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pensas; si cargados estaban los pueblos con tributos, impúsolos mayores, y sin cuidarse de la guerra que en Cataluña estaba haciendo el francés, ocupábase solo de frivolidades de corte.

Mas se preciaba de saber lo que pasaba en el alcázar de Toledo, donde estaba reclusa la reina D.a Mariana, que de las plazas que Luis XIV le arrebataba en Cataluña. -¿Qué hacia el pueblo al ver de tal modo defraudadas sus esperanzas?

-Volvió la espalda al bastardo, del mismo modo que la nobleza se la volvió á los pocos dias de su instalacion en el poder.

-Y unos y otros se convencerian de que nada ganaban cambiando de Gobierno. -El pueblo echaba de menos á Valenzuela, que siquiera le proporcionaba trabajo, y los pasquines y las amenazas llovian por todas partes, llenándole de inquietud y haciéndole perder el tino y la salud.

La nobleza le abandonaba rápidamente, sin quedarle otro apoyo que el del Rey, lo cual equivale a decir que no tenia ninguno.

Así lo comprendió el mismo infante, y tal efecto le hizo semejante aislamiento, que agravándose sus habituales dolencias, sucumbió por fin sin que nadie le llorase, habiendo defraudado por completo las esperanzas del país, que en él creyó encontrar el remedio para los males que le aquejaban.

-¿Y no se habia pensado en casar al Monarca? porque me parece que ya tendria edad para ello.

-Sí, Sr. Pravia; precisamente D. Juan de Austria, poco tiempo antes negoció el matrimonio del Rey con María Luisa de Orleans, creyendo que con esto haria cesar las hostilidades entre Francia y España, y que tendria un sólido apoyo en la jóven reina. -¿Se llegó á realizar el enlace?

—Sí, señores; fue una consecuencia de la paz de Nimega. Luis XIV tan ambicioso y astuto como altivo y buen guerrero, se aprovechó oportunamente del mal estado en que se encontraba España, y en Portugal, y en los Países-Bajos, y en Cataluña, sus generales conseguian ventajas poco gloriosas, por cierto, puesto que ya no teníamos ni generales ni soldados que pudieran hacer frente á los aguerridos enemigos.

La consecuencia de esto fue reconocer la independencia de Portugal, despues de muchos años de infructuosa lucha, perder el Franco-Condado y catorce ciudades de los Países Bajos en cambio de varias plazas de Cataluña que se nos devolvieron.

-¡Qué baldon para España !

- Habian cambiado los tiempos, señores. En el reinado de Cárlos I, España imponia la ley á la Europa, en el de Cárlos II, la nacion mas insignificante nos amenazaba impunemente.

Luis XIV, no satisfecho con lo que á España castigara, buscó pretextos nuevos para arrojarse sobre ella, precisamente cuando por los primeros actos de la administracion del conde de Oropesa, parecia haberse alcanzado, por fin, un período de bienestar y ventura.

Formóse una gran coalicion entre Alemania, España, las provincias unidas de Holanda y Suecia contra el rey de Francia, á la par que muriendo sin sucesion la es

posa de Cárlos II abria paso á las aspiraciones alemanas, que se realizaron por fin, contrayendo el Monarca segundas nupcias con D.a María Ana de Neobourg.

Con esto avivóse mas la saña de Luis XIV contra nuestro desventurado país y á la par que lanzaba sus tropas contra Flandes, Alemania é Italia, el duque de Noailles se apodera en Cataluña de importantes poblaciones, sin que los esfuerzos de sus naturales basten á oponerse.

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La ineptitud, la cobardía y la falta de medios en los generales españoles facilitaban á cada momento nuevos triunfos á los contrarios, y por efecto de esto, desde Gerona á Barcelona fueron cayendo en poder de un contrario que disponia de soldados aguerridos y de diestros y entendidos generales cuantas plazas fuertes apetecian.

Mas con general sorpresa vióse de pronto al Monarca francés dar muestras de una generosidad excesiva.

-¿Pues qué hizo?-preguntaron los cuatro jóvenes, que seguian con vivísima ansiedad el relato de D. Cleto.

-Firmar la paz de Ryswick, por la cual se devolvian á España todas las plazas de Çataluña y los Países-Bajos que le habia tomado despues del tratado de Nimega.

