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Apurada situacion de los musulmanes.-Desaviénense el rey Alfonso y el rey árabe de Sevilla.-Arrogante y ágria correspondencia que medió entre los dos.-El de Sevilla y los demas reyes mahometanos de España llaman en su auxilio á los almoravides de Africa. Quiénes eran los almoravides.-Retrato de su rey Yussuf ben Tachfin, fundador y emperador de Marruecos.-Vienen los almoravides á España: nueva y formidable irrupcion de mahometanos: úuense con los musulmanes españoles.-Salen á. combatirlos Alfonso y los demas principes cristianos.-Célebre batalla de Zalaca: solemne derrota y horrible mortandad del ejército cristiano: logra salvarso el rey Alfonso y se refugia en Toledo.-Ausencia de Yussuf.-Reanimanse los cristianos.— Resuelve Yussuf hacerse dueño de toda la España musulmana.-Apodéranse los almoravides sucesivamente de Granada, Córdoba, Sevilla, Almería, Valencia, Badajoz y las Baleares.-Desastrosa suerte de los emires de estas ciudades.-Consideraciones Con el de Zaragoza.-Dominan los almoravides en España.

Parecia que con la disolucion del imperio ommiada, con las ventajas que en todas partes las armas cristianas habian obtenido, y con el desconcierto, los disturbios, las guerras que los reyezuelos musulmanes tenian entre si,

deberia haberse decidido en favor de España la gran lucha entre los dos pueblos y las dos creencias que se disputaban su señorío. Y hubiera sucedido asi, si por una parte el comun peligro no hubiera inspirado á los ma◄ hometanos el pensamiento de apelar, como en otra ocasion, á un remedio heróico, y si por otra parte no hubieran tenido una Africa á que acudir, semillero innagotable de enemigos del pueblo español y del nombre cristiano yá la cual volvian los ojos en sus mayores conflictos y tribulaciones.

Pesábale ya al mismo Ebn Abed de Sevilla haber contribuido tanto con sus alianzas al engrandecimiento del poder de Alfonso. Advertianselo tambien las sentidas quejas y murmuraciones que llegaban á sus oidos y el disgusto general de los musulmanes. Meditó, pues, á pesar de los lazos que con él le unian, cómo cooperar á abatir al orgulloso cristiano, que queño de Toledo, y despues de haber corrido y devastado los emiratos de Zaragoza y Badajoz, tuvo el atrevimiento de penetrar con un cuerpo de caballería por tierras del de Sevilla con pretesto de protegerle contra sus rivales de la costa meridional, y avanzando hasta Tarifa metió su caballo hasta el pecho en las aguas del mar como en otro tiempo Okha, y exclamó: «He llegado á los últimos términos de la tierra de Andalucía!» Y regresó tranquila y orguHlosamente á Toledo. Acabó de mortificar el amor propio de Ebn Abed aquella audacia del castellano y aquella inesperada aparicion so color de un auxilio simulado y no pedido. Todavía sin embargo no estalló la oculta rivalidad de los dos monarcas, hasta que con motivo de haber apuñalado los sevillanos á un judío, tesorero y privado del rey Alfonso, que este habia enviado á cobrar el tributo que le pagaba Ebn Abed, le despachó el rey de Castilla nueva embajada pidiendo satisfaccion del agravio y reclamando varias fortalezas de su reino que le pertenecian. Arrogante y ágria era la carta que Alfonso envió con el mensage; decia asi.

«De parte del emperador y señor de las dos leyes y de las dos naciones, el excelente y poderoso rey don Alfonso hijo de Fernando (1), al rey Al Motamid Billah Ebn Abed (ilumine Dios su entendimiento para que se determine à seguir el buen camino): salud y buena voluntad de parte de un rey engrandecedor de sus reinos y amparador de sus pueblos, cuyos cabellos han encanecido en el conocimiento de los negocios y en el ejercicio de las armas... en cuyas banderas se asienta la victoria, que hace á sus caballeros blandir las lanzas con esforzadas manos, que hace ceñir las espadas en las cinturas de sus campeadores,

(1) En esta correspondencia, que inserta Conde en los cap. 12 y 13 de la tercera parte de su Historia, se llama equivocadamente á

