Imágenes de páginas
PDF
EPUB

cordando todavía sus pasados tiempos alzarse con entereza oponiéndose á Fernando el Católico en su proyecto de hacer jurar á su hija la reina de Portugal, contraviniendo con esto la ley sálica y contrarestando el deseo de Cárlos I desproclamarse rey en vida de su madre D.a Juana.

La Inquisicion y la santa Hermandad, provocaron tambien fuerte y cruda oposicion por parte de los diputados, y en 1520 vemos de nuevo aparecer los formidables bandos consecutivos de la jura del comendador Lanuza como Justicia de Aragon, y todavía en 1550, las sentencias de los Veinte iban seguidas de la ejecucion segun se desprende de la justicia hecha con los lugares de Mozota y Mezalocha ordenados arrasar en castigo de la falta que cometiera su dueño Sebastian de Erbos.

Mas todo esto no era mas que el postrer suspiro de instituciones, de poderes y de privilegios, que iban pronto á desaparecer.

Y como si este desdichado acontecimiento estuviera presintiéndose, para que no quedaran sepultados en el olvido tantos hechos notables, tantos episodios terribles ó gloriosos, para que no desapareciera por completo el recuerdo de una época que ya no volveria, Jerónimo de Zurita recibia una carta de la Diputacion, en virtud de la cual se le asignaba el salario de 4,000 sueldos, como cronista del reino, para que escribiera sus famosos anales, mientras que Blancas se ocupaba en trazar el cuadro exacto de sus leyes y de sus libertades.

En la vida de los pueblos como en la vida de los indivíduos hay presentimientos extraños, inconcebibles que no se pueden definir, y que por mas esfuerzos que hace la sonrisa del labio para acallarlos, mas fatídicos, mas formidables se alzan dentro del hecho.

Zaragoza gozaba festejando la visita de los Reyes Católicos, y exhalando ruidosamente su alegría, trataba de ahogar aquella voz misteriosa y amenazadora que germinaba en su corazon.

No podia darse cuenta de lo que ella le anunciaba, mas seguramente comenzaba ya á ver dibujarse en el horizonte la sombría figura de Felipe II.

LXXXIX.

Aragon bajo el reinado de Felipe II.

¡Cuan ajeno se encontraba el pueblo aragonés en 1547, al recibir con locas demostraciones de alegría al príncipe D. Felipe, hijo del Emperador, que á no pasar muchos años, aquel mismo príncipe trocado ya en rey, habia de arrebatarles sus fueros y sus libertades, vengando con semejante castigo, las ofensas hechas á su real autoridad!

Carlos I y Felipe II son las dos figuras que llenan por decirlo así, todo el siglo XVI, imprimiéndole sin embargo, un carácter completamente distinto, cada uno al período en que vivió.

Carlos I era mas flamenco que español, mientras que Felipe 11 era mas español que flamenco.

De aquí, que mientras aquel disgusta á los españoles con la preferencia otorgada á sus compatriotas, este se hizo antipático á los flamencos, que al mostrar su desagrado, provocaron de tal manera su enojo, que sostenido por su terquedad, produjo aquellas desastrosas guerras, en las cuales se invertieron inmensos tesoros, y que causaron la muerte de tantos guerreros ilustres.

Celoso de su autoridad llegó un momento en que Felipe II, paseó sus miradas por su reino, y al ver que en una parte de él existian fueros, privilegios y leyes, al amparo de los cuales se atrevian sus naturales á hacer frente a su poder, empañó su frente amenazadora arruga, presagio de la triste suerte que aguardaba á aquel territorio.

Un dia espárcese por Madrid una noticia que produjo gran sensacion.
Escobedo, el secretario de D. Juan de Austria, habia sido asesinado.
Acusóse de esta muerte á Antonio Perez valido del Monarca.

Felipe II que tal vez tuviera algun resentimiento personal que vengar de su favorito segun han supuesto algunos historiadores, decretó su prision, y dió comienzo. aquel extraño proceso, en el cual parece verse, mas que el afan de hacer brillar la inflexibilidad de su justicia, el vengativo anhelo del hombre.

