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Francisco de Leon y Francisco Bueno, cuyos servicios en esta ocasion desvaneciéron travesuras pasadas de su mocedad, , y mal reprimido ardimiento. Y en la Parroquia de S. Lorenzo D. Diego Caballero de Cabrera, Señor de la Villa de Espartinas, de la Orden de Alcántara (bisabuelo materno de mis hijos) que por bien visto del aplauso y de experimentada bizarria, tuvo el primer lugar donde habia caballeros muchos que lo ocupasen. Así otros en las demas Parroquias, como se verá adelante, que referiré los cabos de todas, que de quales fueron los primeros, hoy y entonces he oido despues varias afirmativas, que no es mi intento decidir. Juntos de esta manera, procuraban detener las quadrillas que pasaban, ó ya con palabras blandas, ó ya algunos mas eficazmente convidandolos á refresco de pan, vino, queso, y otros géneros que habian hecho traer de sus casas, título con que los persuadian á arrimar las armas, ofreciendo guardárselas, y desarmando así no pocos, y á otros apartarse del tumulto, y quedarse con ellos, medio que sin duda fué de gran efecto, y que se practicó con gran destreza en San Marcos, donde en el compás del Convento de Monjas de Santa Paula, que es anchuroso, estuvieron los que de esta Parroquia nombré, con otros caballeros, y Don Juan de Lara, Veintiquatro, y Procurador mayor del Cabildo de la Ciudad, que tenia su casa enfrente de aquel Convento, y contribuyó de ella mucho de lo que sirvió al refresco de los que pasaban. Con no menor acuerdo y cuerdo valor procedian en la Parroquia de San Nicolas Don Christobal Bañez de Salcedo, y Don Diego Garcia de la Parra, nobles vecinos de ella, con otros muchos, y así en casi las demas todas, de que noticiados los Minisrros mayores, y reconociendo lo útil y acertado de estas uniones por medio de los Oficiales y de algunas personas Eclesiásticas se lo enviáron á aprobar y agradecer, que sirvió á fomentar el buen deseo de unos, y mover el exemplo de otros y al mismo tiempo ya los amotinados tenian forma de recurso, adonde paraban las mas quadrillas en la Feria en el gran zaguan de la casa de los Mar

TOMO V.

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queses de la Algaba, en que recogiéron trigo, tocinos y otros mantenimientos de lo que sacáron de las casas, y parte de las armas, en cuya guarda habian quedado algunos, y casi lo mismo habia en Triana, aunque como no tenian cabeza, ni alguno entre ellos de talento ni experiencia, no disponian cosa que tuviese formalidad de defensa, ni la continua inquietud le habia dado lugar de conferencias, ni de advertir que las otras juntas miraban á oponérseles y á deshacerlos. No permitió Dios que sobresaliese entre ellos alguno que uniéndolos en alguna forma de obediencia diese mas cuerpo al motin, cuya multitud entrando la tarde, en mucha parte se deshizo, retirándose algunos á sus casas, ó cansados ó enfadados, y otros deteniéndose en las juntas de sus Parroquias, como gente que solo siguió el arbitrio de los mas sin propio designio.

Esta tarde, ya cerca de noche, que discurrian ménos quadrillas por las calles, pudieron el Arzobispo, Asistente, Oidores, y los mas de los Veintiquatros y otros caballeros que acudieron á ofrecerse, concurrir en la Real Audiencia, donde en la Sala del Acuerdo hicieron junta en que los mas pareceres concurriéron á él, de que se aplacaria el movimiento y se desvaneceria, á mas del remedio de la interposicion de la noche, con disponer que el dia venidero amaneciese la Ciudad abastecida de pan y mantenimientos á precios moderados, supliéndose el exceso á expensas públicas ; que se vendiese el pan á doce quartos la hogaza, la vaca á catorce la libra, el carnero á trece, y el tocino á veinte, señalando Oidores por los lugares circunvecinos aquella noche lo divulgasen, é hiciesen venir los géneros con seguridad, de que Bernardo de Valdés, comprador de oro y plata, satisfaria á todos, y especialmente á los panaderos, la demasia del valor, que luego se buscaria medios de resarcir; con que el Asistente juzgando ser el mayor empeño el del pan, y hacerlo venir en abundancia, lo juzgó por suyo, y se partió á Alcalá, para volver á la mañana siguiente; resolucion que no á todos contentó, pues la primera cabeza

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en lo político y militar no hallaban razon para que ni un punto se ausentase : así sobrevino la noche, y en su principio un grande y oportuno aguacero, que se tuvo pɔr buena suerte, porque hizo retirar mucha gente de la que aun andaba por la Ciudad, y estaba parada en corrillos peligrosos en las calles y plazas de la Feria al abrigo de sus casas donde por la mayor parte el vino que habia ayudado á la inquietud, ayudó al sosiego, sepultándolos en sueño; aunque tropa no pequeña hizo noche en el zaguan del Marques del Algaba, con las armas y mantenimientos que allí habian depositado, quedando con ellos un Clérigo Portugues llamado Bernardo Lopez Figueras, compañía que no fué poco perniciosa á lo siguiente. Y á este tiempo fué felicidad habérseles separado la gente de los compases de San Juan de Acre y de San Clemente, que no volvió á juntárseles, y despues estuvo firme con la Parroquia de San Lorenzo.

