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XCVIII.

Lamberto.

Los martirios llevados á cabo por Daciano, habian producido como en otro lugar hemos dicho sus frutos.

Por cada gota de sangre derramada por los verdugos de Roma, brotaban nuevos creyentes de la verdadera fe.

Lamberto, era uno de ellos.

Los suplicios que habia presenciado, en vez de amenguar su religioso fervor, prestaronle mas poderoso estímulo.

Era el momento, en que los soldados de Daciano, habian cumplido la sangrienta tarea que el gobernador de la España romana les impusiera.

Las cenizas de aquellos mártires, habíalas hecho confundir el tirano, con las de un gran número de criminales, à fin de que los cristianos no pudieran recogerlas, para hacer de ellas un nuevo objeto de culto.

Lamberto, era un sencillo labriego.

Las palabras de aquellos valerosos soldados de Cristo, habian llegado á sus oidos. Sorprendido al principio, atraido despues por aquella doctrina que tan inefables consuelos proporcionaba al que sufre, comenzó á frecuentar las reuniones cristianas, concluyendo por aceptarlas con tanto ardor y con tan extraordinaria fuerza, como antes siguiera el gentilismo.

El amo á quien servia Lamberto rendia culto á las falsas deidades, y desde el momento en que se apercibió de que su criado era cristiano, mortificábale á cada momento, maltratando á los que profesaban aquella religion.

Precisamente en los momentos en que acababa de verificarse la terrible hecatombe ordenada por Daciano, dirigióse el amo hacia el lugar que Lamberto se hallaba trabajando.

Afligido se hallaba este.

Su amo tomó pretexto de su afliccion para increparle, diciéndole :

-¡Por Júpiter! que bien poco ha cundido tu trabajo hoy.

-Pues en nada me entretuve señor, - contestó humildemente Lamberto.
-Mientes, que entretenido te hallas con tu propio pensamiento.

-Pero no dejo de trabajar por ello.

-Si por cierto; te ocupas con demasiado fervor de las indignas supercherías de esos cristianos, y debes comprender, que tu obligacion primera es la de servirme.

-Y así lo hago señor. Tú mismo sabes, si yo he trabajado en tu casa, y si acreedor soy al trato que en estos momentos me das. En cuanto á lo que de supercherías de los cristianos dices, te suplico que no de tan baja manera les juzgues, cuando escudados se hallan por la divina gracia.

122

T. I

-¿Qué quieres decir?

- Que son acreedores á que se les trate con mas respeto porque á nadie insultan, porque á nadie desprecian.

-Hé ahí en lo que pierdes el tiempo; en escuchar sus sediciosas doctrinas.

-Por el contrario señor, esas doctrinas nos muestran el verdadero camino. -¡Desdichado! yo te haré que les abandones, pues ya creo que les escuchaste con demasiada atencion.

-¡ Abandonar la verdadera religion! ¡ cerrar los ojos para no ver la luz verdadera despues que á ella los hube abierto! no lo esperes señor; antes el sol dejaria de calentar la tierra; antes se secaria el caudaloso rio que tanta abundancia esparce por estos campos.

-Silencio siervo, ó juro por los dioses castigar tu impuro labio.

-Mátame si así te place, mas no me obligarás á que reniegue de mi fe.

-Es decir que abandonaste el culto de tus verdaderos dioses.

-De mis falsas deidades querrás decir.

-Calla blasfemo.

-Soy cristiano y no reconozco otro Dios que el grande y misericordioso que presta aliento y vigor á sus criaturas para resistir impávidos todos los tormentos y todas las iniquidades.

-¿Así te atreves á juzgar los mandatos de Daciano?

-De que otro modo puedo hablar de ese sanguinario y horrible proceder con Engracia y sus diez y ocho compañeros.

-Engracia era una miserable criatura que mereció la suerte que obtuvo y sus compañeros una turba de sediciosos embaucadores.

-¡Por piedad señor! ¿á presenciar llegaste el valor y la firmeza de aquella hermosa doncella?

-Aun mas cruel que Daciano, mostrárame yo.

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-Y no comprendiste al ver tan débil cuerpo sufrir con tal entereza aquellos bárbaros tormentos, que habia algo en ello de sobrenatural y poderoso, que solo podia ser inspirado por el que murió en la cruz por los pecados de los hombres.

-Merced á sus hechizos, merced al inicuo pacto que tienen hecho con las deidades infernales, sostiénense los cristianos en esos momentos. ¡Oh! bien hizo Daciano acuchillando sin piedad á todos los que se albergaban en César Augusta.

-Hazaña propia solamente de un tigre sediento de humana sangre.

-¡ Miserable siervo! ¡tu impura lengua osa ofender al enviado de Roma! -Por defender á mis hermanos, por ensalzar la religion que ellos profesaban y que profeso yo, por alcanzar la misma gloriosa muerte que ellos alcanzaron, á todo me atreviera.

