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-Es una de las figuras mas importantes del reinado de Felipe V,-dijo Pravia.

-¿Era casada ó viuda?

-Viuda dos veces: su primer esposo fue Adrian de Talleyrand, y viuda de este, casó con Flavio Orsini, duque de Bracciano, conservando el apellido de este á pesar de haber enviudado tambien.

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-Segun eso, Ursinos no es otra cosa que una corrupcion de Orsini.

-Justamente. Estuvo en España, tuvo frecuente trato con españoles, hablaba perfectamente nuestro idioma, y se comprende muy bien que Luis XIV la eligiera para educar, por decirlo así, á la jóven reina; pero dejemos por ahora á esta señora y volvamos al Monarca que, comprendiendo cuán necesaria era su presencia en Italia

tante, y como habia tratado tantas gentes sabia recibir á toda clase de personas, por elevadas que fueran. Como tenia mucha ambicion era tambien dispuesta á intrigas, pero una ambicion elevada muy superior a las de su sexo y á las de muchos hombres.>>

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T. J.

para jurar sus fueros á los napolitanos y sicilianos y ponerse al frente de sus tropas, decidióse á hacerlo, no sin haberlo consultado antes con su abuelo.

-¿Y qué le dijo este?

-Que si Felipe II hubiese procedido del mismo modo yendo á Holanda cuando hacia falta, no perdiera aquellos Estados.

-¿De modo que marchó?

-Sí, señores.

-¿Y la Reina?

-El Monarca deseaba llevarla consigo, accediendo tambien á las aspiraciones de su misma esposa, mas el temor de aumentar los gastos en la situacion apurada que se hallaba el erario, le contuvieron, y dejándola encomendada la gobernacion del reino, dispuso que celebrase cortes en Aragon y que se dirigiese á Madrid.

-¿Y la Reina aceptó un cargo tan espinoso?

-Repito á Vds. que era una gran mujer. Sufrió mucho; pero á pesar de su corta edad que solo era de catorce años, mostró tal fortaleza de ánimo que á todo el mundo llenó de admiracion.

-Ahora supongo que seguirémos al Rey á Italia.

-Sí, señores, que tiempo de sobra tendrémos para ocuparnos de España, en la cual habia ya mucho descontento hábilmente explotado por los agentes austríacos. -¿Qué Estados habian reconocido al nuevo rey?

-Los Países Bajos, donde el Elector de Baviera gobernaba; Milan y Nápoles. Portugal lo hizo, firmando un tratado de alianza con Luis XIV, pero este reconocimiento fue forzoso, y por consiguiente no podia inspirar gran confianza. En cuanto á las demás potencias fácil es de comprender que, temerosas del poder que Francia obtendria con la posesion del trono de España, pues no se les obscurecia que Felipe de Anjou era Luis XIV, si bien no se pusieron contra él en los primeros momentos, no permanecieron ociosos. El emperador Leopoldo de Austria fue el que rotundamente se negó á reconocer el testamento de Cárlos II, y se dispuso para mantener sus pretendidos derechos por medio de las armas.

Inglaterra y Holanda preparábanse tambien, cuando Luis XIV hizo invadir los Países Bajos por sus tropas, y convenido con el Elector de Baviera, puso guarniciones francesas en todas las plazas de que se apoderó, haciendo prisioneros en aquella sorpresa á quince mil soldados holandeses.

El de Austria dirigió sus fuerzas á Italia y preparóse la conspiracion de Nápoles que estalló soltando los presos de las cárceles y poniendo en los lugares públicos el retrato del Archiduque.

Esta sublevacion fue sofocada cási inmediatamente, mas el daño ya estaba hecho, la semilla arrojada, y no habia de tardar en dar sus frutos.

El recibimiento que en Nápoles hicieron al Rey, por mas que hubo vivas y entusiasmo, no era la expansion espontánea de un verdadero afecto, sino mas bien la curiosidad y la impresion del instante.

Inmediatamente se puso el Rey al frente del ejército, y su primera accion fue der

rotar á los austríacos á las orillas del Pó, haciéndoles mas de mil muertos y heridos, y cogiéndoles trece estandartes que remitió á Madrid para que se depositasen en el templo de Atocha.

