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L. Reinos cristianos.-Progreso de la obra de la restauracion.-Lo que se debió à cada monarca.-Débil reinado de García de Leon.-Vigor y arrojo de Ordoño II.-Tendencia de los castellanos bácia la emancipacion.-Obispos guerreros de aquel tiempo.-Piedad religiosa y moralidad de los reyes.-Jueces de Castilla.-Sistema de sucesion al trono.Breves reinados de Fruela II. y de Alfonso IV.-Ramiro II. y Fernan Gonzalez.-Lo que influyó cada uno en la suerte de la España cristiana.-Ordoño III.: Sancho el Gordo y Ordoño el Malo.-Manejo de cada uno de estos príncipes: extraña suerte que tuvieron. -Castilla: Fernan Gonzalez: cuándo y cómo alcanzó su independencia.-II. Imperio. árabe. Equivocado juicio de nuestros historiadores sobre su ilustracion en esta época.Grandeza y magnanimidad de Abderrahman III.: generosidad y abnegacion de Almubbaffar.-Magnificencia y esplandidez del Califa: prosperidad del imperio.-Alhakem II.— Cultura de los árabes en este tiempo.-Proteccion á las letras: progreso intelectual; cómo se desarrolló y á quién fué debido.-Observacion sobre las historias arábigas.

I. En la obra laboriosa y lenta de la restauracion española, cada periodo que recorremos, cada respiro que tomamos para descansar de la fatigosa narracion de los lances, alternativas y vicisitudes de una lucha viva y perenne, nos proporciona la satisfaccion de regocijarnos con la aparicion de algun nuevo estado cristiano, fruto del valor y constancia de los guerreros españoles, y testimonio de la marcha progresiva de España hácia su regeneracion. En el primero vimos el origen y acrecimiento, la infancia y la juventud de Ja monarquía Asturiana: en el segundo anunciamos el doble nacimiento del Peino de Navarra y del condado de Barcelona: ahora hemos visto irse for

mando otro estado cristiano independiente, la soberanía de Castilla, con el modesto titulo de condado tambien. La reconquista avanza de los extremos al centro.

Merced á la grandeza del tercer Alfonso de Asturias, Navarra se emancipa de derecho, y el primogénito de Alfonso el Magno puede fijar ya el trono y la córte de la monarquía madre en Leon: paso sólido, firme y avanzado de la reconquista. ¡Asi hubiera heredado el hijo las grandes virtudes del padre, como heredó el primer rey de Leon las ricas adquisiciones del último monarca de Asturias! Pero el hijo que conspiró siendo principe contra el que era padre afectuoso y monarca magnánimo, ni heredó las prendas paternales, ni gozó sino por muy breye plazo de la herencia real. A castigo de su crímen lo atribuyen nuestras antiguas crónicas; propios juicios de quienes escribian con espíritu tan religioso.

Vinole bien al reino su muerte, porque sobre haberse reincorporado Galicia á Leon con la sucesion de Ordoño II., acreditó pronto este principe que el cetro leonés habia pasado á manos mas robustas que las de García su hermano. Los campos de Alange, de Mérida, de Talavera, de San Esteban de Gormaz, resonaron con los gritos de victoria de los cristianos. Sin embargo, la batalla de Valdejunquera demostró á Ordoño que no se desafiaba todavía impunemente el poder de los agarenos, y eso que pelearon unidos el monarca navarro y el leonés. Mas ni á Sancho de Navarra escarmentó aquel terrible descalabro, ni acobardó á Ordoño de Leon. Todavía el navarro tuvo aliento para esperar á los musulmanes en una angostura del Pirineo y vengar su anterior desastre, y todavía Ordoño tuvo el arrojo de penetrar hasta una jornada de Córdoba, como quien avanzaba á intimar al príncipe de los creyentes: «Apresúrate á sofocar las discordias de tu reino, porque te esperan las armas cristianas ansiosas de abatir el pendon del Islam.» Y cuenta que imperaba en Córdoba Abderrahman III. el Grande, y que mandaba los ejércitos mahometanos su tio el valeroso y entendido Almudhaffar.

