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que se pintaban. A este propósito, creemos interesante reproducir algunos fragmentos de anuncios muy pintorescos que figuraban en El Aviso, diario de entonces y único que hasta fines del siglo XVII se publicó en España (1). Así, entre otros muchos notables, se leían: «A los galanes y damas, tienda del portugués, Puerta del Sol. Se enseñan modos de hacerse lunares, teñir las canas y enrubiar el pelo». Quitadora de vello, junto al Buen Suceso. Papel para dar colorido á las mejillas... Tiene carboncillos para pintar las cejas.» «Vicente Simón, calcetero, al lado de la cárcel de la Villa. Calcetas de hilo con algodón, que hace buena pierna. Se enseña el modo de ponérselas para que no se conozca que hay relleno. Ahuecadores de quatrò varas y no más por no permitirlo la pragmática.>

Como se ve, todos estos anuncios escritos con procacidad y desenfado reflejan muy gráficamente toda una modalidad de la época.

De todas estas costumbres y modas que vamos transcribiendo, la población rural y la de las villas pequeñas solía vivir bastante alejada.

A pesar del lujo que hemos visto dominaba en los vestidos, los interiores de las casas solían ser modestos y con pocas comodidades. Una moda que ya desde fines del siglo XV y todo el XVI había venido encontrando gran arraigo en la sociedad española, los baños, fué disminuyendo ahora su uso y llegaron á ser perseguidos y combatidos por los moralistas, por los grandes escándalos que en ellos se originaban (2).

Las diversiones más en boga en los tiempos de la Casa de Austria eran: «los bailes, saraos, romerías, máscaras, partidas de campo, juegos de cañas, lanzas y, sobre todo, los toros.> Los bailes llegaron á tener una importancia extraordinaria. Invadieron los teatros, y eran imprescindibles en toda comedia, hasta el punto de que en 1614 se citaba como causa de la dẹca

(1) PALMA: Apéndice á mis últimas tradiciones, páginas 70-76. (2) ALTAMIRA: ob. cit., tomo III, páginas 751 & 32.

dencia del teatro el «no haber buenos autores, ni bailes de mujeres en las comedias», Fueron muy frecuentes los maestros de las- personas particulares, y llegaron á estar muy

bailes para solicitados.

Los carnavales se celebraban con grandes fiestas y bromas, que muchas veces atacaban á la corrección y al buen gusto y al respeto debido á la mujer; así era costumbre, el «colgar rabos y mazas á las mujeres». También debemos recoger la costumbre que figuraba en el ceremonial de la Corte de Carlos I por la que el Monarca debía besar a las damas que se presentaban en las recepciones de Palacio (2).

El trabajo manual era cosa muy abandonada y mirada con general menosprecio, y esto, claro es, que iba en contra de las mujeres de las clases proletarias que se veían sin recursos y sin medios legítimos para conseguirlos. Ya Alejo Venegas, en 1543, al tratar de los vicios propios de España, decía (3): «El segundo vicio es que en sola España se tiene por deshonra el oficio mecánico, por cuya causa hay abundancia de holgazanes y malas mujeres de más de los vicios que á la ociosidad acompañan. Los trabajos de la mujer estaban muy mal retribuídos, sin que bastasen nunca á satisfacer las necesidades más apremiantes para su subsistencia. Por eso, el único camino que à la mujer de clase obrera le quedaba, era la mendicidad ó la pros titución; siendo también una salida, el sumarse al séquito nu. meroso de algún señor poderoso que por vanidad solía admitir á cuantos sirvientes se les presentaban. Ya en 1665, en pleno Cabildo, uno de los Regidores de Sevilla, declaraba lamentando estos males, y refiriéndose á las mujeres, que (+): «La suma necesidad las tiene pidiendo de puerta en puerta por que el trabajo de sus manos no da para el sustento, y otras retiradas en sus casas (viven) sin tener ropas con qué salir á misa...:

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(1) ALTAMIRA: ob. cit., tomo III, ráginas 781 á 32.

(2) Idem íd., tomo III, páginas 731 á 82,

Idem íd., tomo III, pág. 494.

Idem íd., tomo III, pág. 501.

Este estado de abandono de las mujeres artesanas siguió acentuándose durante los últimos tiempos de la Casa de Austria. Los gremios trataron de atajar en parte esta necesidad concediendo <protección & las viudas y huérfanos de Maestros, con otorgamientos de dotes si son hembras» (1). Pero como fácilmente se supone, estas medidas inspiradas en un espíritu de clase no podían ser bastantes á remediar el male-tar y la miseria de las mujeres del pueblo, que siguió tomando un incremento extraordinario.

C) Casa de Borbón.-Expuesto el cuadro general de la vida social de la mujer española durante el período de la Casa de Austria, vamos á presentar ahora, como última parte de la presente sección; las modificaciones que se introdujeron después del advenimiento de los Borbones.

