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Por el indicado manifiesto, se arrojaba á la frente de aquellos preclaros patricios la ignominia de que sus actos no tuvieran ningun valor ni efecto ahora, ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitaran de en medio del tiempo.

Y á la par que esto decia el Monarca en otro lugar consignaba, que aborrecia el despotismo ofreciendo gobernar con Cortes legitimamente congregadas.

El regente, cardenal de Borbon, recibe la órden de dirigirse á su diócesis de Toledo, el ministro de Estado, D. José Segundo, es destinado á Cartagena; y los regentes Agar y Ciscar, y los ministros Alvarez Guerra y García Herreros, y los diputados mas eminentes, los mejores patricios, los que mas importantes servicios habian prestado, son encarcelados y conducidos á los presidios ó á los destierros de África.

El estado de la Hacienda era muy triste, tanto por los cuantiosos sacrificios hechos durante la pasada guerra, cuanto por estar encargada su gestion á manos inhábiles.

Seis largos años pasaron así, teniendo que reprimir sublevaciones y motines promovidos por los afectos á la Constitucion, que á pesar de todos sus defectos, simbolizaba el patriotismo y el esfuerzo popular.

El dia 1.o de enero, D. Rafael del Riego proclama en las Cabezas de San Juan la Constitucion de 1812: siguele el batallon de que era comandante, y el 11 de marzo, despues de una correría de tres meses, disuélvese la hueste constitucional, cuando mas asegurado estaba su triunfo.

Insurrecciónose Galicia, poniéndose al frente de la Junta constitucional D. Pedro Agar, uno de los antiguos regentes, y el grito de libertad llega hasta Zaragoza.

La ciudad de los fueros, la ciudad cuyas piedras estaban regadas con la sangre de tantos mártires de la libertad y de la independencia, responde inmediatamente; el antiguo ministro de Hacienda, D. Martin Garay, es nombrado presidente de su Junta, y Fernando VII no tiene otro remedio que jurar la Constitucion.

No es nuestro propósito, ni las condiciones de nuestra publicacion nos permiten hacer un estudio detallado de toda esta época, origen y principio de las lamentables divisiones que hoy tocamos; por lo tanto pasarémos por alto todas aquellas escenas, consecuencia inmediata de una situacion violenta.

Un partido, que de repente habia pasado desde las prisiones al poder, fácilmente se desvanece, y hubo desmanes y desacatos; imprudentes manifestaciones, que ofendieron altas y respetables instituciones; lastimáronse antiguos intereses, y todos los hechos subsiguientes al movimiento constitucional de 1820, fueron preparando la espantosa reaccion de 1823.

La Santa Alianza tampoco podia mostrarse deferente con el movimiento iniciado en España y seguido en Nápoles, en el Piamonte y en Portugal, y el suelo que no pudo hollar el francés mas que por medio de la fuerza, despues de haber empleado el dolo y la traicion, vese en aquellos dias llamado por los mismos naturales.

El dia 30 de setiembre era todavía Fernando VII rey constitucional, y en tal sentido se dirigia á sus súbditos. El dia 1.° de octubre era otra vez el mismo rey absoluto de 1814.

Pero llegó un dia en que la pragmática sancion de Cárlos IV púsose en vigor, y un nuevo porvenir vislumbró España en el futuro reinado de la princesa Isabel.

No es nuestro ánimo entrometernos á detallar aquel misterioso drama, representado en una alcoba del palacio de la Granja, donde luchaban los defensores de D. Cárlos por separar de las sienes de la tierna princesa la corona de su padre, ni la actitud enérgica y atrevida de otra infanta, que rasgó en mil pedazos el testamento arrancado al moribundo Rey. Son muy reducidos los límites de esta reseña, y nos alejaríamos demasiado de nuestro propósito.

XCIV.

Reinado de Doña Isabel II.

Con la muerte de Fernando VII iba á comenzar en España un nuevo período de resultado incierto.

Dos contendientes habia que trataban de disputarse encarnizadamente aquel solio

vacante.

Apenas Isabel II posó su tierna planta en el trono, tropezaron sus piés con la sangre que comenzaba á derramarse en los campos de batalla.

Los carlistas habian empuñado las armas para defender los derechos de su jefe, y ya era inevitable la lucha.

La guerra civil comienza furiosa, encarnizada, terrible.

No son dos enemigos los que se combaten, sino dos ideas, dos principios.

Las provincias españolas vénse de nuevo devastadas por aquellas huestes que nada respetan, y que se hacian una guerra sin cuartel.

Siete mortales años dura esa infausta campaña, y durante ellos, las terribles leyes de la guerra despoblaban nuestro suelo, esquilmaban nuestros campos y empobrecian de una manera lastimosa nuestra poblacion.