Ni el espacio de que podemos disponer, ni la índole de nuestra obra, nos permiten detallar aquella larga causa en que se dió una triste idea de la dignidad del Rey, que dió un triste espectáculo á la Europa entera y que produjo la pérdida de las libertades de Aragon.

Antonio Perez, comprendiendo la suerte que le aguardaba consiguió evadirse de su prision, refugióse en Aragon, de donde era hijo, y al buscar auxilio en el privile– gio de la Manifestacion, de tal manera se envolvió entre aquellas leyes, que no pudo menos de romperlas por el mismo esfuerzo que hizo para salvarse con ellas amparado (1).

El exfavorito de Felipe II pudo salvar su vida, pero ¡ay! que los fueros de Aragon se perdieron para no volver jamás.

Los dos motines del 24 de mayo y 24 de setiembre de 1591, para salvar á Antonio

(1) He aquí los términos en que desde Calatayud se dirigia el ex-secretario á su antiguo Señor: «Señor: Viendo al cabo de tantos años lo mucho que mi prision se prolongaba y con cuan grande rigor me trataban ciertos ministros de V. M., así como la desdicha de mi estrella, sin que nada haya en mí que hubiera dado causa á los males que he sufrido, y no viendo otro fin á mi proceso y á mis miserias que el de mi vida y todo lo demás; reducido por vuestros minisiros á no poder ya responder de mi, ni de la honra de mis padres, ni de mis hijos, ni aun de mis deberes de hombre y de cristiano, me determiné á hacer lo que he hecho y á venir á este reino de V. M., donde seréis tan soberano y señor mío, como si estuviese cargado de hierros y de las mas pesadas cadenas, y yo tan obediente á su real voluntad, como el barro en la mano de su ollero. Esto que dije lo be atestiguado y probado suficientemente con mis largos padecimientos, animado por la esperanza que siempre he tenido en V. M., en sus virtudes tan cristianas, en su misericordia y en el secreto de mi inocencia depositada por mi en su pecho. Con este solo fundamento y en virtud de estos solos titulos renuncio à invocar mis pobres servicios y mi lealtad, aunque para otro que yo, y mas dichoso que yo, hubiesen podido merecer deferente recompensa de la que me ha cabido, y suplico muy humildemente á V. M., puesto que posee una prueba tan grande de la veracidad de mis palabras y del encono de uno ó muchos ministros, por sus consultas 6 intrigas, acepte la entrega y dejacion absoluta que hago de mí mismo, en cuerpo y alma, á su discrecion y á su voluntad en todas las cosas, y no permita que el odio de las personas á que me refiero pase adelante en desprecio de su piedad cristianisima, del bien de su servicio y en detrimento de sus fieles súbditos: yo le suplico tambien, por el amor de Dios, que se digne atender á esa pobre mujer y á esos niños, cuyos padres y abuelos han sido servidores leales y experimentados de V. M. Yo os ruego, señor, por quien sois, que nos concedais vivir en un rincon miserable, el que V. M. designe, á fin de que, puesto que ya no podemos vivir para otra cosa, pidamos desde él á Dios porque V. M. goce próspera y dilatada vida y tan colmada en todo como lo ha menester la cristiandad. » — – Memorial pág. 26, 64 y 65. 117 T. I.

Perez del poder del Santo Oficio, que le tenia reclamado, produjeron la muerte del marqués de Almenara, agente de Felipe II, indignamente ultrajado por las desenfrenadas turbas, sérios trastornos y disturbios, y finalmente la invasion de doce mil soldados castellanos que al mando de D. Alonso de Vargas, enviaba el rey.

Contrafuero era la invasion, y al tratar de oponerse á ella, los campos de Epila que ya habian presenciado en otra ocasion la derrota de la Union, presenciaron tambien la de los zaragozanos, que salieron capitaneados por el jóven justicia D. Juan de Lanuza. Una mañana la multitud aterrada vió alzarse en aquella plaza del Mercado, célebre por mas de un concepto segun hemos manifestado en otro lugar, un fúnebre cadalso. A él subió Juan de Lanuza, y al cortar su cabeza el hacha del verdugo, cortados tambien quedaron en pedazos aquellos fueros, aquellos privilegios que tan gloriosas páginas representaban en la historia aragonesa.

