Las mejores poesías líricas de la lengua castellana, escogidas

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H. Holt y compañía, 1910 - 224 páginas

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Página 10 - Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio moro, en jaspes sustentado.
Página 210 - Yo no estoy en un lecho de rosas"; esa América que tiembla de huracanes y que vive de amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
Página 201 - ¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón; que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
Página 11 - Ténganse su tesoro los que de un flaco leño se confían : no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían.
Página 2 - El Alhambra era, señor, y la otra la Mezquita; los otros los Alixares, labrados a maravilla. El moro que los labraba . cien doblas ganaba al día, y el día que no los labra otras tantas se perdía. El otro es Generalife, huerta que par no tenía ; el otro, Torres Bermejas, castillo de gran valía.» Allí habló el rey Don Juan, bien oiréis lo que decía : «Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría ; daréte en arras y dote a Córdoba ya Sevilla.
Página 15 - No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice, nunca se ha de decir lo que se siente?
Página 12 - No me mueve, mi Dios, para quererte El cielo que me tienes prometido, Ni me mueve el infierno tan temido Para dejar por eso de ofenderte.
Página 189 - ... la humanidad creada. Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia, y pues vuestra eternal sabiduría ve al través de mi cuerpo el alma mía cual del aire a la clara transparencia, estorbad que humillada la inocencia bata sus palmas la calumnia impía.
Página 12 - A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada me baste, y la vajilla de fino oro labrada sea de quien la mar no teme airada.
Página 204 - Esa era mi esperanza... Mas ya que a sus fulgores se opone el hondo abismo que existe entre los dos, ¡ Adiós por la vez última, amor de mis amores; la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; mi lira de poeta, mi juventud, adiós!

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