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gos, á muchas jornadas del Rhin, en medio de los victoriosos é inmensos ejércitos de la Europa confederada, cerrado el camino de la Francia, y sín fácil, y aun los más sin posible comunicacion entre sí, ¿cuál podia ser la suerte de aquellas guarniciones, por grande que fuera su heroismo, sino las penalidades, los infortunios, la desesperacion, y tras ella ó la sumision al enemigo ó la muerte? Así fué sucediendo, como era fácil de pronosticar. La guarnicion de Dresde, fuerte de 30.000 hombres, con estar mandada por un general de tan alta reputacion y de tan firme carácter como el mariscal SaintCyr, tuvo que resignarse á quedar prisionera de guerra, desaprobada por el emperador Alejandro la capitulacion que antes habia hecho (14 de noviembre, 1813), con la ventajosa condicion de poder ir á Francia, y con la facultad de servir despues de cangeada: acto de que los franceses se quejaron amargamente, calificándole de violacion indigna de un tratado, y haciendo por ello cargos terribles á los soberanos del Norte.

Las demás guarniciones de Modlin, de Zamose, de Wittenberg, de Torgau, de Hamburgo, de Stettin, de Glogau, de Custrin, de Magdeburgo, de Danzick, las unas sufrian todos los horrores del hambre, las otras los rigores de la peste, desarrollado en unas partes el tifus, en otras la fiebre hospitalaria, y hasta la fiebre llamada de congelacion, nacida ésta del frio, como aquella de la humedad y de la insalubridad del aire, que arrebataban á millares los soldados y enviaban al sepulcro generales y caudillos ilustres: bloqueadas todas, resistiendo algunas incesante bombardeo; firmes en medio de su abandono, y sin faltarles aquella fé que habia sabido inspirar á sus guerreros Napoleon, y esperando todavía de él poco menos que milagros, si algunas se rindieron y capitularon, agotados todos los medios de defensa, otras subsistian todavía á fines del año, prologando una resistencia que admiraba y desesperaba á sus enemigos. Cada cuál parecia haberse propuesto ser el último que entregára á la coalicion su espada.

Resumiendo; al terminar el año 1813, Napoleon, que aun despues del desastre de Moscow habia aspirado todavía á enseñorear la Europa, que menospreciando la mediacion del Austria y convirtiéndola imprudentemente de aliada en enemiga, presumió poder triunfar él solo de toda la Europa coali gada, y creyó bastarle su genio para reparar de un solo golpe todos sus anteriores desastres y para encumbrarse á tanta ó mayor altura que en la que ántes se habia visto, recogió por fruto de su desmedido orgullo y por resul• tad de la atrevida y temeraria campaña de Sajonia, haber perdido entre combates, enfermedades y marchas 300.000 hombres, dejar 190.000 comprometidos y bloqueados en plazas de naciones enemigas, contar apenas 50.000 hombres útiles para defender las fronteras del Rhin y resguardar

la Francia, verse abandonado de todos sus aliados, y haber regresado á París á pedir á la Francia mas hombres y mas oro, para ver todavía de satisfacer, so pretesto del engrandecimiento de la Francia, aquella ambicion que le hacia perderlo todo por querer ganarlo todo.

á

las

De la parte de España, aquellos ejércitos imperiales que tan fácil habian creido amarrarla al carro triunfal de Napoleon, y que llegaron á mirar y gobernar como un departamento del imperio francés, se hallaban lanzados del suelo español: las tropas aliadas, inglesas, portuguesas y españolas, pisaban el territorio de la Francia, arrollaban las huestes de Bonaparte, y amenazaban una plaza fuerte del imperio. Y el gobierno español, primero fugitivo y después refugiado en una ciudad murada á la estremidad del reino, y Córtes españolas. ántes reducidas á deliberar en el mismo estrecho recinto entre el estruendo y el estallido de los cañones y de las bombas enemigas, disponíanse ahora uno y otras á funcionar libre y desembarazadamente en la antigua capital de la monarquía. Con tan felices auspicios se anunciaba el año 1814, que habia de ser fecundo en grandes sucesos, previstos ya unos, inopinados otros, aquellos lisonjeros sobremanera, éstos sobremanera amargos,

CAPITULO XXVII

EL TRATADO DE VALENCEY.