Una sola sombra quedó de ellos, pero que como sombra no mas, no podia prestarle ni fuerza ni vigor.

Desde este momento, desaparece la importancia política de Aragon.

El glorioso monumento levantado en la roca de Uruel quedó destruido en el cadalso de Lanuza.

Felipe III alzó todos los destierros, todas las confiscaciones, rasgó todos los padrones de ignominia, que su vengativo padre arrojara sobre tantas familias ilustres, pero no pudo ya reedificar aquel edificio que quedó completamente arruinado.

Todavía presenció Cortes reunidas en su recinto; todavía escuchó juramentos de reyes, mas ¡ay! Cortes y juramentos, que no eran mas que juguetes que se ofrecen á los niños para hacerles olvidar el objeto de mas valía que se les ha arrebatado.

La sombra de fueros que les dejara el segundo Felipe, el nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou, se la reba tó mas tarde.

Partidaria Zaragoza del archiduque Carlos de Austria, mostróse tan encarnizada enemiga de Felipe V, que este no pudo menos de vengar en ella, el último desastre del 20 de agosto de 1710, del cual en otro lugar hicimos mencion.

Ligada ya la suerte de Zaragoza á la del resto de la nacion, adormecida por completo sobre sus pasadas glorias, viviendo solamente en el mundo de los recuerdos, en el presente siglo halló en ellos poderoso incentivo para llevar á cabo heróicas hazañas con que trazar una de las mas grandes páginas de esa sublime epopeya, que en nuestra historia contemporánea se conoce bajo el nombre de Guerra de la Independencia.

XC.

Zaragoza moderna.-1808 y 1809.

Llegamos á la página mas brillante que registra la historia de la inmortal Zaragoza. Epopeya sublime, escrita con la sangre de sus esforzados hijos durante largos dias, los memorables sitios de la ciudad heróica, constituyen indudablemente los mas preciados laureles de su imperecedera diadema.

La perfidia francesa habia triunfado en Madrid.

El 2 de mayo de 1808, Napoleon arrojó la máscara con que se encubria y mostró á la nacion la suerte que la reservaba.

Y el pueblo español, abatido, enervado, sin direccion, sin fuerzas, aceptó el reto que tan audazmente acababa de hacérsele.

Y cada hombre fue un soldado, y cada soldado un capitan, y cada casa un fuerte, y cada fuerte una fortaleza inexpugnable.

A falta de murallas, habia nobles pechos que resistian el formidable empuje de las aguerridas huestes del soldado de las Pirámides.

A falta de armas, habia sobra de valor para arrebatárselas al enemigo.

Y la guerra de exterminio, sin tregua, sin cuartel, encarnizada, sangrienta, quedó declarada entre un pueblo inerme y sin recursos y un atrevido conquistador que improvisaba ejércitos al mágico esfuerzo de su voluntad.

Zaragoza no pudo resistir al grito de libertad é independencia que acababa de resonar de un extremo á otro de la Península.

Agítanse las masas, piden armas, niégalas el general Guillelmi y es arrestado por el pueblo que le conduce prisionero al castillo de la Aljafería.

Al dia siguiente ya tenian los zaragozanos su caudillo.

Palafox, el hijo menor del marqués de Lazan, acababa de llegar huyendo desde Bayona, ansioso de compartir la suerte de sus conciudadanos.

Inmediatamente organízanse las masas, y se hacen aprestos para el combate. Lefèvre acaba de apoderarse de Tudela y Tarazona, y se adelantaba hácia Zaragoza. Los visoños soldados empéñanse en cerrarle el paso.

Los campos de Alagon fueron testigos del descalabro de las inexpertas huestes. Mas rehechas en Zaragoza, esperan con impaciencia el momento en que las águilas francesas se presenten ante los muros, formadas en otro tiempo por las águilas ro

manas.

Y llegó el momento. Lefèvre avanzó, sonriendo con desprecio, para retroceder lleno de cólera.

Los zaragozanos habian vencido.

