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las

que

solia hacer Villacampa, en algunas de las cuales media ventajosamente sus armas con las fuerzas que alli mandaban los generales Palombini y Pannetier.

Otra animacion se notaba en Cataluña, donde á pesar de hallarse casi todas las ciudades en poder de franceses, mantenian viva la guerra Lacy, Sarsfield y el baron de Eroles. Aprovechando el primero una confianza imprudente del general Laforce que habia sido enviado desde Tortosa á esplorar sus movimientos, cayó repentinamente sobre un batallon que el francés habia dejado en Villaseca (19 de enero), y cogióle casi entero con su coronel Dubarry. Y si bien en otro encuentro habido en San Feliu de Codinas con el general francés Decaen que mandaba en todo el Principado se vió envuelto Sarsfield y cayó prisionero, libertáronle pronto cuatro soldados, y repuesto y ansioso de venganza hizo luego correr á sus enemigos. Mas fatal fué el golpe que recibió el baron de Eroles en Altafulla (24 de enero), acometido por los generales Lamarque y Maurice Mathieu: 500 hombres y dos piezas perdió en aquel combate, y para salvar la division fué menester sacrificar dos compañías enteras de cazadores. Y sin embargo Sarsfield no se desalienta: al contrario, vésele al poco tiempo marchar por órden de Mahy al norte de Cataluña, penetrar atrevidamente en tierras de Francia, (14 de febrero), sacar contribuciones á los pueblos de la frontera, apresar algunos rebaños, y regresar salvo al territorio catalan.

Pocos dias mas adelante el baron de Eroles, rehecho tambien del revés de Altafulla, tomando otro rumbo revolvió sobre Aragon, internándose hasta el pueblo de Roda, distrito de Benabarre. Atacóle allí el general Bourke con el cuerpo de observacion del Ebro (5 de marzo), pero al cabo de diez horas de empeñado combate tuvo que retirarse á Barbastro á favor de la noche, herido él, y con cerca de 1.000 hombres menos. Replegóse el de Eroles otra vez á Cataluña, donde fué enviada á perseguirle una parte de la division de Severoli, perteneciente, como la de Bourke, al cuerpo de Reille, sin que de aquel refuerzo sacaran el fruto que se prometian los enemigos. Hubo, sí, diferentes reencuentros en Cataluña en todo el mes de abril, con éxito vario, sostenidos por varios partidarios, algunos de ellos ya antiguos, como Manso, Milans, Fábregas, Rovira y otros, al tiempo que por mar hostilizaba don Manuel Llauder desde las islas Medas por medio de corsarios á los franceses que andaban por la costa.

Obrando Napoleon, segun acostumbraba, como si fuese dueño de la península, habia dividido á principios de este año el Principado de Cataluña en cuatro departamentos, y aun envió en abril algun prefecto y otros empleados civiles. Y si bien todavía continuaba el general Decaen con el mando militar que

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hacia poco tiempo le habia conferido, el gobierno supremo de Cataluña le diớ al mariscal Suchet, duque de la Albufera, que de este modo abarcaba bajo su mando las tres importantes porciones de España, Cataluña, Valencia y Aragon: premio bien merecido bajo el punto de vista de los intereses imperiales, porque ciertamente ningun general habia hecho en España servicios de tanta monta al imperio como el mariscal Suchet.

En el Mediodía de la península, aprovechando don Francisco Ballesteros la ausencia de Soult cuando iba en socorro de Badajoz, habíase corrido desde el Campo de Gibraltar casi hasta el centro de Andalucía; pero volviendo el duque de Dalmacia, vióse aquél obligado á replegarse á la serranía de Ronda, no sin sostener ántes recios combates con los franceses en Osuna y en Alora, peleándose en el primero de estos pueblos en las calles (14 de abril), y teniendo los franceses que encerrarse en el fuerte, donde se vieron harto apurados. Otras incursiones hicieron por aquella parte los nuestros, de modo que teme. rose Soult de que llegáran á interceptarse las comunicaciones entre las tropas de Sevilla y las que sitiaban á Cádiz, dedicóse á asegurar y fortificar la linea del Guadalete. Todavía no le dejó sosegar allí Ballesteros, sino que mas adelante atrevióse á vadear el rio, y á acometer con ímpetu al francés; pero en esta ocasion, aunque combatieron bizarra y gallardamente los nuestros, llevaron la peor parte, teniendo que retirarse con no poco trabajo y con pérdida de mas de 1.500 hombres. Entre los muchos que se condujeron con heroismo en esta jornada sobresalió don Rafael Ceballos Escalera, que ya en las anteriores se habia distinguido, y ahora murió de un balazo asido á la cureña de un cañon que habia cogido, y cuya presa defendia valerosamente. Las Córtes honraron como merecia la memoria de este denodado guerrero, y acordaron premios á su afligida familia.