La prision y ejecucion sangrienta de los cuatro condes castellanos ha dado ocasion á nuestros escritores para zaherir ó aplaudir, segun sus opuestos juicios, la severa conducta del monarca leonés. Los unos cargan todo el peso de la culpabilidad sobre los desobedientes condes para justificar el suplicio impuesto por el rey de Leon: los otros intentan eximir de culpa á aquellos magnates para hacer caer sobre el monarca toda la odiosidad del duro y cruel castigo. Nosotros, sin pretender librar á los castellanos condes de la debida responsabilidad por la desobediencia á un monarca de quien eran súbditos todavía, y por cuya falta de concurrencia pudo acaso perderse la batalla de Valdejunquera, tampoco hallamos medio hábil de poder justificar

el capcioso llamamiento que Ordoño les hizo, ni menos la informalidad del proceso (si fué tal como Sampiro lo cuenta) para la imposicion de la mayor de todas las penas, lo cual se nos representa como una imitacion de las sumarias y arbitrarias ejecuciones de Alhakem I. y de los despóticos emires de los primeros tiempos de la conquista, menos indisculpables en estos que en un monarca cristiano. Lo que descubrimos en este hecho es la tendencia de los condes ó gobernadores de Castilla á emanciparse de la obediencia á los reyes de Leon; tendencia, que mal reprimida por el escesivo rigor y crueldad de Ordoño, habia de estallar no tardando en rompimiento abierto y en manifiesta escision. Asi, mientras por un lado vemos con gusto estre charse entre las monarquías de Leon y Navarra las relaciones incoadas por Alfonso III. y pelear ya juntos sus reyes, por otro empieza á vislumbrarse el cisma que habrá de romper la unidad de la monarquía leonesa.

Lo que acerca de los prelados y sacerdotes de esta época dijimos en nues→ tro discurso preliminar (1), å saber, que solian ceñir sobre el ropage santo del apóstol la espada y el escudo del soldado, vióse cumplido en el combate de Valdejunquera. Los musulmanes no debian maravillarse de esto, puesto que sus alimes y alcatibes peleaban tambien, y porque estaban acostumbrados á ver batallar los obispos cristianos desde el metropolitano Oppas. Pero no dejaria de causarles estrañeza ver que uno de los obispos prisioneros era el prelado de Salamanca Dulcidio, aquel mismo Dulcidio que siendo simple presbitero de Toledo se habia presentado en Córdoba indefenso y desarmado como apóstol de paz, encargado de una negociacion pacifica entre el califa Mohammed y el rey Alfonso III. La Providencia parecia haber permitido la prision de aquellos dos venerables pastores, como para enseñarles que mejor estuvieran en sus iglesias dando el pasto espiritual á los fieles de su grey, que acompañando belicosas huestes en los campos de batalla. Pocos años después, olvidado de este saludable aviso otro prelado, Sisnando de Compostela, aquel turbulento obispo que fué á reclamar del virtuoso Rosendo la eesion de la silla episcopal con la punta de la espada, se ajusta los arreos del guerrero y sale á campaña, y la saeta de un normando le avisa á costa de la vida que no es el oficio de guerreador el que compete al ministro de un Dios de paz. Tales eran sin embargo las costumbres de aquel tiempo: mas si los medios de defender la fé no eran los mas apostólicos, el celo religioso que los impulsaba no puede dejar de reconocerse altamente plausible, y veremos per largos siglos á los ministros del altar creerse obligados á blandir la lanza en defensa de la religion, y al pueblo mirar á los sacerdotes de Cristo como

Tom. I.

legítimos capitanes de los ejércitos de la fé. ¿Y cómo no habian de considerarlos asi, cuando se persuadian de que los apóstoles y los santos descendian del cielo á capitancarlos en persona y á esgrimir con propia mano el acero contra los enemigos de la cristiandad?

Piadosísimo llaman todas nuestras historias à Ordoño II.; y asi era natural que calificáran al que erigió y dotó la catedral de Santa Maria de Leon, al que cedia para templo episcopal sus propios palacios, y al que se desprendia de sus propias alhajas de oro y plata para colocarlas con su misma mano en los nuevos altares. El palacio en que habitaban los reyes de Leon era un magnifico edificio abovedado que los romanos tuvieron destinado para baños termales. He aqui la historia religiosa de España. Al principio era un monge el que desbrozaba un terreno inculto para erigir sobre él una pobre ermita, que después un monarca piadoso convertia en catedral. Avanza la conquista, y ya los monarcas cristianos pasan á habitar los edificios que antiguos dominadores gentiles habian hecho para su recreo; estos monarcas ceden después su propia morada para hacerla morada del Señor: las joyas de la corona van á adornar los altares de los santos: lugares y villas del dominio real se trasfieren al de la iglesia por donacion espontánea del rey, que quita y pone obispos y demarca los limites de cada diócesis. De modo, que siendo los reyes los que nombraban y deponian obispos, los que fundaban y dotaban iglesias y monasterios, los que mandaban los ejércitos en persona, y los que administraban por sí mismos la justicia, venian á reasumir por la fuerza de las circunstancias las funciones pontificales, militares, políticas y civiles, del modo que por la organizacion de su código las ejercian los califas en su imperio. Pero la organizacion politica de los estados cristianos no es invariable; ella se perfeccionará y se irán deslindando los poderes: la de los musulmanes es inmutable, y durarán los vicios radicales de su constitucion tanto como dure la obcecacion de los hombres en la creencia de su falso simbolo (1).

