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Ordenó además Napoleon á su hermano que trasladára su cuartel general å Valladolid, debiendo pasar tambien los ejércitos del Mediodía y Centro á Castilla la Vieja. Asi lo cumplió José, sin embargo de no gustarle hacer otra vez el papel de rey errante, saliendo de Madrid el 17 de marzo, no imagi. nando acaso entonces que no habia de verle ya más, y dejando allí la division Leval, y una brigada más de infantería, con una division de caballería ligera. El 23 de marzo entró José en Valladolid, acompañado ó seguido de sus ministros, de los altos empleados de palacio, y de otros personages con sus familias, que más le servian de embarazo que de provecho, y á quienes de buena gana habria enviado á Bayona, si no hubiera parecido ingratitud á su lealtad, y si no hubiera temido desalentar con esto al ejército. El ministro de la Guerra del imperio seguia enviando de París sus instrucciones, y en ellas recomendaba siempre que se atendiera con preferencia á engrosar el ejército del Norte, para que estuvieran las comunicaciones desembarazadas y espeditas; instrucciones, dice un juicioso escritor francés, tan fáciles á un ministro de dar como dificiles á los generales de cumplir: instrucciones que disgustaban á José y á Jourdan, pero que no tenian el valor de resistirlas. Napoleon salió nuevamente de París el 15 de abril para empezar la campaña de Alemania.

En mayo creyó tambien Wellington la oportunidad de abrir la suya, moviéndose otra vez hácia Castilla, de cuyo propósito tuvo José el 18 algunas noticias vagas. Aun asi sorprendiéronse los franceses al saber que los aliados habian pasado el Duero, colocándose á la derecha del rio cinco divisiones de infantería y dos brigadas de caballería. Aseguradas de este modo ambas orillas alzó Wellington sus reales (22 de mayo), llevando consigo dos divisiones inglesas y una portuguesa, y tomando otra vez rumbo á Salamanca. En Tamames se le incorporó la mayor parte de la division de don Cárlos de España con la caballería de don Julian Sanchez, y en el Tormes por el lado de Alba sc le juntó el cuerpo de Hill con la primera division española de don Pablo Morillo. Wellington sabia con exactitud las fuerzas que tenia el rey José, y los puntos que ocupaban. No suced a asi á José. El 24 supo el general Gazan que los aliados habian pasado el Agueda y se dirigian á Salamanca, y en lugar de llamar apresuradamente de Madrid al general Leval, como José le tenia prevcnido, contentóse con ir á Valladolid á pedirle permiso para llamarle. Hallábanse pues todavía diseminadas las fuerzas francesas, cuando se presentaron los aliados delante de Salamanca (26 de mayo). El general Villatte que estaba alli con tres escuadrones quiso defender el paso del Tormes: resolucion temeraria que le costó la pérdida de algunos centenares de hombres y muchas municiones y efectos, teniendo que retirarse por Babilafuente y no parando hasta

Medina del Campo. Igual suerte corrió otro cuerpo francés arrojado de las ori llas del Tormes por la gente de don Pablo Morillo.

Ignoraba José completamente el plan de Wellington. Suponia que las principales fuerzas de los aliados estaban en Salamanca, donde el general inglés habia entrado. Sorprendióle luego saber que el grueso del ejército anglo-portugués avanzaba por la derecha del Duero hacia el Esla, y que el ejército español de Galicia se aproximaba tambien á Benavente. En efecto, el centro del cuarto ejército, que mandaba don Pedro Agustin Giron en ausencia de Castaños, concurria de órden de Wellington á su plan de campaña, dándose la mano con la izquierda de los aliados, asi como la quinta division de Astúrias, que mandaba don Juan Diaz Porlier (el Marquesito). Estas fuerzas vadearon el Esla, destruido el puente de Castrogonzalo por los franceses, y se hallaron reunidas al comenzar junio en Villalpando. Wellington, que no permaneció sino dos dias en Salamanca, marchó con sus divisiones en direccion de Zamora ahuyentando las tropas francesas que en esta ciudad labia, cruzó el Duero por un puente que echó cerca de Carvajales (31 de mayo), y se situó en Toro, ejecutando sus movimientos con tales precauciones que solo los conocian lcs enemigos que iban huyendo de las poblaciones á que él se aproximaba. En Toro esperó á que el general Hill pasára tambien el Duero, como lo verificó; de modo que todos los cuerpos se daban ya la mano; y dejando guarniciones de la segunda division española en Ciudad-Rodrigo, Salamanca, Zamora y Toro, el cuarto ejército español se estableció por órden del generalísimo en Cuenca de Campos, él con los aliados en el inmediato pueblo do Ampudia (6 de junio).