La vida social de la mujer española durante los primeros tiempos en que fué regida por la Casa de Borbón, sigue ofreciendo los mismos caracteres distintivos-en términos generales-que ya hemos dejado anotados al hablar de los períodos anteriores. La mujer en esta época sigue también relegada á un papel secundario, sin que logre hacer descollar su personalidad. Siempre es el padre, el marido, el hermano, el que gobierna y dirige, mientras las mujeres hacen una vida obscura y retraída colocadas en un plano de desigual inferioridad. Por otra parte, toda la sociedad española de la época está dominada igualmente por una nota general de monotonía y tristeza que ya hicieron observar algunos viajeros de entonces (2). Sólo & fines del período, por la influencia extranjera, se modificó este modo de ser con una orientación más abierta y expansiva,

Así se observa en algunas de las obras del teatro de entonces, como, por ejemplo, en El sí de las niñas, donde aparece claramente la lucha entre las dos tendencias.

No obstante la nota general de excesiva modestia y sencillez

ALTAMIRA: ob. cit., tomo III, pág. 434.
Idem íd., tomo IV, pág. 484.

que dominaba en la vida íntima, las fiestas y recepciones públi cas seguían celebrándose con gran estentación. En el vestir también se dejaron arrastrar las mujeres por la tendencia hacia el lujo. Cortaron sus sayas que antes rczaban el suelo, abandonaron el tontillo, cambiándolo por el panier, adoptaron los colores claros y las telas ricas de seda, y en algunos sitios (Sevilla), como excepción, se empolvaron el pelo con harina rubia. Las partes esenciales del nuevo traje femenino fueron las bas quiñas ó faldas de seda, tafetán ó terciopelo, que se ponían por encima de las demás ropas, y la mantilla. Diferentes leyes prohibieron las mantillas bordadas ó guarnecidas de encajes y las basquiñas de color y franjeadas de oro ó plata; pero las leyes no fueron obedecidas. Por lo general, se usaba la mantilla blanca; en algunos puntos, v. gr., Guipúzcoa, sólo la negra. El abanico fué una prenda de uso general en que se desplegó gran lujo» (1).

A fiues del siglo XVIII se dejaron dominar las damas españolas por las modas griegas y romanas importadas con el mar. chamo parisiér. Uaa modalidad también muy característica de los últimos tiempos de esta época, fue el tipo de la maja, que invadió las esferas aristocráticas; «la maja llevaba zapatito escotado, falda corta y ceñida, con gran volante, cuerpo escotado y de manga corta, bordado y mantilla alta con peineta de gran tamaño» (2).

Sin embargo, todas estas modas, exóticas unas, populares, pero exclusivas de Madrid otras, apenas si llegaron a provincias. En las capitales aún encontraron algún arraigo; pero, en general, la mujer del pueblo siguió vistiendo con su trajes típicos, regionales y locales..

La cultura de la mujer española en los primeros tiempos de los Borbones era muy incompleta y deficiente. Los prejuicios y las rutinas sociales mantenían á la mujer apartada de toda ini

(1) ALTAMIRA: ob cit, tomo IV, páginas 436 y sigs. (2) Idem íd., tomo IV, páginas 436 y sigs.

ciativa cultural, sin que preocupase gran cosa el desarrollo de su inteligencia. Un ejemplo gráfico es el hecho de que en la Bi-. blioteca Real no eran admitidas las mujeres «n los días y horas de estudio» (1), sólo podían visitarla en los días festivos y con permiso especial del B.bliotecario. Por todo esto, la Reina Amalia, esposa de Carlos III, pudo escribir hablando de las mujeres españolas: No sabe uno de qué hablar con ellas; su ignorancia es increíbles (2).

En cambio, más tarde, se inició una evolución en sentido contrario, que llegó á producir resultados muy notables; pronto fueron bastantes las mujeres que lograron descollar en la esfera intelectual. Así, en Madrid, se fundó una Junta de damas que se ocupaba en la creación y fomentación de las Escuelas primarias. Y algunas de estas damas, como la Duquesa de Huescar y de Arcos, la Marquesa de Santa Cruz, una de las hijas del General Oñate y la Marquesa de Guadalcázar, fueron recibidas como individuas de número y honorarias en distintas Reales Academias (3). No fueron sólo éstas las únicas mujeres que lograron descollar en este orden de cuestiones: La Marquesa de San Millán hizo cor struir un Observatorio en su casa de Vitoria para mejor cultivar los estudios astronómicos á que era gran aficionada; la Marquesa de Tolosa tradujo del francés libros. educativos y piadosos, entre ellos el Tratado de educación para la nobleza (1796), que le dedicó & Godoy; Doña Josefa Amor y Borbón, que era socia de Mérito de la Real Sociedad Aragonesa y de la Junta de Damas, publicó un Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, en 1790; Doña María Reguera y Mondragón leyó discursos sobre pedagogía en la Real Sociedad de Lugo; Doña Joaquina Tomaseti escribió un tratado político-sociológico con el título de Espíritu de la nación española, y, por último, aunque aún podrían añadirse otros muchos nombres, la propia Reina Doña Bárbara de Braganza fundó un

(1) ALTAMIRA: ob. cit., tomo VI, pág. 334. (2) Idem íd., tomo IV, pág. 315.

(3) Idem íd., tomo IV, pág. 315.

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