reformas dignas de época mas

venturosa.

Brilló por fin para España el astro á quien la Providencia habia concedido el inestimable don de restaurar la libertad, de difundir las luces, y de abrir nuevo camino á las reformas que exigian los adelantos del siglo; y desde este momento feliz comenzó una era de nuevo aliento y vida, y de fundada esperanza para la nacion, que ciertamente anhelaba ver extirpados multitud de inveterados abusos.

La creacion del ministerio de lo interior fué el cimiento de todo el edificio que nuevamente se iba á construir sobre esta base, necesaria en las naciones modernas bien regidas, se erigieron los gobiernos políticos, se formó la division territorial, se dictaron leyes protectoras de todas las industrias, se reintegró al dominio sus derechos usurpados, se rompieron las trabas que encadenaban el genio, comprimian sus creaciones, reglamentaban el tráfico, sometian á restricciones embarazosas y opresoras los objetos agrícolas, fabriles y comerciales; y en una palabra, fué regenerada la administracion pública, en la mayor parte de los ramos que la componen.

Faltaba empero, concluir sobre tan sólidos cimientos el edificio comenzado: formar las leyes orgánicas, emanadas del nuevo régimen, y poner en armonía todos los elementos que hubiesen de contribuir á afianzar un buen gobierno posible. Continuas desventuras han llovido desde entonces sobre la desdichada España, y -pesar de haberse terminado felizmente la guerra devastadora

á

que estorbaba la realizacion de tan justos deseos, no ha sido dable establecer ni una siquiera de muchas leyes proyectadas, sin las cuales difícilmente podrá tener aplicacion práctica la constitucion del estado, ni cimentarse un gobierno, capaz de hacer la felicidad de los pueblos.

La administracion propiamente dicha, está pues sin organizar á la manera que un majestuoso edificio diseñado, para el cual solo se han echado los cimientos y preparado preciosos materiales.

No será extraño, si se observa esta triste verdad, que en una época en que abundan esclarecidos escritores, apenas se dedique alguno á publicar obras literarias sobre materias administrativas, ni mucho menos trabajos prácticos sobre los diversos ramos que de ellas emanan. Ni casi parece posible ocuparse en tan temerario empeño, cuando di

ficilmente y solo á fuerza de penoso estudio, se consigue saber qué leyes rigen sobre la gobernacion pública, en medio del confuso laberinto que forma una legislacion, producto del régimen antiguo y de las recientes reformas.

Pero los años corren veloces, la generacion nacida en medio del torbellino de la revolucion que aun conmueve la sociedad, pronto va á desaparecer de la escena política, para dejar á otra nueva regir los destinos de la patria, la organi zacion por tanto tiempo anhelada en vano, jamás lega á colmar nuestros deseos, las esperanzas se frustran, el desconcierto se eterniza, y los partidos se suceden y se despedazan por formar esas mismas leyes, en que cada uno cifra la perpetuidad de su triunfo y la pública felicidad.

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Si hubiéramos, pues, todos los españoles de esperar el término de las disensiones politicas y á la completa reforma orgánica, para ocuparse en los trabajos literarios que tanto han menester las diversas clases del estado, nuestras cabezas encanecerian, se agotarian nuestras fuerzas, y aun la presente generacion dejaria de existir, sin haber publicado una produccion siquiera sobre la administracion práctica de España.

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