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con su pueblo, y los bandos, las parcialidades y las turbulencias forman el núcleo de su dominacion.

A tal punto llegaron los atropellos que para enfrenar á aquella inquieta, revoltosa y procaz aristocracia, creóse un nuevo partido, un nuevo bando popular que contando con el apoyo de la autoridad municipal, el de los Veinte y con el favor del pueblo, si bien prestaron servicios, tambien hicieron uso del motin y de la asonada popular, asaltando, incendiando y saqueando las casas del letrado Luis Santangel en 1453, y en 1466 asolando los lugares del señorío de los Cerdanes, á quienes acusaban del homicidio del Jurado Pedro de la Caballería.

Pablo Jassa y Gimeno Gordo eran los jefes de esta liga, con los cuales no tenian mas remedio que contemporizar, la autoridad real.

Carácter irascible, orgulloso, suspicaz y cruel es el de D. Juan II; como padre desnaturalizado, mostróse con su desdichado hijo el príncipe Cárlos de Viana, y como desacertado monarca, dando nuevo aliento con sus actos á las facciones que ya dividian el reino.

Fernando II de Aragon y V de Castilla recogió por herencia de su padre un trono amenazado constantemente y un reino destrozado por las turbulencias; mas desde sus primeros actos comenzó á mostrar lo que llegaria á ser mas tarde.

Un dia Gimeno Gordo es llamado por el rey.

Penetra en el alcázar y poco tiempo despues el pueblo contempla aterrorizado su cadáver colgado en el balcon principal del palacio.

LXXXVIII.

Aragon bajo el reinado de los Reyes Católicos.

Poco adelantó Fernando con la muerte dada al terrible jefe de la liga.

El mal estaba muy adelantado y no era posible extirparle tan de repente. Al año siguiente de la muerte de Gordo, Lázaro de Borau lugarteniente del Justicia, es degollado en Alagon mientras dormia tranquilamente con su hijo, siendo su matador Juan Perez Calvillo, señor de Malon, que despues trató de borrar su crímen en la jornada de Toro.

En el mismo palacio de la Diputacion y en pleno dia, Jerónimo Cerdan es asesinado segun se dijo de órden de la mujer de su hermano y de D. Pedro Martinez de Luna, y el jurado Martin de Pertusa sube al patíbulo en castigo del garrote que hiciera dar al alguacil Juan de Burgos.

Y como si esto no fuera suficiente, apenas la Inquisicion se atreve á sentar su planta en Zaragoza, un sangriento drama tiene lugar en el sagrado templo de La Seo.

Ligeramente nos hemos ocupado de él en nuestra visita á aquel templo; por lo tanto no podemos resistir al deseo de transcribir la relacion que de él hace un moderno his

toriador de Zaragoza, á quien distintas veces hemos citado en el decurso de nuestra

obra (1).

<«<Varias veces tratóse de aterrar á los jefes del repelido tribunal, intentando la muerte del inquisidor Pedro Arbués, y siempre se vieron burladas las esperanzas de los mas osados.

<«Un dia, sin embargo, el 14 de setiembre de 1485, poco antes de llegar la noche, entraron recatadamente en La Seo dos grupos de hombres.

«En el uno iba el hidalgo catalan Juan Sperandeo con su criado Vidal y con Bernardo Lesfante; en el otro, Tristan Leonis y Antonio Grau.

«El templo estaba desierto; solo se escuchaba el rumor del viento en las bóvedas. <«<Los dos grupos, compuestos el uno de tres personas y el otro de dos, fuéron con sigilo á apoyarse contra la parte del muro donde la oscuridad era mas profunda.

«No se oia ni daba á conocer la existencia de aquellas gentes en el sagrado lugar. «Por último, se oyeron pasos y una sombra se deslizó por la puerta principal y fué á pasar por el presbiterio.

«Al verla, una tosecilla seca salió del rincon de una capilla.

«La sombra quedó como clavada en el centro de la nave y cinco personas avanzaron de la oscuridad hacia ella.