Desorientados andaban José y sus generales con movimientos para ellos tan desconocidos é inesperados. Resentíanse sus disposiciones de vacilacion; sus medidas eran contradictorias y precipitadas, segun que las aconsejaban las noticias del momento que les iban llegando. Al fin, arribaron los generales Leval y conde de Erlon, procedentes de Madrid, á las márgenes del Duero (2 de junio). Muy deseada era, como hemos visto, por el rey José la llegada de estos generales con sus tropas, y aunque algo tardía, no sin razon habian sido con instancia llamados. Cuando ellos salieron de Madrid, dejaron allí con poca gente al general Hugo, el cual trató ya á los habitantes con cierta consideracion y miramiento, como aquel que de despedida procuraba dejar en los ánimos recuerdos menos desagradables de la dominacion estrangera. Pero esto no impidió para que llamado él á su vez, y tocándole ser el último en evacuar definitivamente la capital del reino, desempeñára la triste y poco honrosa mision de llevar consigo ó delante de sí los muchos y preciosos objetos científicos, artísticos é históricos de que habia despojado la codicia del invasor los

templos, los palacios, los museos y los archivos de Madrid, de Toledo, del Escorial, de Simancas, y de otros pueblos de la Nueva y de la Vieja Castilla, como ántes lo habian hecho en las Andalucías.

y

En efecto, el 26 de mayo vieron los habitantes de Madrid partir un numeroso convoy de coches, galeras, carros y acémilas, en que iban, no solo los comprometidos con el rey intruso y sus familias y enseres, que éstos los veian arrancar sin pena los buenos españoles, sino tambien las preciosidades que desde el tiempo de Murat habian sido sacadas de las iglesias, edificios y establecimientos que hemos dicho, para enriquecer con ellos sus palacios, si en España permanecian, los museos y palacios de Francia, si allá los empujaba otra vez su merecida mala ventura. Allí iban los preciosos cuadros del Correggio, entre ellos el inapreciable de la Escuela del Amor, los no menos preciosos de Rubens, del Greco y de Tristan; los preciosísimos de Rafael y del Ticiano, contándose entre ellos los inimitables de la Virgen del Pez, de la Perla, el Pasmo de Sicilia. Allí las riquezas de la Historia natural, de los depósitos de artillería y de ingenieros, del hidrográfico y otros de esta índole, Alli 103 documentos históricos, en que estaban consignadas las grandezas y los hechos gloriosos de nuestros antepasados, los cuales, unidos á la multitud de papeles y pergaminos importantes de que fué despojado el copiosísimo archivo de Simancas, se destinaban á decorar los salones y galerías del Louvre y otros edificios del vecino imperio (1). Que si bien producirian, como dice un escritor español, la ventaja de que fuesen conocidas en el estrangero riquezas artísticas de España completamente ignoradas en otros paises, y si bien despues de la restauracion de España y de la caida de aquel imperio fueron muchas de ellas restituidas á nuestra patria por justa reclamacion que de ellas hicieron nuestros gobiernos, ni todas fueron devueltas, ni hay nada que pueda justificar el pillage que entonces se hizo de tan preciosos tesoros.

Habiéndose hecho Hugo preceder de este para nosotros funesto convoy, salió él mismo de Madrid con sus tropas al dia siguiente (27 de mayo), quedando la capital definitivamente libre de franceses, ocupándola pronto las guerrillas, y volviendo á funcionar las legítimas autoridades. Quedó tambien entonces disponible nuestro 3.er ejército, que vino bien para entretener á Suchet en Valencia, é impedir que acudiese á Castilla en auxilio de José. En cuanto á Hugo, tomó, como los que le habian precedido, el camino de Guadarrama, dirigiéndose á Segovia, y torciendo luego á incorporarse con los suyos

(1) De los papeles que se sacaron de Simancas en los años 1811 y 1812 dejó el comisario francés Mr. Ghite notas firmadas al archivero don Manuel de Ayala y Rosales. En 1816 fueron devueltos muchos carros de

legajos, algunos en malísimo estado, de otros entresacada correspondencia diplomática muy importante. Sobre esto podríamos decir mucho, que no nos parece de este lugar.

cruzó el Duero de noche por Tudela. Tan pronto como Leval y Erlon llegaron á las márgenes de aquel rio, distribuyó José sus tropas del modo siguiente: todo el ejército del Mediodía apoyando su izquierda en Tordesillas, su derecha en Torrelobaton; el general Reille con su caballería y la division Darmagnac, en Medina de Rioseco; la division Maucune en Palencia; el conde de Erion en Valladolid con la division Cassagne; el cuartel general del rey en Cigales. Viendo José que no habia podido evitar la concentracion de los aliados del lado acá del Esla, y no teniendo por prudente aventurar allí una batalla, ordenó la retirada, saliendo aquel mismo dia de Valladolid camino de Burgos el gran parque, los equipages del rey, los oficiales civiles de palacio, los ministros, y las familias españolas comprometidas que seguian el cuartel general, á cuyo convoy fué menester destinar una escolta de 4,000 hombres. El 3 so retió el ejército detrás del Pisuerga y del Carrion. José hubiera querido esperar hasta saber si el general Clausel con el ejército del Norte se dirigia á Burgos; mas no pudiendo subsistir allí sus tropas, siguió su movimiento retrógrado, saliendo de Palencia el 6, y llegando el 9 á los contornos de Burgos, en cuya ciudad estableció el cuartel general, enviando á Vitoria los inmensos convoyes, escoltados hasta allí por Hugo, desde allí por la division Lamartiniére. Wellington habia ido en su seguimiento, pero sin apresurarse, y hasta el 12 no se avistaron ambos ejércitos en las cercanías de Burgos, donde hubo un ensayo de combate entre los cuerpos del inglés Hill y del francés Reille.

