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tado con nuevos Estados; pero su extraño y antipolítico testamento amenazaba destruir toda aquella grandiosa obra realizada en tan breve espacio.

En virtud de él, pasaban sus reinos á ser patrimonio de las órdenes del Temple y del Sepulcro, mas los caballeros aragoneses y navarros que temian ver destruido aquel edificio levantado á costa de tantos afanes, reúnense y acuerdan en bien de la misma patria, no respetar la última voluntad del finado y elegirle un sucesor.

Pedro de Atarés, que indudablemente reunia títulos para aquel elevado puesto, que contaba con grandes partidarios y que tal vez habia soñado ya con ceñir sus sienes con la rica diadema aragonesa, descontenta con su orgullosa altanería á varios de los caballeros que habian de elegirle, y su nombre desaparece, dejando lugar al de D. Ramiro hermano del Batallador, y que á la sazon era monje en el monasterio de San Pons de Thomieres, cerca de Narbona.

Los navarros á quienes agradaba mas la independencia que no el permanecer ligados á la suerte de Aragon, aprovechan esta ocasion, y pretextando no hallarse conformes con la eleccion de un rey monje, elijan á García Ramirez.

Difícil era la época para un monarca que acostumbrado solamente al claustro, no podia avenirse con los belicosos instintos de aquellos ricos-hombres, ni satisfacer por lo tanto sus guerreras aspiraciones.

Mostróse débil desde el principio, abandonó á Zaragoza temeroso de las armas de Alfonso VII de Castilla que se aproximaba á la ciudad, y fué á ocultarse en Huesca, donde las demasías y las ambiciones de sus caballeros hicieron mas palpable şu debilidad.

Por entonces refieren algunos historiadores el famoso hecho de la campana, mandada formar por el rey-Cogulla, segun por burla le llamaban, con las cabezas de quin; ce de los mas poderosos magnates.

Acontecimiento es este que no lo hemos visto plenamente justificado, y que muchos de nuestros modernos y mas juiciosos historiadores ponen en duda, teniendo en cuenta la timidez y falta de energía de aquel Monarca.

No serémos nosotros, los que tratarémos de combatir su opinion, máxime cuando carecemos de una base sólida en que apoyarnos, lo que sí dirémos, es que á veces esos caractéres tímidos y faltos de energía, llega un momento en que se reaccionan de una manera tal, que traspasan todos los límites, llegando hasta la ferocidad, y nada de particular tuviera que D. Ramiro, víctima y juguete de aquella nobleza ambiciosa y turbulenta, llegase un instante en que tratara de vengar de una manera tan cruel las humillaciones que le hicieran sufrir.

Si la nobleza aragonesa, presumió que con la eleccion de D. Ramiro habia de sostener por un dilatado espacio aquella especie de monopolio que ejercia respecto á la corona, llevóse un solemne chasco, primeramente porque burlando todos los cálculos, tuvo D. Ramiro una hija de su esposa D.* Inés de Poitiers, y despues, porque comprendiendo su ineptitud para aquel cargo, concertó el matrimonio de su hija con el Conde de Barcelona, renunciando el reino y retirándose de nuevo al claustro que no debiera haber abandonado.

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Robustecido el blason aragonés con las barras de Cataluña, revindicados los derechos de D. Ramiro, á Zaragoza y devueltas por el castellano muchas de las plazas de que injustamente se apoderara, al apático, perjudicial y débil reinado de D. Ramiro, sucede el belicoso y enérgico de D. Ramon Berenguer que vengó dignamente la muerte de D. Alfonso el Batallador, apoderándose de Fraga y arrollando por doquiera á los musulmanes.

D. García de Navarra no dejó durante su vida de hostigar y hacer talas por las fronteras aragonesas, llegando en 1143 aprovechándose de la ausencia del Rey de Aragon hasta las mismas puertas de la capital; pero su hijo Sancho, apenas empuñó el cetro, apresuróse á ajustar paces con D. Ramon Berenguer, temeroso de las fuerzas de que á la sazon podia este disponer.

En 1155 recibió Zaragoza la visita del rey Luis VII de Francia que de vuelta de su peregrinacion á Santiago de Galicia, no quiso salir de España sin ver la capital de un reino, cuyos heróicos hechos habian llegado hasta su país.

Seis años mas tarde, en 1162, llegó á Zaragoza la funesta nueva del fallecimiento de D. Ramon Berenguer, ocurrido en la Lombardía á donde fuéra para celebrar una entrevista con el emperador Federico Barbarroja.

Entonces la reina viuda D. Petronila empuña el cetro para regir el Estado durante la minoría de su hijo D. Alfonso, y entonces tambien Zaragoza presencia estremecida el suplicio de un impostor que trataba de hacerse pasar por el rey Batallador que habia estado luengos años cautivo de los infieles.

Hé aquí en que términos describe un historiador de Zaragoza este interesante episodio de la historia de Aragon.

«El pueblo de Zaragoza habia visto reunidas en su recinto las sagradas cortes y escuchado un mandamiento real en el que, ante aquellas, la noble viuda de Ramon cedia al hijo la preciosa diadema del padre.