«¿Estamos todos?—preguntó el recien llegado con voz apagada.

- «Todos, respondieron á la vez los que le habian salido al encuentro.

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-«Pues, á sus puestos, y ojo alerta replicó el primero rebujándose en su talabardo rojo, y dirigiéndose à una columna del presbiterio.

«Todos le imitaron, y en silencio fuéron á ocultarse tras las pilastras y revueltas de las capillas inmediatas.

<«<El recien venido era el jefe en aquella hazaña infame; nadie mas adecuado que él para encargarse de su direccion.

<<Se llamaba Juan de la Abadía y era de oficio asesino mercenario, espanto de las gentes sencillas, que, al verle atravesar los apartados barrios del Sepulcro y la Magdalena ó las encrucijadas de la antiquísima parroquia de San Pablo en la hora de las tinieblas, se apartaban de él con horror haciendo la señal de la cruz y rezando ya por el alma del desdichado que aquella noche le tocase hallarse frente à la daga del terrible rufian.

<«<El interior del templo de La Seo se hallaba sumido en las tinieblas: solo en lo alto del altar mayor se veia brillar el opaco resplandor de una lámpara, y al través de las ojivas asomaba de vez en cuando un perdido rayo de luna; el silencio tambien era sepulcral, únicamente interrumpido á intervalos por las ráfagas de viento que llegaba á estremecer las vidrieras.

«Pasó un largo tiempo.

«A poco, un chirrido disonante, seguido de doce campanadas lentas y sonoras, hicieron estremecer las bóvedas.

«Luego, un instante de silencio y oscuridad.

(1) Tomeo y Benedicto.

«Aun no se habia apagado el eco del reloj, cuando al través de una puerta brilló un rayo de luz; sonó á poco una llave, abrióse aquella, y un hombre envuelto en una capellina roja, con una linterna en una mano y un chuzo en la otra, avanzó por el claustro en direccion al presbiterio: era el canónigo é inquisidor Pedro Arbués.

«Ya ante el altar mayor, dejó este á un lado y en tierra la linterna, que esparció un círculo de luz y dibujó con medrosas sombras las cercanas columnas; luego Arbués arrodillóse apoyado en el palo que traia, y, despues de arrojar una mirada en su derredor, inclinó la cabeza, y en el movimiento de sus labios comprendióse que murmuraba una oracion.

«El viento agitaba con fuerza los cristales de las ojivas.

<«Una sombra se deslizó bajo los pasamanos del coro y colocóse tras el canónigo, aunque fuera del círculo de luz que trazaba su linterna.

«Tras de aquella sombra asomaron cinco mas.

«Arbués, extasiado en su contemplacion religiosa, nada adivinaba.

«Despues de un momento de indecision, una de aquellas sombras avanzó con el sigilo de un gato, y, atravesando el límite de sombras, penetró en el círculo de luz. «Era Vidal el criado de Sperandeo.

«El asesino levantó su espada y descargó una cuchillada terrible sobre la cabeza del inquisidor, pero retrocedió asombrado lanzando una sacrilega maldicion. «Arbués, al recibir aquel golpe, no habia caido bañado en sangre, aturdido, logró aun incorporarse.

sino que

medio

<< La cabeza del canónigo estaba resguardada por una rejilla de hierro. <«<Arbués quiso articular una palabra, pero la espada de Sperandeo, mas afortunada que la de su sirviente, entróle por el costado izquierdo, y un borboton de roja sangre salpicó el mármol del presbiterio.

«Arbués cayó en tierra.

«Sobre él se precipitaron los asesinos, y seis espadas se clavaron á una en el vientre y pecho del mártir.

«Los delincuentes huyeron por las salidas que ya tenian preparadas.

<< Un dia vivió aun la víctima; durante él no pronunció mas que palabras de perdon. «El pueblo, por otra parte, aquel mismo pueblo que tan rebelde se mostraba antes á la institucion del terrible tribunal, pidió á gritos su ayuda en aquel trance para buscar á los asesinos y darles el merecido castigo.

