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no se vé en ellas, ni la dignidad de reina, ni el sentimiento de madre, ni si~ quiera el recato y pudor de señora? Si alguno dijera de Fernando que habia sido el gefe de la conjuracion de Aranjuez, diria lo mismo que decia de él en aquellas cartas su madre: si dijera que habia conspirado por destronar á su padre, repetiria lo que su madre decia en las cartas: si añadiera que era un príncipe desalmado y cruel, sin amor á sus padres, y rodeado de gente malvada, no añadiria nada á lo que decia la madre.

Y entretanto Cárlos IV. da otro brillante testimonio de su real consecuen< cia, declarando nula su abdicacion, protestando haber sido arrancada por la violencia y el miedo de la muerte, de cuyo acto se apresura á dar conocimiento á Napoleon, entregándose confiadamente en brazos del grande hombre, su intimo aliado, hermano y amigo, y conformándose con lo que ese mismo grande hombre quiera disponer de él, de la reina y del príncipe de la Paz, cuya suerte pone enteramente á su disposicion. Se engañó Cárlos IV. si creyó ser solo en someterse de lleno á la voluntad imperial: su hijo Fernando, rey de España por el pueblo, príncipe de Astúrias solamente á los ojos de Murat y á juicio de Napoleon, espera que el emperador, su íntimo aliado y amigo, venga á Madrid á hacer la felicidad de la nacion española, y manda que todas las clases del Estado le festejen y proporcionen cuanto pueda hacer agradable su estancia; y noticioso de que ha llegado á Bayona, é impaciente por verle en España, le envia una diputacion de tres magnates con cartas reales y encargo de acompañarle y obsequiarle en su viaje á la capital de la monarquía española. Lo estraño no es que Napoleon viniera; lo sorprendente es que con tales llamamientos tardára lo que tardó en venir.

Aun no han acabado las miserias de la real familia española, ni las mezquinas arterías del grande hombre de la Francia. Los sucesos de Aranjuez se tocan con los de Bayona, tercero y mas lastimoso acto del drama lamentable

á

que estamos asistiendo. Si Napoleon luego que supo el desenlace del motin de Aranjuez resolvió acabar con la dinastía borbónica de España, y ofreció el trono español á su hermano Luis, que no lo aceptó, y dudó luego si tomarle para sí, y le habia de adjudicar después á su hermano José, ¿á qué el insidioso ardid, indigno de su grandeza, de atraer á Bayona bajo falaces pretestos, y so color, y bajo la garantía de amigo, á los reyes y príncipes españoles, para devorarlos como la serpiente que atrae con su álito ponzoñoso los inocentes pajarillos? ¿Qué se ha hecho del gigante, y de la franca ostentacion de su poder, y de la confianza en sus fuerzas, cuando así emplea los rateros estrata. gemas del hombre ruin? ¿Necesitaba todavía más el coloso que los cien mil brazos armados que habia fraudulenta y arteramente. introducido en España? ¿Y qué venda tan tupida y tan impenetrable cubria aun los ojos de los reyes,

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de los príncipes, y de los ministros, y de los consejeros, y de todo el pueblo español, para consentir que el nuevo monarca saliera á esperar y recibir á su imperial huésped, y de jornada en jornada, no encontrándole en el reino, y sin oir los consejos y advertencias de algunos, ó mas maliciosos ó mas previsores, se alargára hasta Bayona en busca de su cordial amigo y generoso protector, y se entregára personalmente en sus manos, como su padre Cárlos IV. se habia entregado ya oficialmente y por escrito?