Tál era el estado de la guerra en todas las zonas de la península en el primer cuarto del año 1812. En esta época tenia Napoleon en España, al decir de un escritor francés, fundado al parecer en datos oficiales, 230.187 hombres, distribuidos en la forma siguiente:-ejército del Mediodía, 56.427 hom bres: ejército del Centro, 12.370:-ejército de Portugal, 52.618:-ejército de Aragon, Valencia y Cataluña, 60.540:—ejército del Norte, 48.232.

Verificóse entonces un cambio notable en la conducta de Napoleon para con su hermano José. Como si la esperiencia hubiera demostrado y convencido al emperador de la dificultad é inconveniencia de gobernar y de dirigir los ejércitos desde lejos, pero en realidad por otra muy diferente causa que esplicaremos después, confirió á José el mando superior de todos los ejércitos de España, diciéndole que le enviaría instrucciones sobre el modo de dirigir las operaciones militares y administrativas, y dando órden á todos sus generales pa

ra que obedeciesen al rey su hermano. Cambiaba asi, aunque muy tarde, la desairada y enojosa situacion del rey José, de que tanto y tan fundadamente se habia quejado. Pero además de no haber venido las instrucciones ofrecidas, como que hacia dos años que José no estaba en relaciones con los generales en gefe, ignoraba la fuerza, 1 organizacion y aun la posicion de las tropas que se ponian bajo su mando. Para adquirir este conocimiento, encargó al mariscal Jourdan, que se le dió por gefe de estado mayor, redactase una memoria que presentára un cuadro fiel del estado de los negocios é indicára los medios de hacer frente á los sucesos que estaban abocados y demás que pudieran sobrevenir. Asi lo ejecutó aquel ilustre guerrero, sacando de su trabajo como principal consecuencia que las armas imperiales nada podian emprender con éxito mientras se les exigiera la ocupacion de todas las províncias conquistadas (1).

La obra tuvo tanto mas mérito, cuanto le fué mas difícil hacerla. Porque acostumbrados los generales ó á obrar con independencia, ó al menos á no obedecer mas órdenes que las del emperador, cuando Jourdan les pidió relaciones y noticias sobre todos los objetos de su servicio, Dorsenne contestó que no las enviaba, porque si bien el príncipe de Neufchatel le habia dicho que los ejércitos del Mediodía, de Portugal y de Aragon pasaban á las órdenes del rey, respecto al del Norte le anunciaba que le haria conocer las intenciones del emperador. Suchet mostró instrucciones particulares, que venian á hacer ilusoria la autoridad del rey sobre el ejército de Aragon. Ignorábase en Madrid si Soult sabria que dependia ya del rey, y aun si renunciaria al hábito de gobernar por sí solo en el territorio de su mando. Solo Marmont trasmitió pronta y exactamente las noticias que se le pidieron.

Ofrecimos esplicar la causa verdadera de esta mudanza de conducta, acnque tardía, de Napoleon para con su hermano, y lo haremos así. La causa fué el gran suceso de la guerra de Rusia á que tuvo que atender por este tiempo, guerra que juntamente con la de España habia de traerle su ruina.

cho

Advirtiéndose venian desde últimos de 1810 anuncios de un rompimiento mas ómenos próximo entre los dos imperios. Indicaciones de ello habia heya el año pasado al gobierno de Cádiz nuestro embajador en la córte de San Petersburgo. No desconocia Napoleon las disposiciones desfavorables do aquella córte; no le satisfacian las esplicaciones que acerca de sus armamentos le daba, y su conversacion con el príncipe Kourakin (agosto, 1811) le dejó pocas esperanzas de paz. Tenia pues fija en su mente la idea de una guerra con Rusia, pero fiaba en que una victoria más en el Norte haria que todas las po

(1) Tenemos á la vista esta Memoria, es- cuya estension no nos permite copiarla. crita con sensatez y llena de razon, pero

tencias cedieran al prestigio de su nombre. En su viaje á las provincias del Rhin inspeccionó ya una parte de los ejércitos que destinaba á aquella guerra, y de regreso á París (noviembre, 1811) se dedicó al arreglo de todos sus negocios á fin de quedar desembarazado para emprenderla. Observábanse pues los dos emperadores, Napoleon y Alejandro, y callaban y obraban, no queriendo el ruso el rompimiento, pero resuelto á él antes que sacrificar el decoro y el comercio de su nacion, decidido el francés por ambicion y por el convencimiento de que habia de estallar tarde o temprano. Arregló tratados de alianza con Austria y Prusia, mas no pudo alcanzar lo mismo de Suecia y Turquía, antes bien la primera de estas dcs potencias firmó un tratado con Rusia, no obstante estar al frente de ella un príncipe francés, Bernadotte. Pero en medio de esto, seguíanse negociaciones, con apariencia de pacíficas, entre los dos emperadores por medio de los plenipotenciarios Kourakin, Lauriston y Nesselrode, buscando cómo entretenerse recíprocamente en tanto que cada cuál aprestaba sus, ejércitos y ultimaba sus preparativos.