Alfonso, hijo de Sancho, cuyo error copió
Viardot al trascribirla en la nota 1. á sa
Historia de los arabes y moros.

que hace vestir de luto las esposas y las hijas de los musulmanes y llenar vuestras ciudades de lamentos y alaridos. Bien sabeis lo que ha pasado en Toledo, cabeza de España, y lo que ha sucedido á sus moradores y á los de su comarca en el cerco y entrada de la ciudad; y que si vos y los vuestros habeis escapado hasta ahora, ya os llega vuestro plazo, que solo se ha diferido por mi voluntad... Y si no mirára á los conciertos que hay entre nosotros, ya hubiera invadido vuestra tierra y echadoos á sangre y fuego de España sin dar lugar á demandas ni respuestas, y no habria entre nosotros mas embajador que el ruido y tropel de las armas, y el relinchar de los caballos, y el estruendo de los atambores y trompetas de batalla.....)

Aunque muchos vazzires, en vista de esta carta aconsejaban al rey de Sevilla que viniese á un acomodamiento con Alfonso y le pagára el tributo, él le contestó con otra no menos soberbia y altiva, concebida en estos términos: «Del rey victorioso y grande, el amparado con la misericordia de Dios y confiado en su divina bondad, Mohammed Ben Abed, al soberbio enemigo de Allah, Alfonso, hijo de Fernando, que se intitula rey de reyes y señor de las dos leyes y naciones (quebrante Dios sus vanos títulos): salud á los que siguen el camino recto. En cuanto á llamarte señor de las dos naciones, mas derecho tienen los muslimes para preciarse de esos titulos que tú, por lo que han poscido y poseen de las tierras de los cristianos, y por la multitud de sus vasallos y riquezas, que nunca llegará á ser comparable tu poder con el nuestro, ni puede alcanzarlo toda tu ley y tus secuaces... Hasta ahora pensábamos pagarte tributo, y tú no te contentas con él y quieres ocupar nuestras ciudades y fortalezas: pero ¿cómo no te avergüenzas de tales peticiones, y quieres que se entreguen á los tuyos y nos mandas como si fuéramos tus vasallos? Maravillome mucho de la manera con que nos estrechas á que cumplamos tu vana y soberbia voluntad. Te has envanecido con la conquista de Toledo, sin mirar que eso no lo debes á tu poder, sino á la fuerza y voluntad divina que asi lo habia determinado en sus eternos decretos, y en eso te has engañado á ti mismo torpemente. Bien sabes que tambien nosotros tenemos armas, caballos y gente esforzada que no se asusta del estruendo de las batallas, ni vuelve el rostro á la horrorosa muerte, y que metidos en la pelea nuestros caballeros saben salir de ella airosos. Nuestros caudillos saben ordenar las haces, guiar los escuadrones, armar celadas, y no temen entrar por entre los filos de vuestras espadas, ni los estremecen las lanzas asestadas á sus pechos. Sabemos dormir en la dura tierra sobre el albornoz, rondar y hacer la vela de la noche... y porque veas que es asi como te lo digo, ya te tienen preparada la respuesta á tu demanda, y de comun acuerdo te esperan con sus alfanges limpios y acerados y con sus gruesas y

agudas lanzas... Es verdad que hubo entre nosotros conciertos y capitula ciones para que no moviésemos nuestras armas el uno contra el otro, porque yo no ayudase á los de Toledo con mis fuerzas y consejo, de lo que pido perdon á Dios, y de no haberme opuesto antes á tus intentos y conquistas, aunque gracias a Dios toda la pena de nuestra culpa consiste en las palabras vanas con que nos insultas: pero como estas no acaban la vida, confio en Dios que con su ayuda me amparará contra ti, y sin tardanza verás entrar mis tropas por tus tierras..... (1).»