Hé aquí el manifiesto dado al público al dia siguiente:

«Aragoneses: Vuestro heróico valor en defensa de la causa mas justa que puede presentar la historia, se ha acreditado en el dia de ayer con los triunfos que hemos conseguido. El 15 de junio ḥará conocer á toda Europa vuestras hazañas, y la historia las recordará con admiracion. Habeis sido testigos oculares de nuestros triunfos y de la derrota completa de los orgullosos franceses que osaron atacar esta capital. Setecientos muertos, un número considerable de heridos, treinta prisioneros, y muchos desertores que se han pasado á nuestras banderas son el fruto de su temeridad. Hemos tomado seis cañones de batallon, seis banderas y una caja de guerra, varios caballos, fornituras y armas, y no debemos dudar en que el ejército que ha entrado en Aragon espiará sus erímenes y quedará deshecho.-Continuad, pues, valerosos aragoneses, con el ardor y noble espíritu de que estais animados. Ved la heróica conducta de las zaragoza

nas, que inflamadas todas del amor á su Patria, su Rey y su Religion, corren presurosas á prestaros todo género de auxilio. En breve se os agregará un sinnúmero de tropas veteranas, que envidiosas de vuestras glorias y deseosas de tener parte en ellas vienen corriendo á marchas dobles.

«Mientras tanto, vosotros todos, clero, comunidades, madres de familia y demás ciudadanos, que ya, concurriendo personalmente al combate, ya proveyendo de todo á vuestros conciudadanos, habeis contribuido tan eficazmente á conservar la capital de vuestro reino y la dignidad de la nacion; seguid fervorosos vuestras oraciones al Todopoderoso, é interponed la mediacion de su augusta y santísima Madre del Pilar; nuestra protectora, para que bendiga nuestras armas y afiance nuestras victorias, exterminando del todo al ejército francés.»>

Lefèvre estaba absorto.

Habia dicho que entraria en la ciudad a pesar de los estúpidos paisanos que la defendian, y no solamente no habia podido conseguirlo, sinó que habia sido derrotado. Y sus parlamentos, intimando la rendicion, eran contestados por el «Zaragoza no sa«be rendirse,» del inflexible Palafox.

Un dia trató el francés de aprovecharse de la explosion del almacen de pólvora establecido en el Seminario.

Pero los zaragozanos, sin arredrarse ante el cuadro de desolacion que semejante hecho ofreció á su vista, corren á las trincheras y rechazan al enemigo.

El siguiente documento se publicó á continuacion de este suceso para calmar los ánimos sobrecogidos por semejante catástrofe.

«Zaragozanos: Vuestro celo por la causa de la Religion, de la Patria y del Rey, de que habeis dado pruebas tan repetidas, ha podido exaltarse en los primeros momentos de los incidentes de esta tarde, inseparables de las ocurrencias de la guerra, pero despreciables por sus resultas, supuesta la abundancia de pólvora de que estamos surtidos. La suprema Junta, cuanto se complace é interesa en ver los patrióticos sentimientos y tranquilidad pública; otro tanto espera de vuestra sumision y deferencia á las leyes y autoridades constituidas que, penetrados todos del ardor y vigilancia de estos magistrados, depositarios de vuestra confianza, en cuyas manos habeis puesto la salud de la patria, oiréis dóciles sus voces paternales, entraréis tranquilos en el seno de vuestras familias, acudiréis puntuales à vuestros talleres y ocupaciones diarias, persuadidos de que esta Junta ha tomado las mas vivas y enérgicas providencias para que el enemigo, aun cuando atrevido é inhumano, quiera aprovecharse de esta catástrofe, no logre el fruto de sus bárbaras tentativas; asegurándoos, que en el momento en que sea necesario vuestro valeroso esfuerzo, os llamará á nombre de la patria, á que tengais parte en los laureles que la justicia de nuestra causa, la proteccion de Dios y de su Madre santísima, y vuestro valor á toda prueba prepara á los aragoneses en accion tan gloriosa.

«El órden, la subordinacion, la fraternidad, y una union íntima de sentimientos nos ha de producir y proporcionar incalculables ventajas. La posteridad admirará el valor que desplegásteis en las críticas circunstancias del dia 15, y contemplará con res

« AnteriorContinuar »