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Perez del poder del Santo Oficio, que le tenia reclamado, produjeron la muerte del marqués de Almenara, agente de Felipe II, indignamente ultrajado por las desenfrenadas turbas, sérios trastornos y disturbios, y finalmente la invasion de doce mil soldados castellanos que al mando de D. Alonso de Vargas, enviaba el rey.

Contrafuero era la invasion, y al tratar de oponerse á ella, los campos de Epila que ya habian presenciado en otra ocasion la derrota de la Union, presenciaron tambien la de los zaragozanos, que salieron capitaneados por el jóven justicia D. Juan de Lanuza. Una mañana la multitud aterrada vió alzarse en aquella plaza del Mercado, célebre por mas de un concepto segun hemos manifestado en otro lugar, un fúnebre cadalso. A él subió Juan de Lanuza, y al cortar su cabeza el hacha del verdugo, cortados tambien quedaron en pedazos aquellos fueros, aquellos privilegios que tan gloriosas páginas representaban en la historia aragonesa.

Una sola sombra quedó de ellos, pero que como sombra no mas, no podia prestarle ni fuerza ni vigor.

Desde este momento, desaparece la importancia política de Aragon.

El glorioso monumento levantado en la roca de Uruel quedó destruido en el cadalso de Lanuza.

Felipe III alzó todos los destierros, todas las confiscaciones, rasgó todos los padrones de ignominia, que su vengativo padre arrojara sobre tantas familias ilustres, pero no pudo ya reedificar aquel edificio que quedó completamente arruinado.

Todavía presenció Cortes reunidas en su recinto; todavía escuchó juramentos de reyes, mas ¡ay! Cortes y juramentos, que no eran mas que juguetes que se ofrecen á los niños para hacerles olvidar el objeto de mas valía que se les ha arrebatado.

La sombra de fueros que les dejara el segundo Felipe, el nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou, se la reba tó mas tarde.

Partidaria Zaragoza del archiduque Carlos de Austria, mostróse tan encarnizada enemiga de Felipe V, que este no pudo menos de vengar en ella, el último desastre del 20 de agosto de 1710, del cual en otro lugar hicimos mencion.

Ligada ya la suerte de Zaragoza á la del resto de la nacion, adormecida por completo sobre sus pasadas glorias, viviendo solamente en el mundo de los recuerdos, en el presente siglo halló en ellos poderoso incentivo para llevar a cabo heróicas hazañas con que trazar una de las mas grandes páginas de esa sublime epopeya, que en nues tra historia contemporánea se conoce bajo el nombre de Guerra de la Independencia.

XC.

Zaragoza moderna.-1808 y 1809.

Llegamos á la página mas brillante que registra la historia de la inmortal Zaragoza. Epopeya sublime, escrita con la sangre de sus esforzados hijos durante largos dias, los memorables sitios de la ciudad heróica, constituyen indudablemente los mas preciados laureles de su imperecedera diadema.

La perfidia francesa habia triunfado en Madrid.

El 2 de mayo de 1808, Napoleon arrojó la máscara con que se encubria y mostró á la nacion la suerte que la reservaba.

Y el pueblo español, abatido, enervado, sin direccion, sin fuerzas, aceptó el reto que tan audazmente acababa de hacérsele.

Y cada hombre fue un soldado, y cada soldado un capitan, y cada casa un fuerte, y cada fuerte una fortaleza inexpugnable.

A falta de murallas, habia nobles pechos que resistian el formidable empuje de las aguerridas huestes del soldado de las Pirámides.

A falta de armas, habia sobra de valor para arrebatárselas al enemigo.

Y la guerra de exterminio, sin tregua, sin cuartel, encarnizada, sangrienta, quedó declarada entre un pueblo inerme y sin recursos y un atrevido conquistador que improvisaba ejércitos al mágico esfuerzo de su voluntad.

Zaragoza no pudo resistir al grito de libertad é independencia que acababa de resonar de un extremo á otro de la Península.

Agítanse las masas, piden armas, niégalas el general Guillelmi y es arrestado por el pueblo que le conduce prisionero al castillo de la Aljafería.

Al dia siguiente ya tenian los zaragozanos su caudillo.

Palafox, el hijo menor del marqués de Lazan, acababa de llegar huyendo desde Bayona, ansioso de compartir la suerte de sus conciudadanos.

Inmediatamente organízanse las masas, y se hacen aprestos para el combate. Lefèvre acaba de apoderarse de Tudela y Tarazona, y se adelantaba hácia Zaragoza. Los visoños soldados empéñanse en cerrarle el paso.