1814.

(Enero y febrero).

Esquiva Napoleon la paz que le ofrecen las potencias.-Célebre Manifiesto de Francfort. -Tratos que entabla Napoleon con Fernando VII. en Valencey.-Mision del conde de Laforest.-Sus conferencias con los principes españoles.-Carta del emperador á Fernando, y respuesta de éste.-Negocian el conde de Laforest y el duque de San Carlos.Tratado de Valencey.-Trae el de San Carlos el tratado á España.-Instrucciones que recibe de Fernando VII.-Viene á Madrid.-Viene tras él el general Palafox con nuevas cartas y nuevas instrucciones del rey.-Otra vez el canónigo Escoiquiz al lado do Fernando.-Emisarios franceses en España.-Objeto que traian y suerte que corrieron.-Mal recibimiento que halló el de San Carlos en Madrid.-Presenta el tratado á la Regencia.-Respuesta de la Regencia á la carta del rey.—Pónelo en conocimiento do las Cortes.-Consultan éstas al Consejo de Estado.-Digno informe de este cuerpo.— Famoso decreto de las Córtes y Manifiesto que con este motivo publicaron.-Cómo y por quiénes se conspiraba contra el sistema constitucional.-Escándalo que produjo en las Cortes el discurso del diputado Reina.-Tratado con Prusia, en que reconoce esta potencía las Córtes y la Constitucion de España.-Intentan los enemigos de la libertad mudar la Regencia.-Cómo burlaron esta tentativa los diputados liberales.Cierran sus sesiones de primera legislatura las Córtes ordinarias.-Se abre la segunda legislatura.

Aunque los sucesos que vamos á referir pertenecen al año que encabeza este capítulo, su preparacion venia de algunos meses atrás, á los cuales es fuerza que retrocedamos un momento.

Indicamos ya en el capítulo anterior que Napoleon á su regreso á París (9 de noviembre, 1813), despues de sus grandes derrotas en Alemania, lejos de darse por vencido, y de admitir francamente las proposiciones de paz de las potencias confederadas, no obstante ser aceptables, y aun ventajosos los límites en ellas señalados al imperio francés, obstinado y terco en el sistema ins

pirado por su orgullo y su ambicion de aventurarlo todo antes que consentir en desprenderse de algo, no solo esquivó dar á los aliados una contestacion esplicita, sino que pidió al Cuerpo legislativo de Francia nuevos sacrificios de hombres y de dinero, con la esperanza de vencer todavía á la Europa y de obligar á la fortuna á volverle el rostro, que cansada ó enojada parecia haberle retirado. En vista de esta actitud de Napoleon, las potencias aliadas publi caron el célebre Manifiesto de Francfort (1.o de diciembre, 1813), que comenzaba con las siguientes frases: «El gobierno francés ha decretado una nueva conscripcion de 300.000 hombres. Los motivos del senado-consulto sobre este asunto son una provocacion á las potencias aliadas. Estas se ven precisadas á publicar de nuevo á la faz del mundo las miras que llevan en la presente guerra, los principios que forman la base de su conducta, sus deseos y su de- terminacion. Las potencias aliadas no hacen la guerra á la Francia, sino á la altanera preponderancia que por desgracia de la Europa y de la Francia el emperador Napoleon ha ejercido largo tiempo, traspasando los límites de su imperio. La victo ia ha conducido los ejércitos aliados á las orillas del Rhin. El primer uso que Sus Magestades imperiales y reales han hecho de su victoria ha sido ofrecer la paz á S. M. el emperador de los franceses.» Manifestaban su enojo por no haber sido ésta aceptada, y concluian asegurando que no deja. rian las armas hasta que el estado político de Europa se restableciese de

nuevo.