-Si que fue generosidad agena al carácter y á las costumbres de aquel Rey.
-Algun móvil poderoso le impulsaria,-añadió Castro.

-El móvil, señores, eran los planes que habia concebido respecto á la sucesion de España.

-Ahora lo comprendo,- exclamó Azara.

-Tanto en Alemania como en Francia, y como en la misma España, habíanse formado cálculos para el caso probable de que el Rey falleciese sin sucesion, y cuando Luis XIV vió que con el fallecimiento de María Luisa de Orleans se desvanecia una de sus esperanzas, y con el nuevo casamiento de Cárlos II se abria paso á la casa de Austria, cortó inmediatamente las hostilidades á fin de dejar el camino expedito á las intrigas diplomáticas.

-¿Con que tampoco tuvo sucesion de su segunda esposa ?

-No, señores.

-Como estaba enfermizo...

-Su complexion era delicadísima; en términos, que varias veces habíanse calculado ya los años que próximamente podrian quedarle de vida.

-¿No fue ese Rey el de los exhorcismos y hechicerías?-preguntó Pravia.
-Sí.

-En ese caso no tiene nada de extraño su decaimiento físico, porque debió sufrir mucho con aquellos actos á que le sujetaban.

-Eso fue despues, y contribuyó poderosamente para acelerar el término de su existencia. En la época de que hablamos, no tenia mas que una debilidad extraordinaria, que le hacia arrastrar una existencia valetudinaria y lánguida.

La nueva Reina no era nada á propósito para levantar el apocado espíritu de su real consorte, y palacio, entregado á merced de dos reinas, pues D." Mariana volvió al lado de su hijo, altaneras ambas, intrigantes y caprichosas, era un foco perenne de perpétuas conspiraciones, que á nada bueno conducian.

Los recursos estaban agotados; el conde de Oropesa habia caido, merced á una intriga de la fraccion que capitaneaba la esposa del Monarca.

Tanto el emperador Leopoldo como el rey de Francia miraban con codiciosos ojos esta desventurada nacion, y como ambos eran ambiciosos, llegó un momento en que se entendieron, y entre ambos se repartieron nuestro país para el caso que veian próximo, del fallecimiento del Rey.

Con este motivo dió principio una lucha de influencias en la corte de España, que rubor nos causara el recordarla, á no sentir tanta indignacion.

Unas veces era la fraccion austríaca la que dominaba, otras la francesa, á la cual pertenecian el cardenal Portocarrero y otra porcion de magnates de gran influencia, y cuando el rey de Francia creyó en peligro su negociacion, con una habilidad extraordinaria y merced á una intriga fraguada hábilmente, consiguió que el emperador de Austria se pusiera en pugna con las potencias marítimas, y que, herida la corte de Es

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T. I.

paña, de que así se dispusiese de su suerte, por medio de un testamento, fuérale legada la corona al jóven príncipe de Baviera.

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-Todo el mundo lo sospechó. Culpaban de él los alemanes á los franceses, y estos á su vez, achacábanle á aquellos; pero como ambos eran capaces de cometerle no pudo aclararse la verdad. Solo dos pretendientes quedaron ya para sostener la lucha, y las parcialidades cada vez mas irritadas hacian esfuerzos poderosos para vencer.

Oropesa, que habia vuelto á la gracia del Monarca, capitanea el partido austríaco y Portocarrero el francés; todas las armas eran buenas, y Oropesa cayó de nuevo envuelto entre un motin popular, atizado por los franceses.

Estos quedaron dueños del campo, y entonces dió comienzo aquella ridícula farsa de los endemoniados, página vergonzosa de un reinado mas vergonzosísimo todavía. Los conjuros se sucedian sin interrupcion, y el Rey cada dia mas flaco de inteligencia y de espíritu, era un juguete que llevaban y traian á su antojo los exhorcistas, las hechiceras, las Reinas y los ambiciosos, mientras que la nacion se veia puesta en el platillo, como premio para el mas fuerte.

Terrible era la lucha que en medio de sus padecimientos estaba sosteniendo el Mo

narca.

