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Nada mas comun en la isla de Cuba que sostener, con un tono de aparente conviccion, que los esclavos de aquel país son mas felices que nuestros criados y campesinos, y sin embargo se hicieron grandes aspavientos porque la primera autoridad habia dicho en el preámbulo del bando, que ya era tiempo de que esto fuese una verdad. ¡Tan inconsecuentes somos cuando nos ciegan las pasiones!

La medida era tan justa como necesaria, atendidas las exigencias de la Gran Bretaña y el espíritu del siglo ; pero los codiciosos negreros fingieron no ver en ella mas que un ataque á la propiedad existente, cuando en realidad tendia á consolidarla. «¿Qué les importaba, como dijo muy bien el general Pezuela, la fe, la ley, el honor de su Gobierno? » ¿Qué les importaban los tratados, la humanidad, y el porvenir de la isla? Los concurrentes al mercado infame de Africa, solo escuchan la voz de la sórdida codicia; de otra suerte, advertirian que es el sepulcro de todo sentimiento noble, y dejarian un tráfico que nunca hubieran emprendido á ser patriotas, ya que no cristianos. Los que ya separados del tráfico, le debian sus riquezas y honores, vieron en el bando una terrible censura de su pasada conducta, el desprestigio presente y la execracion futura, y los negreros del dia comprendieron que se les cerraba el camino de la anhelada opulencia. Los hacendados, por otra parte, necesitaban brazos, y algunos estaban persuadidos que los gallegos, los isleños, los chinos y los yucatecos no podian suplir á los africanos, y el registro civil que se dispuso

Juego, les disgustó en gran manera, no solo por las trabas y gastos que suponia, sino porque se figuraban que podria dar márgen á otras medidas mas trascendentales. Se unieron pues á los negreros para desacreditar á la autoridad que tales cosas disponia, sin querer advertir siquiera que emanaban del Supremo Gobierno, y de una época anterior al mando del marqués de la Pezuela (1); se cerraban los ojos para no ver estas verdades, no se fijaba la atencion en las altas miras de Estado, y se atribuian maliciosamente á planes de abolicion del Gobernador, lo que solo eran actos de prevision y rigurosa justicia del Supremo Gobierno.

No tardaron sin embargo en conocer su impremeditacion muchos de los que secundaron las rastrerías de los negreros, y no permita Dios que tengan que llorarla algun dia.

Algunos de mejor cabeza que corazon, mas inteligentes que honrados, propalaron que el nuevo virey, no tenia facultades para derogar una ley publicada en las Cortes constituyentes de 1845, y que el bando estaba en abierta pugna con el artículo 9 de la ley de 2 de marzo de aquel año; que por dicho artículo, se prohibia intencionalmente que se molestase á los dueños de fincas so pretesto de averiguar la procedencia de sus esclavos, con el fin de facilitar la introduccion. Esto es suponer mala fe no solo en los que redactaron la ley, sino tambien

(1) Téngase presente que en la Real órden de 21 de setiembre, se dice. «oido el Consejo de Ultramar», que fué estinguido antes del nombramiento del general Pezuela.

en los representantes de la Nacion que la aprobaron. No molestar á los dueños de esclavos so pretesto de averiguar su procedencia, no es prohibir que se averigüe si se han introducido bozales en las fincas; y si se encuentran en ellas, como sucedió en cuantos casos ocurrieron, no impulsó la averiguacion un pretesto, sino una verdad, un hecho positivo. El bando, pues, no derogaba la ley, sino que tendia á su exacto cumplimiento, segun lo comprueba el documento núm. 10.

Convencido el general Pezuela que algunos artículos del Real decreto relativo al registro civil podrian preparar cuestiones sérias para lo sucesivo, no tuvo reparo en suprimirlos, bajo su resposabilidad, sujetando esta determinacion al Supremo Gobierno que se dignó aprobarla. Y para que el empadronamiento dispuesto tuviese lugar sin afectar en lo mas mínimo los intereses de los propietarios, pasó á los gobernadores y tenientes gobernadores la comunicacion núm. 11, en que encargaba que se procediese con la mayor cordura.

Algunos hacendados temieron que las medidas dictadas para impedir la introduccion de bozales, influyesen en la esclavitud existente, pero la esperiencia desvaneció presto tales temores. Léjos de producir el efecto temido, lo produjeron contrario; pues por un lado la Inglaterra indicó que respetaria lo existente, y por otro nunca se ha visto mas subordinacion en las fincas, como lo comprueba el documento núm. 12. En las ciudades sucedió con poca diferencia lo que en los campos en la sindicatura que desempeñé durante el año 54, solo se

me presentó una negra castigada con algun rigor, y por un delito que los tribunales hubieran penado con mucha mas severidad, lo que honra tanto á los amos como á los esclavos. Aunque se suponia que los negros faltaban con frecuencia á los blancos, dos solos casos se pusieron en conocimiento de la autoridad, que les impuso un castigo público que produjo gran efecto.

Por mucho que lo deseasen y por mucha que sea la propension de los habitantes de la isla á sindicar los actos de la primera autoridad, no se atrevieron sin embargo á quejarse del bando en su parte esencial: tal es la fuerza de los gritos de la conciencia. Ridiculizaron algunas frases; supusieron proyectos ulteriores, y amalgamaron ideas incoherentes para viciar la opinion pública así de la isla como de la metrópoli. ¡Cuántos y cuántos se han arrepentido de haberse hecho sordos á los gritos de la humanidad, y de haber secundado las bajas miras de los negreros!

Véase quiénes y por qué adulteraban y sindicaban las medidas del marqués de la Pezuela, ó mejor dicho del Gobierno de S. M.: los que no podian defraudar á la Real Hacienda en perjuicio del comercio de buena fe; los que no podian cometer plágios ni abusar de los emancipados, y los que no podian seguir el degradante tráfico con que se elevaron de la nada á los ojos del mundo, y descendieron al cieno á los de la Divinidad. De los hacendados y otras clases que con miras, si bien injustas, no tan innobles como las de los negreros, secundaron el plan de estos, no hay uno en el dia que no

sienta remordimientos y que no haga justicia al marqués de la Pezuela y á su sábia administracion.

Y no se crea que al poner todos los medios para impedir la continuacion de tan ominoso tráfico, estuviese únicamente impulsado por el deber de cumplir los soberanos mandatos, por sus filantrópicos sentimientos y por sus creencias religiosas, no; tenia otras miras no ménos elevadas; consultaba el porvenir de la provincia, cuyo mando se le habia confiado. El marqués de la Pezuela, como todos los hombres pensadores, creia entónces y cree ahora que la introduccion de bozales en la isla de Cuba es un mal positivo y grave; creia y cree que el medio mas espedito para perderla y sumirla en un abismo de males, seria dejarla á merced de la insaciable codicia de los negreros; creia y cree que lo existente basta para el engrandecimiento de la isla, sin los inconvenientes físicos, morales y políticos que supone la contínua introduccion de bozales.

Figúranse muchos que cesando las espediciones negreras decaeria la agricultura y con ella la riqueza de la isla ; y así sucederia en efecto, si no se tratase de la conservacion, mejora y reproduccion de la actual esclavitud, y de la adquisicion de otros brazos mejores que los africanos, á lo menos para ciertas faenas. Los chinos, por ejemplo, son muy útiles para la elaboracion del azúcar, y para cuidar las máquinas.

No será por demás demostrar que la absoluta supresion de la trata que intentó el general Pezuela, léjos de ser un mal, era conveniente á los verdaderos intereses

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