Tambien aparentó Napoleon querer la paz con Inglaterra, pero haciendo proposiciones capciosas, que táles eran las que dirigió al gabinete británico (17 de abril) sobre el arreglo de los negocios de las Dos Sicilias, de Portugal y de España, que se conceptuaban los mas difíciles; puesto que la base 1.a decia: «Se garantirá la integridad de España. La Francia renunciará á toda idea de «estender sus dominios al otro lado de los Pirineos. La actual dinastia será «declarada independiente, y la España se gobernará por una constitucion na«cional de Córtes.» En el mismo sentido estaba la base relativa al reino de Nápoles. Imposible era al gobierno de la Gran Bretaña acceder á proposiciones que envolv an el reconocimiento de las dinastías napoleónicas en los tronos de Nápoles y de España, que á tanto equivalian las palabras «el monarca presente, la dinastía actual.» Sin embargo todavía preguntó lord Castlereagh si estas espresiones se referian al gobierno que existia en España y que gobernaba en nombre de Fernando VII. Pero la negociacion se quedó en tál estado, y este era el objeto del que la entabló, y escusada era la respuesta, porque unos y otros obraban con prévio conocimiento de que no podia ser satisfactoria.

De todos modos esta nueva situacion del emperador francés esplica bien su aparente desprendimiento en renunciar á la antigua idea de agregar á Francia las provincias del otro lado del Ebro, en asegurar el mantenimiento de la integridad del territorio español, y en conferir á su hermano José, aunque tardiamente, el gobierno supremo político y económico y el mando superior militar en todas las provincias y ejércitos de España, de que hasta entonces le habia tenido injustamente privado.

Llegó pues el caso, tanto tiempo temido y previsto, pero de inmensas y

favorables consecuencias para la nacion española, de emprenderse la guerra gigantesca del imperio francés con el ruso. De aqui la disposicion de sacar de España la jóven guardia imperial y los regimientos llamados del Vistula, que Napoleon esperaba le habian de ser grandemente útiles en Polonia, para reunirlos á las inmensas fuerzas que puso en marcha hácia el Niemen, que no serian menos de 600.000 hombres los que destinó á aquella campaña. De ellos cerca de 500.000 iban avanzando desde los Alpes hasta el Vístula. Salió Napoleon de París en la misma direccion el 9 de mayo. Dejémosle por ahora en Dresde, donde se detuvo, y donde reunió á casi todos los soberanos del continente. Esta marcha necesariamente habia de influir en los sucesos de nuestra península. Animado con ella Wellington, preparóse á abrir una campaña importante en Castilla, cuya relacion suspenderémos nosotros tambien, en la necesidad de dar cuenta de acontecimientos de otra índole que entretanto se habian realizado. Mas no terminarémos este capítulo sin presentar un nuevo bosquejo del cuadro triste que en este tiempo ofrecia la España por la miseria pública que la afligia.

«El Año del Hambre,» ha sido vulgarmente llamado éste á que nos referimos, y lo fué en efecto. Cuatro años de guerra desoladora sin tregua ni respiro; escasez de cosechas; mal cultivo de los campos; incendios y devastaciones; administracion funesta; recargos de tributos; monopolios de logreros; todas estas causas habian ido trayendo la penuria y la miseria, que ya se habia empezado á sentir fuertemente desde el otoño del año pasado, y que creció de un modo horrible en el invierno y en la primavera del presente, hasta el punto de producir una verdadera hambre pública así en la córte como en casi todas las provincias. La carestía en los artículos indispensables de consumo y en los de primera necesidad se fué haciendo difícilmente tolerable á los ricos, de todo punto insoportable á los pobres. El trigo, base del sustento para los españoles, y cuyo precio es el regulador del de todos los demás artículos, llegó á ponerse á 450 reales fanega en Aragon, en Andalucía y en otras provincias; mas caro todavía en Galicia, Cataluña y otras comarcas, menos productoras. En la misma Castilla la Vieja, que es como el granero de España, subió bastante de aquel precio en ocasiones: llegó á venderse en Madrid á 540 reales aquella misma medida. El pan cocido de dos libras se pagaba á 8, 10, y mas de 12 reales, á pesar del acaparamiento que el rey José hacía en la córte del grano de las provincias á que se estendia su mando. Hubo que poner guardia en las casas de los panaderos de Sevilla para evitar que fuesen asaltadas por la muchedumbre hambrienta.

Al compás del precio de los cereales, subia, como hemos dicho y era natural, el de los demás víveres. El pan de maiz, el de patatas, el de las legumbres

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