Tampoco se atrevió José á esperar allí. No habia parecido ni parecia Clausel á quien esperaba con las divisiones del Norte. Ordenó pues proseguir la retirada. Habia dispuesto el francés al abandonar á Burgos destruir el castillo minándole despues de recogida y trasportada parte de la artillería: pero habia dentro 6.000 bombas; y el general de artillería d' Aboville, con objeto, decia, de que no se aprovechase de ellas el enemigo, hizo poner en cada una una pequeña cantidad de pólvora y colocarlas á corta distancia unes de otras, para que estallarán al tiempo de reventar la mina. Aunque esta diabólica operacion no debia verificarse hasta que las tropas acabaran de evacuar la ciudad, sin embargo, en la mañana del 13 se hizo la horrible explosion cuando aun desfilaba una brigada de dragones. Espantoso fué el estremecimiento; grande el estrago, retemblaron y se resintieron las casas y edificios de la ciudad, y hasta su esbelta y famosa catedral; perecieron un centenar de soldados, muchos caballos y algunos habitantes: triste signo, dice un historiador francés, en una retirada sin esperanza de retorno.

Ansioso José de ganar el Ebro, estableció el 46 su cuartel general en Miranda, no sin que le hostigáran por la derecha los aliados, por la izquierda don Julian Sanchez y otros guerrilleros españoles. Su fuerza iba debilitada

por algunos combates parciales y por las bajas que siempre se sufren en las largas retiradas. Ordenó á Reille que reuniese sus tropas y marchase sobre Valmaseda ó Bilbao para cubrir las comunicaciones con Francia; al general Gazan que se sostuviese con dos divisiones y alguna caballería, yen lo sobre Espejo; ordenó á Foy, que se hallaba en Tolosa, se reuniese lo mas pronto posible á Reille; y todas sus disposiciones se encaminaban á detener en aquella montuosa comarca la marcha de los aliados, dando tiempo á que se le reuniera Clausel; pero era ya tarde. Los aliados, siguiendo su marcha constante, aunque penosa por la aspereza del terreno, mucha parte de él impracticable para la artillería, por la escasez de viveres, que les hizo pasar hambre verdadera algunos dias, amagando siempre la derecha del francés, y tomándole alguna vez la delantera, ganaron tambien el Ebro, cruzándole los españoles del 4.o ejército que regia Giron por Polientes, el inglés Graham por San Martin de Linés, Wellington y la mayor parte de los anglo-portugueses por Puente de Arenas. Los españoles por órden del generalísimo tiraron al dia siguiente hácia Valmaseda; Longa, que andaba por aquellas partes, se agregó al ala izquierda de los nuestros en Medina de Pomar; los demás giraron sobre la derecha. Ya no podian pues los franceses defender el paso del Ebro. Turbóles la aparicion de los aliados allende el rio, y José dispuso que el grueso de su ejército, dejando solo unos 700 hombres en los fuertes de Pancorbo, avanzára á Vitoria.

Reille aconsejaba á José torcer á Navarra, que ciertamente habria sido para ellos el partido mas prudente, pues se habrian ahorrado una calamidad; pero José no creyó oportuno aceptar la proposicion, ya por el encargo especial que tenia de su hermano de mantener á toda costa la comunicacion con Francia, ya por no abandonar el inmenso convoy que tenia en Vitoria y en que iban los españoles adictos suyos, ya por no esponer á Clausel, á quien siempre esperaba, á que encontrára en Vitoria los aliados en lugar de los franceses. El 19 y 20 (junio) alcanzaron ya los ingleses algunos cuerpos de la retaguardia. francesa en varios puntos de la provincia de Alava, obligándolos á abandonar sus puestos y refugiarse al grueso del ejército. Y como al propio tiempo y por la izquierda hubiese llegado ya á Valmaseda en Vizcaya el centro del cuarto ejército español, concentraron tambien los franceses sus fuerzas de aquella parte, conservando los puntos de mas importancia, tales como Bilbao y Santoña, trasladando á este último puerto la guarnicion de Castrourdiales. Púsose don Gabriel de Mendizabal á bloquear á Santoña. Mas no inquietaban mucho á José los movimientos de Bilbao. Y en efecto, Wellington habia hecho venir de alli su izquierda por Orduña y Murguía, concentrando sus legiones hácia Vitoria. Todo anunciaba la proximidad de una gran batalla.

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