Bayona es el punto en que llegan á su colmo las flaquezas y las perfidias, aunque término no habian de tenerle hasta que le tuviera la vida de cada uno de los actores. Sucesivamente van llegando á aquel teatro todos los personages de este triste y complicado drama, reyes, príncipes, infantes, privados de aquellos, y consejeros de éstos, todos obedeciendo á la voluntad omnipotente del gran protagonista, el protector y amigo íntimo de todos, y el que habia de sacrificarlos á todos. No es fácil juzgar en cuál de las muchas escenas que allí se representaron hubo mas miserable debilidad y mas pérfida alevosía. La corona de España que en Aranjuez habia pasado forzadamente de las sienes del padre á las del hijo, vuelve forzadamente en Bayona de la cabeza del hijo á la del padre; y este padre que decia al hijo: «Yo soy rey por derecho paterno; mi abdicacion ha sido el resultado de la violencia; nada tengo que recibir de vos:» traspasa voluntariamente aquellos derechos y aquella al emperador Napoleon. ¿Quién ha dado, ni al padre ni al hijo, el derecho de hacer estos traspasos, ni espontáneos ni violentos, de la corona, sin contar con la nacion? Los consejeros de Fernando alcanzaron esta dificultad, que hubiera podido servirles de escudo; pero una sola vez que fueron discretos, se hicieron mas criminales, por lo mismo que la debilidad del consentimiento no era ya pecado de ignorancia. España, que hacia pocos dias contaba con dos reyes problemáticos en Madrid, se encontró en Bayona sin ningun monarca español. Ambos habian cedido en un estraño el cetro que se disputaban. Godoy autorizó con su firma la renuncia de Cárlos IV.: Escoiquiz puso la suya al pié de la de Fernacdo VII.: ¡dignos consejeros de padre é hijo, cortados para perder á España y perder á sus patronos!

corona.....

Las escenas doméstico-políticas que pasaron entre reyes y príncipes, padres é hijos, y que precedieron y acompañaron á las renuncias y con motivo de ellas, y las duras palabras, y los rudos ademanes, y los arrebatos de cólera con que recíprocamente se trataron, más que para referidas ni recordadas, son para lamentadas y sentidas, no con el sentimiento de la ternura y de la compasion, sino con el sentimiento de la amargura que inspiran los actos y procederes impropios de personas á quienes Dios y el nacimiento colocaron á tan elevada altura social.

Todavía no cansados, ni el emperador de humillar ni nuestros príncipes de sucumbir á humillaciones; aun no satisfechos, ni Napoleon con la renuncia de la corona de España, ni Fernando con haber renunciado el trono español, el uno exige y el otro accede ¡mengua inconcebible! á desprenderse de sus derechos de príncipe de Astúrias por una pension y un pedazo de terreno en Francia. Y este tratado le suscriben los infantes don Antonio y don Cárlos: y todos juntos, al ser internados en el imperio, se apresuran á hablar desde Burdeos á la nacion española para persuadirla de que todo lo que han hecho ha sido por hacerla dichosa, y exhortándola á que permanezca tranquila esperando su felicidad de Napoleon, además de que todo esfuerzo á favor de suš derechos de rey ó de príncipe seria funesto. ¡Por Dios que no se concibe tanta degradacion ni tanta imbecilidad!

A bien que la nacion, aunque tardía en despertar, al menos no tan desacordada como sus reyes y sus príncipes, y nunca como ellos degradada ni sufridora de afrentas y humillaciones, herida en su altivez y ultrajada en su dignidad, habia dado ya aquel grito de independencia que al principio pudo parecer temeridad insensata y después llenó de asombro y espanto al mundo; y volviendo por sus fueros, y por los de aquellos principes de que ellos mismos se habian indignamente despojado, se alzaba magestuosa é imponente para rescatar ella sola con su propia sangre la libertad y dignidad que no habian sabido sostener sus soberanos. Gracias a Dios que salimos del período de las miserias, de las perfidias y de las indignidades, y entramos en el de los grandes sentimientos y en el de los hechos heróicos y nobles. Tiempo era.

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X.

