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Bonza por Gonzalo Jiménez de Quesada en 1538. Al presente Duitama es una pequeña población de indios. En sus alrededores hay gran cantidad de coca que los del país llaman "Hayo" y que crece especialmente en Soatá. Es una yerba algo semejante a la del Paraguay, de la cual hacen gran uso tanto los indios del Nuevo Reino como los del Perú, masticándola como se hace con el tabaco en rama".

Uno de los aspectos más curiosos del Dizionario es el relacionado con la decadencia de las poblaciones, fenómeno característico del siglo XVIII y de no poca significación en el proceso de la independencia que se avecinaba. El sistema impositivo, las cargas fiscales, el régimen de monopolios, la decadencia de algunas industrias, la falta de brazos, los gastos crecientes de la metrópoli que las colonias debían sufragar, trajeron como natural consecuencia el empobrecimiento de las provincias, la despoblación y la decadencia generales.

Antioquia, por ejemplo, según Coleti, tiene un territorio “bello, alegre y abundante de toda clase de frutos y de granos. Se encuentran allí muchas minas de oro, pero poco se trabaja por falta de gente y de capitales". Estas observaciones coinciden con las muy juiciosas que don Francisco Silvestre estampara en su sagaz Descripción del Reyno de Santafé de Bogotá, del que dice que es "de los más pobres de América, al mismo tiempo que es el más rico. Fáltale población respecto a su extensión. Pero arreglada y haciendo aplicada la que tiene con oportunidad y prudencia, puede hacerlo sobresalir entre los más poderosos si se le fomenta" (30).

Una impresión por desoladora no menos instructiva se desprende de muchas páginas del Padre Coleti que nos habla de la decadencia de poblaciones antes florecientes, y ahora casi completamente olvidadas: Bojacá "ciudad antigua, antaño rica y populosa con un príncipe propio bastante poderoso tributario del Rey de Bogotá. La toma y saquea Jiménez de Quesada en 1537. Ahora sólo apenas si queda el recuerdo".

Firavitoba, "ciudad en otro tiempo grande, de la nación de los moscas o muyscas, en los confines de la provincia de Sogamoso, hacia el poniente. El primero que allí entró fue Juan San Martín en 1537. Hoy sólo queda el recuerdo".

Chocontá, "ciudad antigua, en la frontera del reino de Bogotá con el de Tunja. Era rica, grande y muy poblada, con una

gran guarnición de los mejores soldados. Al presente es un pequeño pueblo de indios".

De Santa Marta dice que en otro tiempo “fue rica, mercantil y bastante poblada; ahora es pobre y son pocos sus habitantes”.

Igual observación hace de muchos otros pueblos, Gámeza, Sesquilé... en otros tiempos populosos y florecientes y de los cuales "al presente non n'e rimasto altro che il nome e la memoria"

Uno de los pocos comentarios sobre el Dizionario que se hicieron en los días coloniales, lo debemos al Padre Antonio Julián el entusiasta autor de La Perla de la América (31) quien conoció la obra de Coleti y emitió juicios que, como veremos, no corresponden muy exactamente al valor de la obra. Es bien sabido que La Perla de la América más que estudio imparcial y descripción objetiva de los hechos, que los contiene muchos y valiosos, es panegírico apasionado de la provincia de Santa Marta, verdadera "perla" del nuevo mundo y sucursal podríamos decir, del mismo paraíso terrenal, asiento de todas las virtudes y de todas las maravillas; "llámola perla -nos dice el mismo autor, entre otras cosas- porque realmente juzgo, bien informado, que no hay en ambas Américas provincia más estimable y preciosa que la provincia de Santa Marta".

El Padre Coleti se atrevió a decir en su artículo sobre La Perla de América que "il clima e caldo e poco sano", lo que no puede perdonar el Padre Julián, que acepta el calor pero no el mal clima: "Que el clima sea cálido es innegable; pero que sea poco sano es equivocación y error palmario" y trae a cuento a don Antonio de Herrera que en su década IV del libro X considera sano el sitio de la ciudad.