Los campos de Alagon fueron testigos del descalabro de las inexpertas huestes. Mas rehechas en Zaragoza, esperan con impaciencia el momento en que las águilas francesas se presenten ante los muros, formadas en otro tiempo por las águilas ro

manas.

Y llegó el momento. Lefèvre avanzó, sonriendo con desprecio, para retroceder lleno de cólera.

Los zaragozanos habian vencido.

Hé aquí el manifiesto dado al público al dia siguiente:

«Aragoneses: Vuestro heróico valor en defensa de la causa mas justa que puede presentar la historia, se ha acreditado en el dia de ayer con los triunfos que hemos conseguido. El 15 de junio hará conocer á toda Europa vuestras hazañas, y la historia las recordará con admiracion. Habeis sido testigos oculares de nuestros triunfos y de la derrota completa de los orgullosos franceses que osaron atacar esta capital. Setecientos muertos, un número considerable de heridos, treinta prisioneros, y muchos desertores que se han pasado á nuestras banderas son el fruto de su temeridad. Hemos tomado seis cañones de batallon, seis banderas y una caja de guerra, varios caballos, fornituras y armas, y no debemos dudar en que el ejército que ha entrado en Aragon espiará sus crímenes y quedará deshecho.-Continuad, pues, valerosos aragoneses, con el ardor y noble espíritu de que estais animados. Ved la heróica conducta de las zaragoza

nas, que inflamadas todas del amor á su Patria, su Rey y su Religion, corren presurosas á prestaros todo género de auxilio. En breve se os agregará un sinnúmero de tropas veteranas, que envidiosas de vuestras glorias y deseosas de tener parte en ellas vienen corriendo á marchas dobles.

«Mientras tanto, vosotros todos, clero, comunidades, madres de familia y demás ciudadanos, que ya, concurriendo personalmente al combate, ya proveyendo de todo á vuestros conciudadanos, habeis contribuido tan eficazmente á conservar la capital de vuestro reino y la dignidad de la nacion; seguid fervorosos vuestras oraciones al Todopoderoso, é interponed la mediacion de su augusta y santísima Madre del Pilar; nuestra protectora, para que bendiga nuestras armas y afiance nuestras victorias, exterminando del todo al ejército francés.»>

Lefèvre estaba absorto.

Habia dicho que entraria en la ciudad á pesar de los estúpidos paisanos que la defendian, y no solamente no habia podido conseguirlo, sinó que habia sido derrotado. Y sus parlamentos, intimando la rendicion, eran contestados por el «Zaragoza no sa«be rendirse,» del inflexible Palafox.

Un dia trató el francés de aprovecharse de la explosion del almacen de pólvora establecido en el Seminario.

Pero los zaragozanos, sin arredrarse ante el cuadro de desolacion que semejante hecho ofreció á su vista, corren á las trincheras y rechazan al enemigo.

El siguiente documento se publicó á continuacion de este suceso para calmar los ánimos sobrecogidos por semejante catástrofe.

«<Zaragozanos: Vuestro celo por la causa de la Religion, de la Patria y del Rey, de que habeis dado pruebas tan repetidas, ha podido exaltarse en los primeros momentos de los incidentes de esta tarde, inseparables de las ocurrencias de la guerra, pero despreciables por sus resultas, supuesta la abundancia de pólvora de que estamos surtidos. La suprema Junta, cuanto se complace é interesa en ver los patrióticos sentimientos y tranquilidad pública; otro tanto espera de vuestra sumision y deferencia á las leyes y autoridades constituidas que, penetrados todos del ardor y vigilancia de estos magistrados, depositarios de vuestra confianza, en cuyas manos habeis puesto la salud de la patria, oiréis dóciles sus voces paternales, entraréis tranquilos en el seno de vuestras familias, acudiréis puntuales à vuestros talleres y ocupaciones diarias, persuadidos de que esta Junta ha tomado las mas vivas y enérgicas providencias para que el enemigo, aun cuando atrevido é inhumano, quiera aprovecharse de esta catástrofe, no logre el fruto de sus bárbaras tentativas; asegurándoos, que en el momento en que sea necesario vuestro valeroso esfuerzo, os llamará á nombre de la patria, á que tengais parte en los laureles que la justicia de nuestra causa, la proteccion de Dios y de su Madre santísima, y vuestro valor á toda prueba prepara á los aragoneses en accion tan gloriosa.

«El órden, la subordinacion, la fraternidad, y una union íntima de sentimientos nos ha de producir y proporcionar incalculables ventajas. La posteridad admirará el valor que desplegásteis en las críticas circunstancias del dia 15, y contemplará con res

peto la serenidad de ánimo que la Junta os encarga y exige en las tristes ocurrencias del 27 de junio. Corresponded á tan lisonjeras esperanzas y no temais á los enemigos. El ciudadano virtuoso viva tranquilo en medio de su familia, y el culpable tiemble á vista de la espada de la justicia, que sin remedio va á descargarse sobre su cabeza.-Zaragoza 27 de junio de 1808.-El marques de Lazan.»