La escena cambia. ¡Cuán diferente es el espectáculo que se presenta á nuestros ojos! Es doloroso y sangriento, pero glorioso y sublime. La nacion se ha apercibido de las flaquezas de sus príncipes y de su córte, y de las alevosías del usurpador; la nacion sacude su marasmo, y se levantn rebosando de santa indignacion, resuelta á reparar las unas y á vengar las otras. La nacion despierta para volver por su independencia y por su dignidad. La nacion española se ha sentido ultrajada, y se alza á protestar que la nacion española no sufre ultrajes. No importa que se halle sin ejércitos, llevados engañosamente sus mejores soldados á estrañas regiones para pelear allí como auxiliares del que ahora se descubre usurpador; la nacion sabrá crearse ejércitos y soldados. No importa que se encuentre huérfana de reyes, llevados tambien con engaño al vecino imperio: la nacion se hará reina de sí misma, y guardará á su rey la corona que él no ha sabido conservar. La nacion prorumpe en un grito de ira, que se convertirá á su tiempo en grito de triunfo. Empieza quejándose, para acabar sonriéndose. Hoy se lamenta con dolor y enojo, para gozar mañana con alarde y orgullo.

No hay que rebajar el mérito de España en haber salido triunfante en esta lucha gigantesca. No basta decir que un pueblo que quiere ser libre se hace inconquistable. Tambien Prusia, no hacia aun dos años (1806), considerándose humillada, y sospechando traicion de parte del emperador francés, pasando de improviso del adormecimiento al furor, difundiéndose repentinamente el entusiasmo patriótico en todas las clases del pueblo, participando el ejército del mismo delirio, resonando en ciudades, aldeas y campos himnos guerreros, se levantó en masa á defender su independencia amenazada por

Napoleon. Y Napoleon respondió al reto arrogante del pueblo prusiano, enviando contra él el ejército grande, que en un dia y en dos batallas, Jena y Awerstaed, destruyó un ejército que pasaba por invencible, y en contados dias se apoderó Napoleon del reino, y entrando en la iglesia de Postdam, recogió la espada y el cinturon de Federico el Grande para que sirviesen de trofeo en los Inválidos de París. Y era ya Prusia entonces una potencia mas m`litar que España, y no tenia sus ejércitos distraidos fuera como los tenia España, y no ocupaban el territorio prusiano las huestes mismas del invasor como ocupaban el suelo de España, ni carecia de sus reyes y de sus príncipes, como á España le acontecia, ni estaba Prusia en ninguna de las desventajosas condiciones en que España se encontraba. Y sin embargo, Napoleon subyugó en un mes aquel reino alzado en masa, y Napoleon salió de España vencido, despues de una lucha de seis años. Merece observaciones este sangriento y glorioso episodio de nuestra historia.

El memorable Dos de Mayo de 1808 es la primera señal del desengaño y del despertamiento del pueblo español, es la primera protesta y la primera esplosion de la ira contra la traicion y la iniquidad, es el primer rugido del leon que tras mentidas caricias siente haberle sido clavado un dardo, es el primer arranque de la dignidad vengadora del insulto, es la primera chispa de la electricidad que atesoraba un cuerpo que se habia creido aletargado é inerte, es el principio de ese período de maravillosos hechos que habian de ser admiracion y asombro de las naciones, escarmiento de usurpadores y tiranos, leccion y ejemplo de pueblos libres. Dios permite que estos primeros movimientos sean ciegos, y el pueblo de Madrid no vió, ó no quiso reparar en la desigualdad de la lucha, y en que habria sido menester un milagro para que no sucumbiera, pobre muchedumbre, sin armamento ni disciplina, sin direccion y sin gefe, oprimida por los cañones y los fusiles y las lanzas y los sables de las veteranas y brillantes y prevenidas legiones imperiales, acaudilladas por uno de los mas famosos y estratégicos generales y el mas acreditado ginete y vigoroso brazo del imperio. Pero no importaba; su grito seria el grito de alarma de toda la nacion, su esfuerzo seria imitado, y la sangre de las victimas seria la sangre fertilizadora de los mártires. Lo que aconteció era do esperar; lo que no debia esperar ningun pecho generoso fué el abuso que hizo Murat de su fácil victoria, arcabuceando gente rendida, y cebándose en sangre de hombres inocentes. Proceder bárbaro, que deben lamentar y maldecir, no los españoles, sino sus compatricios, que tienen que sufrir tiempo tras tiempo la vista de ese monumento que la patria levantó para gloria nuestra y afrenta suya.

¿Qué importa ya que la Junta suprema de Gobierno, que el Consejo, quo

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