«Mas el pueblo no demostró regocijo ni le exhaló en vivas, como segun costumbre, al escuchar tan grata nueva.

«El pueblo se hallaba preocupado.

<«<Pocas eran las personas que cruzaban ante el palacio de los reyes.

«En cambio, una multitud hirviente se dirigia á las afueras de la ciudad y,

gar á un punto determinado, parábase como incierta y á una vez lanzaba miradas de desconfianza en su derredor y de curiosidad á lo léjos.

«De repente el gentío comenzó á bullir, y un rumor sordo se extendió sobre aquel mar de cabezas humanas.

<«Un hombre de blanca barba, cubierto con viejos vestidos de soldado hechos harapos y seguido de tres ó cuatro veteranos que se le parecian en el ropaje, apareció ante la multitud que primero le abrió paso con respeto y luego le rodeó con ansiedad.

«Los ancianos le bendecian mostrándolo á los niños, los mancebos le victoreaban y las mujeres arrojaban sobre él, las flores de sus canastillos.

«Aquel mendigo correspondia con saludos y lágrimas á las dulces demostraciones

del pueblo.

«Hablaba de batallas y derrotas, mostraba sobre su rostro las rojas huellas de la espada y en sus descarnados brazos la señal de la cadena; relataba hechos extraordinarios, llamaba á algunos por sus nombres, recordaba los de antiguos caudillos y, por último, se titulaba con el famoso nombre de Alfonso el Batallador.

«Contaba como despues de la derrota de Fraga habia volado á Palestina, como los turcos le arrastraron por sus arenales arrojando en su cuello la cadena del esclavo, y como por fin, tornaba á su adorada patria en demanda de un asilo donde reclinar aquella cabeza que un dia ciñera la gran diadema de Sancho Ramirez.

«El pueblo se enternecia al oir este relato: unos creian adivinar en el demacrado rostro del anciano las nobles facciones de Alfonso, otros querian reconocer en los pedazos de su rota malla la vestimenta que el gran Rey acostumbraba á vestir, y todos, á una, se postraban de rodillas ante el viejo soldado.

«Este mendigo habia ido ya recorriendo aldeas y lugares; el nombre de Alfonso I, sagrado para los leales aragoneses, volaba de boca en boca como una chispa eléctrica, y todo amenazaba una insurreccion contra el jóven soberano de Zaragoza.

«Cuando mas entusiasmado se hallaba el anciano en su peroracion, una larga fila de soldados rompia el muro que le rodeaba, y un capitan armado de punto en blanco, hacia preso al turbado aventurero á nombre de la Regente, y con asombro de la multitud que no osaba oponer el mas pequeño obstáculo.

«El misterioso personaje fue arrastrado á la cárcel entre los armados y escoltado por el gentío.

«Al otro dia, y ante la puerta de Toledo, amaneció alzada la horca y pendiente de ella el cadáver de un hombre en el que el pueblo no tardó en reconocer al mendigo de la víspera, á pesar de que sus facciones parecian serlas de una persona mucho mas jóven, y de que, en vez de la blanca cabellera, dejaba ondular al viento unos negros y espesos rizos.

«El verdugo, antes de darle muerte, habia despojado el rostro del reo de cuantos afeites y engaños bastaron para alucinar la credulidad del vulgo.»>

Tal fue el destino del célebre impostor que, conociendo el espíritu público de aquel pueblo que aun soñaba en las glorias de Alfonso, no dudó para probar fortuna, en intentar una farsa que pudo costar al reino sérios y graves disgustos.

LXXX VII.

Union definitiva de Cataluña y Aragon.

Ni catalanes ni aragoneses tuvieron por qué arrepentirse de haber unido sus respectivas coronas, puesto que Ramon Berenguer proporcionó grandes dias de gloria á

Aragon, y la reina viuda D. Petronila, con su prudente conducta, con su renuncia á todos sus derechos al reino aragonés en favor de su hijo, lisongeaba á los catalanes quitando así todo pretexto á reclamaciones y disturbios.

Verdaderamente debemos considerar ya definitivamente unida la suerte de los dos pueblos, desde Alfonso II, pues en sus sienes y en virtud del testamento verbal de su padre, se unieron las dos coronas.

Y aquí debemos decir con un historiador contemporáneo que « gran sensatez y cordura mostró el pueblo aragonés en conformarse con el testamento verbal del que podemos llamar último conde de Barcelona,» así como debemos admirar la prudencia y discrecion de aquella reina, D.* Petronila, que, á pesar de verse desposeida del reino aragonés del que era propietaria, no solamente no formuló queja alguna, sino que, como ya hemos expuesto, apresuróse á ratificar la postrera voluntad de su esposo renunciando todos sus derechos en su hijo.

Indudablemente, merced á su conducta prudente y digna, afianzóse de una manera segura y firme la union entre aquellos dos pueblos, que tan alta prez alcanzaron sobre la que ya cada uno en particular habia llegado á obtener.