Pero este desliz del Padre Coleti parece que indigna a su colega, pues lo hace extensivo a buena parte del libro, aunque no deja de reconocerle crecidos méritos. En la "prevención crítica al lector discreto", después de referirse a otros autores como Chiusole, La Martiniere y el anónimo del "Gazzetiere americano", haciendo una severa pero útil crítica de las fuentes, escribe: "Vamos a Coleti, que pocos años hace sacó a la luz en Venecia el Dizionario storico-geografico dell'America Meridionale. Alabo de ese autor el buen deseo de servir al público, y la paciencia en el trabajo ímprobo que empleó en ilustrar nuestra América, y Nuevo Reino de Granada. Pero no acabo de entender cómo ha

podido padecer tántas equivocaciones un sujeto tan literato, tan capaz, de tántas luces, y de sus circunstancias: un sujeto que de Italia pasó misionero a la provincia de Quito, tan inmediata al Nuevo Reino, y de tanta comunicación con la ciudad de Santa Fe y otras del reino: un sujeto, que no perdonando fatiga, aun estando en Quito comenzó su obrita, y protesta al principio de ella, que para hacerla con toda exactitud ha consultado hasta cincuenta y cuatro autores que nombra en un largo catálogo, unos en sus libros impresos, otros en sus manuscritos, y fuera de eso veinte y dos distintos mapas, cuyos autores nombra también en otro catálogo, y sin embargo, hablando del Nuevo Reino y de sus lugares, no hay seguramente letra del abecedario donde no se equivoque, ni casi lugar o ciudad donde no tropiece en su diccionario, y aun en su carta geográfica".

Ante semejante reprimenda se creería que el Dizionario no tiene valor ninguno; pero si examinamos los ejemplos que se presumen ser los más graves yerros vemos que el buen Padre Julián exagera su severidad y olvida las circunstancias en que escribía el Padre Coleti y las dificultades que debió encontrar en la recolección de ciertos datos; le critica el que diga que en Maracaibo existen cuatro conventos de frailes y cuatro de monjas cuando, según Julián, sólo existe el de San Francisco y ninguno de monjas que nunca han visto los de Maracaibo "si no han salido de su laguna". Esta información repetida por Alcedo es desmentida igualmente por Francisco Dépons (32) en su Viaje a la parte oriental de la Tierra Firme.

Censura al Padre Coleti por afirmar que en la "citá❞ de Mompox existe un muro de piedra para impedir las inundaciones; dice Julián: "Ni jamás se ha visto Mompox con muralla chica ni grande sobre las márgenes del Magdalena, para atajar las rápidas corrientes del río: ni al tiempo que escribía Coleti por lo menos, era ciudad, sino villa Mompox". En esta última observación la mala voluntad es manifiesta; la diferencia entre ciudad y villa que implicaba una jerarquía de carácter administrativo es peculiar de la legislación española y en italiano no se encuentran vocablos equivalentes, jurídicamente hablando. En cuanto al muro a la orilla del Magdalena, es bien sabido que el primero fue construído a mediados del siglo XVIII (33); por su parte Alcedo en su Diccionario (III-228) se refiere también a la "albarrada, que es una fuerte muralla de piedra para contener que no se interne el río".

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Los pocos errores de Coleti le hacen decir: "por estas razones no lo cito ni traigo jamás para confirmación de lo que afirmo sobre la provincia de Santa Marta", aunque confiesa que "dice de ella buenas cosas". Rectifica la afirmación de Coleti sobre la existencia de los Taironas, pues "ya casi ni memoria hay en aquellas tierras", sin embargo, en el discurso II de la Segunda Parte, que consagra a la "Nación de los indios taironas", escribe con toda tranquilidad: "Sobre la existencia actual de esta nación en la provincia, quiero añadir mi parecer. Aunque el señor Piedrahita afirma que de setenta años a esta parte nada se sabe de esta nación, y que totalmente está extinguida, yo dudo mucho de eso por varias dificultades que se me ofrecen, no digo a mí, sino a cualquier hombre de reflexión. Una nación superior a todas las de la provincia, una nación inconquistable de los primeros españoles, una nación tan rica, poderosa y valiente, y de quien no se sabe haber tenido, guerras intestinas, o con las naciones contiguas, y haberse por sí extinguido, es difícil creerlo. Más me inclino a creer que hay todavía taironas, y que son pocos, y se mezclaron con alguna otra nación, como diré tratando de los chimilas".

