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Modesta era la casa que habitaban (1) así como modesta era la existencia que llevaban.

Durante el dia, cada uno de ellos se ocupaba en los trabajos, con cuyo producto atendian á su subsistencia.

Cuando la noche comenzaba á extender su manto sobre la tierra, aquella pequeña colonia salíase por las riberas del Ebro á solazarse algunos momentos.

Entonces Santiago tomaba la palabra.

El reposo de la noche, la luna que rielaba sobre las aguas del caudaloso rio, el perfume de las campiñas, los melodiosos cantos de las aves, aquella sublime armonía con que la naturaleza entera parecia cantar las alabanzas del supremo Hacedor, inspiraban forzosamente al hijo del Zebedeo.

Y salian de sus labios conceptos celestiales que derramaban la paz y la quietud y la alegría en los corazones de sus oyentes.

Nadie podia espiarles, ni nadie, por lo tanto, perseguirles.

Así era que respiraban tranquilos, y al abrigo de esta paz, íbanse cada dia fortificando mas aquellos valerosos obreros del Cristianismo, en la fe, por la que mas tarde habian de entregar su vida gustosos y satisfechos.

Era una noche purísima y serena.

Como las anteriores, Santiago y sus discípulos habian salido á practicar sus cotidianos ejercicios.

El canto del gallo acababa de anunciar la media noche.

Los discípulos de Santiago, bajo la influencia de aquellas tibias y perfumadas brisas despues de haber dedicado mucho tiempo á sus oraciones y á sus pláticas cristianas, tendidos sobre el menudo césped fueron quedándose dormidos.

Únicamente el Apóstol velaba.

Tal vez en aquellas estrellas que en el firmamento brillaban, buscaba la que habia de servirle de guia en su incesante peregrinacion.

Tal vez repasaba en su mente las postreras frases que la Vírgen, Madre del Salvador, le dijera cuando fué á despedirse para dar comienzo á su mision.

De pronto, escucha suavísima armonía, conjunto de celestiales voces, y su asombrada vista sepárase del cielo para buscar en la tierra el lugar de donde salia. A corta distancia, sobre un pilar de piedra y rodeada de angelicales coros, distingue á la Virgen que en él fijaba su mirada, conjunto de todas las bondades. El hijo del Zebedeo cae de rodillas derramando lágrimas de placer.

Un códice membranaceo, que, segun el P. Croisset se conserva en el archivo de la santa Catedral de Zaragoza, refiere esta piadosa tradicion en los términos siguientes: Dejemos á la tradicion que hable, que mas hondamente que nuestras frases, han de conmover á nuestros lectores, aquellas líneas con tanta fe escritas, como con tan piadoso respeto conservadas:

(1) Ya nos hemos ocupado de ella al hacer nuestra visita al templo del Pilar.

Dice así:

«Despues de la pasion y resurreccion de nuestro Salvador Jesucristo, y de su ascension á los cielos, quedó la piadosísima Virgen encargada al cuidado del Apóstol y de san Juan Evangelista. Con la predicacion y milagros de los Apóstoles crecia en Judea el número de los discípulos, y enfurecíanse los pérfidos corazones de algunos judíos, en tanto grado, que movieron una persecucion grande contra la iglesia de Jesucristo. A pedrearon á san Estéban, y quitaron la vida á otros muchos; por lo cual les dijeron los Apóstoles: A vosotros debia predicarse primeramente la palabra de Dios, pero por cuanto la habeis rebatido y os habeis hecho indignos de la vida eterna, hé aquí que nos convertimos á las gentes. De esta manera, esparcidos por el universo, segun el mandamiento de Jesucristo, predicaron el Evangelio á todo hombre cada apóstol en la porcion que le habia tocado. Al tiempo de salir de Judea cada uno obtenia la licencia У bendicion de la bendita y gloriosa Vírgen.

