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su parte la voluntad de la Reina, señalóse más el señor D. Fr. Diego. Y conociendo alguna repugnancia en que el Rey gobernase los reinos de Castilla, no se apartó de su lado y le acompañó á la Mejorada, donde se retiró para ver el testamento de la Reina y dar orden en su cumplimiento; y de Mejorada partieron para Toro, dice el obispo Sandoval, el Rey y el Arzobispo de Toledo, y D. Fr. Diego Deza, que ya era Arzobispo de Sevilla, y estuvieron el mes de Diciembre en Toro; y habiendo en este mes recibido las bulas del papa Alejandro VI para este arzobispado, el sefor D. Diego no quiso salir para Sevilla, hasta dejar asegurado el gobierno de Castilla en el Rey Católico, y envió jos poderes para la posesión con Francisco Sotelo Deza, su sobrino, el cual trajo cartas del Rey para ambos Cabildos, en recomendación de el Sr. D. Fr. Diego, y para el Asistente, Conde de Cifuentes, mandóle entregar los lugares y fortaleza de la dignidad, como refiere Zúñiga.

Celebráronse Cortes en la ciudad de Toro á 11 de Enero de 1505, y fué jurada la reina D.a Juana por señora y legítima heredera de estos reinos, y declarado por gobernador de ellos el Rey su padre. Y viendo logradas sus diligencias y deseos nuestro arzobispo D. Fr. Diego Deza, dispuso su viaje á Sevilla con toda brevedad. Y dejando en su ciudad de Toro el Supremo Consejo de la santa y general Inquisición, se puso en camino, y entró en nuestra ciudad por Abril del referido año, donde fué recibido con singulares aplausos y regocijo universal.

§. X

Disgustos que tuvo en Sevilla, luego que entró, sobre la ejecución de la autoridad de General Inquisidor.

OR Mayo de 1506 llegaron á España los reyes don

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Felipe y D.a Juana, y hubo tantas novedades en Castilla, que el rey católico D. Fernando dejó el gobierno y se retiró á Aragón, y casándose con madama Germana, hija de D. Gastón de Fox, hermana del rey Luís XII de Francia y nieta de D.a Leonor, hermana del mismo Rey Católico, deseaba tener sucesión porque su hija D.a Juana no heredase aquel reino, que era lo mismo que los aragoneses deseaban (como dice Castillo); y aunque tuvo un hijo, murió luégo: asimismo á nuestro Arzobispo, como tan gran servidor del Rey Católico, le sobrevinieron diferentes disgustos, y el más pesado lo refiere el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en esta forma: «Como en aquellos tiempos se introducía en España el Santo Oficio con tan nuevos rigores á el parecer de los conversos, que eran muchos, y los más de ellos muy ricos, y tenían grandes valedores y muy poderosos, fué calumniado y aborrecido de los conversos y de sus adherentes, y aunque hacía el oficio de inquisidor con celo de reducir á nuestra santa fe aquellos herejes apóstatas protervos, ellos le tenían por enemigo y le acusaron ante el serenísimo rey D. Felipe I, cuando vino á España, y se quejaron de él aprovechándose para sus intentos de los señores extranjeros que privaban con el Rey, y de otros naturales, y también se querellaron á el Rey de el Ldo. Diego Rodríguez Lucero, inquisidor de Córdoba, y el Rey suspendió del oficio á el Inquisidor General, y nombró otro prelado en su lugar y mandó ve

nir preso á el Ldo. Lucero á la corte. Y lo que más le acriminaban al Arzobispo era que había hecho llevar á Toro cantidad de presos que eran de los más principales y ricos conversos del reino; y en sus causas, recusaron á el Inquisidor General, acriminándole de muchas faltas, y el Rey los oyó, como se ha dicho, y rogó á el Arzobispo que subdelegase su oficio en el Obispo de Catania, electo de León, que se llamaba D. Diego Ramírez de Guzmán, para la determinación y conocimiento de las causas pendientes, y en lo demás. Y el Arzobispo lo hizo muy de grado; mas el Rey, deseando guardar justicia, no mandó soltar los presos, y holgó mucho el Arzobispo de dejar el oficio, porque mejor se conociese su proceder limpio y justificado. El Obispo, como era generoso y altivo, y entonces Maestro del príncipe D. Carlos, no quiso aceptar la subdelegación, ni ser subdelegado del Arzobispo, y á importuno ruego del Rey aceptó, porque le prometió S. A. que le traería bula y breve del Papa para la General Inquisición dentro de ochenta días; y así, el Rey escribió luégo al Sumo Pontífice, y le concedió el breve, aunque no hubo tiempo. para traerse por la acelerada muerte del rey D. Felipe. Pero porque las causas de los presos no se dilatasen y se procediese en los negocios, el Obispo aceptó, y con voluntad del Rey hizo traer los presos de Toro á Valladolid y envió á Cordoba al Ldo. Diego Álvarez Ossorio, pariente suyo, á tomar las cárceles y presos, y los procesos que ante Lucero se habían causado, y diputáronse, con consejo de el Rey y de el mismo Arzobispo, para el conocimiento de aquellos presos de Toro y de Córdoba, y de cosas tocantes al Santo Oficio, muy señalados y doctos varones, así de los que primero entendían en la Inquisición, para que no fuese hecho agravio, y diesen cuenta de lo por ellos hecho, como de otros señores doctores del Consejo Real y otros doctores de Salamanca, y en fin, personas tales, como convenían para tan arduos y graves negocios. El