<«<Relatáronse misterios y milagros.

«Dijose como la sangre del mártir habia hervido sobre la losa en que cayó, y fue menester nada menos que la mediacion del Arzobispo y principal nobleza para calmar al amotinado pueblo que á voz en grito pedia el exterminio de los conversos, amenazando entrar á fuego y sangre los populosos barrios judáicos.»

No era posible que la existencia de Aragon cambiase tan pronto á consecuencia de su union con Castilla sin quebrantar de un golpe sus leyes, y por lo tanto le vemos todavía escuchar de los labios de sus monarcas el famoso juramento de sus fueros, y re

cordando todavía sus pasados tiempos alzarse con entereza oponiéndose á Fernando el Católico en su proyecto de hacer jurar á su hija la reina de Portugal, contraviniendo con esto la ley sálica y contrarestando el deseo de Cárlos I desproclamarse rey en vida de su madre D.a Juana.

La Inquisicion y la santa Hermandad, provocaron tambien fuerte y cruda oposicion por parte de los diputados, y en 1520 vemos de nuevo aparecer los formidables bandos consecutivos de la jura del comendador Lanuza como Justicia de Aragon, y todavía en 1550, las sentencias de los Veinte iban seguidas de la ejecucion segun se desprende de la justicia hecha con los lugares de Mozota y Mezalocha ordenados arrasar en castigo de la falta que cometiera su dueño Sebastian de Erbos.

Mas todo esto no era mas que el postrer suspiro de instituciones, de poderes y de privilegios, que iban pronto á desaparecer.

Y como si este desdichado acontecimiento estuviera presintiéndose, para que no quedaran sepultados en el olvido tantos hechos notables, tantos episodios terribles ó gloriosos, para que no desapareciera por completo el recuerdo de una época que ya no volveria, Jerónimo de Zurita recibia una carta de la Diputacion, en virtud de la cual se le asignaba el salario de 4,000 sueldos, como cronista del reino, para que escribiera sus famosos anales, mientras que Blancas se ocupaba en trazar el cuadro exacto de sus leyes y de sus libertades.

En la vida de los pueblos como en la vida de los indivíduos hay presentimientos extraños, inconcebibles que no se pueden definir, y que por mas esfuerzos que hace la sonrisa del labio para acallarlos, mas fatídicos, mas formidables se alzan dentro del hecho.

Zaragoza gozaba festejando la visita de los Reyes Católicos, y exhalando ruidosamente su alegría, trataba de ahogar aquella voz misteriosa y amenazadora que germinaba en su corazon.

No podia darse cuenta de lo que ella le anunciaba, mas seguramente comenzaba ya á ver dibujarse en el horizonte la sombría figura de Felipe II.

LXXXIX.

Aragon bajo el reinado de Felipe II.

¡Cuan ajeno se encontraba el pueblo aragonés en 1547, al recibir con locas demostraciones de alegría al príncipe D. Felipe, hijo del Emperador, que á no pasar muchos años, aquel mismo príncipe trocado ya en rey, habia de arrebatarles sus fueros y sus libertades, vengando con semejante castigo, las ofensas hechas á su real autoridad!

Carlos I y Felipe II son las dos figuras que llenan por decirlo así, todo el siglo XVI, imprimiéndole sin embargo, un carácter completamente distinto, cada uno al período en que vivió.

Carlos I era mas flamenco que español, mientras que Felipe 11 era mas español que flamenco.

De aquí, que mientras aquel disgusta á los españoles con la preferencia otorgada á sus compatriotas, este se hizo antipático á los flamencos, que al mostrar su desagrado, provocaron de tal manera su enojo, que sostenido por su terquedad, produjo aquellas desastrosas guerras, en las cuales se invertieron inmensos tesoros, y que causaron la muerte de tantos guerreros ilustres.