Interpreta arbitrariamente a Coleti, cuando éste afirma que "hacia la montaña que llamamos Sierra Nevada (el clima) es bastante frío; lo que es evidente pero que no se refiere a las ciudades situadas al pie de la sierra, como Valledupar, Barrancas, etc. como lo pretende mañosamente su severo censor.

Y concluye el Padre Julián su apasionado análisis de la obra: "Mas dejemos a Coleti, digno por otra parte de todo aprecio y elogio por sus prendas, y por haber sido el primero de todos los que vinimos de la América, en haber ilustrado a su Italia con un diccionario de tan bella impresión y hermoso carácter. Si como habla de Quito, que vió, hablara de lo que no vió, era insigne su diccionario; pero en estas materias veo que no puede casi fiarse uno de otros. No obstante es laudable por varias noticias selectas, por su erudición, y porque da su nombre latino a cuanto lugar describe. "Inventis abdit, et abdita invenit".

El Padre Julián no está por su parte exento de todo reproche y esto quita fuerza y autoridad a su juicio sobre la obra del jesuíta italiano. Coleti comete errores sin trascendencia, de detalle y sobre hechos concretos, en tanto que el Padre Julián aunque pregona a través de la obra la objetividad y la necesidad del testimonio personal, nos da noticias realmente fantásticas y ex

travagantes, que no ponderan su criterio. Cuánta razón tiene al afirmar que "eso de definir absolutamente las cosas desde lejos, cuesta poco pero es expuesto a grandes yerros"; y él mismo se encarga de suministrarnos dos pruebas que no pueden ser más elocuentes: refutando a Chiusole que tuvo la increíble osadía de no decir gran cosa de Santa Marta y de afirmar que en el Nuevo Reino "non c'é cosa memorabile", arguye entusiasmado e hiperbólico: "¿Y no es el Salto de Tequendama tan celebrado por una de las maravillas del mundo; salto que hace el navegable río de Bogotá, de más de media legua de alto hasta lo profundo de las peñas que lo reciben, con tan violento curso, que el ruido del golpe se oye a siete leguas de distancia? ¿De una altura tan grande, que pasa todo el río de un golpe, de tierra fría a tierra caliente, y de un clima a otro, en el cual los árboles, las plantas, las frutas, los animales son totalmente diversos?...".

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Citando al Padre Gilij a quien no escatima y con sobrada razón los elogios, aunque en este caso la cita no es afortunada, dice: "La descripción que del salvaje hace el señor abate Gilij es verdadera; y según ella, los salvajes del Orinoco son de la misma especie de los de las montañas de Ocaña. Tienen los salvajes la misma figura externa del hombre, a excepción de los pies, que se extienden con los dedos hacia atrás, y el talón va por delante: de manera que quien viera de los pies no más caminar a un salvaje, pensara que se acerca, cuando en realidad se va alejando...".

Pero frente a las censuras del Padre Julián, adecuadamente condimentadas, es cierto, con merecidos elogios, quedan otros testimonios del prestigio de que gozó el Dizionario entre el corto número de eruditos que lo conocieron.

Don Antonio de Alcedo y Herrera en el prólogo de su obra, escribe: "En esta situación llegaron a mis manos un Diccionario Geográfico de la América Meridional, escrito en italiano por el ex-Jesuíta don Juan Domingo Coleti que había estado en la provincia de Mainas algunos años, y otros de la América Septentrional, en inglés, con el título de Gacetero Americano con lo cual parecía que no era necesario el mío: pero bien examinados ambos, quedé persuadido a que estos mismos eran nueva razón para publicarlo; pues sin quitar nada del mérito a que son acreedoras estas dos obras, como se han limitado ambas a Provincias determinadas no tienen la extensión que ésta", y agrega más adelante: "Sin embargo nada me impide el confesar ingenua

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