Despues de estas cartas era imposible ya todo acomodamiento, y ambos se prepararon á la guerra. El de Sevilla llamó á su hijo Raschid y le comunicó el pensamiento de implorar el auxilio de los Almoravides de Africa contra el poderoso rey de Toledo. Disuadióselo el principe diciéndole que si tal hacía aquellos bárbaros acabarian por arrojarlos de de su patria. Obstinóse en ello el padre y le replicó: «Preferiré, hijo mio, guardar los camellos del rey de Marruecos á ser tributario y vasallo de estos perros cristianos.—Pues hágase, contestó Raschid, lo que Dios te inspire.» Entonces el rey de SeviHla, tan arrogante con Alfonso, escribió al gefe de los Almoravides de África la siguiente humilde carta, en que se pinta bien el abatimiento á que habian venido los mahometanos españoles: «A la presencia del príncipe de los mu«sulmanes, amparador de la fé, propagador de la verdadera secta del caalifa, al iman de los muslimes y rey de los fieles Abu Yacob Yussuf ben Tachfin, el inclito y engrandecido con la grandeza de sus nobles, alabador de la magestad divina, y de la potencia del Altisimo, venerador de Dios' <y del cielo; que no se envanece de su honra y grandeza, salud cumplida

(4) Dico el autor arábigo, que en verso le añadia lo siguiente:

Abatimiento de ánimo y vileza

En generoso pecho no se anida,

El miedo es torpe y vil, de vil canalla
Es el pavor, y si por mal un dia
Párias forzadas te ofrecí, no esperes
En adelante sino dura guerra,
Cruda batalla, sanguinoso asalto,
De noche y dia sin cesar un punto,
Talas, desolacion á sangre y fuego.

Armate, pues, prevente á la batalla,
Que con baldon te reto y desafio.

Traduc. de Conde. Part. III. c. 13.

de Dios, como conviene á su soberana y alta persona, con la misericordia de Dios y su bendicion. Te envia la presente el que abandonándolo todo se <dirige á tu generosa magestad desde Medina-Sevilla en el interlunio de Giumada primera del año 479 (1086), persuadido, oh rey de los muslimes, de «que Dios se sirve de tí para ensalzar y sostener su ley. Los árabes de Andalucía no conservamos en España separadas nuestras kabilas ilustres, sino mezcladas unas con otras, de suerte que nuestras generaciones y familias poca ó ninguna comunicacion tienen con nuestras kabilas que moran en África: y esta falta de union ha dividido tambien nuestros intereses, y de la «desunion procedió la discordia y apartamiento, y la fuerza del estado se de«bilitó, y prevalecen contra nosotros nuestros naturales enemigos, y estamos en tal estado que no tenemos quien nos ayude y valga sino quien (nos baldone y destruya; siendo cada dia mas insufrible el encono y rabia del rey Alfonso, que como perro rabioso con sus gentes nos entra las tier«ras, conquista las fortalezas, cautiva los muslimes y nos atropella y pisa sin que ningun emir de España se haya levantado á defender á los opri«midos....... que ya no son los que solian, pues el regalo, el suave ambiente de Andalucía, los recreos, los delicados baños de aguas olorosas, las fres«cas fuentes y esquisitos manjares los han enflaquecido y han sido causa de «que teman entrar en guerra y padecer fatigas... asi es que ya no osamos calzar la cabeza; y pues vos, señor, sois el descendiente de Homair, nuestro predecesor, dueño poderoso de los pueblos y dilatadas regiones, á vos cacudo y corro con entera esperanza, pidiendo á Dios y á vos amparo, su«plicándoos que sin tardanza paseis á España para pelear contra este enemigo, que infiel y pérfido se levanta contra nosotros procurando destruir nuestra ley. Venid pronto y suscitad en Andalucia el celo del camino de Dios..... que no hay fuerza ni poder sino ante Dios alto y poderoso, cuya salud y divína misericordia y bendicion sea con vuestra alteza.»

Juntó ademas en Sevilla una asamblea de los jeques, cadies y príncipes mas amenazados del poder de Alfonso, y les espuso la necesidad de llamar con urgencia al príncipe de los morabitas de África para que viniera á ayudarlos en su santa empresa. Todos convinieron en ello, á escepcion de Abdallah ben Yussuf, gobernador de Málaga, que tuvo el valor de oponerse a' comun dictámen en un vigoroso discurso que concluia: «Unios y vencereis. No sufrais que los habitantes de los abrasados arenales de Africa <vengan á posarse sobre nuestras tierras como enjambres de devoradoras dangostas, y á pasear sus camellos por los deliciosos campos de nuestra «Andalucia,» En mal hora hizo tan patriótica exhortacion el previsor wali. Irritáronse todos contra él, llamáronle mal musulman, traidor y enemigo

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