En este intermedio, viendo Napoleon perdida su causa por el lado de España, y calculando lo que le convenia quedar desembarazado de esta guerra, resolvió entrar en relaciones y tratos con el monarca español, para él príncipe no más todavía, cautivo en Valencey. Al decir de los escritores franceses que se suponen mejor informados, Napoleon vaciló mucho entre comenzar dando libertad á Fernando, restituyéndole á España sin condiciones, esperán. dolo todo de su agradecimiento, ó negociar con él un tratado que le ligara á hacer la paz y á espulsar de España los ingleses. Lo primero, que habria sido lo mas generoso y era lo mas sencillo, tropezaba con la sospecha del emperador de que el príncipe, viéndose libre en España, obrára como considerándose desligado de todo compromiso; lo cual, si en otro caso y persona se hubiera podido calificar de vituperable ingratitud, en Fernando no habria sido sino corresponder á la conducta y comportamiento que tantas veces habia tenido Napoleon con él y con toda su real familia. Lo segundo tenia el inconvǝniente de que el tratado no obtuviese la aprobacion de la Regencia ni de las Córtes españolas, como celebrado por quien estaba en cautiverio y no gozaba de libre voluntad, y de que los españoles no estuvieran tampoco de parecer de despedir á los ingleses.

Decidióse al fin á pesar de todo por lo segundo, y al efecto envió á Valencey al conde Laforest, consejero de Estado, y embajador que habia sido en Madrid, bajo el nombre fingido de Mr. Dubois, con una carta para Fernando concebida en los términos siguientes: «Primo mio: las circunstancias actuales <«<en que se halla mi imperio y mi política, me hacen desear acabar de una vez «con los negocios de España. La Inglaterra fomenta en ella la anarquía y el «jacobinismo, y procura aniquilar la monarquía y destruir la nobleza para «establecer una república. No puedo menos de sentir en sumo grado la des«truccion de una nacion tan vecina á mis estados, y con la que tengo tantos «intereses marítimos y comunes. Deseo, pues, quitar á la influencia inglesa «cualquier pretesto, y restablecer los vínculos de amistad y de buenos vecinos «que tanto tiempo han existido entre las dos naciones.-Envio á V. A. R. al conde de Laforest, con un nombre fingido, y puede V. A. dar asenso á todo do que le diga. Deseo que V. A. esté persuadido de los sentimientos de amor «y estimacion que le profeso.-No teniendo mas fin esta carta, ruego á Dios «guarde á V. A., primo mio, muchos años. Saint-Cloud, 12 de noviembre «de 4813.-Vuestro primo.-NAPOLEON.>>

y

Llegó Laforest á Valencey el 17 de noviembre (1813), é inmediatamente presentó la carta del emperador á Fernando VII, y á los infantes don Cárlos y don Antonio, su hermano y tio. De palabra amplió después el enviado el ob‐ jeto y pensamiento indicados en la carta, esforzándose mucho en ponderar el estado de anarquía en que se encontraba España, el propósito y plan de los ingleses de convertirla en república, el abuso que se estaba haciendo del nombre de Fernando VII, la necesidad de entenderse y concertarse para volver la tranquilidad á la península, y de colocar en el trono á una persona del carácter y dignidad de Fernando, y la conveniencia de tratar todo esto en secreto, para que no llegáran á frustrarlo los ingleses si de ello se apercibian. El príncipe manifestó la sorpresa que le causaban así la carta como el discurso, que el asunto era taħ sério, que exigia tiempo y reflexion para contestar. Solicitó y obtuvo al dia siguiente nueva audiencia el misterioso embajador, y como en ella añadiese que si aceptaba la corona de España que queria devolverle el emperador, era menester que se concertasen sobre los medios de arTojar de ella á los ingleses, contestóle Fernando, que en la situacion en que se haliaba, «ningun paso podia dar sin el consentimiento de la nacion española representada por la Regencia.» Y como en otras conferencias intentase Laforest estrechar más al príncipe, denunciando otros proyectos de ingleses y portugueses sobre el trono español, concluyendo por preguntarle, si al volver á España seria amigo ý enemigo del emperador, afirmase que contestó dignamente Fernando: «Estimo mucho al emperador, pero nunca haré cosa que TOMO XIII.

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