Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Las obras continuaron con grande actividad.

Zaragoza se habia asociado con entusiasmo á aquel pensamiento, pues en la mente de todos sus hijos estaba el inmenso servicio que prestara á aquella comarca, el famoso canal Imperial, objeto de tantos sacrificios y de tantos esfuerzos por los soberanos que precedieron á Cárlos III.

Así fue que el dia 24 de junio de 1859 quedó terminado, y todos pudieron contemplar el sencillo al par que elegante monumento.

Dos cuerpos componen el pedestal, que á su vez descansa sobre dos gradas.

Los escudos de la Diputacion se destacan en aquel y la estatua del noble zaragozano, que mide sobre tres metros de altura, se halla colocada sobre él.

El modelo está hecho por el escultor D. Mariano Palao y la fundicion se hizo en París en la fábrica de Mr. Duran.

.

Una verja de hierro, bastante bien trabajada, cierra por completo el monumento. Nuestros amigos estuvieron contemplándole un buen espacio, admirando en la estatua de hoy al buen patricio de ayer.

Tanto Azara como D. Cleto, y algunos amigos del primero, que se unieron á los viajeros, diéronles cuantas noticias pudieran apetecer, tanto respecto á la existencia del personaje que nos ocupa, cuanto á los trabajos que por su iniciativa se llevaron á cabo. Despues prosiguieron paseando, mientras el infatigable cicerone completaba algunas de las noticias referentes á los sitios que ya habian visitado.

XXXVII.

Calle de Pignatelli.-Antigua calle de la Dama. Tradicion.

-Vamos, señores, hoy voy á ser yo tambien de la expedicion; voy á acompa

ñarles.

Así decia un amigo de Azara, llamado Federico Gimenez, penetrando en la estancia que ocupaban nuestros viajeros en la casa del aragonés.

-Mucho nos favorece su compañía, para que no nos apresuremos á marchar, con tal de disfrutar de ella.-repuso Pravia.

-Yo, por mi parte, estoy ya listo,—dijo Castro acabando de poner el sobre á una carta que habia escrito.

-Eso quiere decir que ya terminaste tu amatoria epístola. Si supiera María Antonia que aquí, en Zaragoza, tenemos chicas tan guapas y que tú las miras con buenos ojos, no estaria tan tranquila.

-Lo mismo, ¿acaso porque yo mire á otra mujer he de hacerlo con la intencion que suponeis? Pues si todos los que aman á una determinada persona no pudieran mirar á las demás, estarian bien.

-Vamos, que ya sé yo de algunas paisanas mias que son capaces de volver loco al que mas segura tenga la razon. Cuando Vds. quieran los presentaré en una reunion donde va lo mas escogido en belleza y en fortuna de Zaragoza.

-No lo crea V., Gimenez-repuso Castro,-tan seguro estoy del afecto que profeso á la que ha de ser mi esposa, que ninguna otra mujer será capaz de arrebatarme

un solo átomo de él.

-No te sujetes á pruebas, que hay mujeres escesivamente diestras.

-Extraño que digas eso, Azara, tú que sabes la vida que hemos llevado en Madrid, y que en ese sitio se reune todo lo mas bello, todo lo mas sagaz, todo lo mas diestro, que el gremio femenino tiene en provincias. Tú sabes que, desde lo mas alto hasta lo mas bajo todo lo hemos recorrido, y que no hemos sido los mas desgraciados en galantes aventuras.

- Es verdad.

-Pues bien, ¿no crees que estamos ya suficientemente curados de espantos? -Yo, por mi parte, me parece que sí.

-En el mismo caso estoy yo. Sé apreciar las condiciones especiales que concurren en María Antonia para hacerla mi esposa, y creo tambien apreciar las de otras mujeres. -Vamos, señores-dijo D. Cleto terciando en la conversacion,-que estamos haciendo esperar á este caballero.

-Por eso no hay prisa,-repuso Federico.

-Marchemos cuando Vds. quieran.

Y los jóvenes lanzáronse á la calle.

-¡Hola!-exclamó Pravia fijándose en el letrero de una de las que atravesaron.Tambien hay calle de Pignatelli.

—Sí,-repuso Azara,-no nos hemos contentado solamente con erigir una estatua al eminente patricio, hemos consagrado una calle á su memoria.

-Y por cierto que es bastante desigual.

-Como compuesta de varias que han perdido sus respectivas denominaciones para cambiarlas por la general que hoy tiene, y que conduce al hospicio ó Casa de Misericordia, edificio cuya ereccion se debe á nuestro ínclito canónigo.

-Es decir, que vamos á ver este asilo de la desgracia.