<«<Entre tanto por la revelacion del Espíritu Santo, el bienaventurado Santiago el Mayor, hermano de Juan é hijo de Zebedeo, recibió un mandamiento de Cristo para ir á predicar el Evangelio á las provincias de España. Al punto el santo Apóstol, yendo á la Vírgen, y habiéndola besado las manos, le pedia con lágrimas en los ojos que le diese su licencia y su bendicion. Respondióle la Vírgen: Vé, hijo, cumple el manda– miento de tu Maestro, y por Él te ruego que en aquella ciudad de España en que mayor número de hombres conviertas á la fe, me edifiques una iglesia á mi memoria, segun yo te lo manifestare. El bienaventurado Santiago, saliendo de Jerusalen, vino á España predicando, y pasando por Asturias, llegó á la ciudad de Oviedo, en donde convirtió uno á la fe. De esta manera, entrando por Galicia, predicó en la ciudad de Padron; de allí volviendo á Castilla, llamada España la Mayor, vino últimamente á España la Menor, que se llama Aragon, en aquella region que se dice Celtiberia, en donde está situada la ciudad de Zaragoza, á las riberas del rio Ebro.

«En esta ciudad, habiendo predicado Santiago muchos dias, convirtió á Jesucristo ocho varones; con los cuales trataba de dia del reino de Dios y por la noche salia á la ribera del rio para tomar algun descanso en las eras. En este sitio dormian un rato, y despues se entregaban á la oracion, evitando de esta manera ser perturbados por los hombres y molestados por los gentiles. Pasados algunos dias estaba Santiago con los dichos fieles, á eso de media noche, fatigados con la contemplacion y la oracion. Dormian los ocho discípulos, el bienaventurado Santiago oyó á la hora de media noche unas voces de Ángeles que cantaban: Ave Maria, gratia plena, como si comenzasen el oficio de Maitines de la Virgen, con un dulce invitatorio; y poniéndose inmediatamente de rodillas, vió á la Vírgen, Madre de Cristo, entre dos coros de Ángeles, sentada sobre un pilar de mármol. El coro de la celestial milicia angélica acabó los Maitines de la Vírgen con el verso Benedicamus Domino.

«Acabado esto, María santísima con rostro halagüeño llamó á sí al santo Apóstol, y con mucha dulzura le dijo: Hé aquí, Santiago, hijo, el lugar señalado y destinado para mi honor, en el cual por tu industria se ha de construir una iglesia en mi memoria: mira bien este pilar en que estoy sentada, el cual mi Hijo y Maestro tuyo le trajo de lo alto por ma

nos de Ángeles, al rededor del cual colocarás el altar de la capilla. En este lugar obrará la virtud del Altisimo portentos y maravillas por mi intercesion con aquellos que en sus necesidades implore mi patrocinio, y este pilar permanecerá en este sitio hasta al fin del mundo, y nunca faltarán en esta ciudad verdaderos cristianos. Entonces el apóstol Santiago, regocijado con una alegría extraordinaria, dió infinitas gracias á Jesucristo y á su santísima Madre; é inmediatamente aquel ejército de Ángeles, tomando á la Señora de los cielos la tornó á la ciudad de Jerusalen, y la colocó en su aposento; porque es aquel ejército de miles de Ángeles que envió Dios á la Virgen en la hora que concibió á Cristo para su custodia, para que la acompañasen de continuo y conservasen á su Hijo ileso.

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«Alegre el bienaventurado Santiago con una vision y consolacion tan maravillosas, comenzó inmediatamente à edificar una iglesia en aquel sitio, ayudándole para ello los ocho que habia convertido. La referida Basílica es de cási ocho pasos de latitud y diez seis de longitud, y á la cabecera de la parte del Ebro tiene el referido pilar con un altar, y para servicio de esta iglesia, ordenó el bienaventurado Santiago de presbítero á uno de los sobredichos, el que le pareció mas idóneo. Habiendo consagrado despues la referida iglesia, y dejando en paz á los cristianos se volvió á Judea, predicando la palabra de Dios. Á esta iglesia la dió el título de Santa María del Pilar y es la primera iglesia del mundo dedicada al honor de la Virgen por las manos de los Apóstoles, etc.»

¿Qué mas podrémos añadir nosotros á esta santa tradicion?

Humilde capilla formaron los nueve cristianos en aquel sitio.

Toscos y sencillos adobes la formaron. Débiles fueron los primeros muros, mas sin embargo, tal era la prodigiosa virtud que encerraban, tan grande el tesoro que en su recinto se hallaba, que ante ellos se detuvieron aquellas feroces hordas del Norte, aquellos bárbaros suevos y vándalos, que todo lo llevaban à sangre y fuego.