Zaragoza, como las demás ciudades españolas, mas todavía, por ser esencialmente agricola, sufria un mal estar extraordinario.

Una madrugada, era el 7 de marzo de 1838.

La hueste carlista, mandada por el brigadier D. Juan Cabañero, auxiliada por algunos, aun cuando pocos, partidarios que residian en la poblacion, penetró en la ciudad esperando dominarla por la sorpresa.

Pero, necio error.

Apenas se aperciben los heróicos zaragozanos de lo que sucede, recuerdan que todavía circula por sus venas la sangre de los valientes patricios de 1808 y 1809, y sin entretenerse á contar sus enemigos lánzanse al combate con el mayor entusiasmo. Terrible fue el escarmiento que sufrieron los carlistas.

Cuatro batallones y otros tantos escuadrones llevaba Cabañero, componiendo un total de tres mil infantes y doscientos cuarenta caballos, y de ellos, segun los datos ofi

ciales, dejaron en la heróica ciudad doscientos diez y siete muertos y sesenta y ocho heridos, con mas veinte y nueve jefes y setecientos cinco indivíduos prisioneros.

Por su parte los zaragozanos tuvieron doce muertos, cuarenta heridos y cincuenta y tres prisioneros, que mas tarde fueron cangeados.

Una nueva página de gloria habia añadido Zaragoza á las que ya constituian su historia.

La noble ciudad, obtuvo por este hecho el uso de corbatas en sus banderas de la Órden militar de San Fernando, una corona cívica para su escudo, y una cruz de distincion y el dictado de siempre heroica.

Con el Convenio de Vergara, Zaragoza dió comienzo á la obra, que, como las demás provincias, habia estado en suspenso durante un buen número de años.

Dió los primeros pasos para entrar de lleno en las vias del progreso y del adelanto, y fomentando su agricultura, base principal de su riqueza, trató de recobrar su antiguo poder y su bienestar.

Mas ¡ay! que la sangre española se hallaba contaminada ya, segun expusimos en otro lugar, por aquel vírus emponzoñado de los odios políticos y de las divisiones de partido; y los movimientos de 1811, de 1843, de 1848, y tantos otros como se han seguido, alcanzaronla y la hicieron tomar parte en mayor ó menor escala.

En 1854, en el mes de febrero, ensangrentáronse sus calles con fratricida lucha. El brigadier Hore, al frente de las fuerzas de su regimiento, púsose contra el Gobierno del conde de San Luis, y fué á encontrar la muerte en las cercanías de la plaza de la Seo.

Despues¡ cuántos trastornos, cuántas convulsiones políticas no ha sufrido la siempre heróica Zaragoza!

Quiera el cielo que tan desdichadas páginas hayan tenido ya un término, no solamente para Zaragoza, sino para el resto de España, pues únicamente en medio de la paz y de la tranquilidad pueden desarrollarse y fomentarse los particulares elementos de prosperidad que cada localidad encierra, y que constituyen la riqueza general de la nacion.

XCV.

Los Mártires del cristianismo en Zaragoza. - Santiago el Mayor.

No menos interesante que la historia civil de la capital que estamos visitando, es su historia religiosa.

Al recorrer sus templos, hemos tocado ligeramente alguno de aquellos esforzados guerreros del Cristianismo, que hijos de Zaragoza, entregaron gustosos sus vidas, en defensa de la religion que sustentaban.

Permitasenos, que aun cuando poco, nos detengamos siquiera un breve espacio, para ocuparnos de esas brillantes etapas del Cristianismo, en la capital del reino aragonés.

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Tiberio imperaba en Roma.

Con la muerte de Augusto la poblacion que á él se lo debia todo, tuvo una gran pérdida, y no solamente fue César Augusta, la que hubo de llorar la muerte de aquel Emperador, fue la España toda, que á la tolerancia, al interés y á la prudencia de Augusto, vió suceder la rapacidad, las crueldades y las infamias de Tiberio.

Quince años hacía á la muerte de Augusto, que en un mísero establo, habia nacido el que mas tarde habia de entregar su vida por la redencion de la humanidad.

Mas aficionado Tiberio á los placeres que á procurar la felicidad de aquellos pueblos, que Roma sujetara á su dominio, necesitaba oro para sus excesos, y envió á España dos prefectos que procuraron dejar cumplidamente satisfechas las venales aspiraciones de su señor.

Vivió Sereno, prefecto de la Bética y Lucio Pison, de la Tarraconense, fueron los encargados de exasperar de tal modo al pueblo ibero, que bien pronto, al grito de venganza, insurreccionáronse las provincias españolas, haciendo necesario que el Senado enviase al procónsul de África Julio Beso, á fin de que, mas por la dulzura y la templanza, que por la fuerza, tratara de calmarles.