A semejanza de D.* Berenguela de Castilla, D. Petronila de Aragon todo lo sacrifica por su hijo, todo en pró del adelanto de sus pueblos,

«Reinas propietarias ambas,-dice el erudito D. Modesto Lafuente, -de Aragon la una, de Castilla la otra, las dos abdican generosamente en sus hijos, y merced á la pureza de alma de dos madres, la doble corona de Aragon y Cataluña se asienta para siempre en la cabeza de un solo soberano, el doble cetro de Leon y de Castilla es empuñado para siempre por la mano de un solo príncipe.»>

Apenas coronado D. Alfonso II, como rey de Aragon y Cataluña, celebra Cortes en Zaragoza con asistencia de los prelados, ricos hombres, mesnaderos é infanzones y procuradores de Huesca, Jaca, Calatayud, Daroca y Tarazona.

Desde este momento comienza ya á vislumbrarse aquella extraña y grande Constitucion aragonesa, que ya en las Cortes de Borja en 1134 habia permitido la asistencia, no solo á los nobles, sino tambien á los procuradores de las villas y ciudades.

Extraño conjunto de derechos y restricciones, merced al cual se hallaba equilibrada la autoridad real, vémosla limitada por el poder de los ricos hombres, sin cuyo consentimiento no podia el monarca dictar leyes, ni declarar la guerra, ni ajustar la paz.

A su vez los monarcas hubieron de buscar un apoyo en las instituciones populares, y de esta manera la organizacion de este reino, lentamente formada, como ya hemos dicho, por una ingeniosa combinacion de derechos y limitaciones, ofrece al historiador un gran objeto de estudio.

Hé aquí como se expresa respecto á este asunto el Sr. Tomeo y Benedicto, en su historia de Zaragoza:

<«<Admiracion no poca, aunque merecida, han causado en todos tiempos y en propios y extraños, aquellas libertades tradicionales, extendidas por el reino como el bálsamo mas dulce; aquellos fueros populares, cuyos evangélicos pensamientos se deslizaban por los labios de los reyes, como la tisana de la vida; aquellos monarcas engran

decidos por el aura popular, guerreros sobre el campo de batalla y sábios al pisar el escabel del trono; aquella aristocracia muda, sin otro móvil que la conservacion de sus derechos ante los cuales nada veia; las heróicas Cortes de cuatro brazos, siempre libres y siempre leales, defensa hoy para el rey, mañana para el pueblo, y sin cuya unanimidad nada podia hacerse, institucion acabada con la figura del gran Justicia, paladin del último vasallo hasta el primer prócer, con poder y responsabilidades colosales, sin que en estas instituciones brotadas, digámoslo así, de aquella sociedad nueva y original, veamos un remedo de otras creaciones, ni aun el espíritu de una imitacion, ni aun el capricho de un sábio.

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«Cronistas hubo que creyeron entrever fingida relacion entre los fueros de Sobrarbe y los códicos franco y lombardo; otros, tendiendo la vista un poco mas léjos, figuráronse mirar sobre los peñascales del Uruel un reflejo de las leyes lacedemonias y espar-. tanas, amalgamando en su extravío las exageraciones cási fantásticas de aquel gobierno fabuloso, con el sentimiento profundo y material de los tiempos medios, sin que hayan faltado tampoco reformadores modernos que, al tender la vista sobre los libros de nuestros sagrados fueros, no pretendan adivinar en ellos el prólogo de la teoría democrática.

«Mas nada de ello fue, las instituciones de Aragon, que habian nacido de un pueblo, debian concluir con él, como el íris que bordando el manto de las tempestades, deshace sus colores cuando aquellas desaparecen.

tenia que

<«<Aragon, como toda sociedad formada por la guerra y para la guerra, ser en su esencia aristocrático; pero con esa aristocracia de hierro, cuyo espíritu nacido de la raza germánica, habia ido á refugiarse con nueva fuerza y vigor en la raza goda.

«En una época en que el cetro era la espada, la corona el casco y la corte una reunion de caudillos que elegian por jefe al mas á propósito para extender sus poderes y dominios, no es difícil de comprender aquel sentimiento de independencia, conservada á través de un juramento, y que ponia en boca de un pueblo al coronar á un soberano, aquellas magníficas palabras: «Nos, que valemos tanto como Vos, y todos juntos <«mas que Vos, os hacemos nuestro rey y señor, con tal que guardeis nuestros fueros y «libertades y sino, no.>>

Déjase, pues, confirmado que la libertad de Aragon era extensa, con límites perdidos en el horizonte de las franquicias, pero libertad aristocrática.

«De esta clase partió siempre la resistencia al poder real, y contra ella buscó siempre un apoyo el trono en las instituciones.

<<Todas las revoluciones que hallamos en nuestra historia son aristocráticas; este espíritu soberbio es el que arrancó á los labios de Alfonso III el privilegio de la Union; él es el mismo que sostiene la bandera rebelde ante la majestad de Pedro IV hasta que, á impulsos de la fuerza popular, ruede envuelta en sus pliegues sobre las llanuras de Épila, y, mas cerca, grito aristocrático es tambien el que las libertades aragonesas exhalan desde el cadalso, cuando la sangre del mártir Lanuza borra la preciosa página de nuestra historia constitucional. La santa hermandad y la inquisicion luego, no fue

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