- Sí, señores; pero antes debo hacerles presente que ahora estamos precisamente atravesando un trozo que en otro tiempo tenia su nombre especial, al cual va afecta una tradicion.

-Ya sé lo que dices-repuso Azara,-te refieres á la calle de La Dama.
-Justamente,-contestó Federico.

—¿Y qué tradicion es esa?-preguntó Sacanell?

-Confieso mi ignorancia respecto á ese particular-dijo D. Cleto;-recuerdo el nombre de esa calle, y aun me parece que he oido algo sobre la tradicion indicada por este caballero, mas no recuerdo á lo que se referia.

-En mis ratos de ocio, me he ocupado en desentrañar algunas de esas antiguas tradiciones, que tanto abundan en Zaragoza.

-Es verdad- dijo Azara;-ahora recuerdo que tú has escrito algo y...

-Sí, chico, por aquello que «de poetas y locos todos tenemos un poco,» tambien me ha dado por emborronar algunas cuartillas.

-Vaya, vaya, dejemos la modestia á un lado, que cuando V. ha escrito con fuerzas para hacerlo, se habrá sentido. Venga esa tradicion, si es que no abusamos de su amabilidad pidiéndole que nos la refiera.

-Por ningun estilo, tengo sumo gusto en hacerlo.

Y Federico refirió á nuestros amigos la siguiente tradicion:

...

Al mediar el siglo XVI, existia en el sitio indicado un enorme caseron, cuyo blason colocado entre los dos balcones del centro de la fachada, demostraba la ilustre alcurnia de sus dueños.

En la época á que nos referimos estaban estos reducidos á una dama hermosísima llamada D. Aldonza de Villarroel, viuda de un noble caballero, muerto algunos años antes en Italia.

Mas ligera en sus costumbres que lo que el recato y el noble apellido que llevaba permitian, gozaba D.a Aldonza de una reputacion sobradamente equívoca.

Decíase que habia llegado á disfrutar del favor real, que el emperador Carlos V habia sido uno de sus amantes, y que el ofendido esposo, ya que no pudo buscar con su espada el corazon del que mancillaba su honra, buscó la muerte en los combates.

Fuera de ello lo que quisiera, D. Aldonza, en la existencia que en Zaragoza llevaba, daba pábulo á todas las murmuraciones que á su pasado pudieran referirse. Los mas nobles caballeros aragoneses disputábanse su cariño, y las músicas y las estocadas menudeaban bajo los balcones de la noble dama, con no poco escándalo de los vecinos.

Mas de una familia lloraba la muerte de alguno de sus indivíduos, víctima de los galanteos y de la conducta de D." Aldonza.

Agradable con todos, admitiendo los obsequios de cuantos, amores la demandaban, ella misma provocaba aquellos duelos que tan honda sensacion causaban en Zaragoza. Y su hermosura era tal, que á pesar de conocer todo el mal que producia, siempre al caballero que caia muerto ó peligrosamente herido, sucedian otros nuevos.

Un dia circuló por Zaragoza una noticia que hizo extremecer de espanto y de inquietud á una porcion de nobles familias.

D. Rodrigo Perez Manrique, capitan de uno de los tercios de Flandes, que habia venido á Zaragoza á restablecerse de las heridas y fatigas de la campaña, y que se hallaba emparentado con lo mas noble de la poblacion, habia comenzado á rondar los balcones de la dama.

Habíala visto un dia en el templo, y su hermosura le llamó la atencion.

D. Aldonza fijó su mirada en el apuesto capitan, y desde aquel instante quedó preso el corazon de este en aquellas negras, acariciadoras é irresistibles pupilas.

Y dieron comienzo los paseos, y en vano fue que deudos y amigos aconsejaran á D. Rodrigo que desistiese de semejante empresa, pues los amores de la dama eran desgraciados siempre, para el que los sentia.

Mas en vez de entibiarse con esto el amoroso afan del caballero, adquiria nuevo incentivo.

99

T. I.

Y llegó un dia en que se abrió para el enamorado galan, misterioso postigo, colocado en el macizo muro, y el cual habia dado paso á mas de un caballero.

Y atravesó en alas de su pasion cámaras y aposentos hasta que penetió en el encantador retrete donde le esperaba D.' Aldonza.

Si hermosa se habia presentado siempre á los ojos de D. Rodrigo, jamás lo estuvo tanto como en aquellos momentos.

Sus negros ojos destacábanse poderosamente de aquel rostro blanco, suave y nacarado como el de un niño.

Por sus rojos y entreabiertos labios exhalábase un aliento tibio y perfumado que al acariciar el rostro de D. Rodrigo acabó de trastornar su razon.