Ldo. Álvarez Ossorio fué á Córdoba y tomó en sí los presos que allí estaban, y desde á pocos días que se trajeron los de Toro á Valladolid, llevó Dios al Rey. Al punto envió á revocar á el Obispo de Catania la subdelegación, y quiso tornar á tener de su mano los presos, y el Obispo se dió por revocado, y en nombre del Arzobispo se entregaron los presos y los procesos al Dr. Pedro González Manso, que después fué Obispo de Osma y Presidente de Valladolid, y á el Ldo. Rodríguez de Argüelles, canónigo de Oviedo, por testimonio de Lope Diaz de Castromocho, Notario de la Santa Inquisición.

El cronista Jerónimo Zurita, el reverendo P. Juan de Mariana, el Obispo de Monópoli y el reverendo P. Fr. Pedro de Quintanilla refieren muy por extenso estos y otros sucesos. Lo trasladado es muy suficiente para manifestar los disgustos que se le ofrecieron á el Sr. D. Fr. Diego sobre la ejecución recta del oficio de Inquisidor General, y el modo con que se portó en estos contratiempos, digno de ser apreciado é imitado, y así remito al curioso á los autores citados.

§. XI

Favorece el Rey Católico á su Confesor, el cual renuncia el oficio de Inquisidor General.

D

E todo lo que al Sr. D. Fr. Diego le acontecía tenía noticia el católico rey D. Fernando; y hallándose en Nápoles cuando supo el fallecimiento de el rey D. Felipe, hizo que el Embajador que estaba en Roma pidiese que el despacho que estaba concedido para el Obispo de Catania se impidiese, como dice el citado cronista Fernández de Oviedo, y consta de lo que después sucedió, perseverando en el

oficio el Sr. Deza seis meses después del fallecimiento del rey D. Felipe, y sucediéndole otro y nó el Obispo; empero, empeorándose cada día más los conversos y sus favorecedores, y deteniéndose el Rey Católico en Nápoles y dilatándose su venida á estos reinos con las novedades que refiere el cronista Zurita, y viendo nuestro Arzobispo, como dice el reverendo P. Quintanilla, su poca fortuna, y en tales términos su Tribunal, renunció el oficio de Inquisidor General en manos del Rey Católico; que pesando más en la balanza de aquel celosísimo Prelado la veneración del Santo Oficio que la propia estimación, quiso más carecer de tal honra que ver ultrajado el Santo Tribunal, pues por su persona no podía en aquella circunstancia de tiempo desagraviarlo.

Nombró el Rey Católico de Inquisidor General al venerable señor arzobispo de Toledo D. Fr. Francisco Ximénez de Cisneros luégo que recibió las cartas del señor D. Fr. Diego Deza, y siguiéndose á la aceptación y nominación que mediante su bula hizo el Romano Pontífice de este oficio el haber creado Cardenal de la Santa Iglesia á el mismo nuevo Inquisidor General, le escribió el Rey la carta siguiente, que tradujo en latín Alvar Gómez:

«El Rey Fernando á el Reverendíssimo Padre Cardenal de las Españas, Arzobispo de Toledo. Salud. Teniendo experimentada vuestra gran virtud, junta con señalada piedad, y conociendo en quanto precio, y honor deveis ser tenido, y persuadiendome á que vos, quanto mayor Dignidad aiais obtenido, tanto en mayor defensa aveis de ser á la Religion, y á la pública tranquilidad, no solo de estos Reynos, mas tambien de los Estraños, y acordandome frequentemente de quanto os devo, solicité que á mi supplicacion fueredes nombrado por Nuestro Beatíssimo Padre en el número de la Creacion de Cardenales, de la Santa Romana Iglesia, que se hizo ayer. Ruegoos que rezivais este obsequio con el amor que yo tuve para impetrarlo: A

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