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al ver que se desvanecia semejante sueño invirtió sus tesoros y dedicóse con tanto ardor como antes á conspirar, á la construccion de tan preciada joya.

Nuestros viajeros dirigiéronse hácia el monasterio de Veruela situado á dos leguas escasas de Tarazona, el cual se encuentra asentado en una reducida llanura, elevándose á su frente el altanero Moncayo.

Penosa es la impresion que el viajero recibe al contemplar la soberbia mole que va desmoronándose lentamente, dejando percibir apenas en el dia aquellos riquísimos detalles interiores, conque la dotó la opulencia de su fundador.

Para que puedan formarse nuestros lectores una cabal idea de lo que era aquella construccion que nosotros no hemos podido ya apreciar debidamente, transcribimos la siguiente descripcion, por la cual podrá juzgarse con algun mejor conocimiento.

«Este magnífico edificio bizantino fue fundado por el príncipe D. Pedro de Atarés y su madre D.a Teresa de Caxal, cuya fábrica empezó por el año de 1146, quedando concluido, á excepcion de la sólida cerca que le guarda, en el año de 1151, é incorporado á la órden del Cister en 1.° de setiembre del mismo año, á los cuarenta y tres de la fundacion de esta órden, cuyo instituto era solo conocido entonces en Borgoña, de donde el Sr. de Borja llamó doce monjes, que fueron los primeros en atravesar los Pirineos, y los que se establecieron definitivamente en este grandioso edificio el diez de agosto de 1171, bajo la direccion de Bernardo, abad de Scala Dei. Antes de llegar á este aislado edificio hay varias hileras de árboles rectos y piramidales, que contrastando con lo raso del terreno, guian silenciosamente á su entrada principal, abierta en el grueso de un cuadrado torreon, que flanquean otros dos redondos, extendiéndose desde allí á uno y otro lado la cerca ó muralla que circunvala el edificio con sus huertas y jardines, formada de cal y canto, y de 33 palmos y medio de altura, afianzada en once medias lunas, en otras tantas extendidas cortinas, y coronada de merloncillos imitando almenas, la cual se levantó desde sus cimientos en 1544 por el abad D. Lope Marco. En el fondo del vestíbulo formado por dependencias y oficinas y por la espaciosa abadía, aparece la fachada del templo mal acompañada por un modesto campanario de ladrillo obra del mismo D. Lope, que quiso tal vez sustituir al otro no menos humilde que hay colocado mas adentro junto al crucero. La longitud total del templo desde la pared de sus piés hasta la grada de la capilla mayor, incluso el fondo de esta, es de 100 varas, el cual está formado de tres naves, siendo la altura de la mayor hasta las impostas en proporcion sesquiáltera con el plano de 78 palmos: su division la producen 6 columnas toscanas á cada lado, de 7 palmos de espesor, que sostienen otros tantos arcos de medio punto, formando una variada arquitectura con las bóvedas de las naves, crucero y capillas que son de alto punto. Otras 8 columnas forman el presbiterio, que sostienen en altura proporcionada á su distancia igual número de arcos de medio punto, manteniendo todo el macizo hasta la bóveda, llena de pechines y cordones de exquisito primor y delicado gusto. Su figura es octógona prolongada con 7 frentes, sirviendo el octavo para formar la entrada á la nave mayor. Entre los arcos laterales del presbiterio resaltan sobre el fondo oscuro del trasaltar

blancos sepulcros de dos cuerpos rematando en aguja, donde en 1633 fueron trasladados los restos de ilustres difuntos, antes diseminados por el templo bajo humildes losas.

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«En la primera de mármol sobre cuyo modelo se hicieron luego las restantes de madera, descansan los nobles duques de Villahermosa desde Fernando de Gurrea y Aragon, cuarto nieto de Juan II. Yace en la tumba inmediata el infante Alfonso, primogénito de D. Jaime el Conquistador. El tercer sepulcro contiene los restos de Pedro de Atarés y de su madre Teresa de Caxal, sus fundadores. Pertenece el último al conde D. Lope de Luna, padre político del rey D. Martin de Aragon. Al pié de las gradas del presbiterio, se encuentran tambien lápidas funerarias de abades de Veruela que aspiraron asimismo á perpetuar su nombre, y confundida entre ellas la del gobernador Juan de Gurrea, que murió en 1590: una losa en el trasaltar conserva para las ciencias la benemérita memoria del maestro Fr. Antonio José Rodriguez, fenecido en 1777, autor de numerosos volúmenes, y uno de los eruditos monjes que siguiendo las huellas de Feijoo, prepararon la reforma de los estudios. Pero ninguna de aquellas memorias iguala en lo magnífico á la que para su amigo y sucesor erigió D. Fernando de Aragon, en la capilla de San Bernardo, que siendo abad de Veruela, añadió á uno de los brazos del crucero: el sepulcro es de alabastro y la efigie de D. Lope Marco, mayor que del natural y tendida, ostenta entre sus cruzadas manos el báculo y los majestuosos pliegues de su cogulla. Una de las puertas en la parte meridional del templo da salida al claustro, llamado procesional, de gótica construccion: en su primer lienzo al