Uno de estos dos, el primero, fue depuesto; pero el segundo continuó impunemente sus depredaciones, hasta que un dia un labriego de Castilla la Vieja encontrándole solo en medio de un bosque, le mató.

El labriego antes que pasar por la vergüenza de ser juzgado por los romanos se quitó la vida, y de esto tomó pretexto Tiberio, para inaugurar una nueva era de persecuciones contra los desdichados españoles.

Precisamente en estos momentos derramaba su sangre en el Gólgota el divino Mártir que viniera al mundo para redimir á la humanidad.

Doce discípulos dejaba, doce apóstoles de su doctrina que todo lo habian abandonado por seguirle, y que esparciéndose por el mundo en virtud de las celestes disposiciones habian de difundir por todas partes, las nuevas máximas que tan radical y poderoso cambio habian de producir.

Ningun peligro les arredraba.

Su Maestro les habia acostumbrado á despreciarlos, y bien podian ellos arrostrar la muerte cuando Jesús no habia vacilado un momento en entregar su vida por la salvacion del hombre.

Todas sus necesidades estaban cubiertas.

ΕΙ

que habia procurado proporcionar sustento á los pajarillos, tambien se lo proporcionaria á los que por Él, iban á emprender una trabajosa peregrinacion.

Aquellos doce valerosos propagadores de las divinas luces, perdiéronse por los desiertos arenales de África y por los frondosos campos de la Europa, confiando solamente en la bondad de Dios y sin otro guia que la voluntad de Aquel á quien servian.

Al llegar á este punto no podemos prescindir y creemos que con ello complacerémos á nuestros lectores transcribiendo algunos párrafos de una bellísima leyenda que, respecto á la venida de Santiago el Mayor á Zaragoza, escribió nuestro amigo D. Joa

quin Tomeo y Benedicto en su historia de aquella ciudad, y que por la índole especial de la obra en que se halla, no creemos sea muy conocida :

«Era una noche de noviembre.

El viento silbaba por las tortuosas callejuelas, remedando los bramidos de un leon ó los gemidos de un moribundo: una lluvia menuda, pero helada, se desprendia de las negruzcas nubes, que habian ocultado á la luna como envidiosas de sus resplandores.

El silencio y soledad reinaban en la ciudad, solo interrumpido por el chocar de las armaduras de alguna patrulla romana.

En una casa de pobre apariencia, sita no léjos del muro, y en una especie de patio de la misma que, segun la forma, servia á la vez de cocina y dormitorio á sus habitantes, se hallaba sentado sobre un tosco asiento un hombre que al parecer frisaria en los treinta años.

Su rostro pálido y desencajado, sus ademanes y demás, hacian comprender que se miraba afligido por una desgracia, siendo su causa la pobreza que al parecer le rodeaba.

Con efecto, dos banquillos de madera y otro un poco mas alto que servia de mesa, un gran fajo de paja que revelaba ser el lecho del huésped y un destartalado hogar, donde humeaban unas astillas de verde leña, eran el solo adorno de la habitacion, si se exceptúan unos raros instrumentos de hierro á manera de cuchillos y dos ó tres cacharros de tierra esparcidos por el suelo junto à unos pedazos de toscas pieles y rollos de cuerda.

El vestido del único personaje que, como ya hemos dicho, se veia en la habitacion, no desdecia en nada á la pobreza de ella; una túnica de lana burda hasta la rodilla, y unas viejas sandalias eran todo su traje.

Apoyado el codo sobre la mesa, y con una inmovilidad de estatua, en el semblante de aquel hombre se pintaba el sufrimiento con todos sus colores.

Sus ojos negros y hermosos, pero medio apagados, brillaban de vez en cuando con un rayo de ferocidad que estremecia, ó daban paso á alguna lágrima fugitiva que rodaba por sus mejillas hasta perderse en su poblada barba.

El viento agitaba con furor la puerta de la casa, y á sus bramidos solo se unia el chasquido producido por la leña del hogar al querer encenderse.

Una tea iluminaba la habitacion.

Aquel hombre rodeado de tanta humildad y respirando amargura, era un infeliz siervo condenado tal vez por su suerte á la mendicidad. Su nombre era Teodoro, su oficio coriario, ó sea fabricante de sandalias, pero oficio que no le bastaba para su sustento desde que la desgracia habia tendido sus alas sobre su chozuela.

Teodoro acababa de perder á una esposa querida cuya larga enfermedad, agotando sus pequeños ahorros, le precipitaba en la senda de los mendigos.

-¡Los dioses son testigos de mi sufrimiento!-murmuraba el infeliz coriario sordamente. ¡Ellos lo ven, y sin embargo mis fuerzas se acaban; ella, solo ella me las presta!

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