-¡Oh! juro por los dioses que yo sabré hacer que te arrepientas.

-Mándame cuanto quieras, mas por el Dios á quien venero te ruego que no pro

nuncies semejantes palabras.

-Desprecio á tu Dios, y en cuanto á tí, obligacion tienes de obedecerme.

-En todo cuanto de mis fuerzas dependa, mas no en lo que puede repugnar á mi conciencia.

-Te mando que vuelvas á la verdadera fe, que rindas culto á nuestros dioses y que abandones una religion que solo entre sombras se oculta por temor á mostrarse á la luz del dia.

-Mas no prosigas señor; tu siervo soy, mandas en mi cuerpo, pero no en mi alma. Esta pertenece a mi Dios, al Dios de los cristianos à quien reverencio y acato, y todos los tormentos del mundo fueran impotentes para hacer que renegase de Él.

--Miserable esclavo, obedece, -exclamó el pagano en el colmo del furor.
-No puedo, que no hay otro Dios verdadero que el mio y no debo abandonarle.
-Mira que tengo tu vida en mi poder.

-Mis hermanos me han enseñado á no temer la muerte, cuando á recibirla voy por mi santa Religion.

-Oye Lamberto, y no me obligues á cometer un acto que mi corazon rechaza. Reflexiona que si persistes en tu necia negativa te expones á morir, mientras que accediendo á lo que te ordeno obtendrás mi estimacion y mejorarás tu estado.

-Perdona señor, si no puedo aceptar lo que me propones. Proclamo muy alto, que soy cristiano, que desprecio los falsos dioses de Roma y que...

Lamberto no pudo proseguir.

Su impio dueño arrebatado de cólera al escuchar aquellas nobles palabras arrojóse sobre el indefenso siervo, y con su propia espada le cortó la cabeza de un solo tajo. Entonces tuvo lugar un hecho portentoso.

El mutilado tronco se dirigió al sitio donde habia caido la cabeza, recogióla entre sus manos y se alejó del campo en que habia estado trabajando, yendo á reunirse con las cenizas de los innumerables mártires, que como en otro lugar hemos expuesto, habia dejado abandonadas el terrible Daciano.

En el mismo lugar donde este maravilloso suceso tuvo lugar, erigióse mas tarde un convento de Trinitarios, en el cual se conservaba un pedazo de zarza, de la que segun la tradicion habia sido plantada por el mismo Santo.

XCIX.

San Valero,

Valerio ó Valero es, sin disputa alguna, de los mas eminentes prelados que ha tenido la Iglesia española.

Supónesele perteneciente á una ilustre familia y natural de Zaragoza.

Ignóranse los primeros años de su vida, mas sus virtudes y su saber y prudencia, nos legaron, de sus postreros años, recuerdos harto preciados.

Grandes debieron ser sus méritos cuando fue elevado á la silla episcopal de CesarAugusta, silla que, como sabemos, habia sido ocupada por tan eminentes varones.

La tartamudez que le aquejaba, impedíale dedicarse á la predicacion, pero Vicente,

su diácono, del cual hablarémos al detenernos en Huesca, sábio y elocuente, suplíale

maravillosamente.

En cambio, ya que este cargo tenia que abandonarlo a otro mas feliz que él, llevábase la palma en la bondad, en la piedad y en el celo con que cuidaba de aquel perseguido rebaño, confiado á su cuidado.

Y de tal modo se aumentaba este, tales progresos hacia, que las autoridades romanas cada vez mas inquietas por aquellos extraordinarios progresos de una Religion, que cuanto mas se la perseguia, alzábase mas potente, decidiéronse por oponer mas severas y terribles penas, cuanto mayor era el número de los prosélitos que hacía la nueva Religion.

Daciano, de quien tanto hemos hablado durante el período que vamos recorriendo, al tener noticia de los efectos que en Zaragoza producian los esfuerzos de Valero y las predicaciones de Vicente, mandó los prendieran y los condujesen á Valencia, donde á la sazon se hallaba (1). ·

Una vez en su presencia reprendióles severamente, y como el Santo prelado no pudiera defender su causa por el impedimento fisico de que ya hemos hecho mérito, ordenó á Vicente que lo hiciera en su nombre.

No era necesario este mandato para encender el ardiente corazon del Santo diácono. Comenzó á hablar y de tal modo enalteció la Religion de Cristo y ultrajó las gentilicas deidades, que Daciano trémulo de furor dió órden de que Vicente fuese terriblemente martirizado y de que Valero saliese desterrado, con prohibicion absoluta de regresar á su diócesis.

Obedeció aun cuando con profundo dolor Valero la órden del impío, y retirándose á un pueblo en las cercanías de Barbastro, edificó un templo en honor de su diácono Vicente, y allí le encontró la muerte en medio de los mas sublimes ejercicios de piedad y de penitencia por los años de 315.