salir de la iglesia, se encuentra la sala capitular de 3 naves, sostenidas por graciosos y elegantes grupos de 4 columnas delgadas, con relieves y florones, que no solo sostienen su bóveda de piedra, sino la inmensa parte del edificio que pesa sobre ella, conteniendo uno encima de otro, los dos magníficos salones de 72 varas de longitud y 16 de latitud. La librería ocupa uno de los lienzos en toda su longitud del primer salon, la cual contenia mas de 100,000 volúmenes; en el lienzo del frente, hay 2 entradas al magnífico claustro que ocupan las habitaciones de los monjes, rodeadas de una hermosa galería con antepechos de hierro entrelazados de vides. En el piso bajo hay otro claustro, correspondiente al procesional, que se llama de los azulejos, por estar su pavimento cubierto de estos, el cual sirve de comunicacion al palacio abacial para la clausura. Esta magnífica habitacion de los superiores consta de una gran luna con hermosas columnas: á la izquierda de su entrada principal está la Cillería ó Procura, con abundancia de graneros y despensas, y lujosa habitacion para el cillerero. A la derecha arranca la escalera principal, en cuyo primer descanso está el entresuelo llamado palacio de verano con un hermoso jardin; y el piso principal consta de muchos salones, gabinetes, oratorios y cuanto pueda comprender el gusto y la comodidad: en los pisos altos y bajos hay buenos dormitorios para unas 50 personas. Las vistas dan á la plaza principal del monasterio, á cuyo extremo opuesto se ve el frontis de la iglesia con arabescos y grecas en mármol de gran mérito, y enfrente del palacio se hallaban las cuadras, las oficinas y demás, que han sufrido el desmonte para utilizar sus materiales, y para dar mas extension á la huerta que por el interior de la muralla circunvalaba todo el edificio. El refectorio, cocina con agua corriente y otros inferiores departamentos, todos de piedra, guardan proporcion con la suntuosidad de la obra.»

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De esta tan magnífica joya, solo quedan restos destinados tal vez á desaparecer en un plazo no muy lejano.

Granero de los labradores del contorno, almacen de sus aperos de labranza, lenta

mente han ido mutilándose los airosos arcos, las esbeltas columnas, los riquísimos calados, sin que una mano amiga y bienhechora haya procurado impedir la terrible devastacion.

Nadie ha tenido en cuenta lo que aquella joya del arte gótico representaba, tanto en el mundo del arte, cuanto en las páginas de la historia: y en vano el viajero que hoy se aproxime á Veruela, tratará de encontrar en los derruidos muros, en las truncadas columnas y en los frisos mutilados, el genio de los artífices que se ocuparon en ella, y la opulencia de su fundador.

Todavía se detuvieron nuestros viajeros en Tarazona despues de haber visitado el monasterio de Veruela, para admirar las bellezas de aquella catedral que tantas encerraba en sí, segun hemos manifestado.

Especialmente el claustro llamaba poderosamente su atencion.

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Aquellos primorosos calados, aquel atrevimiento y elegancia en la arquería, aquellas ventanas ornadas de delicados arabescos, excitaban extraordinariamente su entusiasmo.

D. Cleto explicábales minuciosamente tanto detalle, como á veces se escapa á la vista del viajero, y nuestros jóvenes saboreaban, por decirlo así, toda aquella belleza artística, estando cada vez mas satisfechos del inteligente guia que la casualidad les proporcionara.

Dos dias despues, abandonaban definitivamente à Tarazoha, donde tan agradables momentos habian pasado.

LXXIV.

Armas antiguas.

Una vez puestos en camino nuestros viajeros con direccion á Borja, y despues de haberse ocupado durante un buen espacio, tanto de lo que acababan de visitar, cuanto de otras distintas materias, exclamó de repente Azara:

-Ahora que pienso, estoy viendo que vamos á regresar á Zaragoza terminando nuestra expedicion, y no hemos completado el estudio sobre las armas antiguas que D. Cleto nos tiene ofrecido.

- Es verdad, — añadió Castro, pues aun cuando ya conocemos las romanas y godas y las árabes, tanto en el género arrojadizo como en armas blancas, nos faltan las armas defensivas, y las que se siguieron á la invencion de la pólvora.

--

-Sin contar,—dijo Pravia-que tambien nos convenia saber la forma de las fortificaciones, las defensas empleadas en las plazas, toda vez, que especialmente de los tiempos antiguos, conocemos los medios empleados para atacarlas.

-Razon tienen Vds. en hacerme un cargo por eso, puesto que distraidos constantemente por los objetos que sin cesar se han ido presentando á nuestra vista, me he olvidado de lo que en distintas veces comencé.

-Pues nada, nada, amigo D. Cleto, á reparar el error, refiriéndonos algo sobre asunto tan interesante.

-Dispuesto estoy.

-Y nosotros á escucharle..

D. Cleto dió principio á su relato en los siguientes términos.

-Paréceme señores, que en la descripcion que les tengo hecha de las antiguas catapúltas, no les he hablado de una que todavía reapareció por los siglos XII, ó XIII. --Es verdad, solamente conocíamos las romanas que aun siguieron usándose en el período gótico.

-Esta especie de catapúlta de que les hablo llamábase manganela, y era de una potencia tal, que lanzaba masas de setecientas libras de peso, á mas de mil varas de distancia.

-¡Qué atrocidad! Y esas masas serian de piedra.

- De todo. Lanzábanse con ella enormes peñascos, masas de hierro y hasta arrojaron sobre las plazas sitiadas, cadáveres y materias pestilenciales.

-¿Y qué forma tenian?

- Sobre un tablero colocado en cuatro ruedas, apoyábanse dos piés derechos extremadamente reforzados. Una especie de cilindro de dos ruedas arrollaba la cuerda que sujetaba un robusto mástil, al cual estaba clavada la que á su vez servia para contener en el centro, la masa que se habia de lanzar. El mástil apoyábase sobre los dos piés derechos por medio de dos incisiones que se introducian en las muescas practicadasen la parte superior de aquellos. Arrollada la cuerda al cilindro, y colocado el

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T. 1.

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