-¿Y qué tal se portó el Monarca?

-Peleó mas como soldado que como jefe, sufriendo como el primero, en términos que en una de aquellas grandes batallas pasó mas de cuarenta horas sin dormir y cási sin tomar alimento.

-¿El rey de Francia le ayudaba?

-Ya lo creo. Mandóle sus mejores generales y sus escogidos regimientos.

-¿Y en España qué pasaba entretanto?

-Ahora vamos á ocuparnos de ella, puesto que el mismo Felipe, despues de dejar asegurada la campaña, comprendió, por las noticias que recibia, que era muy necesaria su presencia en la capital de sus Estados.

XX VIII.

Principio de la guerra llamada de sucesion.

D. Cleto descansó algunos momentos antes de continuar su relato.

Sus compañeros, que le escuchaban con gran complacencia, no pudieron menos de decirle algunas veces:

-Si le es á V. molesto, podemos dejarlo para otro dia.

-Por el contrario, señores, tengo muchísimo gusto, pues precisamente los estu

dios históricos han absorvido la mayor parte de mi vida.

-Ya se conoce.

Y el buen anciano reanudaba de nuevo su relato.

Despues de aquel lijero reposo, dijo:

-España estaba en una situacion que tenia muy poco de satisfactoria. No habrán Vds. olvidado que al marcharse el Rey á Italia, confirió á su esposa la gobernacion del reino, nomBrando un consejo que auxiliase con sus luces à la jóven cuanto inexperta regente.

-Y de ese consejo formarian parte indudablemente Portocarrero y los demás ministros.

-Sí, señor, aumentado con los duques de Montalto y Medinaceli, los marqueses de Mancera y Villafranca y el conde de Monterrey y el secretario D. Manuel de Vadillo y Velasco.

Apenas llegó la Reina á Zaragoza, donde fue recibida con gran entusiasmo, juró las leyes del reino, y despues de regalar una preciosa joya á la Vírgen del Pilar, reunió las Cortes, manifestando en ellas las causas que dieron lugar á la marcha del rey á Italia, y solicitando que moderasen sus fueros segun les aconsejara su buen tino y

discrecion.

-¿Y cómo se portaron mis paisanos en semejante caso?— preguntó Azara.

-Bastante mal por cierto, pues segun se desprende de las relaciones de aquella época, anduvieron reacios en la cuestion de subsidios.

-¿Y respecto á los fueros?

-Mas todavía; pues ese era precisamente su caballo de batalla.

-Pero siempre harian algun sacrificio.

-A fuerza de ver lo apurado de la situacion, los cuatro brazos del reino acordaron hacerle un donativo de cien mil pesos, que la Reina se apresuró á enviar al momento á su esposo, á quien hacian gran falta.

-¿Y no marchó la Reina á Madrid?

-Ya lo creo, como que era muy precisa su presencia.

-Se la recibiria con grandes festejos ¿he?

-Con un tacto superior á todo cuanto yo pueda decir, previno que nada se hiciese en su obsequio, pues no era justo que estando su esposo ausente y corriendo todos los peligros consiguientes á la guerra, se hiciesen gastos ni reinase alegría en su corazon, así fue que marchó directamente á palacio sin aparato ni ostentacion alguna.

-Qué estraño es todo eso en una criatura; pues era muy jóven, segun V. nos ha dicho.

-Catorce años tenia y á todos asombraba con su discrecion y talento. Desde que llegó á la Corte, consagróse con extraordinario afan al despacho de los negocios públicos, sin que la quedase nada por revolver, y sin dejar de examinar el papel mas insignificante.

-No agradaria mucho esta conducta á los individuos que componian el consejo. -Aun cuando así fuese, guardábanse muy bien de demostrarlo, pues supo imponerles desde el principio un respeto muy superior al que su edad podia inspirarles. Jamás se la veia en un paseo, ni en una diversion; su vida estaba dedicada exclusivamente al alivio de la suerte de sus pueblos y á facilitar recursos á su esposo para atender á los gastos de la guerra (1).

Y á la par que con tanta insistencia se ocupaba de los negocios públicos, no descuidaba las graves atenciones de su casa, por decirlo así.