(1) En estos términos refiere el P. Croisset este episodio de la vida del Santo:

«Luego que supo los progresos que Valerio y Vicente hacian en la Religion, les mandó prender, dando órden de que fuesen conducidos á la ciudad de Valencia cargados de cadenas, lisonjeándose que, con las fatigas del camino y malos tratamientos que encargó á los conductores, triunfaria de los dos héroes cristianos que por entonces brillaban en la nacion; pero quedó admirado cuando despues de tan penosa marcha, é incomodidades de la prision, les vió en su presencia tan sanos y robustos, como si jamás hubieran padecido las aflicciones que tanto recomendó.

«Pareció á Daciano que para rendir á los hombres de aquel carácter y reputacion tendria mas eficacia la urbanidad que el rigor, con cuya idea habló primero á Valerio en tono de humanidad, representándole que de justicia pedia su vejez algun descanso y tranquilidad; lo que lograria siempre que obedeciese los edictos imperiales, dirigides á que todos los vasallos del imperio rindiesen veneracion á los dioses: extrañando que ya en su ancianidad procediese contra ellos á pretexto de religion. Ignorais, le añadió, que los que obran así, se exponen á perder la vida, pues los principes del mundo no permiten que se profane el culto antiguo por leyes nuevas é inauditas? Obedece estas superiores órdenes, y mueve con tu ejemplo à que las cumplan tus inferiores, cuando vean que no las desprecia

su pastor.

«Oyó Valerio con impaciencia este doloso razonamiento, y no pudiendo explicarse con la expedicion que deseaba su ardor, á causa del impedimento dicho, convertido á Vicente, le dijo: «Hijo carísimo, responde por los dos en defensa de la Religion de nuestro Señor Jesucristo, por cuyo amor somos dignos de padecer.» Hizolo el Santo diácono con tanto espíritu y elocuencia, que ofendido Daciano de su generosa libertad, y especialmente de que en su presencia tuviese valor de declamar contra los delirios de la idolatria, que descargando sobre él su cólera, se contentó con desterrar á Valerio, ó ya porque consideraba que no lograba ningun triunfo en vencer à un hombre de su avanzada edad, ó por parecerle que á virtud de sus años seria de pocos momentos la eficacia de su predicacion para sostener y alentar á los cristianos, sin la voz viva de Vicente.

«Sintió nuestro Santo en el alma la separacion de su amado diácono; pero siéndole preciso obedecer la providencia del tirano, se retiró á un pueblo pequeño llamado Enate, distante una legua de Barbastro. »

C.

Descanso de nuestros viajeros en Zaragoza.

-Pues señor ya estamos como quien dice, en casa, -exclamó Azara al penetrar en Zaragoza, de vuelta de su corta expedicion á la Almunia.

- Donde segun nuestro itinerario debemos invernar ¿no es así?

-Si señores, aquí pasarémos todos estos meses que son excesivamente crudos para andar por esos caminos, y para marzo, emprenderemos nuevamente la caminata, si es que para entonces no se les ha calmado ya la aficion á viajar.

-¿Quiere V. callar?

- Cada dia me siento mas dispuesto, no solamente á dar la vuelta por España si no á darla al mundo; se entiende, llevando un guia como V.

-Gracias Sr. Pravia.

-Todos mis compañeros de fijo que estarán conformes conmigo.

-Todos.

-Mira Azara,—dijo Castro - cuanto mas amigos mas claros; tú debes comprender que no es lo mismo estar ocho ó diez dias en una casa, que dos ó tres meses, por lo tanto soy de opinion que nos vayamos á la Fonda del Universo.

-Dice bien Castro-exclamaron Sacanell y Pravia.

-¿Cómo que dice bien?—exclamó Azara incomodado- ha dicho, pero muy mal.

-No te incomodes, hombre, no te incomodes; tú mismo comprenderás que en ese tiempo forzosamente hemos de llegar á ser incómodos, porque ya tú ves que no somos nosotros solamente, son nuestros criados y...

-¿Quieres callar?

Si callo no hablaré, y me parece que para esto estamos reunidos.

-Yo tambien opino como Castro.

-Me abandona V. D. Cleto.

-Me parece muy justo y muy razonable lo que dice.

-Vamos, si les oyera á Vds. mi padre, no sé lo que les diria.

-Ya nos escucha su hijo.

-Y su hijo se opone terminantemente á esa tontería dicha por Castro, porque sus amigos no le sirven ni le servirán nunca de estorbo.

-Convénzase V. amigo Azara, de que la amistad y la confianza tienen sus límites tambien, de los que no deben pasarse nunca.

-Que límites ni que niño muerto; yo lo que digo es, que Vds. no saldrán de mi casa en todo el tiempo que hayan de permanecer en Zaragoza, asi como mañana que lleguemos á Jerez no saldrémos de la casa de Castro; en Barcelona, no abandonarémos la de Sacanell y en Santiago, la de ese condenado gallego á quien hemos de comer un riñon en el tiempo que estemos allí.

-Permiso teneis para hacerlo desde ahora,

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