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Huracanes terribles pasaban rebramando á su alrededor, encrespadas olas de aquel hirviente mar de pasiones desenfrenadas fuéron á besar mansas y tranquilas aquellos ligeros muros que cobijaban el santo Pilar.

Mas tarde, los sectarios del Islam, los defensores de una falsa religion que deseaban por donde quiera hacer que ondease triunfante el estandarte del Profeta, que derriba-` ban templos para erigir mezquitas, llenos de extraño respeto, no solamente no se atreven á reducir á escombros el ya mas fuerte templo del Pilar, si no que ni aun tratan de impedir que los cristianos rindan culto á la Vírgen, objeto particular de su devocion. Aun el mas incrédulo forzosamente ha de confesar que solo á una milagrosa proteccion, solamente ante la divina esencia, ante aquel pilar por los ángeles guardado, mas que por las fuerzas de los hombres, humillábanse los fanáticos sectarios de las demás falsas creencias, y poseidos de un respeto involuntario sobrecogidos ante la brillante luz que siempre destella la verdad, carecian de valor para hacer sufrir á la iglesia del Pilar la misma suerte que á tantas otras concedieran.

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Habia comenzado la décima persecucion contra los cristianos.

Publio Daciano presidente de la España romana, habia llegado á Zaragoza despues de haber hecho tristemente célebre su nombre en Barcino (Barcelona) y Gerona, y por donde quiera que habia ido, como cruel é implacable perseguidor de los cristianos.

Sus primeros actos en Zaragoza bien demostraban lo que seria despues. Habia á la sazon en la ciudad una noble doncella cristiana llamada Engracia, hallándose discordes los autores, en si era natural de Zaragoza ó si se hallaba en este punto, de paso para el Rosellon, donde debia dar su mano á un poderoso magnate. Los que tal creen suponen su origen portugués.

Bien fuera en clase de servidores que vinieran acompañándola desde el paterno hogar, bien como deudos ó dependientes de su casa, si en Cesaraugusta vivia, tenia diez y ocho cristianos como ella, los cuales fueron las primeras víctimas que cayeron bajo la terrible persecucion de Daciano (1).

Engracia al saber tan terrible nueva, poseida de santa indignacion y sin que fueran bastante á detenerla, ni los ruegos de sus servidores, ni el temor que inspirarle pudiera el feroz sicario de los emperadores Diocleciano y Maximiano, abandona su mansion y corre al palacio donde aquel se hallaba.

Apenas estuvo en su presencia, sin intimidarse por el ostentoso aparato con que Daciano apareció ante ella, reprendióle duramente por el crimen que estaba cometiendo, haciendo alarde de la religion que profesaba.

No se necesitaba tanto para excitar los perversos instintos del Presidente. Ordenó que la prendieran, y despues de haberla azotado hizo que atada á la cola de un caballo fuese arrastrada por la ciudad, como blasfema.

Mas á pesar de tan cruel sentencia no pudo obtener de la jóven la humillacion que exigia.

Procuró entonces vencerla con los halagos, pero inútilmente; la Santa con voz enérgica le dijo, que ni se intimidaba con los tormentos ni cedia á la dulzura; que estaba allí enviada por Dios para reprenderle por sus delitos (2).

Inmóvil y mudo por la misma cólera que le embargaba, quedóse Daciano oyendo á la heróica doncella (3).

(1) Los nombres de los diez y ocho son Optato, Superco, Suceso, Marcial, Urbano, Julia, Quintiliano, Publio, Fronton, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Casiano, Matutino, Fausto y Januario. (2

Croisset, Año cristiano.

(3) Ofendido Daciano por la generosa libertad con que reprendió Engracia sus crueldades, bramando como un leon enfurecido, dió órden á los verdugos de que empleasen en el cuer¡ o de la Santa los mas terribles tormentos, á fin de vengar cumplidamente el desprecio que habia hecho de los dioses imperiales: acometiéronla como lobos carniceros y dislocaron todos sus miembros; luego, segun testifica Prudencio que lo vió, fue despedazada con garfios hasta que todo sa cuerpo fue hecho una carnicería, le cortaron el pecho izquierdo, viéndose las telas del corazon, y asido de las uñas de hierro salió un pedazo del hígado. Engracia en medio de tantos tormentos, constante en su propósito, perseveraba con semblante alegre en la confesion de Cristo, de manera que basta los mismos gentiles confesaban que no era posible tal fortaleza, sin algun milagro. Viendo Daciano que la flaqueza de una pobre mujer tenia el pié sobre su poderio, apurado todo el sufrimiento, mandó que la dejasen así con sus lla

Mas cuando pudo hablar, terribles fueron sus palabras.