Pero si grande era la decision de los zaragozanos no era menor la de los franceses, que irritados ante una resistencia, á que no estaban acostumbrados, renovaban sin cesar sus ataques.

Mas donde los muros se derrumbaban al empuje de los proyectiles, aparecian los pechos de los valientes hijos de Zaragoza.

Donde faltaban los hombres para servir las piezas de artillería aparecia una Agustina de Aragon que barria las espesas filas francesas con la metralla de la pieza que servia.

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Sus soldados sucumbian y Zaragoza seguia resistiéndose.

Arrepentíase de sus imprudentes frases, arrepentíase de haber tratado de apoderarse de aquel pueblo de héroes con un puñado de soldados, y no tuvo mas remedio .que abatir su orgullo y demandar refuerzos.

Verdier acudió en su ayuda.

Fuerzas considerables llegaron en auxilio de la hueste sitiadora.

Mas no por eso se entibió el ardor de los defensores de Zaragoza.

Por el contrario cobró nuevo brio.

El bombardeo habia comenzado; hundiéndose con estrépito los edificios; pero bajo sus escombros no quedaba sepultada la indómita bravura de sus habitantes.

Y no solamente peleaban los zaragozanos detrás de sus trincheras.

En sus frecuentes salidas, llevaban el espanto y la confusion entre los soldados de Austerlitz y Jena.

Hé aquí un parte diario de operaciones, escrito por uno de aquellos valientes, en el cual están magistralmente descritos algunos de los sangrientos episodios.

«Excelentísimo señor.-D. Mariano de Renovales, sargento mayor de caballería y comandante de la puerta de Sancho, á V. E. expone: Que en vista de la gacetilla extraordinaria de ayer y que V. E. desea tener una noticia individual de los comandantes de las puertas, expresando los ataques que han sufrido, oficialidad y soldados de su mando que se hayan distinguido, caeria en la nota de omiso y faltaria á los deberes de mi obligacion si no relacionase á V. E. el pormenor de las ocurrencias que ha habido en las puertas de mi mando desde el dia 15 del pasado, en que sufrimos el primer ataque. Dia 15 de junio. Hallándose los enemigos en la puerta del Carmen y cuartel de caballería, salí por la puerta del Ángel, di la vuelta al puente de San José, tomé en ella como ciento y cincuenta hombres, paisanos, que voluntariamente me quisieron seguir; dí la vuelta por detrás del olivar á pasar el puente de la Huerva; gané las esquinas de la torre del Pino, y otra que está contigua; se me reunieron otros tantos paisanos de la puerta de Santa Engracia, les rompi un fuego violento por su derecha, hasta que, atropellados por su caballería y artillería nos hicieron retroceder hasta la puerta de Santa Engracia, desde donde los rechazamos al momento con nuestra artillería, y les cargamos en su retirada con dos cañones haciéndoles dejar desde aquel distrito al de Capuchinos tres banderitas, ó guias de línea, un tambor de guerra, cuatro piezas de artillería y cinco prisioneros. En el mismo momento traté de preparar la puerta del Cármen y ponerla en punto de defensa. A la media noche me relevó un capitan por orden del señor teniente de rey, y presentado á dicho señor en aquella misma hora, me mandó fuese de comandante á la de Santa Engracia me mantuve hasta el dia 19 que me mandó á esta de Sancho, el señor inspector. Estos dos señores saben lo que en aquellas trabajé, y de consiguiente en esta.-Dia 24. A las tres de la mañana fue atacada una descubierta de cincuenta hombres, al mando del sargento primero de fusileros del reino Mariano Bellido, despues de una vigorosa defensa: á las diez de dicho dia fuí reforzado por noventa fusileros, al mando de D. José Laviña y D. Pedro Gambra, quienes los contuvieron y desalojaron de la torre de Santo Domingo; pero viendo el enemigo retroceder su gente, cargó en mas número sobre estos, durante cuyo tiempo reuní cien hombres del tercio de Tauste, al mando del capitan D. Juan Mediavilla, y con un violento, salí á la cabeza de los nuestros; les contuve el fuego desde las diez hasta la una, que cargando por la izquierda un escuadron de granaderos enemigos, con ánimo de cortarme la retirada, tuve por conveniente usar de ella, habiéndole muerto al enemigo veinte y tantos hombres y porcion de heridos, siendo de nuestra parte la pérdida de cuatro hombres muertos y once heridos.—El 26 á la

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