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democrática y descreida! ¡El de la monarquía española convertida en auxiliar de la república revolucionaria para cuantas contiendas le ocurriesen, sin poder siquiera ni examinar la razon ni preguntar la causa de los sacrificios quo se le exigieran!

No creemos pueda sostenerse que esta alianza fuese otro Pacto de Familia como el de Cárlos III., que tan caro y tan costoso fué á España. Mas tampoco puede desconocerse que habia entre los dos los suficientes puntos de analogía para recelar que produjese parecidas consecuencias. ¿Y á quién podrian ocultarse algunos de sus mas inmediatos peligros? No era menester ser hombre de estado para calcular que habiendo visto la Inglaterra con disgusto nuestra paz con Francia, no habria de perdonarnos nuestra alianza con la república. ¡Inglaterra, que aun siendo amiga no habia respetado el pabellon español ni en las costas de la península ni en los mares de América, y que amenazaba con sus bajeles y tenia fijos sus codiciosos ojos en nuestras posesiones del Nuevo Mundo!

En los agravios de ella recibidos, y que tal vez por otros medios hubieran podido ser reparados, fundó el nuevo príncipe de la Paz su declaracion de guerra á la Gran Bretaña: guerra que comenzó coзtándonos el descalabro naval del cabo de San Vicente, principio de los desastres y de la decadencia de nuestra marina, el bombardeo de Cádiz, la pérdida de la isla de la Trinidad, y los ataques de los ingleses á Puerto-Rico y Tenerife. Verdad es que en estos últimos salieron ellos escarmentados, y triunfantes y con honra nuestras armas, llevando el célebre Nelson en su cuerpo y por toda su vida la señal de lo que le habia costado su malogrado arrojo: pero tambien lo es que muy al principio de la lucha nos arrebataron ya una de nuestras más importantes posesiones trasatlánticas, y que no podiamos contar ni en Europa ni en la India con punto seguro de las acometidas de la poderosa marina inglesa.

¿Qué compensacion recibiamos entretanto de nuestra reciente amiga la Francia? En una sola cosa pusieron empeño y tomaron el más vivo interés nuestros reyes; en la indemnizacion que habia de darse á su hermano el duque de Parma por los estados que la revolucion le habia arrebatado. ¿Y cómo se condujo con ellos el Directorio francés? A cambio de aquella indemnizacion, que al fin no se habia de realizar, les pedia la cesion de la Luisiana y la Florida. Dignamente, preciso es hacerle justicia, rechazó proposicion semejante el príncipe de la Paz.-En las conferencias de Lille para la paz con Inglaterra, y en las de Udina para la paz con Austria, ninguna representacion se dió á España á pesar de haber nombrado sus plenipotenciarios, so pretesto de arreglarlo solas entre sí las potencias contratantes. Y en todo este período desde guerra contra la Gran Bretaña hasta la paz de Campo-Formio, ningun pro

la

vecho sacó España de su alianza ofensiva y defensiva con la república, sino las pérdidas y desastres que hemos enumerado, desaires inmerecidos, y haber tenido que llevar nuestra escuadra á Brest á disposicion y á las órdenes del gobierno francés.

La providencia pareció haber dispuesto que el príncipe de la Paz recibiera de la Francia misma la expiacion del desacierto de su alianza con la república. El Directorio no le perdonó su guerra anterior, ni creyó nunca en la sinceridad de su reciente amistad. El Directorio tampoco podia perdonarle que Cárlos IV. y él mantuvieran una correspondencia íntima y afectuosa con los príncipes emigrados franceses: consecuencias naturales del monstruoso tratado de San Ildefonso, pelear unidas y en interés comun las fuerzas de la monárquica España y las de la Francia republicana, mantener los monarcas es◄ pañoles relaciones estrechas con los príncipes franceses que la revolucion habia espulsado, con esperanza de devolverles el trono que habian perdido.