Ellas encerraban un mandato cruel, que sus impíos verdugos apresuráronse á eje

cutar.

Engracia fue arrastrada brutalmente al lugar del suplicio donde la martirizaron horriblemente, poniendo finalmente término á su existencia hincándole un clavo en la frente.

El dia 16 de abril, por el año 303 tuvo lugar este hecho, con el cual obtenian los romanos un efecto completamente distinto del que se prometian.

La sangre de los mártires era el poderoso abono, el fecundizante estímulo que hacia crecer de una manera considerable el número de los que abrian los ojos á la verdadera luz.

De cada una de las persecuciones, de cada una de aquellas terribles y sangrientas hecatombes, mas poderoso, mas grande, mas imperecedero se levantaba el Cristianismo.

En vano esperaba Daciano que con los horrorosos castigos que habia impuesto, aterrados los cristianos, apresuráranse á rendir culto à las gentilicas deidades.

Por el contrario, con tanta sorpresa como furor veia que diariamente desertaban de las banderas de los falsos dioses, nuevos adeptos, que corrian á cubrir con creces los claros que dejaran los que acababan de morir.

Discurriendo estaba el medio de hacer un castigo mas ejemplar, y cuando le hubo encontrado, apresuróse á ponerle en ejecucion.

Mandó hacer un pregon, en virtud del cual se ordenaba que todos los cristianos salieran de Zaragoza inmediatamente y fueran á establecerse donde mejor les pareciera (1).

Los cristianos cayeron en el lazo; salieron en gran número de Zaragoza, y cuando mas descuidados caminaban fueron bárbaramente acuchillados por los soldados que Daciano enviara en su persecucion.

gas, à fin de que el dolor prolongado hiciese mas cruel su martirio. Al efecto dispuso que la cubriesen de la cabeza á los piés con una túnica larga, la cual bañada toda de la sangre que manaba de las heridas, se guardaba en tiempo de san Eugenio III arzobispo de Toledo, como testimonio de lo mucho que Engracia habia padecido.

«De esta suerte vivió nuestra santa Mártir, conservándose frescas sus llagas: los dolores muy intensos y agudos que padeció, no hay lengua que los pueda explicar: de modo que, como dice Prudencio, mayor martirio fue el dilatarle la muerte que el dársela; porque vivia con una muerte viva, y cada hora y cada instante revivian y se aumentaban sus dolores. No obstante, el gozo con que llevaba las penas de este nuevo martirio, servian de confusion á Daciano, y á los fieles de estímulo para dar la vida por la misma causa, si fuese menester.

Finalmente mandó Daciano que la hincasen un clavo en la frente, de la cual es prueba el agujero que se ve en la cabeza de la Santa; y en su templo se venera el clavo ensangrentado que se asegura ser el mismo que la atormentó. Pensó el tirano acabar así de una vez con la que tan visiblemente convencia la impotencia de los falsos dioses: mas como no bastase tampoco esta nueva atrocidad para quitarla la vida, avergonzado por fin de verse vencido por una tierna doncella, ordenó á los verdugos que desistiesen de atormentarla. Refiere Prudencio, que aun sobrevivió Engracia algun tiempo á su martirio, con admiracion de cuantos pudieron entender tan asombroso prodigio para mayor confusion de los enemigos de la religion y recomendacion del poder del verdadero Dios que adoran los cristianos. Á lo que se siguió su felicisimo tránsito en la cárcel, en el dia 16 de abril por los años 303, juntamente con el de sus diez y ocho compañeros á quienes el tirano mandó degollar fuera de la ciudad, segun queda referido.»>

De este modo se expresa el P. Croisset à quien tomamos por guia para esta clase de trabajos.

(1) No nos extendemos en esta tremenda catástrofe por habernos ocupado ya de ella al visitar la iglesia subterránea de las Santas Masas.

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