Aquel Ordoño tan belicoso, aquel monarca tan inexorable y tan severo en sus castigos, terminó su gloriosa carrera militar pagando un tributo á la debilidad humana, enamorándose en su postrera espedicion de la hija del rey de Navarra su aliado, que hizo su tercera muger, viviendo todavía la segunda aunque repudiada. La facilidad con que iremos viendo á los reyes cristianos.

(1) La catedral de Leon que edificò Ordoño II. en 916 no es, como muchos creen, la misma que hoy por su grandeza y suntuosidad arrebata la admiracion de las gentes. Destruida aquella por Almanzor, el mag

nifico templo que hoy existe fue comenzado. en tiempo del prelado don Manrique, bijo del conde don Pedro de Lara. Véase Risco, Esp. Sagr: t. 34 y 35,

repudiar una muger legitima, divorciarse, casarse con otra en vida de la pri→ mera, sin que ni el pueblo mostrára escandalizarse ni los obispos dieran señales de oponerse, prueba el ensanche de las costumbres de aquel tiempo en esta parte de la moral.

Fruela II. que sucede å sus dos hermanos no hace sino desterrar á un obispo y condenar á muerte á un hermano del prelado sin causa conocida. La lepra de que murió el rey dió ocasion á que el pueblo atribuyera su pronta y asquerosa muerte á castigo del cielo por aquella doble injusticia: juicio tal vez mas religioso que exacto, pero que prueba cómo condenaba el pueblo de aquel tiempo las injusticias, y que imposibilitado de pedir cuentas al soberano que las cometiéra, volvia naturalmente los ojos al cielo, y le consolaba la fé de que habia alli un rey de reyes que no dejaba impunes las injusticias de las potestades de la tierra. ¿Extrañarémos que este mismo instinto de moralidad social los condujera á buscar tambien en sí mismos el remedio posible á sus males? En vista del duro comportamiento de Ordoño y de Fruela con los condes, obispos y magnates, no nos maravilla que los castellanos, mas apartados del centro de accion de los monarcas leoneses, é inclinados ya á la independencia, tratáran de proveerse de jueces propios que les administrá➡ ran justicia con mas imparcialidad, ó por lo menos con mas formalidad en los procesos que la que aquellos reyes habian usado; principio del ejercicio, aunque imperfecto, de la soberanía, mientras no contáran con la fuerza para llevarla á complemento. Mientras la historia no haga evidente la no existencia de los jueces de Castilla, la verosimilitud está en apoyo de la tradicion y de los recuerdos históricos en que tambien se funda.

Aunque Fruela II. dejaba al morir tres hijos, ninguno de ellos ciñe la corona: los grandes y prelados llaman á sucederle al hijo de Ordoño II. con el nombre de Alfonso IV. ¿Cómo los hijos de Ordoño no habian sucedido antes á su padre? ¿Y cómo no suceden ahora á Fruela los suyos? ¿Qué sistema de sucesion á la corona se guardaba entre los reyes de Leon? Los hechos nos lo dicen; el mismo de los reyes de Asturias, el mismo del tiempo de los godos, y lo que es mas, casi el mismo que el de los árabes: sucesion generalmente consentida en la familia, libertad electiva en las personas: las exclusiones de Alfonso el Casto en el siglo IX. en Asturias, se ven reproducidas con Ordoño y Fruela en Leon en el siglo X.

Y solo un alarde de libertad electiva pudo mover á los magnates leoneses á poner la corona en las sienes de Alfonso IV., príncipe á quien sentaba me→ jor la cogulla de monge que la diadema de rey, y mas aficionado al claustro y al coro que á los campos de batalla y á los ejercicios militares. Sin embargo, la salida de Alfonso IV. del claustro de Sahagun para vestir otra vez las in→

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