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Imagen de Na Sa del Pilar copiada de la que en tamaño

natural mar

Poy en 1857.

PRIMERA PARTE.

CAPÍTULO PRIMERO.

De la devocion á la Vírgen en general y en especial á nuestra Señora del Pilar.

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un católico lec este libro, no considerará inútil este capítulo: si lo toma en sus manos uno que se pretenda filósofo, esto es, hombre fuerte y despreocupado, quizás no deje de encontrar filosóficas las reflexiones que vamos á hacer, y le obliguen á deponer el sobrecejo ó ese aire de compasion, con que desde el trono de su orgullo mira á los que creen, á los que tienen alma y corazon y entrambos los consagran á los objetos religiosos: porque la fe en la Religion Católica es una mezcla de saber y amor: no se puede creer sin amar.

Entre las delicias de la Religion Católica, entre los medios moralizadores que propone, uno de ellos, quizás de los más poderosos, es la devocion á la Vírgen, á la Madre de un Dios humanado. La Vírgen, emblema de la pureza, milagro y última realizacion de la perfectibilidad humana, es un nuevo eslabon entre el cielo y la tierra; entre la pequeñez y miseria del hombre y la sublimidad del Omnipotente. La pura doncella contiene los ímpetus de sus pa

siones, poniendo los ojos en aquella alma inmaculada, que fué destinada ab æterno para ser un vaso de honor y de gloria, la Madre de Cristo, del Verbo encarnado, de Dios hecho hombre: bajo el presidio de tan augusta protectora vence á la naturaleza y presenta ejemplos grandiosos de abnegacion heróica, como los que nos refiere con respecto á Atala el pintoresco Chateaubriand. Las niñas tiernas, las jóvenes inocentes invocan desde sus primeros años á la Virgen (que la Iglesia apellida Reina de las vírgenes en sus letanías), y levantan al cielo sus cándidas manos, mirando como norte para que no naufrague el bajel de su virtud, á ese lucero refulgente, á María, la Madre del Salvador.

La casta matrona mira tambien á la Virgen como su guia, y cuando estrecha entre sus brazos el fruto de un amor ennoblecido por la religion, recuerda que una Virgen fué tambien madre sin perder su pureza, y que gozó las dulzuras de la maternidad, y las ve santificadas por una religion divina, y dirige sus ruegos á la Madre de Dios para que la conserve un hijo querido, diciéndole en sus oraciones, que ella fué tambien madre y que no puede olvidar las amarguras que experimenta la que teme la pérdida de las prendas de su cariño. Pero si las pierde, si la muerte extiende su sombrio velo sobre ellas, si ve aquellos miembros infantiles envueltos en el sudario, todavía su ánimo no decae y ve en la Virgen una madre, que en el cielo les prodigará caricias celestiales, muestras de una inefable

ternura.

El joven fogoso, en cuyo pecho bulle la sangre y ruge el huracan violento de la lascivia y de las malas inclinaciones, se mejora en sus deseos, se purifica en sus aspiraciones sin más que orar á la Virgen, que derrama sobre las almas un bálsamo de devocion, una uncion santa, preparación celestial para la gracia y para la virtud.

El hombre que ha llegado á la ancianidad halla en la

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devocion á la Vírgen su refugio (el refugio de los pecadores), su asilo, porque la considera como una medianera piadosa; y cuando llegan los mortales de todos sexos y edades al trance desastroso de la final disolucion del cuerpo, se someten resignados á este tremendo desenlace, fijando su vista, anublada con las sombras de la agonía, en la Vírgen, que tambien murió, pero que murió para volar al cielo y asentar allí un trono de misericordia en favor de la humanidad miserable. La devocion de la Virgen forma, pues, las delicias de las primeras edades; el sosten de su flaqueza en las épocas tempestuosas de las pasiones, y el consuelo de la ancianidad en los últimos momentos de la vida.

No es extraño, por lo tanto, que esta devocion haya caminado paralelamente con el establecimiento del cristianismo , y que este principio regenerador y civilizador del linaje humano se haya desarrollado desde que la religion del Crucificado comenzó á extenderse sobre el universo.

Atendidas estas miras sublimes de Dios, de la economía de su bondad, nuestro entendimiento se hallará más accesible á admitir la tradicion tan respetable de la venida en carne mortal de la Virgen á Zaragoza, y de que por mandato y órden expresa suya se fundó esa Capilla, que todavía se conserva ahora, y que está recibiendo la adoracion de los fieles por espacio de más de diez y ocho siglos.

Los milagros en tanto son más creibles en cuanto tienen un fin más moral y más beneficioso al linaje humano: y el milagro de la traslacion de la Vírgen á Zaragoza para fundar un templo, para arraigar su devocion, tuvo por objeto establecer la fe sobre bases sólidas, crear un entusiasmo purísimo á favor de la religion cristiana, y enardecer los espíritus con el fervor de un fuego santo que produgese, como consecuencia necesaria, el cumplimiento de los preceptos morales del Evangelio.

No puedo menos de citar las palabras del célebre Cha

teaubriand cuando habla de las armonías morales de la Religion Cristiana (1). «Seríamos, dice este autor entusiasta, dignos de compasion, si queriendo someterlo todo á las reglas de una razon severa, condenáramos con rigor esas creencias, que ayudan al pueblo á soportar los pesares de la vida, y le enseñan una moralidad que no le seria dable aprender nunca en las mejores leyes. Es co-a bien digna de aprecio, digase lo que se quiera, que todas nuestras acciones estén llenas de Dios, y que estemos continuamente rodeados de sus milagros. El pueblo es mucho más sábio que los filósofos. Cada fuente, cada cruz puesta en un camino, y cada suspiro del viento por la noche, trae consigo un prodigio. Para el hombre que tiene fe, es la naturaleza una constante maravilla. Cuando siente un dolor, se encomienda á su pequeña imágen y encuentra alivio. Cuando anhela ver de nuevo á un pariente ó amigo, hace un voto, toma el bordon de peregrino, atraviesa los Alpes ó los Pirineos, visita á nuestra Señora de Loreto ó á Santiago en Galicia: se postra, pide al Santo le devuelva un hijo marinero, errante tal vez por los mares; que prolongue la vida de un padre y salve una esposa querida. Con esto se ensancha su corazon; se restituye á su choza, y cargado de conchas, hace resonar en las aldeas el eco de su caracol, y canta en un sencillo y tierno romance las bondades de María Madre de Dios..... Felices! ; mil veces felices los que creen! No pueden sonreirse sin contar con la duracion perpétua de esta alegría: no pueden llorar sin pensar que van á secarse sus lágrimas; lágrimas que nunca son perdidas, porque la religion las deposita en su urna y las presenta al Eterno Padre..... Los pasos del verdadero creyente no son jamás solitarios. El Angel bueno no se separa de su lado, y le defiende del malo dandole consejos hasta en sus sueños: afectisimo y celestial amigo que con

(1) Genio del Cristianismo, tomo III, lib. 3*, cap. 6.

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