La gente que quedó en la Feria, con que estaban los que mas se habian empeñado en el motin, pasado el primer sueño, tuvo largo tiempo para conferir, aunque tumultuariamente y sin cabeza particular, que estaban en peligro, que las juntas de las Parroquias eran en su oposicion, y que estaban necesitados á ponerse en defensa: el Clérigo Figueras mas astuto les representaba el riesgo, y persuadia el mayor cuidado; con que luego que amaneció el Jueves 23, en quanto alcanzaron sus talentos lo solicitáron, trayendo de la Alhóndiga cinco piezas de artillería, medios cañones que allí tenia la Ciudad, y tomando otras menores de casa del Conde de Gerena, General de los Galeones, de los que llaman pedreros, pusiéron las cinco en otras tantas bocas de calles principales, de las que salen de la plaza, y que por falta de balería competente cargáron con clavos y balas de mosquete, no faltando entre ellos algunos que habian sido Artilleros, aunque sí les faltó quien les industriase en barrear las mismas bocas calles, que se contentáron con asestarles las piezas mal apuntadas en sus cureñas, una en la que mira al Convento de San Basilio, otra en la que va

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á dar al muro, la tercera en la calle Ancha, la quarta en la que sale al Convento de Belen, y la quinta en la de las Boticas: pusieron en cada una sus postas, y algo apartados cuerpos de guardia, que á todos hacia cabeza el que tenian en la casa de los Marqueses de la Algaba; pero como no tenian cabo, y solo se hacian mas mandones algunos mas sediciosos, y el Clérigo Figueras, todo era tumultuario y confuso, en que entendiendo golpe de gente mucha, que sobrevino con el dia, volviendo á discurrir por la Ciudad en quadrillas, concurrió en multitud crecida en la plaza de San Francisco, á tiempo que el Asistente aun no habia vuelto de Alcalá, y se hallaban juntos en la Real Audiencia los demas Ministros supremos, y casi todo el Regimiento, con el cuidado de ver resucitar mas peligroso el motin, cuyas insolentes voces se declaráron á pedir que se baxase la moneda de vellon, y se alzasen los millones y derechos Reales, para que todos los mantenimientos entrasen sin ninguna gabela oianlos los Ministros, y puestos en grandísima confusion, irresolutos se suspendian: creciendo la furia de las voces, asomóse á un balcon Don Joseph Campero, Alferez mayor, procurando sosegarlos con decir que ya la junta discurria el modo de darles gusto; pero aumentandose violenta la voceria, y prorumpiendo en amenazas, fué preciso que él mismo, de órden de los Ministros, que se vieron constreñidos á ceder á la necesidad, y no exponerse á mayor irritacion, volviese á decir que la junta en nombre de su Magestad les concedia lo que pedian, que el vellon se reduxese á su primer estado, y los millones y gabelas todas se quitasen: á esto la multitud respondió con víctores, apellidando: Viva el Rey, y muera el mal gobierno y pasando la voz hasta la torre de la Santa Iglesia, pidieron que repicase; y juzgando el Dean y Cabildo que convenia cederles, lo mandó, y sucedieron (como es costumbre) á su repique todas las demas Iglesias; y á esto el salir por la Ciudad á caballo, á instancia del mismo tolerado vulgo, los mismos Ministros, sin reservarse ni el Arzobispo, rodeándolos en festivo estrue ndo

aquella infame canalla hasta la Feria, de donde cada uno con mayor cuidado del mal fin que podia prometerse se dividiéron, procurando exîmirse de mayores irreverencias que por instantes esperaban: y volviendo el Regente casi solo á la Real Audiencia, algunas tropas que lo seguian, y que se les agregáron, fomentadas de sugetos que tenian deudos encarcelados, le pidiéron que les mandase soltar los que estaban por el resello de la moneda y del papel sellado, pues con la baxa habian cesado sus causas: ofreció hacerlo, y mientras llamaba los Ministros inferiores que sacasen los comprehendidos en aquellos delitos, impaciente el vulgo de no ver la execucion instantánea, é induciéndolo algunos á que querian burlarlos, acometiéron unos á la Cárcel Real, y otros á la de la Audiencia, y con instrumentos que en breve apareciéron, indicio cierto de venir á hecho pensado, rompieron sus puertas, rejas y calabozos, y en breve espacio pusieron en libertad á quantos las ocupaban, deshaciéndoles los grillos y prisiones; y corriendo otras quadrillas á executar lo mismo, como lo hicieron en las Cárceles de la Hermandad y Contratacion, y en el recogimiento de mugeres públicas, y lo mismo hubieran hecho en la Cárcel Arzobispal si el Provisor prevenido ántes no la hubiera franqueado. Executado este insulto, no faltó quien persuadiese otro, que fué quemar los papeles y procesos de los Oficios Criminales cercanos, que de la propuesta á las llamas tuvo muy pequeño intervalo, siendo gran felicidad que no intentasen lo mismo en los Oficios de Escribanos públicos, porque á tan indomable furia nada tuviera resistencia, y qual quiera que la intentara diera en mayor calamidad, como sucedió á Gonzalo de Córdoba, Alguacil de la Audiencia, jóven brioso, que acometido de algunos, habiéndose abierto camino con las armas, y muerto á uno, y herido dos, puesto en salvo, fué luego buscado en la Audiencia, en el Convento de San Pablo y en su casa, que fué dada á saco con las de otros Escribanos, causando justo rezelo de que si comenzaban á ensangrentarse en Ministros de Justicia, no estuviesen seguros ni los supre

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