Cierto que trabajaban ya por la caida del privado, la grandeza, el clero, todo el pueblo español; la primera no pudiendo tolerar ver remontado sobre todos los antiguos linajes y alcurnias, y próximo á entroncar con princesa de régia estirpe, á quien consideraba casi como plebeyo; el segundo ofendido de la tendencia que en él habia observado á rebajar la influencia y preponderancia de la clase, y de cierta animadversion que en él advertia hácia el poder inquisitorial, al propio tiempo que de sus costumbres, que no eran ni ejemplo de moralidad ni modelo de recato; el pueblo, porque desde el origen y principio de su privanza se acostumbró á mirarle como al autor de todos los males, fuesen ó nó hechura suya. Cierto, tambien, que los dos ministros, Jovellanos y Saavedra, que él mismo habia llevado al gobierno, creyeron acto patriótico preparar su caida, desconceptuándole mañosamente en el ánimo del monarcaPero tambien lo es para nosotros que todos estos elementos interiores combinados no habrian bastado para derribar al valído sin el empuje y los esfuer zos del nuevo embajador de la república, Truguet, que traia esta mision especial del Directorio, y no descansó hasta lograr la caida del príncipe, que como un gran triunfo participó á su gobierno por despacho y correo estraordinario.

Por eso decimos que pareció providencial expiacion la de Godoy, siendo su imprudente alianza con la república la hoya que él mismo se labró para hundirse en ella, si bien accidental y no definitivamente, y con todos los lenitivos con que puede endulzar un soberano el apartamiento de un ministro favorecido de quien siente á par del alma desprenderse (1798).

II.

Hemos censurado á don Manuel Godoy por la indiscreta alianza que celebró con la república francesa, y no le relevamos de la responsabilidad de los compromisos, de los conflictos y calamidades que envolvia y habia de traer á España el funesto tratado de San Ildefonso. Pero hemos de ser igualmente justos y severos con todos.

¿Cuál fué la política del ministerio que reemplazó al príncipe de la Paz? ¿Enmendó el desacierto de su antecesor? Desconsuela recordar la sumisa actititud, la afanosa complacencia del ministerio Saavedra con el Directorio francés. Las exigencias, las indicaciones, hasta los caprichos del embajador de la república en España eran apresuradamente ejecutados y cumplidos como si fuesen preceptos para el nuevo gobierno de Cárlos IV.: y el nuevo embajador español cerca de la república, escogido como el mas agradable al Directorio, comenzó halagando aquel gobierno con tan lisonjeras frases y promesas, que nada le dejó que desear, y habria sido inmoderada codicia pedir más seguridades y prendas de adhesion.

¿De qué sirvió que el mismo embajador Azara procurase después con oportunos avisos y consejos á los directores librar á la Francia de la segunda coalicion europea? Los directores le desoyeron, la guerra sobrevino, y España fué tambien víctima de esta lucha, tomándonos los ingleses á Menorca, pérdida mas lamentable todavía que la de la Trinidad.—Durante el ministerio que reemplazó á Godoy vió Cárlos IV. á su hermano Fernando lanzado y despo

seido del trono de Nápoles por las armas de la república francesa su aliada. Si arrebatado, desacordado y loco anduvo el rey de las Dos Sicilias en retar el poder gigantesco de la Francia, desacordado y ciego anduvo el rey de España en ver con fria indiferencia, si acaso no con fruicion, sustituir la república Partenopea al trono de un Borbon y de un hermano. ¡Fenómeno singu. lar el de un monarca que habia ido más allá que todos los soberanos de Europa en interés y en esfuerzos por salvar el trono y la vida de Luis XVI. de Francia, y ahora estaba siendo el aliado sumiso, el amigo íntimo de aquella misma república que iba derrumbando los sólios y acabando con todos los príncipes de su estirpe y linaje!

¿Seria la codicia? ¿seria la ambicion la causa de esta ceguera de Cárlos IV.? Tentacion daba á pensar así, aun á los que conocian su corazon bondadoso, el verle reclamar del Directorio el reconocimiento de sus derechos al trono vacante de Nápoles, y mostrar aspiraciones á sentar en él uno de sus hijos. Nueva y lastimosa ilusion, á que siguió un nuevo y lastimoso desengaño, una nueva y lastimosa expiacion de aquella imprudente alianza: el Directorio solo respondió á su reclamacion con una desdeñosa, ya que no digamos, con una sarcástica sonrisa. Y abusando de tan admirable sumision y docilidad, atrevióse á lo que rara vez ha osado el más poderoso con el mas débil gobierno; atrevióse á indicar al buen monarca español que cambiára el ministro de Estado, que no era de su gusto, por otro que le significaba y era más de su agrado.