Palacio, por efecto de las costumbres de la regencia de D.' Mariana y del reinado de Cárlos II, tenia muchos y graves males. La licencia reinaba en él y no se hacian grandes elogios del recato y de la virtud que existia en su interior.

La Reina, ayudada poderosamente por su camarera la princesa de los Ursinos, empeñóse en purificar aquel recinto, y al cabo de muchos esfuerzos consiguieron que el alcázar se convirtiera en una mansion de recogimiento y virtud.

Natural era que esta condueta, que siempre llega á oidos hasta de las capas mas inferiores de la sociedad, por mas que parezcan hallarse tan alejadas de las altas esferas, produjera un gran efecto.

Acostumbradas á otra cosa, conociendo los galanteos que allí habian reinado y so

(1) D. Modesto Lafuente dice ocupándose de esta digna señora :

«Esta ocupacion-solia decir la Reina con aire jovial-es sin duda muy honrosa, pero no es divertida para una cabeza tan jóven como la mia, sobre todo no oyendo hablar á todas horas sino de las necesidades urgentes del Tesoro y de la imposibilidad de salir del paso.» — Historia de España, p. III, lib. VI.

bre los cuales tanto y tanto se murmurara, no podian menos de admirar y hablar mucho en favor de la Reina su conducta tanto en este asunto cuanto en los árduos del Estado.

Obrando solo por instinto, pues no es precisamente en aquella corta edad donde domina el cálculo, obedeciendo las inspiraciones de su corazon y comprendiendo por el efecto que á ella le causaban las noticias que recibia de su esposo, el que causarian al pueblo en general, apenas tenia nuevas de Italia, apresurábase á salir al balcon de palacio y las leia en alta voz á la multitud que se apiñaba para escucharla.

-Sabe V. que esa señora era una alhaja.

-Ya les decia que por desgracia no han abundado mucho, ni en nuestro país, ni en ningun otro; de ser mas grande su número quizás las monarquías hubiéranse sostenido mucho mas, porque hay que desengañarse, señores, la Reina respecto á sus pueblos es lo mismo que la mujer respecto á la familia. Ella es la que siempre dulcifica y templa los rigores del marido, es la intermediaria entre él y los hijos, les atiende, les cuida, se ocupa de sus necesidades en tiempo oportuno, y disculpa sus faltas cuando solo las cree leves. Del mismo modo la reina, ser intermedio entre el pueblo y el rey, es la madre cariñosa, clemente y benigna, que atiende solícita á todo, que se interesa con su régio consorte, que le recuerda las atenciones y los compromisos, y que desarma su cólera inclinándole á la clemencia y al perdon.

-Exactamente, D. Cleto-exclamaron nuestros amigos, esa es la mision de la mujer, y la de la mujer-reina. María Luisa de Orleans, obrando de ese modo indudablemente ganó mas prosélitos para su esposo, que este con sus brillantes hechos de

armas.

-Qué duda tiene; y mas podria haber obtenido á no estar la Corte tan minada, y á no haber cometido tantas torpezas el consejo.

-De modo que Luis XIV estaria satisfecho completamente con la esposa que eligiera para su nieto.

-Pues es natural, y mas de una vez le manifestó su satisfaccion.

-¿Pero cómo empezó la guerra en España?

-Como una consecuencia lógica de la conducta del rey de Francia.

-¿Es decir, que nos vimos comprometidos por él?

-Diré á Vds. Lo mismo Austria que las potencias marítimas, como eran la Holanda y la Inglaterra, no habian visto con satisfaccion la subida al trono de Felipe, sospechando que la idea del Monarca francés era la de llegar á reunir las dos coronas, y especialmente Austria ya sabemos que no quiso reconocerle, mas la frialdad, el despecho ó el temor de Holanda é Inglaterra pudieran haberse desvanecido sin el osado reto del francés que, apoderándose de las plazas de los Países Bajos, las obligó ya á declararse hostiles abiertamente.

-Es cierto.

-Además su imprudente reconocimiento del hijo del destronado rey de Inglaterra, Jacobo II, le enemistó de tal modo en este país, que se alzó un clamor general contra Francia, y todo aquello que directa ó indirectamente la pudiera afectar; por esta ra

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