Celoso de su autoridad llegó un momento en que Felipe II, paseó sus miradas por su reino, y al ver que en una parte de él existian fueros, privilegios y leyes, al amparo de los cuales se atrevian sus naturales á hacer frente á su poder, empañó su frente amenazadora arruga, presagio de la triste suerte que aguardaba á aquel territorio.

Un dia espárcese por Madrid una noticia que produjo gran sensacion.
Escobedo, el secretario de D. Juan de Austria, habia sido asesinado.
Acusóse de esta muerte á Antonio Perez valido del Monarca.

Felipe II que tal vez tuviera algun resentimiento personal que vengar de su favorito segun han supuesto algunos historiadores, decretó su prision, y dió comienzo aquel extraño proceso, en el cual parece verse, mas que el afan de hacer brillar la inflexibilidad de su justicia, el vengativo anhelo del hombre.

Ni el espacio de que podemos disponer, ni la índole de nuestra obra, nos permiten detallar aquella larga causa en que se dió una triste idea de la dignidad del Rey, que dió un triste espectáculo á la Europa entera y que produjo la pérdida de las libertades de Aragon.

Antonio Perez, comprendiendo la suerte que le aguardaba consiguió evadirse de su prision, refugióse en Aragon, de donde era hijo, y al buscar auxilio en el privilegio de la Manifestacion, de tal manera se envolvió entre aquellas leyes, que no pudo menos de romperlas por el mismo esfuerzo que hizo para salvarse con ellas amparado (1).

El exfavorito de Felipe II pudo salvar su vida, pero ¡ay! que los fueros de Aragon se perdieron para no volver jamás.

Los dos motines del 24 de mayo y 24 de setiembre de 1591, para salvar á Antonio

(1) He aquí los términos en que desde Calatayud se dirigia el ex-secretario á su antiguo Señor: «Señor: Viendo al cabo de tantos años lo mucho que mi prision se prolongaba y con cuan grande rigor me trataban ciertos ministros de V. M., asi como la desdicha de mi estrella, sin que nada haya en mi que hubiera dado causa á los males que he sufrido, y no viendo otro fin á mi proceso y á mis miserias que el de mi vida y todo lo demás; reducido por vuestros ministros á no poder ya responder de mí, ni de la honra de mis padres, ni de mis hijos, ni aan de mis deberes de hombre y de cristiano, me determiné á hacer lo que he hecho y á venir á este reino de V. M., donde seréis tan soberano y señor mio, como si estuviese cargado de hierros y de las mas pesadas cadenas, y yo tan obediente á su real voluntad, como el barro en la mano de su ollero. Esto que dije lo be atestiguado y probado suficientemente con mis largos padecimientos, animado por la esperanza que siempre he tenido en V. M., en sus virtudes tan cristianas, en su misericordia y en el secreto de mi inocencia depositada por mi en su pecho. Con este solo fundamento y en virtud de estos solos titulos renuncio á invocar mis pobres servicios y mi lealtad, aunque para otro que yo, y mas dichoso que yo, hubiesen podido merecer deferente recompensa de la que me ha cabido, y suplico muy humildemente á V. M., puesto que posee una prueba tan grande de la veracidad de mis palabras y del encono de uno ó muchos ministros, por sus consultas ó intrigas, acepte la entrega y dejacion absoluta que hago de mí mismo, en cuerpo y alma, á su discrecion y á su voluntad en todas las cosas, y no permita que el odio de las personas á que me refiero pase adelante en desprecio de su piedad cristianisima, del bien de su servicio y en detrimento de sus ficles subditos: yo le suplico tambien, por el amor de Dios, que se digne atender á esa pobre mujer y á esos niños, cuyos padres y abuelos han sido servidores leales y experimentados de V. M. Yo os ruego, señor, por quien sois, que nos concedais vivir en un rincon miserable, el que V. M. designe, á fin de que, puesto que ya no podemos vivir para otra cosa, pidamos desde él á Dios porque V. M. goce próspera y dilatada vida y tan colmada en todo como lo ha menester la cristiandad. » —. - Memorial pág. 26, 64 y 65. 117 T. I.

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