-¡Oh! señora-exclamó cayendo de rodillas á sus piés;-¡ cuánto os amo!

- Ilabeisme vencido, D. Rodrigo - repuso con enloquecedor acento la dama,—quiera el cielo que vuestros amores no sean de tan corta duracion como las flores que se ostentan en esos jardines.

-Mi amor morirá conmigo, D. Aldonza. Únicamente con la vida podré arrancarle de mi corazon.

Y las misteriosas entrevistas se repitieron y D. Rodrigo fue el amante predilecto de la dama.

Y decimos el predilecto, porque todavía continuaban las músicas y todavía proseguian las coqueterías de D.a Aldonza con otros, á quienes tambien seducia su belleza. Y el escándalo aumentaba y las estocadas menudeaban bajo aquellos balcones. D. Rodrigo cada dia estaba mas ciego.

Habíase batido varias veces por D. Aldonza, y ni las amonestaciones de sus parientes, ni los consejos de los Jurados que no sabian que hacer para cortar tantos escándalos, podian conseguir que desistiera de su funesto empeño.

La cólera de los rivales desdeñados iba en aumento.

Porque aun cuando D. Aldonza á todos alentaba con sus sonrisas y sus frases de cariño, ninguno penetraba en su aposento como lo hacia D. Rodrigo.

Una noche, como de costumbre, penetró el gallardo capitan por el postigo de la casa donde su amada le esperaba impaciente.

Apenas hubo desaparecido tres embozados desembocaron por una de las callejuelas inmediatas.

-Ya ha entrado,-dijo uno.

- No importa -repuso otro, al salir tropezará con nosotros.

-Necesario es que apreteis bien los puños-dijo el tercero que hasta entonces permaneciera silencioso,-que el capitan es diestro y arrojado.

-Harto sabemos manejar los hierros, y podeis quedar descuidado que no os estorbará mas.

-En vosotros confio, ojo avizor, y mano firme.

Y los dos embozados, á quienes el tercero se dirigia, apostáronse frente al postigo, mientras este iba á tomar posicion en la esquina de la calle por donde acababan de apa

recer.

Y pasaron algunas horas.

Al cabo de ellas sintióse el ligero rechinar de una puerta.

Tras ella resonó un beso y á poco, el capitan apareció en el hueco que aquella dejó al abrirse.

Cerróse tras él, mas á los primeros pasos que dió, los dos embozados espada al aire y daga en mano, cruzáronse ante él, cerrándole el camino.

-¡Atrás!-dijo D. Rodrigo desembozándose rápidamente y sacando la espada. Pero los dos rufianes sin decir una palabra arrojáronse sobre él.

D. Rodrigo procuró ganar la pared para resguardarse y resistió con valentía la recia acometida de sus enemigos.

Y un combate terrible dió principio.

Porque el capitan era valiente y diestro y aprovechaba oportunamente los ligeros descuidos de sus contrarios.

Mas de un enérgico juramento que se exhaló de los labios de estos demostraba que habian sido tocados por la espada de D. Rodrigo.

Y fuera de esto, no se escuchaba otro ruido que el estridente de los aceros. Pero lucha tan desigual no podia sostenerse, y despues de un buen espacio D. Rodrigo soltó la espada y cayó desplomado al suelo, pudiendo apenas decir:

-¡Muerto soy!

Los dos antagonistas, envainaron sus aceros, envolviéronse en sus capas y diéronse á correr por aquellas estrechas y revueltas calles.

Cuando llegó la ronda solo pudo recoger el cadáver del apuesto capitan.

El escándalo habia llegado á su colmo.

Los parientes del muerto pidieron venganza, mas nadie pudo descubrir á los matadores.

Entonces volviéronse contra la verdadera causa de aquella muerte, y de tal modo obraron, que los Jurados viéronse obligados á desterrar de Zaragoza á D.' Aldonza de Villarroel.

Desde entonces la calle en que esta vivia, llamóse calle de La Dama.

XXXVIII.

Casa de Misericordia.

Entretenidos con el relato de Federico recorrieron la extensa calle, hallándose cási á la par que aquel terminaba, en una irregular plazuela con algunos elegantes enverjados, en cuyo centro se alza la robusta y airosa mole del edificio que iban á visitar. -¡Buena planta tiene el benéfico asilo! - exclamó Sacanell al darle vista. -Forma un cuadro perfecto, segun Vds. podrán ver, que mide dos mil ochocientos palmos cuadrados, y si agradable es por la parte exterior, no podrán por menos de convenir, en que el interior está en perfecta armonía con el objeto á que se le destina.

« AnteriorContinuar »