Trabajaban todas las demás potencias por separarnos de Francia, y nos halagaban para que entrásemos con ellas en la coalicion. Rusia nos ofrecia hombres, naves y dinero. Nosotros, cada vez mas apegados á la Francia, como por un talisman misterioso, como por una fuerza de atraccion irresistible, desairamos á todas las potencias, y predispusimos á Rusia á que nos declarára la guerra en vez de la amistad con que nos habia estado brindando. Era la ocasion en que la fortuna parecia haber vuelto la espalda á la república francesa; en que la segunda coalicion europea la abrumaba con sus triunfos, destrozaba sus ejércitos en Alemania y en Italia, y le arrebataba sus anteriores conquistas. Era la ocasion, en que con motivo de aquellas derrotas, de que se culpaba como siempre al gobierno, levantaba otra vez la anarquía su feroz cabeza en el seno del pueblo francés: era la ocasion en que los realistas y los patriotas, los terroristas y los reaccionarios, la imprenta, los Consejos, el Directorio, los clubs, los jacobinos, los constitucionales, todos irritados, luchaban y se destrozaban entre sí: era la ocasion en que vencida la república fuera, y desgarrada dentro, se andaba buscando quien p diera salvar la Francia. ¿Quién la habria salvado si España se hubiera unido à la coalicion?

Empeñóse, no obstante, en ser su sola y única amiga. El agradecimiento á esta sola y única amiga era proponerse en algun club que se hiciera de la monarquía española una república hispánica. ¡Y aun continuaban cerrados los ojos de Cárlos IV. y de su gobierno!

La Francia, la afortunada Francia, que en las más desesperadas crisis, en los momentos de mayor conflicto, en los trances en que se vẻ más amenazada de disolucion, encuentra siempre un genio que la salva y vivifica; ¡singular privilegio que parece haber otorgado la Providencia á esta inquieta nacion, y causa quizá de su facilidad en entregarse á peligrosas inquietudes! encontró tambien ahora la cabeza y la espada que necesitaba y andaba buscando. Aparecióse de improviso en el suelo francés ese genio salvador, viniendo de incógnito de los abrasados arenales de Egipto, donde habia dado á la Francia glorias que ignoraba y habian de asombrar al mundo, y donde él habia ignorado que la Francia estaba á punto de perecer en Europa cuando la estaba engrandeciendo en Asia. Sorprende la aparicion de Bonaparte en París, como la de un meteoro que la ciencia no ha pronosticado. El vencedor de las Pirámides encuentra la república en disolucion; pregónase que ha parecido la cabeza y la espada; todos los elementos de accion se agrupan en torno de ella, cada cuál con su esperanza y su designio: Bonaparte dá el memorable golpe del 18 brumario, cambia el gobierno de la Francia, hácese cónsul y salva la república.

¿Cómo encontró Bonaparte las relaciones entre la monarquía española y la república francesa? Duele recordarlo, pero la severidad histórica obliga á decirlo. Monarca y ministros lo habian sacrificado todo á aquella alianza desdichada. Nuestras escuadras se movian segun las órdenes de París, y nuestros navios de guerra eran enviados á las costas de Europa ó á las islas de América, al Occéano ó al Mediterráneo, donde el gobierno francés lo disponia; no importaba ignorar el objeto de la espedicion con tal que lo supiera el Directorio, y una vez que Cárlos IV. reclamó el regreso de una de nuestras flotas á puerto español, enojóse tanto el gobierno de nuestra buena aliada, que para hacerle desarrugar el ceño escribió Cárlos á sus grandes amigos (que asi llamaba á los directores) aquella humilde y bochornora carta en que les decia: «Contad siempre con mi amistad, y creed que las victorias vuestras, que miro <«<como mias, no podrán aumentarla, como ni los reveses entibiarla... Ile man«dado á cuantos agentes tengo en las diversas naciones que miren vuestros «negocios con el mismo ó mayor interés que si fueran mios..... Sea desde hoy «pues nuestra amistad, no solo sólida como hasta aqui, sino pura, franca y sin «da menor reserva. Consigamos felices triunfos para obtener con ellos una «ventajosa paz, y el universo conozca que ya no hay Pirineos que nos separen

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