Inclinábale su ánimo á dejar la corona á la casa de Austria, mas en este caso exponia su reino á los horrores de una guerra y á la desmembracion de aquellos Estados que, á pesar de su imbecilidad trató de conservar íntegros. Si la dejaba á un príncipe francés, desheredaba á su propia dinastía, faltaba á sus tradiciones de familia, renegaba de sus afecciones, de todo lo que mas apreciaba.

Y esta lucha por una parte, sus terrores, sus supersticiones y su debilidad por otra, postráronle por fin, cayendo definitivamente en manos de sus enemigos.

Es verdad que tan enemigos suyos eran los austríacos como los franceses.

Unos y otros solo aspiraban á su objeto.

Poseer esta corona tan grande en otro tiempo, y que, á pesar de la pequeñez de su actual poseedor, todavía era lo suficientemente digna para ser ambicionada y envidiada. Consultóse á los prelados, á los teólogos, á los jurisconsultos por un mandato del Rey, á fin de conocer su opinion para obrar con arreglo á ella.

-Y naturalmente, como todos esos personajes pertenecian á alguna de las fracciones que luchaban, su juicio no tendria mucho de imparcial.

-Nada, Sr. de Castro-repuso D. Cleto.-El partido francés es el que dominaba, y naturalmente, el dictámen estuvo conforme con las ideas de los que dirigian los asuntos del Estado.

-¿Y el Monarca se conformó?

-¿Qué habia de hacer, débil y enfermo como estaba? Portocarrero se hallaba á su lado y no tuvo mas remedio que firmar el testamento, declarando sucesor á Felipe de Anjou.

-Hé ahí una corona terriblemente disputada.

-Cuéntase que el Monarca, despues que hubo puesto la firma al pié de aquel documento, inclinó la cabeza sobre la almohada, diciendo: Ya no soy nada.

-Mejor creo que hubiese hecho en decir, «ni he sido, ni soy nada,» porque, mire usted que el tal reinado fue terrible.

-Tal vez el mas calamitoso que tuvo España, dada la situacion en que la dejó Cárlos I.

-Parece imposible que haya existido un rey tan imbécil.

-Cárlos Il era un conjunto de debilidades con algunas chispas de grandeza y de inteligencia, que en mi concepto no ha definido bien la historia.

-Por el relato que, aun cuando á grandes rasgos, acaba V. de hacer—dijo Azara,-yo no le creo á él exclusivamente culpable de su estado y del á que trajo la nacion.

—No, señor; la verdadera responsabilidad es de su madre, D.a Mariana de Austria, y de su mismo padre que no supo elegir hombres eminentes para formar un consejo de regencia. D. Mariana de Austria, con sus ligerezas, sus caprichos y sus ambiciones, mas atenta á satisfacer estos que á educar convenientemente á su hijo, enervó su cuerpo y empequeñeció su inteligencia, teniéndole bajo la férula del jesuita Nithard, primero, y de Valenzuela despues; y finalmente, de todos aquellos grandes ambiciosos y solo afectos á su interés particular. ¿Qué mucho que de una educacion semejante, del niño asustadizo y acobardado siempre, saliese un monarca enteco y raquítico, tanto de cuerpo como de espíritu ?

-Esa es la verdad, y por cierto que el reino que habia de encontrar Felipe de Anjou tambien estaria en buen estado.

-Ahora se lo describiré á Vds. lo mejor que me sea posible, despues que haya descansado un instante.

XXVII.

Reinado de Felipe V hasta el principio de la guerra de sucesion.

Tan luego hubo reposado algunos momentos el entendido anciano, reanudó su narracion en los términos siguientes:

-El estado de la nacion española no podia ser mas deplorable. El tesoro estaba exhausto, las rentas reales empeñadísimas, las flotas de América mas bien perdidas entre las procelosas ondas del mar, ó en poder de los enemigos de España, que en los puertos de esta; sin marina ni soldados; falta de buenos generales, sin moralidad en ninguna esfera, é imperando por doquier la venalidad, el cohecho y la relajacion de las costumbres.

-¡Caramba! es fuerte la pintura.

-Pero exacta, señores; Vds. no tienen mas que hacerse cargo de los años que habian pasado en el estado que les he referido, y conocerán que tras de ellos no podia

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